(AM): El Archivo General de la Nación, publicó un libro tuyo titulado: “Pedro Francisco Bonó. Vida, obra y pensamiento crítico” (2014), en el que tú sitúas a este pensador como el primer intelectual dominicano en cuestionar el eurocentrismo e indagar la tradición cultural desde la colonización española hasta el presente. De ahí su apreciación de que algunos resabios o taras presentes en nuestro pueblo, como la pereza en el pensar, el paternalismo, el autoritarismo, el querer vivir imitando todo lo que provenía del extranjero, específicamente de Europa se encuentra en el tipo de sociedad que instalaron los españoles en la isla. De ahí, que tu digas que “Pedro Francisco Bonó es el pionero de la emancipación cultural dominicana” (ibid., p.194). En tal sentido, ¿Bonó llegó a plantear algunas virtudes que heredamos de la sociedad colonial?
(JM): Como bien señalas, Pedro Francisco Bonó es el primer dominicano que enjuicia críticamente nuestro pasado colonial, iniciando con la codicia insaciable por el oro que sirvió de aliciente al conquistador y colonizador hispano, pasando por el etnocidio practicado con los taínos y demás etnias o la explotación sin límites sufrida por los africanos. Fue, en fin, como has referido, un crítico del eurocentrismo, pero lo fue también de nuestra propia historia y de la sociedad decimonónica en la que vivió, luchó y pensó, poniendo en tela de juicio muchas de las ideas y tradiciones predominantes. Resaltar, además, que fue un político, nada menos que un prócer de la gesta de la Restauración, un luchador teórico y práctico contra la España que reconquista a la República Dominicana tras 17 años de haberse emancipado de Haití. En tal sentido, Bonó tiene más de un motivo para considerarse enemigo de España y sus instituciones. Por lo que no debe sorprender que la acuse de ser la principal causa histórica de nuestros males y “desgracias”. Considera que un factor primerísimo es que nos abandona a nuestra propia suerte cuando otros lugares en Tierra Firme le representaron mayores recursos metalíferos, como México y Perú. Tras el abandono, juzga Bonó, diversos países europeos iniciaron la toma de extensos territorios de la región Norte y Oeste, sobresaliendo Francia. Bonó estudia de modo muy minucioso y objetivo todo lo que ocurrió luego: lo sucedido con las destrucciones y traslado de las poblaciones hacia el Sur, cómo esto fue aprovechado por Francia, la cual, tras apoderarse de la Parte Oeste y comprando decenas de miles de esclavos africanos para el trabajo en sus plantaciones, da lugar al surgimiento de la sociedad haitiana. España incluso cedió la parte Este o Santo Domingo, a cambio de algunos territorios cedidos en Europa por Francia.
Pero no es por esto solamente que Bonó lanza su dedo acusador contra el imperio colonial español, sino que captó de modo brillante cómo, tras la Guerra de la Restauración ganada por los dominicanos a las tropas españolas, la forma de gobernar de nuestros presidentes, senadores, diputados y generales, no se diferenciaba en nada de la que habían empleado en la colonia los virreyes, capitanes generales o gobernadores. Era el mismo autoritarismo monárquico, el mismo desprecio a los pobres, especialmente el “mismo sistema corruptor y despótico” practicado durante cinco siglos en la época colonial. Palpó en forma parecida a José Martí que “El espíritu de la colonia seguía viviendo en la República”, en su modo de gobernar, vivir, pensar. En su opúsculo Apuntes sobre las Clases Trabajadoras dominicanas (1881) y el ensayo Opiniones de un dominicano (1883) escruta el alma dominicana, la pone al desnudo y da cuenta de lo que he descrito anteriormente. La criticó como nadie más por ser uno de los que más sufrían ver la suerte que corría. Sin embargo, España no era la única culpable de los “males y desgracias” del pueblo dominicano, sino la élite política, a quien tildó de “parásita”, de “zánganos”, de “presupuestívoros” (se alimentan del presupuesto de la nación), pues solo practicaba la “privilegiomanía” (búsqueda de privilegios, en perjuicio de “los infelices aplastados”). En fin, criticó tanto la sociedad de su presente como la sociedad de su pasado. Pero ¿no reconoció en la España colonial alguna virtud? Le interesó comprender como él decía “el genio español”. Y para entenderlo mejor analizó la historia española previo a la conquista de América: la presencia árabe por varios siglos y el coloniaje romano en su territorio. Además, la enorme influencia del catolicismo en el talante español. De aquí elogia “la benevolencia española”. También resalta la virtud de la caridad cristiana practicada por gran parte de las personas de origen hispánico, si bien consideraba que los colonos la distorsionaban con sus acciones en la isla.
