Francisco Javier Caballero Harriet, es catedrático de Filosofía del Derecho, Filosofía Moral y Filosofía Política de la Universidad del País Vasco. Tiene un doctorado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha recibido varios reconocimientos:
– Doctor Honoris Causa por las Universidades Autónoma de Santo Domingo (República Dominicana) y Aconcagua (Chile).
-Profesor Honorífico de la Universidad San Antonio Abad del Cusco.
-Profesor Honorífico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
-Ciudadano Distinguido de la Región del Cusco (Perú).
-Ciudadano distinguido de la región de Rio Grande del Norte (Brasil).
Fue fundador del Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati y de la Red Latinoamericana de Másteres y Doctorados de la Universidad del País Vasco en Latinoamérica.
Ha publicado artículos y libros en los ámbitos de la Filosofía, la Sociología, la Política y el Derecho.
Su más reciente obra Algunas claves para otra Mundialización ha tenido un gran impacto en los ámbitos intelectuales
Igualmente, trabajos como Naturaleza y Derecho en Jean Jacques Rousseau y Apuntes para la Sociedad, el Derecho y el Estado de la Posmodernidad, en su momento, supusieron aportaciones de gran interés académico.
-Ha sido profesor invitado por más de una década en la Universidad de París XII y dictado conferencias y cursos en Europa y la casi totalidad de los Países de Latinoamérica.
En la actualidad enseña en los másteres “Sociedad Democrática, Estado y Derecho” y “Filosofía en un Mundo Global” que se imparten en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en el marco de un Convenio Internacional entre esta Universidad u la Universidad del País Vasco.
Como nota curiosa, en su juventud fue deportista destacado: medallista olímpico (medalla de plata) en la Olimpiada de México-68
Andrés Merejo (AM): Si los tiempos en los que el sujeto había dejado de ser un fin en sí mismo, situándonos en estos tiempos de globalización acelerada, cibernética y virtual, en el que la pandemia ha cambiado todo el estilo de vida que vivíamos antes. ¿Volveríamos a vivir la normalidad en los tiempos anteriores a la pandemia? ¿Habrá normalidad pospandémica?
Francisco Javier Caballero Harriet (FJCH): Depende de lo que entendamos por “normalidad”. Los tiempos que vivíamos con anterioridad a la irrupción de la COVID-19, ¿eran tiempos normales? Creo que le respuesta es NO. La normalidad es el estado en el que, por excelencia, rige la norma. Y la norma esencial para la vida no es otra que la del equilibrio entre el sujeto y el medio que le rodea. Y, ese equilibrio, (si en algún momento existió), hace mucho tiempo que lo hemos perdido.
Ahora, si las preguntas tienen que ver con que si volveremos a vivir con los estándares de vida (cada cual con el suyo) anteriores a la pandemia del coronavirus, la respuesta es: TAMPOCO.
Desde los primeros años de la década de los setenta, con la irrupción de la globalización neoliberal como última fase (hasta el momento) del capitalismo, los sueños de libertad, igualdad, emancipación pasaron a mejor vida y dieron paso a una realidad con una cada vez más creciente idolatría de la seguridad, del crecimiento imparable y exponencial de las desigualdades y a la individualización e infantilización galopante del ser humano. En tanto, éramos testigos pasivos de esa transformación, llegó la pandemia de la COVID-19. Y en el epicentro de la misma, cuando el personal sanitario luchaba denodadamente por salvar vidas, los centros sanitarios resultaban insuficientes para recibir la avalancha incontrolada de enfermos que demandaban ayuda…, una única pregunta resultó ser el lugar común de la ciudadanía a nivel de la sociedad occidental: “Cuando pase la pandemia, ¿volveremos a la normalidad?” De repente, como si se tratara de una afección de amnesia colectiva, estábamos añorando los tiempos, llamándolos “normales”, en los que el sujeto había claudicado y dejado se ser un fin en sí mismo pasando a ser un medio al servicio del Mercado. De todas formas, ya no volveremos a vivir los tiempos pre-pandémicos que consideramos “normales”. Las consecuencias de la pandemia que, en principio parecieran tener sobre todo efectos sobre la salud de la población, trascienden el ámbito de lo sanitario y permean todas las áreas de la vida: la económica, la política, la social y… la axiológica. Y esos efectos son devastadores para la humanidad, pero magníficos para una globalización neoliberal vencedora que se presenta como la versión material y real de la “naturaleza de las cosas”.
