(A. M.): La ética que sustenta el texto implica la comprensión del posdesarrollo, el cual indica “La necesidad de una nueva era de organización social que ofrezca una alternativa al modelo de progreso social único para toda humanidad e imperante hoy día a escala planetaria. Este modelo global imperante es la modernización occidental” (ibíd., p.132). Lo cual deja bien  claro una crítica al desarrollo como crecimiento económico, al desarrollo como dependencia económica  de los países pobres (subdesarrollados) por parte de los países ricos (desarrollados) y “el desarrollo como ajuste estructural: el neoliberalismo.” Dicho desarrollo se llegó a edificar “en cuatro recomendaciones: 1) eliminación completa y unilateral de las barreras tarifarias aduanales (aranceles); 2) abolición de los subsidios al consumidor; 3) eliminación del papel del Estado en actividades empresariales y 4) auspicio del flujo del capital extranjero en todas sus formas” (ibíd., p.148).  A pesar de su fracaso y su fundamentalismo económico, ¿en la actualidad es el modelo que sigue imponiéndose en los países latinoamericanos? ¿Otros modelos han fracasado?

(P.M): Ciertamente, el neoliberalismo sigue siendo la moral predominante en nuestra sociedad. Pero no es la única. Creo que, en términos generales, el llamado “Socialismo del siglo XXI” en América Latina ha topado su límite. Desde el punto de vista económico, ha seguido las prácticas extractivistas de los modelos neoliberales que critica. Desde el punto de vista político, se ha convertido en gobiernos mesiánicos con figuras presidenciales fuertes, que reprimen la disidencia, como si fueran los únicos responsables del bien común. Especialmente, se han visto enfrentados a las organizaciones de los pueblos indígenas originarios. Sin embargo, queda abierto el horizonte de búsqueda social de que de ellos han nacido, llamado genéricamente como el “buen vivir”.  Yo me inscribo en esta búsqueda, que pretende ser alternativa al desarrollo neoliberal, incluyendo el denominado «desarrollo humano» que promueven las agencias internacionales y nacionales de desarrollo.

José Luis Alemán, SJ, fallecido economista y sacerdote

(A.M): Hay una explicación en dicho texto en cuanto que en una ética del postdesarrollo y humanística, hay que saber distinguir “el desarrollo auténtico del inauténtico”: el primero contenido de valores, no encuadrado en el desarrollo económico, aunque no lo excluye, contrario al segundo que es un reduccionismo al valor del tener y no del ser y que ante el desarrollo de los mercados, las condiciones de vida material, de su crecimiento,  en detrimento del desarrollo espiritual, en la que la economía se reduce al tecnicismo y “se ha olvidado el hecho de que la economía es todo una ciencia social, es decir, una ciencia dedicada a comprender  a las personas” (ibíd., 203). Para tales afirmaciones retoma  el discurso de Goulet, en cuanto a que hoy lo que existen son planificadores en ese desarrollo inauténtico.  Es de ahí que este autor citado por ti, asuma el discurso de la ética del desarrollo para un desarrollo autentico, que no va más allá de las planificaciones, del tecnicismo económico y en análisis crítico de “cuatro éticas contemporáneas como medularmente insatisfactorias para las tareas del desarrollo: los existencialistas, los marxistas, los moralistas de la ley natural y los positivistas (Gulet, citado por ti; p. 208) En la actualidad, la perspectiva de  comprender estos planteamientos, ¿pasan por un ir a la acción, a estrategias éticas puntuales microsociales (comunidades) o  macrosociales (la sociedad en su conjunto)? 