(AM): El pensamiento de Bonó se mueve en un contexto donde la Escuela Normal, que es la institución educativa que fundó Eugenio María de Hostos, se encontraba en su mejor esplendor, y en el que Hostos estaba sentando cátedra de educación. Tú dices que ambos (Bonó y Hostos) sentían admiración recíproca y que llegaron a ser hombres de bien y por lo tanto, ejemplos de moralidad para la sociedad. Para Hostos, Bonó era un hombre de “noble actitud moral”, según lo que tu explicas en el texto, mientras que en 1882 Bonó expresa en un artículo de prensa “no haber tenido el honor de conocer a Hostos, persona a quien manifestaba gratitud por la defensa que hacía de los sectores desheredados del país” (P.124). ¿Entre Hostos y Bonó no hubo encuentro físico? ¿Solo fue intercambios de correspondencias y lo expresado en ese artículo de prensa donde Bonó se refería a Hostos?
(JM): Como acabas de indicar, se aprecia entre ambos un franco sentimiento de respeto y admiración, más allá de abrigar maneras divergentes de pensar en torno a importantes problemáticas que afectaban a la sociedad dominicana de entonces. El punto de mayor coincidencia e identificación entre ambos era el comprobado amor que sentían por el pueblo dominicano, y si hay que señalar algún elemento o factor discordante entre ambos, ello recaería en la visión de país que defendían uno y otro, relacionada íntimamente con la concepción de progreso que abrigaban; pero también en el modo de entender la educación como instrumento fundamental de lograr lo anterior. No olvidemos que Hostos tenía una manera de concebir la reforma de la sociedad, y en consecuencia de la educación, muy influenciada por el positivismo de Augusto Comte y Herbert Spencer, especialmente de este último. Ello explica en parte el rechazo frontal hecho por Hostos de las tradiciones de la cultura española, al momento de defender febrilmente la modernidad. Dentro de la visión hostosiana lo tradicional significaba atraso, retroceso, lo que estaba para Hostos íntimamente vinculado y determinado por España y su catolicismo, su escolasticismo. Los valores de la modernidad como ciencia, técnica, industrialismo, progreso y orden están representados por Europa y Estados Unidos, donde prima el espíritu de la reforma protestante. No olvidemos que Hostos se formó académica e intelectualmente en España, pero bajo las orientaciones de la ciencia, filosofía, pedagogía y sicología modernas. Por demás, era un apasionado de las ciencias naturales. Bonó, por su parte, no tuvo la oportunidad de realizar estudios universitarios. Fue más bien un autodidacta a carta cabal. Y aunque acoge con beneplácito los modernos avances de la ciencia y la filosofía modernas, no va tan lejos como para hacer tábula rasa de la tradición expresada en el escolasticismo y el catolicismo; no obstante, lo vemos enjuiciar enfáticamente el pasado español en cuanto a los excesos de la conquista y la colonización y ciertos “resabios” que discrepan con el Estado nación dominicano. Bonó, pues, tiene un pie colocado en la tradición y otro en la modernidad. Es un hombre situado entre dos mundos, de ahí su complejidad como pensador. Conoció mejor que Hostos la historia y la sociedad dominicanas, pues en ella nació, se socializó y se desarrolló. Ambos demostraron desvelos por el bienestar y progreso de la sociedad dominicana y, en un momento en que el capital monopólico explotaba al pueblo dominicano y sus clases depauperadas, ambos, cada uno por su lado, coincidieron en denunciar de manera responsable los abusos y excesos contemplados. Eso ocurría al inicio de la década de los ochenta del periodo decimonónico. Consta que daban seguimiento recíproco a sus reflexiones en la prensa, y se registró una inequívoca sintonía de admiración y respeto. Bonó da el primer paso hacia un acercamiento amistoso e intelectual, declarando en 1882 el deseo de conocerle, luego de la lectura de un artículo donde encomia la profundidad de análisis de la pluma hostosiana y expresando gratitud por defender el interés de los más pobres del país. Al año siguiente hace referencia nuevamente “a esa voz que se elevó y solo mi ayuda (…) recibió”. Pero ya en diciembre de 1883 Bonó busca un medio más expedito para acercarse a Hostos y le envía una tarjeta navideña, como señal de cortesía. Esto bastó para que Hostos le remitiera una misiva en marzo de 1884 en que agradece el envío y elogia el trabajo intelectual y moral efectuado por Bonó en República Dominicana. Es notable la prisa con que Bonó responde a su declarado amigo y admirador, acción que realiza casi tres meses después. Estas epístolas constituyen el contacto más directo entre Bonó y Hostos, pues no llegaron a verse cara a cara. Constatamos que en cartas a algunos de sus amigos Bonó hace referencia a Hostos y al sistema educativo por él implantado en Santo Domingo. En cambio, no hemos encontrado nada escrito por Hostos sobre el pensador cibaeño. Tal conducta pudiera deberse a que Bonó radicalizó su crítica de la teoría de progreso, de la que Hostos fue ardiente defensor.