Desde mi perspectiva sostengo que, esa “normalidad” añorada como “aspiración ideal” en la ataráxica y crónica resignación, en la que nos ha sumido el sistema, no será. La pandemia va a suponer una profundización más radical si cabe en esa globalización neoliberal que como ideología y cosmovisión, concentra obscenamente el poder político y económico, idolatra la seguridad, radicaliza la desigualdad y, frente a los sueños utópicos, nos hace sentir en nuestras propias carnes, la frustración de la impotencia.
(AM): En el ensayo que escribió, titulado “Democracia, Derecho y Globalización en tiempos de COVID-19” y que apareció en el Boletín Pensamiento Jurídico N°17 de 2021, usted dice que en el mundo, nos han hecho, una y otra vez, creer en la esperanza de que este podría cambiar y lo que de bueno hay en el ser humano, se pondrá. “Pero una, otra vez y …, siempre, los instintos más perversos del ser humano, sobre los que se asienta el deseo desordenado de poder y la ambición desatada de gloria, han prevalecido. La conducta egoísta del individuo ha acabado marcando el rumbo de las sociedades porque los ganadores de manera más o menos incivilizada/civilizada, han impuesto su ley sobre los derrotados” (pp7-8).
Estas ideas se mueven ante la historia de las guerras mundiales, como el caso del siglo XX, con la Primera y Segunda, y ante el racismo como el de expresidente Donald Trump y en relación con el acontecimiento en el que se coloca el coronavirus.
¿Lo transido pervive en el ser humano y es parte de su condición?
(FJCH): Las promesas, de forma expresa o tácita, siempre han estado en el origen de los cambios. Desde la promesa bíblica de la “Tierra Prometida” hasta nuestros días, el género humano se ha dejado seducir por el atractivo que supone alcanzar lo desconocido pintado con los colores de lo maravilloso. Sin necesidad de hacer un listado de las promesas (que luego resultaron incumplidas) baste recordar la última de ellas de la que seguimos sufriendo sus consecuencias. Tras la descomposición del modelo feudal con la promesa de la libertad como signo de identidad, llegó el sistema capitalista. Quinientos años después podemos acreditar que, lo que se proclamó como libertad no era tal sino la exacerbación del egoísmo, del narcisismo, de las pasiones humanas más perversas. Esa falsa promesa que hizo posible el sistema capitalista sigue manteniendo el sistema y, a estas alturas del camino, a pesar de que nos hemos dado cuenta del fraude, resulta difícil dar marcha atrás. La pandemia del coronavirus, por su magnitud, su virulencia y el terror implícito que ella acarrea ha podido alumbrar la esperanza de una nueva parusía, de un mundo mejor. Pero, a pesar de los “esperanzadores” signos de bondad humana que han podido, esporádicamente, observarse, para un cambio de rumbo…, falta la promesa falaz o cierta. Esa promesa capaz de reorientar el curso de la humanidad. La COVID-19, por si sola, no va a cambiar el mundo, por el contrario, va a seguir apuntalando el sistema capitalista en su dramática versión neoliberal. Un detalle solamente ¿Cabe un mejor ejemplo del egoísmo y la insolidaridad que el obsceno e inhumano reparto de las vacunas a nivel planetario?
(AM): Esta guerra contra el coronavirus va para dos años y como bien apunta usted, en esta “no tenemos un sujeto humano poderoso contra quién luchar, ni un personaje monstruoso a quién derrotar, ni tan siquiera la cara de cemento armado y la conciencia laxa de unos confabuladores”.
