(AM): En el texto Economía, Democracia y Valores en un Mundo Global (201), el cual tú eres el editor, hay un trabajo tuyo en relación a “La convivencia social y el neoliberalismo” (pp. 91-101), donde dices que “la libertad del ciudadano neoliberal, en definitiva, será la libertad negativa en el sentido más clásico, como libertad frente al Estado: la maximización de la libertad exige la minimización del Estado. Asimismo, sus actividades como ciudadano se ajustan al patrón de la racionalidad económica: exigen el cumplimiento de los contratos o ejerce su capacidad de elección. Y frente a este ciudadano-consumidor estará el político oferente, el profesional de la política, constituyendo ambos lo que se da en llamar el mercado político”. ¿Esto es lo que hemos vivido, de ahí, la crisis del sistema sanitario y la desigualdad social en estos tiempos, por la exigua intervenían del Estado en lo social?
(EAI): La erradicación de la desigualdad, por tanto, debe ser uno de los pilares del Estado social, al mismo tiempo que debe comprometerse en garantizar la igualdad. Con todo, si bien es cierto que el principio de libertad fáctica es el principal fundamento de los derechos sociales, su adjudicación también está sometida a otros principios en juego, como el principio democrático de decisión, el principio de división de poderes, el principio de libertad jurídica o los bienes colectivos. Además, los derechos sociales son inherentes al Estado de Bienestar y sólo afectan a los mecanismos de la distribución de recursos, por lo que están sujetos a unas condiciones económicas y su aseguramiento está condicionado a que el Estado cuente con los recursos económicos necesarios para poder implementar los medios o los servicios públicos que preserven su ejercicio; en tanto que la no ejecución de los derechos sociales motivada por la falta de recursos no se puede plantear como violación de esos derechos.
En consecuencia, responder coherentemente a esta pregunta y asumir la preservación de estos derechos obligan al Estado a tomar medidas y destinar recursos que hay que detraer de otras inversiones, al mismo tiempo que nos lleva a asumir responsablemente la aplicación de un fuerte sistema impositivo como mecanismo clásico para la redistribución. Pero también es lícito plantearse si los gastos para la puesta en marcha del actual Estado de bienestar deben ser considerados consumo social o inversión social, habida cuenta que nuestro viejo Estado social se revela hoy incapaz de abordar integralmente la expansión de la pobreza y el continuo aumento de las desigualdades sociales.
(AM): En el texto Racionalidad, Visión, imagen (eds.: Javier Aguirre, Inaki Ceberio y Oscar González Gilmas, 2009), se encuentra un ensayo tuyo “Imagen y política”, donde tú explicas como el ser humano ha logrado envolver al planeta con imágenes, inundados por un tráfico de imágenes en todas las redes de comunicaciones de dispositivos digítales , que hacen que todo sea visible hasta el punto de condicionar la propia existencia de todo aquello que no puede ser visibilizado. La imagen política, “debe estar en unida al desarrollo de algunos temas centrales. “En definitiva, la imagen política es un proceso, pero su fin último no está relacionado en nada con la estética, sino con el poder, entendido éste como la capacidad de algunos para hacer que otros hagan lo que en condiciones normales no harían “ y cuanto a lo que la imagen política , se puede definir como “el conjunto de características capacidades, habilidades, recursos, atributos, estímulos y mensajes susceptibles de ser comunicados y que, al ser percibidos de forma positiva, permiten al actor político definir y orientar la percepción de un público objetivo, así como distinguirse y posicionarse con respecto a sus competidores” (pp. 159-169). ¿Es la visión de la filosofía política enmarcada en lo cibernético, como política o lo que es la ciberpolítica, los memes, como unidad de información y estrategia política en las redes sociales y el ciberespacio? ¿Son eficaces para una estrategia de campaña política?
(EAI): Así es, y como señalaba en las conclusiones de mi ensayo está bastante claro que, en la actualidad, frente a la tesis weberiana de que donde los candidatos se postularían como simples ejecutores de unos programas de gobierno que luego serían premiados o castigados por sus votantes en función de su mayor o menor cumplimiento, los modelos de voto actuales están en gran medida condensados en la imagen mediática de los líderes políticos.
Y este es el verdadero riesgo de la escenificación electoral, cuyo verdadero contenido (basado en la mera apariencia) tiene el riesgo de ser vacío o, incluso, cínico, sin ninguna garantía de confianza. Y ello es debido a que el modelo económico del contrato electoral subraya ahora el aspecto de la imagen y los juicios afectivos del líder como el fundamento del contrato que el candidato establece con su electorado. Si en el nuevo modelo económico electoral votar a un candidato supone “contratarlo” para que gestione nuestros intereses, igual que cuando requerimos los servicios de cualquier profesional, en la actualidad lo estamos haciendo exclusivamente por la imagen que transmite.
A través del manejo de la imagen pública, los medios de comunicación han borrado peligrosamente las fronteras entre la información y propaganda electoral, convirtiéndose asimismo en “parte integrante de la estructura de poder político, que sirven a unos contendientes y lesionan a otros” (Tichenor, Donohue y Olien), por lo que la imagen electoral, muy susceptible de manipulación en manos de maquinarias mediáticas potentes, se ha convertido en instrumento partidista de deslegitimación del adversario político.
AM) En mi libro “La dominicanidad transida, entre lo real y virtual” (2017) abordo el panorama de la desigualdad social y virtual en que vivimos los dominicanos y que es uno de los temas actuales abordado por Piketty en el Capital en el siglo XXI (2014) en el que también explica que para enfrentarla tiene que venir de un desafío de fundamento filosófico político.