(AM): Como hemos visto, el discurso filosófico y social de Bonó fue crítico de la concepción de progreso, la cual visualizó como fantasma o espejismo, pues no se expresaba en la instrucción pública, ni en las buenas costumbres o las condiciones de vida de los trabajadores. Tú relacionas esto con su visión humanística, pues “estaba profundamente enraizada en los principios de justicia social, libertad, igualdad, felicidad y caridad, porque en ella no cabía un progreso que no incluyera a los sectores sociales que integraban los que él denominaba el dominicano genuino” (p.134). ¿Bonó era un crítico de cierta concepción del progreso, no un negador de éste? ¿Tenía su propia visión de progreso?
(JM): La repulsa de Bonó a la tan enarbolada ideología de progreso en su época, motivó la exclusión en su vocabulario de la palabra progreso. La cambió por la categoría “felicidad”. Para entonces no se usaba todavía el vocablo “desarrollo”. Sabemos que el positivismo y el liberalismo del momento fueron doctrinas muy bien acogidas en toda Latinoamérica. También, que para ambas vertientes de pensamiento la noción “progreso” constituía el eje central alrededor del cual se articulaba el discurso ideológico, se orientaban las actividades económicas, educativas y, en general, se alimentaban las aspiraciones utópicas por un mundo de dicha y prosperidad para el conjunto de los ciudadanos. Cabe resaltar aquí que el concepto de progreso era la idea-fuerza en estos momentos de auge de la modernidad decimonónica. Bonó reflexiona sobre el progresismo y nos deja un examen de gran calado sobre su tiempo, en torno a la sociedad dominicana que le tocó vivir ¿Dónde radica el gran atisbo de Bonó? En advertir que el “progreso que tanto se vocea” no “tocaba las puertas del negro de Sabana Grande”, no llegaba “a las clases de abajo, cimientos de la patria”. Se percata de que dicho progreso tan solo favorece a los capitalistas europeos o estadounidenses, junto a su socia, la élite socioeconómica y política local. Se trata, pues, de un progreso exclusivo, hijo del liberalismo económico de la época que en ningún país lograba “juntar las riquezas con la justicia”. En consecuencia, Bonó abogaba por un progreso social inclusivo, como propugna la UNESCO, un progreso integral y abarcador, que abarque a todo el colectivo. En efecto, su deseo era que “los dominicanos estuviesen en iguales condiciones que los emigrados”, meta que puede ser asequible si los gobiernos “imitaran a las clases trabajadoras dominicanas”, pues vivimos en “la tierra más feraz y bendita del mundo”. Lo que Bonó observaba era la irrupción de un capital que despojaba de sus tierras a los medianos y pequeños propietarios, convirtiéndolos en “peones para los trabajos más recios” y en “cosas” que les pertenecen. Visualiza a los dueños del capital foráneo como “nuevos ocupantes encubiertos bajo el disfraz del Progreso”, quienes de hecho han establecido en el país “un neocoloniaje”. El grito proclamado por Bonó contra la filosofía de progreso ha sido calificado por Raymundo González como un planteamiento crítico “de dimensión continental”. Para mí es el primer latinoamericano en cuestionar de modo sistemático dicha ideología, lo cual le generó una gran repulsa entre los discípulos de Hostos, por considerarlo retrógrado y enemigo a todo avance de la sociedad. A tal punto que Gregorio Luperón tuvo que salir en defensa “del buen juicio y honra” del pensador macorisano.