En la historia de las guerras (ídem) “lo irracional vence a lo racional” en cambio, “en la guerra de la COVID – 19, el instinto animal de supervivencia no ha anulado la razón (solo ha convivido con ella)”.
En esta lucha en confinamiento, no necesariamente ha llevado a la reflexión, por el contrario, a ha conducido a la desesperación ante el descalabro económico y social. De ahí, las altas y bajas de los países del mundo en la lucha contra el coronavirus. Además, como bien expresa, al decir que pensar esto no es tarea fácil y se requiere mucho entrenamiento y disciplina, lo cual el ser humanos en estos tiempos no quiere esforzarse andar ese camino.
De ahí, que digas que (…) “durante el tiempo que está durando esta contienda hemos tenido ocasión para pensar, para introyectarnos en nuestro mundo interior y, además, cosa inhabitual en estos tiempos, en silencio. Cosa diferente es que lo hayamos conseguido” (ídem).
¿Pensar es obra de una minoría? ¿La visión de la Ilustración del siglo XVIII, de que todo el mundo sea pensador, es un mito? ¿El hecho de ser buenos ciudadanos no significa buscar forma de pensar, esto requiere paciencia y disciplina?
(FJCH): Todos los idiomas (incluso los menos evolucionados), son lo suficientemente ricos en vocablos para describir una situación ajustándose a los hechos reales, para definir un concepto en sus justos términos, para narrar una historia verdadera… Por otra parte, también, todas las lenguas permiten construir restricciones mentales, eufemismos, falacias… que posibilitan la distorsión de la verdad. ¡Qué invento sublime serían las lenguas que permiten decir la verdad y lo contrario si únicamente fueran vehículos de la sinceridad! Pero con frecuencia se las utiliza para manipular, para tergiversar, para sacar ventaja.
Cuando el presidente francés Emanuel Macron ante la llegada de la pandemia del coronavirus pronunció la fase “¡estamos en guerra!, y la mayor parte de los mandatarios de los países la repitieron, sabía que no era cierto, que no había un ejército enfrente a quien derrotar, ni una guerra de guerrillas a la que hacer oposición, ni una organización internacional terrorista que desarticular. Sabía muy bien que era un problema sanitario con consecuencias en otras áreas. Pero… ¡problema sanitario, problema, fundamentalmente, sanitario! Y, el presidente Macrón, no tuvo ningún reparo en utilizar el término “guerra” en una comparecencia ante los medios de comunicación emulando las de sus homónimos en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
(AM): ¿Por qué lo hizo, que pretendía con ello?
(FJCH): Lo hizo porque, la política ha dejado de ser (si es que en algún momento lo fue) el terreno en el que el idioma se utiliza para proclamar la verdad. Porque la política actual se ha convertido en el arte de presentar la mentira con la apariencia de dogma infalible. Y, lo que con ello pretendía el presidente Macrón no era otra cosa que, apelando al espíritu nacional y exacerbando sensibilidad y la complicidad patriótica, presentar como natural la inmovilidad y la falta de evolución de un Estado que, creado en el siglo XIX, sobre fundamentos militares (en palabras de Saint Simón) ha sido incapaz de adaptarse a los tiempos en los que la fuerza militar debería haber dado paso a la ciencia, a la investigación al intelecto. La reducción de los gastos militares debería estar contrapesado por el aumento definitivo de las dotaciones para programas educación, para proyectos de investigación para planes científicos. El Estado democrático no debe descansar ya sobre premisas militares porque la democracia no es lucha, pelea, fuerza sino acuerdo entre diferentes, convivencia comunicativa en las culturas y entre las culturas.
