(AM): En “Apunte sobre las clases trabajadoras dominicanas”, se hace referencia a la cultura paternalista del dominicano. Bonó aquí también señala que “El colono español todo lo pedía a España y el dominicano ya huérfano todo lo pedía al extranjero” (…). Esa orfandad y dependencia a la que se refiere Bonó, en la que el dominicano comenzó a vivir esa cultura del abandono, del pedigüeño, sobre lo cual reflexiono en mi texto inédito “Los dominicanos enredados en las redes sociales” (2020), me lleva a la cuestión de en qué época se sitúa el dominicano pedigüeño.  ¿Tiene esto que ver con las devastaciones de Osorio, a inicios del siglo XVII?

(JM): Exactamente, ese siglo es calificado por nuestros historiadores como Siglo de la Miseria. Es cuando España centra su interés en los vastos territorios de México y del Sur, a la vez que escoge a Cuba como su punto de anclaje preferido en la región caribeña. Es de leyendas el tipo de vida que experimentaron los colonos que no pudieron salir de Santo Domingo. Se vivía fundamentalmente de lo que se llamó El Situado o fondo mensual que enviaba la Corona para el pago de los empleados públicos. Existe el consenso de que en esta etapa de espantosa miseria es que tiene sus orígenes el gentilicio dominicano, puesto que la población blanca residente en ciudades y campos se mezcló con la masa de esclavos negros que habitaba en la Parte Española de la isla. Bonó realiza un excelente estudio sociológico de la sociedad que se fue decantando en este periodo crítico. Dicho abandono tiene dos fases, la primera cuando gran parte de las familias españolas emigraron a Tierra Firme y a Cuba; la segunda, cuando el gobernador Antonio de Osorio devasta y abandona totalmente la región Norte y Oeste de la isla, trasladando a sus pobladores a la región Sur, entre 1605-1606. Dado que los territorios quedaron deshabitados y sin cuidado, los franceses que desde hacía años abrigaban el propósito de apoderarse de la isla, se instalaron en la parte Oeste y, tras batallas sangrientas, lograron establecerse en la zona, que posteriormente sería el asiento territorial de la República de Haití. Así se tienen dos tipos de sociedades diferentes en la pequeña isla. La dominicana se gesta durante este periodo de lucha por el territorio que ya carecía de interés para España, al colmo de que hacia finales de dicho siglo XVII, el primer ministro del rey Carlos IV, Manuel de Godoy, habría de afirmar que Santo Domingo se había convertido en un cáncer del imperio español. Dado que representaba un mal, la opción fue su canje a Francia por territorios peninsulares. Pero volviendo al Situado, los residentes de Santo Domingo acudían al puerto a esperarlo, como el pichón de cigua palmera espera su alpiste. Lo que tú subrayas como propio de la cultura paternalista, de pedir y esperar que la solución de nuestros problemas provenga del extranjero, probablemente tenga como antecedentes históricos estos hechos y situaciones de nuestro devenir histórico.

(Am): En tu discurso de Ingreso como Miembro de Número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (2015) planteas que en nuestro país “aún persisten prácticas cotidianas, ideas, hábitos, actitudes y tradiciones del mundo colonial que han sido imposible desarraigar”, y que hay “una “colonialidad del saber”, del “poder” y “del ser, que debemos dilucidar” (p.4). En cierta forma tú vinculas esto con la cultura de la “Minusvaloración como pueblo o falta de confianza en nosotros mismos: acusamos una escasa valoración de lo que somos, lo que en ocasiones se traduce en victimismo y en deseos de fuga al extranjero”. Tal minusvaloración se articula a la “Subordinación epistémica y educativa”, lo cual tiene su expresión en esa condición colonial y a lo que denominas “política neocolonialista”, argumentando que no “hemos tenido un Estado moderno, sino un Estado moderno-colonial” ¿Cómo, desde el presente, se puede caracterizar ese Estado neocolonial?