(AM): En mi libro “La dominicanidad transida, entre lo virtual y lo real” (2017, p.140), planteo que la crítica de Bonó a la filosofía de progreso tiene raíces éticas, tal como la fundamentada por el pensador Walter Benjamín, al situar el Angelus Novus, del cuadro de Paul Klee, en la que se observa un Ángel nuevo transfigurado en tragedia, ironía. Se nota en dicho Ángel una cierta mirada de inocencia, pero de auténtico rostro de desprecio a la vida, y sobre todo no mirar al pasado en toda su dimensión. Lo que importa a ese Ángel es alejarse de ese pasado y en la medida que lo hace, deja entrever un simulacro en su mirada, que no puede ocultar en su rostro toda la ruina y cataclismo humano que forman parte del llamado progreso. Afirmo en mi libro que hoy, como ayer, la visión de Bonó, como la de Benjamín, perduran en un nuevo enfoque sobre el precariado social, en los desastres de la guerra y las hambrunas. Vivimos en un cibermundo transido, entre la realidad y la virtualidad ¿Tendrá la pandemia de la COVID-19 rostro de ángelus Novus?
(JM): Efectivamente, hay un parecido entre ambas perspectivas cuestionadoras de la filosofía de progreso. En el fondo lo que ellos critican es una cierta filosofía de la historia, pues la euforia o dogma de progreso es tal que ni el pasado ni el presente importan, sino exclusivamente el futuro idealizado, cual creencia divina. ¿De cuál filosofía histórica hablamos? De aquella que convence a los fieles creyentes del progresismo, de que la historia avanza indefectiblemente del pasado al presente y del presente al futuro, de modo siempre lineal, siendo posible anticiparse a lo que ocurrirá. Y en este caso lo que iba a ocurrir en toda la humanidad era que, con base en la tecnociencia y el industrialismo, todos los países alcanzarían niveles de progreso tales, que se aseguraría la felicidad general. Pero para ello los pueblos atrasados e inferiores, como el nuestro, debían seguir con fidelidad la ruta trazada ya por las sociedades más desarrolladas. Con esta concepción filosófica, la historia deviene en una especie de ciencia que estudia las leyes por las que atraviesan todas las sociedades, esas leyes gobiernan la historia y permiten hacer predicciones. Es parte de la suposición de que las sociedades nacen, crecen y se desarrollan siguiendo la lógica que va de lo inferior a lo superior, del pasado y el presente al futuro. Y aquí la clave es la convicción de que resulta legítimo y moralmente válido, sacrificar lo inferior (país subdesarrollado como República Dominicana, raza inferior como la judía o clase pobre como el proletariado), pero también lo presente y actual, en aras de un porvenir que está asegurado de antemano como estadio de mayor bienestar social, político, económico y espiritual. Ni en Benjamin ni en Bonó el avance de la historia está racionalmente explicado y legitimado o predeterminado, puesto que no se rige conforme a leyes, por consiguiente, es necesario y un deber ético para todo pensador crítico evaluar la historia con todo el drama humano que lleva aparejado. Según esta visión, lo histórico deviene un estudio muy complejo, donde el azar, el sufrimiento y las pasiones de los sujetos (con sus virtudes y sus defectos) tienen cabida. El dogma de progreso convierte la historia en un remolino potente y gigante que todo lo engulle y somete a su lógica determinista. Benjamin meditaba filosóficamente sobre lo ocurrido en Europa en la segunda Guerra Mundial, desde su condición de judío que tiene que huir de los nazis y antes que lo torturen y asesinen prefiere suicidarse. Bonó, lejos de Europa, situado en uno de los eslabones más débiles del “Sistema-mundo” capitalista, contemplaba el paso aterrador del remolino satánico o capitalismo monopólico, con su retahíla de muertes, ruinas, despojos, dejada a su paso. Aquí, en Santo Domingo, tenido como asiento de bárbaros, lejos de su punto de origen, el capital actuaba a sus anchas, sin limitaciones jurídicas ni morales. Así pues, nuestros autores viven en épocas y contextos diferentes, pero denuncian las barbaridades o excesos que, un credo utópico como la ideología de progreso puede impulsar y justificar, cuando se apodera de la conciencia de las personas en un tiempo tan convulso como los siglos XIX y XX. Para Bonó era una doctrina tan poderosa que encandilaba el espíritu humano y lo transformaba, pues contenía ideas y aspiraciones que “nos suben a un quinto cielo”. Refiere cómo el brillo del ferrocarril, del alumbrado eléctrico recién estrenado en algunas ciudades, convencía a la clase dominante de que todo andaba bien en el país, por lo que “entonaban el himno del progreso”. Sin embargo, todo eso era “puro espejismo”, ya que el “fantasma del progreso” no permite visualizar la realidad verdadera: las ruinas, los escombros, la explotación y la muerte que conllevaba. En medio de todo esto Bonó captó, aparte de lo anterior, que una nueva modalidad de colonialismo se enseñoreaba del país, que no era ya el colonialismo español, sino el capital en forma de monopolio procedente de Europa y luego de Estados Unidos. Para Juan Isidro Jimenes Grullón este fue uno de los hallazgos excepcionales de Bonó.
