A modo de ejemplo, uno de los efectos colaterales más importantes de la inteligencia artificial es que está transformando la idea que hasta ahora teníamos de inteligencia, y, por extensión, la idea heredada de pensar, tomar una decisión, comportamiento racional, etc. Análogamente, la pregunta más excitante en torno a las máquinas inteligentes ya no es si llegarán a tener sentimientos, sino si sus sentimientos serán como los nuestros o tendrán sentimientos que no hemos siquiera imaginado, y si podremos entenderlos y compartirlos con ellas.

(A.M): En el libro Positivismo y darwinismo (2005, p.10), existe toda una explicación interesante sobre el positivismo, en cuanto actitud cognitiva fiel a los hechos, independiente del sujeto, de lo psicológico y la que tu vas definiendo de acuerdo a Comte, como “un requisito metodológico que propugna partir de lo dado, de los hechos positivos, para evitar las especulaciones arbitrarias e inútiles en la que se entretiene la metafísica “.  Lo que significa que “positivo equivale a útil, pues sería útil en varios aspectos la actitud cognitiva que se atiene a los hechos”, lo cual constituye una “característica esencial de la ciencia moderna, hasta el punto de que el espíritu positivo o útil por excelencia al conocimiento es el espíritu científico”. No obstante tu precisas que no todos los positivistas son comteanos, aunque si todos los comteanos son positivistas. Se da por sentado que “el positivismo es parte del espíritu de una época que confía más en el análisis racional de hechos que en los grandes vuelos especulativos de la metafísica”(ibi.,33).  ¿Algunas de las miradas filosóficas en la que te involucras, coloca reconocimiento importante al mundo tecnocientífico de estos tiempos? ¿Continuidad y ruptura del positivismo en estos tiempos?

Libro de Julián Pacho

(J.P): En primer lugar, una de las aportaciones históricas más significativas del positivismo, entendido en el sentido más amplio, no en la versión genuinamente comteana, es haber introducido la actitud teórica y programática según la cual es mejor conocer poco, pero bien justificado, que mucho, pero no bien justificado. En realidad, esta es una idea kantiana: definir los límites de lo que podemos conocer de forma bien justificada aunque lo que nos quepa dentro de esos límites no sea precisamente todo aquello que desearíamos conocer. Pese a que pueda parecer extraño, dada la fecundidad cognitiva de la ciencia actual y su enorme repercusión socio-cultural, esa humilde idea programática del positivismo forma parte de la ciencia contemporánea. Lo que distancia la conciencia cultural actual del programa positivista, sobre todo en la versión comteana, es la pérdida del optimismo, que el positivismo hereda de la Ilustración, consistente en suponer que el progreso científico alcanzable mediante una metodología rigurosa contribuiría necesariamente a un progreso civilizatorio, a una mayor justicia y felicidad sociales. No ha decaído la bondad del proyecto, pero sí el optimismo sobres sus logros. Por simplificar, las dos guerras mundiales mostraron a la conciencia del S. XX que la barbarie humana es compatible con el conocimiento científico más sofisticado. Ahora bien, de ahí no se sigue, como a veces se sugiere, que la prevalencia del conocimiento científico embotara la conciencia moral ni, mucho menos, que la barbarie fuera causada por el progreso científico. Ocurrió a pesar de la ciencia, no gracias a ella. Pero es evidente que las dos guerras mundiales o, últimamente, el estúpido e irresponsable deterioro del entorno natural que ahora percibimos alarmados en los masivos efectos del cambio climático, no favorecen en la conciencia social el optimismo frente al progreso tecnocientífico. Quede para otra ocasión la pregunta de si esto no ha ocurrido por darle al conocimiento científico demasiada o por darle demasiada poca importancia, por ser demasiado permisivos con la ciencia o demasiado permisivos con mala ciencia.

