(A.M): El escritor y crítico literario Diógenes Céspedes, en el texto Estudios sobre Literatura, Cultura e Ideologías. Estudios poéticos sobre Narrativa, cultura, Ideología y Análisis de discursos (1983), parte de la teoría de análisis de los discurso, de la intencionalidad, el sentido y la acción de los sujetos en relación con la crítica sobre la historiografía dominicana, que se asume como la verdad y totalidad, escamoteando así al sujeto, el lenguaje y el discurso a la hora de construir e interpretar documentos históricos, los cuales los confunde con los hechos empíricos, al margen del propio investigador. En la temática “Cultura, Ideología y Análisis de Discursos” (Cap. 3), Céspedes puntualiza sobre la no experimentación en la historia, porque lo que existen son discursos sobre las acciones que han pasado y que esos mismos análisis son discursos y que cada historiador lo que analiza son discursos, ya que esos documento, los escribieron sujetos, con sus ideologías, sus estrategias en una relación de poder. Sobre estos nos dice: “La desconstrucción del discurso del mito de los Padres de la Patria o de los padres  fundadores se debería orientar a situar los efectos políticos e ideológicos de tales formaciones discursivas. Todo eso dentro de una práctica que muestre la pluralidad de sentidos, no la erección de uno de esos padres fundadores en padre único y verdadero” (p. 217).  Por tales razones, el discurso analítico que sitúe a estos padres de la patria ha de colocarlos “como sujetos que actuaron en una situación histórica concreta, con sus sumas y sus restas, con su pertenencia de clase” (ídem), el situarlos en su contexto “no los desmerece. La blasfemia o el elogio les son indiferentes. Primero porque ya están muertos y nada pueden hacer para modificar nuestros discursos; en segundo lugar, porque el discurso histórico no es una moralización (…), de acuerdo a Céspedes, quien continúa explicando cómo “los sentidos de nuestros discursos analísticos son para nuestra contemporaneidad. Es ella la que nos juzga, en el presente” (ídem). ¿Esta visión de Céspedes, sobre el análisis de los discursos de los historiadores entra en ese enfoque de lo discursivo que realizas a la hora de analizar la figura de Juan Pablo Duarte?

Pablo Mella, SJ

(P.M): Respondo con un testimonio. Diógenes Céspedes me regaló dedicada una de sus obras cuando expuse Los espejos de Duarte hace un par de años en un seminario organizado por Ramonina Brea. En esa dedicatoria me dice que se alegra que alguien haya hecho lo que él decía que se debía hacer desde hace años: someter al análisis del discurso las narrativas patrias. Así que podemos decir que sí, que eso es lo que hago: mostrar el carácter discursivo del trabajo del historiador en general, que se funda normalmente en documentos, los cuales son, a su vez, discursos. Sin embargo, hago una salvedad al propósito que se busca con esta tarea. Mi afán no es desmitificador, pues yo simpatizo con el pensamiento mítico, como buen ricoeuriano. Naturalmente, un análisis del discurso como el descrito por Céspedes tendrá un efecto desmitologizador. Pero en mi caso, no es eso lo que busco. Como Ricoeur, yo propongo recuperar esos discursos con una “segunda ingenuidad”, aunque no lo haga en Los espejos de Duarte por razones metodológicas. Creo, por ejemplo, que Duarte fue una excelente persona y que su compromiso inspiró como una corriente submarina los mejores deseos de muchas personas dominicanas hasta el día de hoy; también me ha inspirado a mí en más de una ocasión. Pero eso no quita que, una vez expresados, sometamos nuestros deseos a otras operaciones racionales como puede ser una evaluación de impacto, un juicio sobre la factibilidad o una ponderación sobre la pertinencia y actualidad.