(AM): Dentro de los resabios o taras enlistados por Bonó, como parte de la herencia cultural española recibida por el pueblo dominicano, además del paternalismo, figura la pereza para las tareas propias del pensar. Este pensador, considerado por ti como el iniciador del proceso de la “emancipación mental del dominicano”, tiene el pensar como “uno de los principales atributos de ser libre”, lo cual invita a la autonomía del sujeto, a levantarse por sus propios pies, no ser muletilla de nadie, tal como Kant lo abordaba en el libro ¿Qué es la Ilustración? De ahí, que digas que: “Esta pereza para las tareas del pensar remite directamente a Immanuel Kant, quien exhorta a salir de la minoría de edad a través del ejercicio de un pensamiento propio” (pp218-2019).
Aunque para Bonó, esto implicaba adecuar esa capacidad de pensar en el contexto de la cultura dominicana, de pensar sus problemas y buscarles soluciones, no a la manera de Kant, que partía del sujeto general, no a su especificidad social ¿Esas ideas de la Ilustración ejercieron influencias en Bonó, a la hora de abordar la dominicanidad?
(JM): Dentro del listado de obras que tuvo Bonó en su biblioteca personal, no figuran de Immanuel Kant, pero sí de un gran estudioso del filósofo alemán, de origen francés. Me refiero a Víctor Cousin, quien escribió una extensa Historia de la Filosofía en cinco tomos. En el último volumen figura un importante estudio dedicado a Pascal y a Kant (1853). Si Bonó no leyó a Kant en sus fuentes propias, lo pudo hacer por esta vía. Entre los libros adquiridos por Bonó sí estaba la Enciclopedia; también los trabajos clásicos de Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Víctor Hugo, Adams Smith, entre otros. En sus escritos están presentes las categorías principales de los ilustrados franceses. Se puede apreciar en Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas (1881) y en República Dominicana y República Haitiana, pero especialmente en Opiniones de un dominicano. En este último ensayo Bonó hace galas de su vocación como “pensador independiente”, como se denominaba. En cuanto a la dominicanidad y el interés de Bonó por estudiarla, notamos la influencia de “el uso teórico de la razón” kantiano, cuya función es tratar de conocer cómo son las cosas realmente. Pero, por otra parte, puede asegurarse también que el pensador se esforzó en emplear la razón en la doble modalidad que aconseja Kant, que es el uso público y el uso privado. Esto puede demostrarse en dos sentidos. El primero tiene que ver con el interés manifestado por Bonó de que el dominicano dejara de ser un ente pasivo. De hecho, sostenía que la pasividad era una de las características principales del pueblo dominicano, comparándolo con un niño, que se conforma con lo que le dan. Resaltó, asimismo, la tendencia a copiar y a esperar que todo viniera del extranjero. Refirió la tendencia hacia lo que llamó “españolismo”, en vez de favorecer al “dominicanismo”, que implicaba “el estudio concienzudo del medio social que constituye la República o por decirlo mejor, la vida real en que se mueve y obra el pueblo dominicano”. Varios términos reflejan el profundo deseo de Bonó de conocer el tipo de sociedad en que nació, vivió y murió. De su creación fueron varias expresiones terminológicas peculiares como “privilegiomanía” o inclinación dominante de los políticos criollos a alzarse cada vez con más privilegios; “presupuestívoros”, para designar a los que recurrían al presupuesto como si les sirviera de alimento. Pero