(A.M): Siguiendo esta misma línea del texto, el positivismo no tiene su fortaleza en la explicación del mundo, más bien es “un programa de cómo hacerlo” y en la que “ el darwinismo es una explicación del mundo hecha con ciertos trazos del programa positivista”. En la filosofía positivista “es el conocimiento que evoluciona hacia ciencias como la biología evolutiva, y su evolución es progreso de la razón humana, de la cultura; en el evolucionismo biológico son las especies las que evolucionan, pero su evolución, sí es en algún dudoso sentido progreso, no es progreso de razón alguna”(ibid.,37) . Este programa darwinista, entra una concepción de “innovación” muy interesante que se deja entrever en el texto, y que va en sentido de mi discurso cibernético e innovador  y que coinciden con lo que plantea desde la filosofía de la innovación Javier Echeverría. El enfoque tuyo de lo innovador, en el que Darwin, va más allá de la modificación de todas creencias “heredadas acerca de un rasgo del mundo, concerniente en este caso a la existencia de especies diversas, su historia y su relación mutuas” y que “no solo innova ampliando o alterando esas creencias. También Innova modificando nudos de significación  en torno a los que se organizan ancestrales forma de pensar. La innovación gravita aquí en torno a la noción de diseño, que sin duda  ocupa un lugar muy destacado en la esquematización mental que los humanos hacemos del mundo” (ibid., p.78). ¿Desde lo filosófico,  la relación entre innovación y diseño? ¿La innovación implica la modificación o invención de concepto, en la cual entra el programa darwinista?

(J.P): En el ámbito de la cultura humana la innovación va siempre precedida de diseño. En la evolución natural, tal como el evolucionismo darwinista la explica, ocurre, forzando algo las cosas, al contrario: el diseño es el resultado de la innovación. Esto se debe a que, como dice Darwin, puede y debe explicarse el hecho de la evolución natural sin la necesidad de presuponer leyes preconcebidas, es decir, sin “diseño” previo y por lo tanto sin “designo”. Sin intelligent design. El diseño emerge sin designio. Hay que aclarar que, cuando se habla de diseño en contextos bioevolutivos, ese término es una metáfora: diseño significa aquí regularidad, orden, rasgos hereditarios que determinan los procesos de especiación y, por tanto, de diferenciación de géneros naturales estables para nuestra ventana cognitiva. Lo que nos permite diferenciar un género natural de otro, p. ej. tigres de leones, es la existencia de rasgos específicos que se repiten en sus descendientes. La naturaleza no juega a los dados ni en el mundo físico ni en el biológico, aunque los procesos evolutivos se aceleren en el biológico. Es decir, la naturaleza sigue patrones, reglas, pautas cuyo resultado es un mundo ordenado, por ejemplo en especies, lo cual nos permite hacer tipificaciones no arbitrarias en clases y subclases de objetos no creados por nuestro diseño pero que obedecen a un diseño inmanente: vertebrado, mamífero, felino, tigre. En un cierto sentido, en la naturaleza hay más orden y estructura (diseño, si se quiere) que en la cultura. ¿Por qué? Precisamente porque la innovación natural no es fruto de la deliberación, el designio y el diseño, mientras que sí lo es en la evolución cultural; mejor: la cultura es diseño e innovación, pero los humanos somos más permisivos con los errores o las innovaciones disfuncionales que la naturaleza. Dicho trivialmente: el diseño que en la naturaleza fuera disfuncional para la supervivencia no tiene descendencia. El simio que al saltar de rama en rama se equivocara sistemáticamente por un déficit en el diseño de su sistema sensorial no forma parte de nuestros ancestros. Pero, repito, este diseño que emerge en la naturaleza no presupone designio. Y como ya constató David Hume, es una idea natural no justificada identificar el diseño con el designio. Darwin nos dice implícitamente que el mundo es ciertamente un complejísimo reloj, pero que para explicar su asombroso diseño biológico no es necesario presuponer el designio de un relojero inteligente.