(P.M): A ver. En el texto lo que procuro es desmontar el presupuesto epistemológico de que existe algo así como «un buen desarrollo». En la línea del posdesarrollo intento mostrar el carácter violento del discurso del desarrollo, no importa bajo la modalidad que se presente. Me valgo para ello de la noción foucaultiana de dispositivo. El desarrollo es la visión eurocéntrica y moderno/colonial del mundo promovida por otros medios, esta vez bajo la legitimación de un saber científico que sería la economía del desarrollo y bajo la acción de agencias de desarrollo estatales y supraestatales que siguen, aunque no lo quieran, los intereses de los grandes de este mundo. A esas redes de poder se unen las ONGs, que sirven inconscientemente al llamado “segundo consenso de Washington”. Las citas a las que haces referencia explican la posición del fundador de la ética del desarrollo, Denis Goulet. Yo problematizo la tradición de filosofía práctica aplicada comenzada por él y continuada por filósofos como David Crocker, Adela Cortina y Emilio Martínez Navarro. Mi propuesta es política y compleja; para nada mesiánica. Creo que se deben articular diversas instancias que mejoren las condiciones de vida; pero que esas instancias no se pueden definir a priori, sentados en un escritorio. Por eso, la primacía la tiene la acción política misma y la organización democrática de la sociedad. El filósofo práctico puede colaborar a hacer más reflexivo y prudente el proceso, y creo que en muy pocos casos podría servir de faro de la acción colectiva. Esto haría del filósofo un “iluminado” por encima de los demás ciudadanos, el portador de una identidad personal y social que me resulta problemática si se apuesta por procesos auténticamente democratizadores.

(A.M): En mi texto La dominicanidad transida: entre lo virtual y lo real (2017) aludo al texto Ética del Posdesarrollo, con relación al mundo cibernético y la nueva forma de poder social que tiene que ver con el control virtual en el ámbito del ciberespacio y el sujeto cibernético articulado al cibermundo de lo digital, que se proyecta hacia la computación cuántica. No obstante, esas ideas que abordo, la sociedad dominicana sigue cabalgando con  tradiciones políticas y sociales  del siglo XIX y XX.  La apuesta del texto, ante tal panorama, apuesta por una teoría del sujeto cibernetico (nativos digitales y inmigrante que viven ese mundo) de dimensión ética y valora lo que planteas en tu texto ya citado cuando hablas de las “acciones virtuosas”, las cuales se sitúan contra las ciberadicciones a las redes sociales en el ciberespacio. Puntualizo, que la adicción tal como bien señalas es una “conducta viciosa de tipo compulsivo”, pero que además, en estos tiempos cibernéticos no se reduce al alcoholismo, la ludopatía, las drogas y al pansexualismo. Por lo que el sujeto cibernético crítico ha de asumir una ética en la que se “presupone que quien se ocupe de ella toma, de hecho, cierto distanciamiento de la moral en la que se encuentra insertado o de las morales que reflexionas” (Pablo Mella, citado por Merejo, p.114). ¿Cómo ves el panorama dominicano a la luz de estos planteamientos?

POrtada de libro de Pablo Mella, SJ

(P.M): Creo que tus reflexiones son pioneras en suelo dominicano al respecto. En mis investigaciones, no me he ocupado del ciberespacio en general, ni de su aplicación a República Dominicana, en particular. Dialogando con una amiga jurista especialista en el tema, aprendí un poco de los nuevos conflictos de derecho que se generan con el uso del ciberespacio, los llamados derechos de cuarta generación. Pero salvo alusiones en artículos periodísticos que he escrito, no me he ocupado sistemáticamente del asunto. Desde hace un año, el Equipo Jesuita Latinoamericano de Reflexión Filosófica, grupo de investigación al que pertenezco, ha comenzado a abordar la temática. En la reunión del año pasado presenté un breve ensayo sobre las fake news y este año, otro sobre el transhumanismo. Ambos trabajos están inéditos; los reelaboro con vistas a su publicación. A raíz de lo poco que he hecho sobre la temática de las nuevas tecnologías de la comunicación, me atrevo a decir tres cosas generales en torno a tu pregunta. Primero, que se debe buscar un camino intermedio entre la tecnofilia y la tecnofobia. Tecnófilo es quien piensa que la tecnología lo resolverá todo; tecnófobo es la persona que rechaza radicalmente la técnica como destructora ineluctable de lo humano. Así, una supuesta “República digital” no es sinónimo de sociedad justa o democrática si se la considera en perspectiva tecnófila; pero esta consideración no implica que se deje de promover el uso de los recursos electrónicos en todos los ámbitos de la vida. Los medios electrónicos han ayudado a mejorar muchos procesos de la actividad humana; pero ya sabemos que se pueden manipular para alterar procesos de consulta popular o para obtener información sobre los usuarios y controlar sus vidas. Segundo, los nuevos recursos electrónicos están afectando los procesos de construcción de la personalidad. Por eso, como dices, existe un cambio generacional que debe de ser acompañado reflexivamente en todas las instancias educativas, comenzando en los espacios familiares. Queda abierta la pregunta de quién acompaña a las familias en tan singular tarea educativa. Tercero, que ningún avance tecnológico hará desaparecer el sujeto moral. Por esta razón, la filosofía sigue teniendo un papel fundamental que cumplir en medio de la sociedad tecnológica.