(A.M): En el texto Ética del Postdesarrollo (2015), tú trabajas de manera rigurosa lo que es la ética y la moral, y va de acuerdo a las reflexiones que hacen los estudiosos de esta temática  como lo son: Aranguren, Adela Cortina, Sánchez Vásquez, entre otros, que dicen que la ética es una disciplina de la filosofía y que fue inventada por filósofos y la moral es un conjunto de normas y costumbres que rigen a un grupo o una sociedad. En tal sentido, expresas que dicha distinción contribuye a la claridad “en la argumentación y profundiza en la apreciación de nuestras prácticas sociales.” Todo ello da como por resultado que la moral pertenezca al campo de lo sociológico y antropológico y la ética al de lo filosófico. Al respecto, señala que: “Por moral se entenderá el conjunto  de costumbres y normas convencionales de una sociedad o grupo humano que establecen pautas para la acción de sus miembros. Se refiere a lo que es aceptable y valioso para los miembros de un grupo humano”. (p.70). En cuanto a la ética, esta se coloca en el plano de lo filosófico, del pensamiento, de la reflexión, de lo ontológico. De ahí, que digas: “Por ética se entenderá la reflexión filosófica sobre la moral  o lo moral con interés normativo. La ética invita a pensar sistemáticamente sobre la moral para introducir en esta un elemento razonable y novedoso que libere o planifique la acción de las personas” (p.75). La ética implica estudios hermenéuticos y fenomenológicos ¿pero su fin, es buscar orientaciones y reflexiones para cambiar o mejorar la vida y no un simple discurso filosófico de esta? ¿La felicidad? ¿No es la ética política al ser parte inseparable del sujeto? Entiendo que la moral es dualista, en el sentido de que norma lo que está bien o mal en una sociedad. Pero la ética, es múltiple y contradictoria como lo es el sujeto.

  (P.M): Gracias por la pregunta, porque me obliga a repensar las cosas que he escrito. Lo primero, recuerda que explico en esas páginas que todas esas definiciones delimitadas se hacen con vistas a la claridad expositiva. La distinción entre la ética (como disciplina filosófica) y la moral (como conjunto de costumbres, principios, normas y valores compartidos por una colectividad) ha sido asumida por la mayoría de los filósofos prácticos contemporáneos de lengua española.  Como dedico la mayor parte de mi tiempo a tareas educativas formales y no-formales, y además en lengua española, me parece muy pertinente adoptar esta distinción. En el nuevo libro que estoy escribiendo para quienes van a estudiar educación, Ética de la praxis educativa, continúo profundizando el tema en la misma dirección, pero me detengo a hacer más aclaraciones. Los filósofos centroeuropeos siguen la línea abierta por Kant y Hegel y distinguen ambos términos de una manera muy diferente. Así, tanto Ricoeur como Habermas llaman moral a la filosofía práctica inspirada en Kant y ética a la inspirada en Hegel. Según este modo de enfocar el asunto, moral es la dimensión individual de la acción, la que postula que solo se debe seguir la máxima que legisla la razón autónoma de cada uno, con tal de que esa máxima sea universalizable. Para cumplir con esa tarea, la máxima de acción debe ser formal, es decir, no apoyarse en ninguna costumbre o valor particular de una comunidad concreta. Las cosas se hacen por puro deber, por apego a la regla racional, no por ningún ideal.

El filósofo Paul Ricoeur

En griego, deber se dice deontos, por lo que esta manera de enfocar la filosofía práctica se le califica como «deontológica». Como contraparte, ética tiene que ver con los logros institucionales alcanzados por una sociedad concreta. Su máxima expresión sería el Estado de derecho, plasmación histórica más elevada de la razón. Es una plasmación de un aprendizaje social, esencialmente colectivo. La finalidad de oponer ética a moral es bien sencilla y creo que muy pertinente: los sujetos humanos se comportarán de manera más excelsa en el marco de un Estado de derecho bien institucionalizado que en una situación histórica de caos social. Esta definición hegeliana de ética recupera el espíritu de la filosofía práctica de Aristóteles, pero integrando las complejidades del Estado moderno. Para guiar la acción hacia un bien mayor, hace falta, según esta posición, tener una cierta idea de la sociedad que se desea, lo que implica una cierta idea de felicidad, constituyéndose en un fin o finalidad para la acción. En griego, fin se dice telos y felicidad, eudaimonia. Por eso, estas filosofías prácticas se llaman «teleológicas» o «eudaimonistas». Sobre esa distinción, los filósofos anglosajones dividen las filosofías prácticas en “perfeccionistas”, si proponen un ideal de sociedad o de modo de vida, y “antiperfeccionistas”, si no lo hacen. Así, la ética de John Rawls sería  antiperfeccionista. En este momento, estoy siguiendo la vía de Ricoeur, que propone una síntesis entre ambas perspectivas y da una primacía al momento de la intencionalidad teleológica, es decir, al momento en que intuimos una vida que vale la pena vivir. Sin embargo, ese ideal regulativo debe pasar por la criba de la razón para saber si es universalizable y si no vulnera la integridad y la dignidad de un colectivo minoritario.

