(A.M.): En el libro de marras (Ídem), expreso que los momentos más esplendorosos en cultura, literatura y filosofía se dio en la Grecia antigua, bajo los treinta años de régimen democrático de Pericles, que comprendió desde 461 hasta su muerte en el 429 a.C., cuando muere víctima de la peste que mermó a más de la mitad de la población ateniense. Mucho antes de esa peste, ya lo ateniense estaban sintiendo la peste filosófica, pues Protágoras, Anaxágoras y Sócrates, que a ojos de muchos ciudadanos estaban socavando las costumbres, leyes, mitos y religión de Atenas. Por lo que, había que exterminarles; por cierto, el primero se ahogó cuando iba huyendo a Sicilia, el segundo pudo huir con la ayuda de Pericles e irse a vivir a Jonia, su lugar de origen, y el tercero fue condenado a tomar la cicuta. Parece evidente que la democracia de Pericles tenía sus límites.
(J.A.): En efecto: la época de Pericles es apasionante porque se trata, tal como afirmas, de uno de los momentos más brillantes de la historia de la humanidad. Pero evidentemente, el sistema político y particularmente la democracia ateniense tenían sus límites y sus problemas. En todo caso, la democracia ateniense sobrevivió casi un siglo a Pericles. Fue un siglo de notable estabilidad que vio florecer a Platón y Aristóteles, nada menos. El imperio macedónico construido por Filipo y su hijo Alejandro puso fin a todo ello en el año 323. Es curioso que en el periodo de pocos meses, junto a la caída del sistema de la polis, fallezcan Alejandro, Aristóteles, Demóstenes y Diógenes de Sinope, como si la historia estuviese señalando el final de un glorioso periodo.
(A.M.): En el ensayo que escribiste sobre “Panhelismo y cosmopolitismo en el pensamiento griego antiguo” (2008) explicas que los sofistas (Protágoras, Gorgias…), que estaban diseminados por todo el mundo griego, coinciden en la Atenas de Pericles y que su irrupción trae consigo una clara ruptura con los valores tradicionales, y que por encima del interés de la comunidad se impone el del individuo: ”Hemos visto que desde la sofística se había defendido con fuerza la autonomía del hombre frente a los dioses y la polis.” Ante esa visión filosófica de los sofistas, una parte de los ciudadanos atenienses reaccionan con “la quema pública de libros de Protágoras” y con el rechazo frontal “al relativismo y la irreligiosidad mostrada por la ilustración ateniense” (p. 25). De acuerdo con el filósofo Bertrand Russell (1995), en esa época los ciudadanos de la Atenas llegaron a mostrar “cierta hostilidad a quienes intentaron un nivel más elevado de cultura que el que estaban acostumbrado”, y de ahí que se estableció una ley que permitía denunciar de cualquier persona que no practicara la religión: “Bajo esta ley persiguieron a Anaxágoras, que fue acusado de enseñar que el Sol era una piedra al rojo vivo, y que la Luna era tierra” (p. 101). La visión cosmopolita de los sofistas, su relativismo y su estilo de vida autónomo, fueron un desafío a los dioses y las normas tradicionales de Atenas. Estos filósofos cobraban por enseñar a los poderosos y, sin embargo, no pudieron ser protegidos por esos poderosos ¿Sócrates, aun separándose del discurso de los sofistas con su defensa de una moral objetiva universal, tampoco logró salvarse de la crítica de los ciudadanos atenienses?