(JM): En mi criterio, tres tópicos o variables bastarían para identificar como neocolonial nuestra modalidad de Estado: neopatrimonialismo, personalismo autoritario y minusvalía política e intelectual como país. Hasta el presente todo intento por establecer la modernidad democrática entre nosotros ha sucumbido. Tenemos al presidente Juan Bosch y su gobierno sietemesino como caso ilustrativo (modelo democrático que fracasa) y frente a éste, al extenso régimen instaurado por Joaquín Balaguer (arquetipo personalista y autoritario que triunfa). Y en igual tenor, los gobiernos que suceden al de Balaguer, de orientación social demócrata o de centro izquierda, terminan emulando en la práctica gubernamental al paradigma que condenan de antemano. En suma, se han impuesto ciertas modalidades políticas que vienen de lejos, de la era colonial, puestas en vigencia durante la dictadura de Trujillo, luego aplicadas con éxito en la etapa neotrujillista (gestiones de Balaguer), pero muchas de las cuales persisten hasta nuestros días. Lo que significa que no las hemos rebasado del todo durante los diversos gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano, ni del Partido de la Liberación Dominicana que culmina este 16 de agosto el último de sus mandatos. Ahora estrenamos la gestión gubernamental del Partido Revolucionario Moderno, el cual, precisamente, hace honra a la modernidad por el nombre que adoptó. En este caso todo está por verse. La historia hablará, pues por lo visto no bastan ni los documentos partidarios ni los discursos de campaña. Ojalá la historia pueda hablar bien del presidente Luis Abinader y su equipo gubernamental, pues la ciudadanía tiene cifradas muchas esperanzas, y cada día viene empoderándose y afanando con pasos firmes por alcanzar metas denegadas hasta el presente. Volviendo a lo anterior, el neopatrimonialismo y el personalismo autoritario van de la mano, al coincidir en el propósito de penetrar el sistema legal-racional, tergiversando su lógica, sus funciones y sus actuaciones. En la sociedad colonial las leyes eran acatadas, pero no cumplidas, mientras que en nuestro caso el marco legal es distorsionado de forma amañada y disimulada, para que primen la voluntad y los intereses de los funcionarios involucrados en la malversación y robo del erario. Sabemos que el neopatrimonialismo tiene como principal característica la práctica clientelar. En nuestro país, con honrosas excepciones, han sido hábitos considerados como normales. Se dispone de los bienes públicos como si pertenecieran a particulares. Esto se ha convertido en toda una cultura, que conlleva a una inexistente separación real entre las esferas pública y privada. Todo lo cual se posibilita porque existe un entramado cómplice, en forma escalonada a partir del Ejecutivo, que actúa como el gran Padre Protector o especie de nuevo monarca. En cierta ocasión fue muy socorrida la expresión “Llegó Papá”. Esto ocurre en el país desde que los españoles nos fundaron como sociedad colonial, pues fue creándose un ethos o forma de ser que no fue abolido con la lucha independentista, por el contrario, su persistencia se manifiesta de formas variadas si examinamos lo que llamo mentalidad colonial dominicana actual. Esta es una de las causas por la que vemos al Gabinete de la Primera Dama convertido en una institución tan influyente en la vida social del país, con un presupuesto mayor que el de algunos ministerios. La figura de la Primera Dama, en otro sentido, denota la denigración de la mujer en sentido general, pues coloca en un segundo plano y en la subordinación política al resto del mundo femenino. Aquí se hizo célebre también la frase “Llegó Mamá”.

(AM): ¿La minusvalía política e intelectual como pueblo, se expresa en la escasa autoestima que tenemos como nación, nos considerarnos inferiores a europeos, estadounidenses o asiáticos?

(JM): A lo interno esto se manifiesta en el irrespeto y menosprecio de lo auténticamente dominicano o popular, por parte de los gobiernos. Puedo ofrecer algunos ejemplos: marginación de la mujer y la juventud en las instancias decisivas del poder político, conformarse con el otorgamiento de becas a nuestros estudiantes mientras no se motiva para que nuestras universidades creen doctorados propios que favorezcan la investigación en el país, relegar a un segundo plano a los investigadores y expertos nacionales al nombrar comisiones extranjeras para la evaluación de proyectos discutibles (caso de la Cementera a instalarse en Gonzalo, Los Haitises), se prefiere honrar a próceres e intelectuales de otros países (Avenidas designadas con los nombres de Winston Churchill, Charles de Gaulle, John F. Kennedy; ningunas con los nombres de Pedro Fco. Bonó, Pedro Mir, etc.). Los tres tópicos o variables expuestos tienen una vinculación estrecha con el régimen de corrupción e impunidad que hasta hoy se mantiene invariable en nuestro Estado neocolonial.