(A.M): En mi texto Conversaciones en el Lago. Narraciones filosóficas (2005), voy por la línea de Aristóteles sobre lo virtuoso, en fin la virtud como una cualidad que depende de nuestra voluntad y regulada por la razón. Además que de acuerdo este filósofo el hombre sabio busca por los medios que le brinda su sabiduría evitar los excesos de todas clases, rechaza los extremos. ¿El enfoque aristotélico sobre la virtud, la ética ¿ sentido práctico o teórico?

(P.M): Por la prioridad del momento teleológico sobre el deontológico es que retomo la idea de Aristóteles de que la ética no es teórica, sino práctica. Como dice él: quien cultiva la ética no se pregunta teóricamente qué es el bien, sino que procura hacernos mejores personas a partir del ejercicio continuo de aplicar sabiamente reglas generales a casos particulares (es lo que se conoce como phrónesis o prudencia) llevándonos a un estado de equilibrio existencial. En esto consiste la virtud, que para Aristóteles reside en el justo medio de las acciones (mesotés).  Así, la generosidad consiste en alcanzar el justo medio entre la tacañería y el derroche desordenado. Sin embargo, aunque tomo en cuenta esta otra distinción entre ética y moral, sigo manteniendo la primera, la que refieres en la pregunta anterior. Pero subrayo que esa distinción es arbitraria y que se hace con fines sistemáticos de la exposición. Me parece fundamental darnos cuenta de que lo moral es una dimensión del ser humano en sociedad, no una creación de la mente del filósofo ni de mentes conservadoras. El filósofo se introduce en ese ámbito, lo estudia y lo indaga racionalmente para proponer modos de actuar más prudentes. Por eso digo en la línea de Aristóteles que la función de la ética es, al final del camino, normativa o prescriptiva.

(A.M): El texto apunta algo interesante sobre la ética, y es que “La ética debe crear un vocabulario propio que le ayude en sus análisis y en su labor prescriptiva”. Es por eso que introduces algunos de esos términos de la ética, como son: la acción, hábitos, costumbres, patrón, virtud, prudencia, honor, principio, entre otros tantos. En relación “a la reflexión ética puede representarse la acción  como una conducta  específicamente humana, entendiendo la misma como al comportamiento racionalmente orientado de seres humanos de carne y hueso” (ibíd., p. 76). Tales reflexiones se orientan  a una posición filosófica crítica  a  “la modernidad/ colonialidad “que “demanda ética porque está confusa e insatisfecha en su vida moral”, entrando en ese escenario “la moral emotivista moderna/ colonial europea, en la que los juicios morales (…) son tan solo expresiones de sentimientos personales o actitudes asumidas individualmente que buscan atraer hacia  sí los sentimientos o actitudes prácticos impersonales, porque tales criterios no existen” (pp. 78-79) ¿Esos sentimientos obedecen a estrategias puntuales, por lo que no solo son afectivos, sino racionales?

(P.M): Si te soy sincero, necesitaría más tiempo para responderte esta pregunta. Me voy a atener a lo que tenía en mente mientras escribía el texto que citas. En esas líneas me refiero al emotivismo de la cultura neoliberal contemporánea, la creada por la propaganda seductora y por el consumismo. Tenía las ideas de Alasdair MacIntyre de trasfondo. La ética emotivista ya no es solo un planteo académico: es cultura global. Lo bueno se confunde con “lo que me gusta” o con aquello que produce una sensación de placer sensual. Es un nuevo hedonismo, en el marco de la sociedad capitalista de consumo. El hedonismo clásico no era sensual; el placer (hedoné) se lograba apartando razonablemente los dolores y las preocupaciones de la vida. Hoy día, hasta las relaciones interpersonales buscan basarse en «caer bien». El like de las redes sociales se ha convertido en el nuevo parámetro moral para la acción. Otros aspectos de lo bueno se desdibujan bajo este impulso moral capitalista orientado al «sentirse bien» y sentirse aceptado por los demás.