La pandemia del coronavirus no es una cuestión de guerra, de enfrentamientos, de batallas, es una cuestión que llama a la puerta del intelecto humano. Y, el intelecto humano, en esencia no está hecho para luchar, para batallar, para pelear…, con sus congéneres, está hecho para crear. Los tiempos sin ruidos de bombas, estallido de proyectiles…, que estamos viviendo durante la pandemia nos han dado la posibilidad de pensar en el silencio. Y pensando, es posible que nos hayamos dado cuenta de que las jergas no son inocentes. Que ellas actúan sobre el subconsciente apuntalando formas de entender el mundo y la vida. En este sentido la jerga militar, por ejemplo, forma parte de nuestro vocabulario diario. Vocablos como: batalla (en una disputa dialéctica), mortal (al referirnos a un susto), tiro, disparo, defensa, ataque (en los deportes), atrincherado (cuando alguien está bien protegido), bombazo (cuando se produce una noticia trascendente), impacto, fulminar, como una bala, al tiro, kamikace, muralla, sueldo, guerra…, por citar algunos a vuelapluma, son un ejemplo claro de la presencia (inconsciente) de esa jerga en la convivencia social comunicativa. Y, esa presencia, perpetua una forma de entender el mundo y la vida en tanto dificulta los cambios.
(AM): Las reflexiones que usted hace, comparan lo que son “las defensas tradicionales que son trincheras de muerte en las que nombre de Dios, la Nación, un monarca, la libertad…, uno se protege para matar al enemigo” con los que son las destensa, con las trincheras de vida para contrarrestar este virus. “En ella no se lucha para la muerte sino contra la muerte. Ella no grita ¡Viva la muerte! En ella se batalla por y para la vida” (ídem).
En estas trincheras no hay ejércitos militares, ni guerra convencional, ciberguerra o guerra de guerrillas, ya que “Son trincheras construidas en el interior de clínicas, hospitales, centros sanitarios, dispensarios médicos, recintos de todo tipo… donde las batas blancas, las mascarillas, los guantes profilácticos… constituyen el camuflaje de guerra y armamento para vencer a la muerte” (ídem).
En estas trincheras en el interior de centros de salud, predomina el rostro del dolor y lo hiper transido, los gritos de impotencia ante la distancia que hay que mantener frente al enfermo. Las pandemias siempre han manifestado lo transido y en otros tiempos, de manera más intensa y profunda, el rostro del dolor, con la diferencia de que nunca habíamos vividos una. ¿Cómo sitúa esta pandemia con las anteriores en la historia de la humanidad?
(FJCH): Sinceramente, llamar trincheras a los lugares en los que se parapetan los soldados en el frente de guerra para matar al enemigo e, igualmente, utilizar ese mismo término para referirme a los centros sanitarios en los que se trabaja por y para la vida, me parece una ofensa a la inteligencia. Sin embargo, confieso que yo lo he hecho. En mi descargo diré que, cuando lo hice, fue para provocar violencia en la mente del lector y llamar la atención del disparate que supone utilizar la jerga militar (en la que no deja de estar presente, la muerte) cuando nos referimos al mundo sanitario que tiene como objetivo el trabajo por la vida. No puedo evitar que la palabra trinchera me evoque el terror de lo vivido en “la mañana de ayer”, esto es en pleno siglo XX, en poco más de cincuenta años: Dos guerras mundiales y sus horribles y salvajes carnicerías, Guernica, Hiroshima y Nagasaki, el Gulag, Auschwitz, Camboya, Congo… Y me entristezca sobremanera los niveles de indignidad y el grado de salvajismo que pudo y puede alcanzar la naturaleza humana. Es por ello, que quiero desvincular el término trinchera de la muestra de amor colectivo que están siendo los hospitales y por ende su personal a lo largo y ancho del planeta durante esta pandemia del coronavirus. El personal que trabaja en los hospitales, en los dispensarios médicos, y en general, en los centros relacionados con la salud constituye lo positivo que se puede sacar de esta plaga porque ha evidenciado que el egoísmo que parecía haber tomado carta de naturaleza en nuestras sociedades todavía no ha sido capaz de anular lo que de bueno sigue habiendo en algún rincón del alma humana.