(AM): He enfatizado el rol del filósofo en este mundo que denomino transido. La Covid-19 ha puesto de rodillas a toda la humanidad, pero en nuestro país esta pandemia ha coincidido con un proceso político especial en que se han renovado las autoridades gubernamentales, desde los regidores hasta culminar con la presidencia de la República. La filosofía no puede adoptar una actitud de indiferencia a lo que viene ocurriendo políticamente en nuestro país o ante lo que puede suceder en el corto, mediano y largo plazo. Quiero que, como filósofo y presidente de la Asociación Dominicana de Filosofía (ADOFIL), expongas una posición de cara a la presente coyuntura y a las promesas de cambios que enarbolaron a nivel de consigna las nuevas autoridades.

(JM): En este diálogo he postulado que los estados latinoamericanos son hasta el presente, en mayor o menor medida, Estados neocoloniales o semicoloniales y, por consiguiente, que lo que hemos tenido hasta hoy es una democracia a medias o una caricatura de democracia, como ha reiterado Andrés L. Mateo, la cual se articula a una ciudadanía a medias también. No es que no se haya luchado por una democracia real o por la obtención de una ciudadanía responsable. Nuestra historia como pueblo habla al respecto. Están como testimonios las personas asesinadas en su búsqueda. Actualmente hay importantes sectores sociales empeñados en construir estructuras conducentes a sentar las bases de instituciones genuinamente participativas de la ciudadanía, en las cuales dominicanos y dominicanas rebasemos la condición de simples habitantes del territorio en que nacimos, y nos elevemos por fin a la categoría de ciudadanos. A mí siempre me ha llamado la atención el espíritu festivo del dominicano, cuando, luego de una gran lucha, adquiere la ciudadanía europea o estadounidense. Esto adquiere muchas veces la categoría de una fiesta en el seno de la familia. Todo lo anterior me permite ubicar el gran desafío político que tiene frente a la ciudadanía dominicana el Partido Revolucionario Moderno y su liderazgo, encabezado por el presidente Luis Abinader. En realidad, ambos se enfrentan a un gran dilema, que consiste en emprender de modo sincero la institucionalización democrática del Estado dominicano, o bien seguir el camino trillado por los diversos gobiernos que hemos tenido y sufrido durante los últimos 54 años. Como no bastan los discursos elegantes o los simples lemas de campaña, en los primeros cien días de gobierno advertiremos por cuál de las opciones se decidirán. Cualesquiera de las alternativas conllevarán tensiones o conflictos en el seno de nuestra sociedad, pero solo la primera permitirá al PRM pasar a la historia como la organización política que marcó pautas orientadas a impulsar verdaderas instituciones democráticas dentro de la sociedad dominicana ¿Cómo lograrían esto las nuevas autoridades? Solo existe una vía: sumar armónicamente el conjunto de voluntades de los diversos sectores de nuestro conglomerado social; convocar a discusiones abiertas en base a un Plan Estratégico de Desarrollo Nacional, lo cual desembocaría en una Agenda de Consenso General. Esto ya se ha intentado en el país, pero con logros casi insignificantes. Me pregunto si podría el PRM concitar el apoyo necesario para lograrlo y así encabezar de modo exitoso el cambio que tanto pregonó a lo largo de la campaña electoral. Dicho partido tiene una oportunidad maravillosa y es remontarse sobre la cresta de la ola de las grandes manifestaciones de masas de los últimos años en nuestro país. Con ellas se persiguieron varios objetivos puntuales, como fueron: impedir la destrucción de nuestros recursos naturales (lucha contra instalación de cementera en la zona de Gonzalo, en defensa de los Haitises), lucha por aumentar hasta el 4% del PIB para la educación, Marcha Verde en contra de la corrupción y la impunidad, toma de la Plaza de la Bandera por el movimiento juvenil en su principio en demanda del sometimiento a la justicia para quienes entorpecieron las elecciones municipales del 16 de febrero pasado y que escaló en un movimiento en contra de la impunidad, y los cacerolazos de la ciudadanía con similar propósito. Las presentes autoridades pueden aprovechar toda esa ansia de transformaciones y de participación social, para dar un corte terminante al estilo verticalista, autoritario y corrupto que ha caracterizado a la mayor parte de los políticos en el poder. Pasarían a la historia si logran sepultar para siempre el pernicioso caudillismo.