(A.M): En la Revista Estudios Sociales en la edición 50 aniversario ( 2018) se encuentra un ensayo “José Luis Alemán, el hombre de Iglesia” en la que tu deja precisado como  el jesuita Alemán trabajo para una institución no jesuita como el episcopado, de la PUCMM, lo cual constituía un modo personal de ser jesuita en la República Dominicana y de ser también crítico de muchos de su colega de la iglesia que no respetaba la autonomía del mundo terrenal, de la realidad social terrenal y de manera científica aquellos que se encontraban  “fuera del redil de la Iglesia de  Jesús”. Su forma de pensar de acuerdo a tu discurso forma parte del espíritu de la Ilustración, de un católico  ilustrado, reconocedor de la Autonomía secular del mundo y que la historia interna que en este  ha estado aconteciendo, es resultado la misma “obra de Dios”. Aunque esto no significa que la visión filosófica –teológica de  Alemán implicara un inmanentismo total, no dejaba en el fondo estar imbuida de hegelianismo ¿Mas bien sería una concepción de la filosofía de la historia hegeliana, que se escamoteaba en su pensamiento?  ¿Un sujeto hegeliano por encima de la historia y que luego interviene en el proceso (la dialéctica del espíritu y la idea) en el proceso histórico?

Andrés Merejo y Pablo Mella

(P.M): Gracias por la pregunta. Voy a reformularla de manera sintética en una sola: ¿cuál es la teosofía de Alemán? Entiendo por teosofía la formulación filosófica de la propia creencia, que no necesariamente se expresa en los términos de la enseñanza oficial de la propia comunidad de fe, pero que no se riñe con esta. La tipología de “católico ilustrado” la tomo básicamente de un brillante y largo artículo escrito por Pedro Trigo, filósofo y teólogo jesuita, hispano-venezolano. Este artículo se titula  “Fenomenología de las formas ambientales de religión en América Latina” y aparece en un libro colectivo del Equipo Jesuita Latinoamericano de Reflexión Filosófica, Problemas de filosofía de la religión desde América Latina. Bogotá: Siglo del Hombre Editores,  en las páginas 37-121. En esta tipología de prácticas religiosas latinoamericanas centrada en el catolicismo, el «católico ilustrado» sigue básicamente las líneas discursivas de otro jesuita, Teilhard de Chardin. Eso significa que se ha abandonado una concepción fixista del mundo, que se admite que el proceso de creación de Dios está envuelto en el proceso de evolución del universo, que por esta razón Dios no tiene que estar interviniendo a cada segundo en el mundo y que en ese proceso evolutivo hay ínsita una suerte de voluntad, que apunta a un fin o télos que escapa a nuestra mirada abarcadora. En este proceso se pone en el centro la emergencia de un principio cognitivo en el mundo, que se encuentra en el ser humano, y que este principio está convocado a una plenitud especial en el punto Omega, que es el mismo Cristo. De ahí se derivan los principios que señalas de autonomía de las cosas terrestres. Es una visión positiva del mundo, confiada… Pero que dialoga con las ciencias. Se pondrán hacer puentes con la tradición hegeliana, pero no es igual. Aquí cada acto particular preserva su valor y no se ve absorbido por un principio suprahistórico, como sucede con el hegelianismo. La historia misma tiene destellos de absoluto, pero no es el absoluto que la hace brillar.

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