uno de los planteamientos más novedosos de Bonó radica en visualizar a la sociedad dominicana como “una nación mulata, blanca y negra”, fundamentalmente mulata, por la triple mezcla racial y cultural que la conforman. Para entonces el negro no era reconocido como un componente importante de nuestra cultura. Era ignorado y hasta rechazado. Es Bonó quien lo reconoce e incorpora, sin ambages. Y concluye con un planteamiento muy interesante: que el carácter híbrido del pueblo dominicano representa algo ventajoso, por las facilidades o condiciones que aporta para compartir con razas o culturas diferentes en cualquier parte del mundo. A esto denominó “cosmopolitismo” del dominicano. Así pues, lo que encerraba una cualidad negativa para los intelectuales hispanófilos de la élite, esto es, la presencia entre nosotros de la raza negra o nuestro hibridismo étnico y cultural, para Bonó, por el contrario, estaba revestido de un valor étnico y cultural positivo. Según él, la dominicanidad constituía “una enmarañada madeja” que habría de ser examinada con la antropología o “con las luces que nos suministran la filosofía, la historia y el conocimiento del hombre”. Bonó deviene, de este modo, en un autor de enorme importancia filosófica, histórica y antropológica. Finalmente, el uso de la razón por Bonó, en sentido kantiano, se advierte en algunos de sus planteamientos en Opiniones de un dominicano, donde invita a ejercitar el pensamiento crítico: “Declaro que disiento en todo y por todo de las apreciaciones generales que veo en la prensa nacional”. En el centro de sus preocupaciones estaba su objeción a un progreso que él no lograba visualizar. Para él había una realidad y había que indagarla con toda honestidad: “Debemos ver el fondo de las cosas y exponerlas tal como ellas son, sin ambages ni consideraciones”. Pero sabe que no tiene el monopolio de la verdad: “Tal vez me equivoque, pero puesto que pido a los demás que digan lo que piensan y opinan, voy a ensayar la libertad de mis opiniones…”. Tal fue Pedro Francisco Bonó, modelo de pensador ético-crítico que debiéramos conocer más en Latinoamérica y el Caribe, especialmente nuestro país.
(AM): Ese Bonó, que explica la cultura del dominicano en el marco de la pereza de pensar, del paternalismo y de que todo lo pide al extranjero, planteamientos que se encuentran en su texto “Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas” de 1881, es totalmente diferente al trabajo que él escribe en 1895, en el cual dice que el dominicano no es haragán , ni perezoso, como tampoco vicioso; por el contrario, que es audaz, trabajador, hospitalario e inteligente. Tal apreciación de Bonó se recoge en tu trabajo “Pedro Francisco Bonó. Emancipador mental y crítico de la sociedad dominicana de segunda mitad del siglo XIX” (2009), que forma parte del tomo I de la antología Filosofía Dominicana: pasado y presente, publicada por el Archivo General de la Nación y que compiló la filósofa Lusitania Martínez.
Si queremos situar adecuadamente el pensamiento de Bonó, habría que abordarlo en el contexto social de su época, y como todo sujeto que es múltiple y contradictorio, no se puede partir de una lectura lineal de sus textos, como tampoco de su vida social. Por otra parte, llama la atención que diversas personalidades le propusieran en reiteradas ocasiones que aceptara ser postulado al cargo de la Presidencia de la Republica, lo cual él rechazó una y otra vez. Tal negativa de Bonó se coloca en qué plano: ¿moralista? ¿ideológico?