(AM): De acuerdo a tus análisis filosóficos políticos e histórico, el pueblo ha dado muestras tan contundentes porque se produzcan transformaciones radicales en los aspectos político-sociales. ¿Hay algunas fuerzas puntuales en estos momentos que pueden acudir a la nación dominicana?

(JM): En este tenor, opino que existen dos sectores cuyas energías vitales deben ser aprovechadas en la presente coyuntura, si se persigue un verdadero cambio de rumbo, me refiero a la subjetividad femenina y al entusiasmo juvenil. Hoy día ningún proyecto de amplio calado social y político podrá coronarse de éxito sin el involucramiento de la mujer, pero no simplemente como mera espectadora, sino con toda su capacidad puesta al servicio de dirigir, administrar, emprender, accionar. La sociedad es la que pierde si se la relega a un segundo plano. Y aquí contemplo ya uno de los lados débiles del novel partido alzado al poder. Me refiero a la escasa presencia del sector femenino en los cargos públicos de primera línea. Quizá haya tiempo de enmendar este error. Y en cuanto a la juventud, a pesar de haber sido el sector más entusiasta y decidido en la lucha por una ciudadanía responsable y empoderada socialmente, no es notable su presencia en la administración pública. Sí podemos observar algunos rostros juveniles dentro del conjunto de autoridades municipales y legislativas, como regidores, diputados y, en menor grado, en el Senado. Pero estos son cargos juveniles logrados en base a un esfuerzo personal creativo enorme. Para mí ellos representan lo más sano y prometedor de la vida política criolla, y son, junto al sector femenino, la mejor garantía de la construcción de una sociedad justa y equitativa. Por último, quiero enfatizar que la gestión que asume en estos días las riendas del poder tiene ante sí el gran reto de dar frente a los efectos derivados de la actual pandemia. Empero, pienso que su principal obstáculo no es de carácter sanitario, sino de corte ético-moral, axiológico, espiritual. Me refiero a la corrupción convertida en norma de vida dentro de los gestores de la vida pública. Las reglas del “Sálvese quien pueda” o “Todo se vale”, la bajaron los funcionarios públicos hasta la base misma de la sociedad. Llenaron los barrios y hasta los campos dominicanos de bancas de apuestas, de botellas o personas que cobran sin rendir ninguna labor, de traficantes y consumidores de drogas. Grandes capos fueron convertidos en oficiales de la Policía Nacional, mientras altos oficiales fueron transformados en capos. Como ñapa, permitieron la proliferación del sicariato. A los policías y militares de la base les pagaban sueldos “cebollas”, quienes delinquen o se convierten en pedigüeños para elevar sus pírricos ingresos. La justicia quedó degradada y vituperada, mientras la actividad política se puso al servicio del enriquecimiento ilícito y la corrupción sin límites. La impunidad arreglaba todo para que los culpables de corrupción se burlaran del pueblo. Se llegó tan hondo que las personas honestas o cumplidoras del deber provocaban la risa de los demás. Dentro de un panorama como el descrito, el nuevo gobierno no tiene por delante únicamente las consecuencias nefastas de la actual pandemia de la Covid-19, sino también de otra de génesis ético-moral. Se trata de la corrupción que nos viene estrangulando desde hace mucho tiempo, pero que últimamente ha traspasado los límites de tolerancia. Finalmente, hemos salido de la grave crisis política provocada por el gobierno y su intento de reelección y de imponer un candidato y un presidente al partido y al pueblo. ¿Podremos salir airosos enfrentando la doble crisis que nos inquieta? Todo dependerá de cuál de las dos opciones mencionadas escoja el PRM. Además, puesto que somos dominicanos y las tradiciones autoritarias están muy vivas en nuestro ser cultural, va a depender de si el ejecutivo privilegia el trabajo orgánico, desechando la inveterada inclinación verticalista y autárquica históricamente dominante. Depende, en fin, de si en vez de creerse un ser humano predestinado, elegido por la historia o el poder divino para redimir a los dominicanos, en vez de eso repito, se ve a sí mismo como un ciudadano cuya única característica especial es haber sido escogido por la mayor parte de la ciudadanía para que le sirva desde el más alto cargo: la presidencia de la República.