(J.A.): En efecto, casos como el del juicio contra Anaxágoras o la quema pública de libros del sofista Protágoras se entienden en el contexto de una época de profunda desazón por la guerra del Peloponeso y sus terribles consecuencias. Es como si la ilustración ateniense de la época de Pericles fuera la responsable de todos los males de la ciudad. El caso de Sócrates es distinto. ¿Por qué alguien que no escribió nada ha adquirido tal importancia en la historia del pensamiento? ¿Por qué Sócrates fue condenado por un régimen democrático y garantista? Sin duda, la respuesta está en la actitud de Sócrates frente a la democracia y frente a sus conciudadanos. Sabemos que la postura de Sócrates ante los valores morales y la ley de la ciudad enlaza con un pensamiento tradicional representado en el pasado por Solón, Esquilo, Sófocles o Herodoto; es decir, Sócrates cree firmemente que se trata de valores inmutables. La novedad en Sócrates reside en que el establecimiento de la inmutabilidad de esos valores ya no se apoya en la tradición, sino en la razón. Al igual que los sofistas, Sócrates parte de la confianza en el poder de la razón y en la posibilidad de que ella pueda ser aplicada en beneficio del individuo y de la sociedad. Pero mientras que los sofistas usan el poder de la razón para socavar los valores tradicionales tras someterlos a una crítica relativizadora, Sócrates se esfuerza por objetivarlos y convertirlos en valores universalmente válidos. Además, en Sócrates esos valores ya no funcionan como referencias externas al ciudadano –referencias que, por otro lado, podían variar de una polis a otra y de una clase social a otra-, sino que quedan interiorizados en el individuo en forma del famoso daimon o voz interior. De todo lo dicho podría colegirse a primera vista que la postura de Sócrates se integra perfectamente en el sentir de los ciudadanos atenienses, que en su inmensa mayoría asumían la validez de los valores tradicionales, al menos en lo que respecta a las cuestiones religiosas y a la ley. Y sin embargo, esto no es correcto. En primer lugar, para una religión como la griega, fuertemente instalada en el elemento ritual y, por consiguiente, externo, la interiorización de la moral en forma de daimon era un elemento extraño difícilmente asumible por el ciudadano medio. Allí se encuentra el primer nivel de conflicto entre Sócrates y la ciudad. El segundo nivel de conflicto proviene del hecho de que la racionalización de los valores aplicada al ámbito de la política chocaba de lleno con la esencia de las instituciones democráticas, instituciones igualitarias de las que podía formar parte cualquier ciudadano ateniense sin necesidad de ningún tipo de destreza ni saber especial. La postura de Sócrates en este punto era profundamente antidemocrática. A ello se sumaba su permanente crítica a la ignorancia de sus conciudadanos, él, Sócrates, que aun admitiendo no saber nada, era sin embargo el hombre más sabio de la ciudad. El proceso contra Sócrates, incoado en 399 bajo la acusación de impiedad y corrupción de la juventud no tenía como objetivo la muerte, pero su arrogante actitud ante el tribunal le supuso la condena. Una vez en la cárcel pudo haber huido, o cambiar la muerte por el destierro, pero para él el problema no era la muerte. Sócrates respetaba la ley por encima de todo, y la ley de Atenas le condenaba a morir. Huir habría supuesto traicionar todo aquello por lo que había luchado durante toda su vida. Podía estar en desacuerdo con las leyes de la ciudad; podía querer cambiarla; pero lo que no podía hacer es desobedecerlas. En esa entrega sin concesiones a sus ideas y convicciones reside el enorme atractivo de la figura de Sócrates.
(A.M.): Desde hace más de dos décadas vengo trabajando el concepto cibernético desde una perspectiva filosófica. Los filósofos, desde los presocráticos hasta Platón, han tenido una concepción de dicho término, registrada en muchos de sus textos. Hoy, dicho concepto lo vengo trabajando un poco más allá de la visión filosófica heideggeriana, a la luz de nuestros tiempos caracterizados por los cibernéticos e innovación tecnológica digital, por entretejimiento de la información y conocimiento, y no solo la relación del gobierno y dominio de otros, sino como cuidado de si (Foucault). En estos tiempos, los cibernéticos entran en el ámbito del ciberespacio y el cibermundo, este último concepto lo he trabajado en uno de mis libros: “la era del cibermundo” y lo he venido trabajando más allá de la descripción y de la concepción de la velocidad aborda por el Filósofo Paul Virilo, y del esquema de todo pantalla que el filósofo Liposvesky plantea. Como investigador de la filosofía de la Grecia antigua y conocedor de su cultura- lengua- sociedad. ¿Qué lectura le das a los textos que hacen referencia la concepción de lo cibernético? ¿Algunas referencias específicas, obras o fragmentos filosóficos antiguos, que enfatizan dicha conceptualización?
(J.A.): El sentido original del adjetivo kybernetikós-é-ón es el de "relativo al pilotaje", "arte del timonel", y tiene la misma raíz que kybernáõ, "gobernar". Se trata de una metáfora de uso político y también teológico muy habitual en Platón, autor que mencionas, y también en Heráclito, cuyo uso es particularmente interesante. Resulta curioso, aunque en absoluto extraño, que nuestro término “cibernética” conserve esa raíz.
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