(JM): Como bien señalas, todo autor debe ser ponderado en su contexto histórico-social, cultural, y Bonó no puede ser una excepción. También está el problema para llevar a cabo el abordaje de un pensador como éste. Varios autores dominicanos, entre ellos Raymundo González, Roberto Cassá y José Guerrero resaltan lo “incómodo” o difícil que resulta analizar el pensamiento de Bonó. Pero yo pienso que igual ocurre con todos aquellos pensadores que no obedecen a una sola línea interpretativa en su afán de hacer inteligible la realidad. En sus escritos no encontramos la sistematicidad que es característica en otros autores. Pongo como ejemplos a Bonó y José Martí. Ambos son asistemáticos, muy variados y, por serlo, se ven precisados a recurrir a varios ejes interpretativos, pero también a géneros literarios diversos para lograr atrapar la huidiza realidad que tienen ante sí. De ahí que cultiven el ensayo, el cuento, la novela, la poesía, la columna periodística. No encontraremos condensado su pensamiento en grandes tratados. El caso de Hostos, aunque parecido, es diferente, pues éste sí nos legó varios tratados. Adentrarse, pues, en el pensamiento de autores de la estirpe de Bonó o Martí es un tanto difícil. En efecto, no ha de extrañar encontrar en Bonó planteamientos disímiles hasta dentro de un mismo trabajo. Así, en el texto que tú refieres sobre las clases trabajadoras, Bonó vierte opiniones optimistas, pero también pesimistas acerca del dominicano. Porque según él eso es lo que se desprende cuando se efectúa un examen atento de la sociedad dominicana, a través de sus luchas y logros. Como tú destacas, él resalta varios rasgos positivos (pueblo valiente, emprendedor, trabajador, hospitalario), así como aspectos negativos (la pasividad, la desorganización, tendencia al despotismo). Para Bonó, un pueblo que tiene que donarse varias veces a otra nación, que es vendido, “debe haberse hallado y se halla sumamente desgraciado”. Todo esto aparece en el opúsculo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, donde se cuestiona si acaso la sociedad dominicana no fue organizada, desde la colonización misma, el despotismo y la corrupción. Por supuesto, Bonó no quiere que la historia lo juzgue de mal modo o, como tú señalas, se lo interprete fuera del contexto en que vive y piensa, por lo cual hace una importante aclaración en dicho escrito: “Quizás se piense que lo que digo es de un pesimismo desconsolador, sin mañana, pero ábrase nuestra historia (…) o mejor los hechos notorios, evidentes, históricos”. Ya entrado en la vejez, en su principal escrito: Congreso extraparlaentario. Diario de los debates (1895), habla de que somos “un pueblo tan valiente, pero al mismo tiempo tan niño”, un pueblo que “tomado colectivamente es casi inútil”; pero que si se toma individuo por individuo “es de lo mejor que hay en el mundo”. Y en tal sentido presenta ocho “prendas relevantísimas”: “es bravo, audaz, es bondadoso, hospitalario, sencillo, trabajador, inteligente, emprendedor”. Puede notarse, reitero, la complejidad de su pensamiento. Él diría, de poder hablarnos hoy, que la que es sumamente compleja es la sociedad dominicana. Y aquí deberíamos rememorar la famosa quintanilla escrita a inicios de siglo XIX por Juan Vásquez: “Ayer español nací, a la tarde fui francés, a la noche etíope fui, hoy dicen que soy inglés, no sé qué será de mí”. Algo de eso pesaba en Bonó. Por esto la negativa de Bonó a ser candidato presidencial: Nada le aseguraba que podía tener éxito un gobierno nacional presidido por un pensador como él, donde había tantos generales al acecho de cualquiera ocasión para levantarse y darle un golpe de Estado. Eso lo vivió en 1875, cuando, a los seis meses de haber sido elegido su gran amigo José Ulises Espaillat, una asonada militar lo depuso del cargo. Allí murió una utopía, como ha dicho la historiadora dominicana Mu-Kien Adriana Sang. Más que ideológicas o moralistas, las causas de su postura renuente a la nominación presidencial eran vocacionales. Esto resulta claro en sus palabras a Gregorio Luperón: “En primer lugar, no amo el Poder, y el Poder para ser bien ejercido es preciso amarlo”. Luperón hace referencia a la “invencible antipatía contra el poder” que tenía Bonó. En realidad, su vocación era de tipo intelectual. De ahí que afirmara: “Tengo claro juicio, no lo niego, pero es en la forma filosófica”. Opinaba que desde San Francisco de Macorís podía ejercitar de manera óptima su capacidad de pensar y proponer soluciones a los problemas que observaba y examinaba. Consideraba esto como su mejor contribución al país. Para él era algo más valioso que lo que podía aportar siendo presidente de la República. Sin dejar de mencionar otra de las razones que expuso como argumento en más de una ocasión. Se trata de la dispepsia, enfermedad gástrica que le afectó desde la adultez temprana y que menciona en múltiples ocasiones.