Auguste Comte

Ahora bien, al hablar de innovación cultural solemos pensar inercialmente en las innovaciones tecnológicas y olvidamos que éstas van siempre precedidas no sólo de un diseño ad hoc, sino de innovaciones conceptuales que las causan. Además, no todas ni tal vez las más importantes innovaciones conceptuales van orientadas a la innovación tecnológica. Y, por cierto, como has sugerido, la teoría de Darwin, en cierto sentido una teoría humilde, pues sólo pretende explicar el hecho ya conocido antes de Darwin de que las especies evolucionan, constituye una de las innovaciones conceptuales más radicales de la historia humana. Explicar un aspecto tan sustancial del mundo como es la existencia de especies, y por lo tanto también la de la especie humana, sin necesidad de recurrir a leyes preconcebidas, a diseño inteligente preexistente, había de modificar necesariamente nuestra manera de percibir el mundo natural y, a fortiori, a nosotros mismos. Por eso dice irónicamente Daniel Dennett en La peligrosa idea de Darwin que el darwinismo actúa conceptualmente como un “ácido universal”, pues corroe todas las ideas heredadas que entran en contacto con ella. Quiere decir que obliga a revisar parte de nuestros supuestos conceptuales más básicos. Y esto, la revisión permanente de las ideas heredadas más queridas, es uno de los rasgos más característicos de la innovación en que consiste la cultura contemporánea. La innovación tecnológica es sólo un efecto colateral. No obstante, es evidente que la acelerada, masiva y radical innovación tecnológica de la sociedad actual tiene también efecto colaterales fuertemente disruptivos sobre nuestros hábitos conceptuales más ancestrales. A modo de ejemplo, uno de los efectos colaterales más importantes de la inteligencia artificial es que está transformando la idea que hasta ahora teníamos de inteligencia, y, por extensión, la idea heredada de pensar, tomar una decisión, comportamiento racional, etc. Análogamente, la pregunta más excitante en torno a las máquinas inteligentes ya no es si llegarán a tener sentimientos, sino si sus sentimientos serán como los nuestros o tendrán sentimientos que no hemos siquiera imaginado, y si podremos entenderlos y compartirlos con ellas. Mientras tanto, en el Titanic de la cultura sedicente humanista la orquesta sigue tocando sus viejas canciones.

A.M): Sus reflexiones sobre “Imágenes mundo y el mundo de los lenguajes. En tornos a racionalismo, arte y cultura” (2009) explican cómo el lenguaje ha dejado en la filosofía contemporánea de la ciencia su impronta, lo que va por la misma línea del filósofo de Richard Rorty en cuanto a que los problemas filosóficos también son problemas del lenguaje y que ha dado como descubrimiento y compresión que “todo hecho (de la experiencia) está cargado de teoría” y la cual es aportada por el lenguaje con el que procesamos mentalmente la experiencia (p.127). ¿Dónde situar al sujeto en cuanto cargado de pasión, intereses y atravesado por la lengua–cultura– sociedad?

(J.P): Probablemente –y digo probablemente porque me voy a referir a algo que no es demostrable empíricamente– la llamada razón práctica, es decir, los intereses personales, los sentimientos y pasiones vayan siempre por delante de la razón teórica. Como la lechuza hegeliana, la razón teórica emprende el vuelo siempre al atardecer, es decir, post hoc y a conveniencia. Es probable que adoptemos a la postre siempre como más razonable aquello que es más acorde con nuestros intereses, conscientes o no. El cerebro humano se diferencia de otros por estar evolutivamente especializado para racionalizar (i.e. justificar con argumentos) cualquier cosa que nos interese racionalizar, sean normas, acciones o decisiones. Esto es evidente en la discusión política, en el poco esfuerzo que un político requiere para racionalizar cualquier estupidez. Y por eso no hemos necesitado más esfuerzo para racionalizar ideas nefastas como el racismo, el esclavismo o la inferioridad de la mujer que para racionalizar ideas nobles como la tolerancia o la solidaridad. Es extraño y lamentable, pero no nos ha sido más fácil justificar lo mejor que lo más abyecto. En esto el lenguaje es el medio, el instrumento necesario. Y por ello el uso del lenguaje nunca es inocente, ya se trate de expresar teorías o sentimientos; mucho más cuando los justificamos.

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