En su último libro “Capital e ideología” (2019, p.35), dice: “El aumento de las desigualdades socioeconómicas observado en la mayoría de los países y las regiones del planeta desde la década de 1980-1990 figura entre los cambios estructurales más importantes a los que el mundo se enfrenta a comienzos del siglo XXI”. ¿cómo tú sitúas la desigualdad social en estos tiempos? ¿Esto forma parte de lo transido que afecta a la humanidad?
(EAI): El proceso de la globalización ha acarreado cambios sustanciales en el sistema económico capitalista al mismo tiempo que ha supuesto importantes transformaciones en el ámbito social, político y cultural. Además, con la nueva forma de organización territorial y política del sistema mundial, el Estado ha sido desplazado y ha perdido su función reguladora; mientras que –en paralelo– con la expansión de las empresas multinacionales y el aumento de su peso específico en la producción mundial se ha generado un aumento de las comunicaciones donde ha primado un discurso que supeditaba el progreso a la innovación tecnológica y a la difusión de los valores del individualismo.
Con estas premisas, el «sentido común» de esta globalización neoliberal sólo atiende a lo que concierne al discurso económico eficiente y a la racionalidad del beneficio, por lo que no ha dudado en subestimar al Estado (juzgado como torpe e ineficaz para producir bienes y servicios que respondan a las a las necesidades inmediatas) frente a las bondades del libre mercado. Así, considerando al libre mercado como el instrumento más operativo y competente para recabar la iniciativa espontánea de la «sociedad civil» y promover la responsabilidad y la competitividad de los individuos, estima que su desarrollo y extensión supondría el uso más rentable de los factores de la producción, al mismo tiempo que garantizaría la más adecuada producción de los bienes y servicios socialmente necesarios, tanto en la cantidad como en la calidad demandada por los consumidores.
Para este modelo, por tanto, todas las acciones humanas pueden y deben ser racionales en su principio, en su conducta y en su finalidad, de modo que todo aquello que se opone a esta modalidad de capitalismo que busca la máxima ganancia se presenta como irracional, como, por ejemplo, una acción humana que no tenga como fin obtener el máximo beneficio. En este sentido, aspectos como la reducción de la pobreza y la superación de la marginación, la distribución de la riqueza o la creación de más empleo y de mayor calidad, el establecimiento de mecanismos de protección para las personas frente a las incertidumbres económico-sociales o la garantía de los derechos básicos de los ciudadanos han sido desplazados por un Estado mínimo que, sin asumir ninguna responsabilidad en atender las necesidades primordiales de la población, se comporta como un «paraíso de las oportunidades individuales» donde los servicios públicos son vendidos como mercancías, quedando sólo al alcance de quienes tienen la capacidad económica de adquirirlos en el mercado, lo que necesariamente produce un fuerte incremento de las desigualdades en las sociedades.
La lógica del mercado se ha convertido en la propuesta política del capital financiero transnacional y, con ello, los otrora derechos inalienables de los ciudadanos se han convertido en meras mercancías de cambio entre proveedores privados y clientes, del mismo modo que los «derechos sociales» se han transformado en «derechos mercantiles» que sólo pueden ser adquiridos en el mercado a los precios fijados por la oferta y la demanda al margen de cualquier consideración social. En definitiva, la razón económica acaba reemplazando a la razón social y el beneficio se convierte en el símbolo social por excelencia, convirtiendo a los países simplemente en mercados y a los ciudadanos en meros consumidores. Así, con desplazamiento del Estado y la absoluta imposición del mercado como el único agente regulador, se ha agudizado el desequilibrio y la polarización entre los sectores más beneficiados y perjudicados de la propia comunidad, elevándose exponencialmente los niveles de desempleo, precariedad y pobreza.
(AM): Vivimos en unos tiempos cibernéticos, transidos, donde la desigualdad social producida por el neoliberalismo se agiganta en medio de la pandemia del covid19, millones y millones de desempleandos deambulan por el planeta, no hay refugio en ningún país, los modelos sociales y políticos mundiales están en crisis, y nadie está seguro, estamos a la espera de que la tecnociencia en los próximos meses pueda producir vacunas que sean efectivas para enfrentar dicha pandemia.
¿Desde la filosofía política es hora de inventar? ¿De producir ideas que den repuesta a este panorama de crisis social, económico y político en que vive la humanidad?
(EAI): Frente a quienes piensan que pasado el confinamiento y las restricciones, y una vez descubierta la vacuna contra el coronavirus, se recuperará la “normalidad” que hemos conocido, esta pandemia nos ha colocado ante la realidad insoslayable que anidaba en nuestra forma vida: la creciente desigualdad en la distribución de ingresos a nivel mundial, cuyas devastadoras consecuencias se han evidenciado durante estos tiempos oscuros y perturbadores, castigando con más dureza a los más desprotegidos. En consecuencia, las políticas neoliberales que ha campado a sus anchas en los últimos decenios ya no pueden –como Piketty o Amin habían denunciado– identificarse en términos de desarrollo, ni con el pleno empleo ni con las mayores oportunidades para acceder a la riqueza, sino que, al contrario, están mucho más relacionadas con el abismo que se ha magnificado entre los que han acumulado más opulencia en menos manos frente al aumento y generalización de la pobreza.
Es evidente que habrá que asumir otra globalización, pero con un nuevo contrato social que atempere al mercado, formulando entre los Estados y los ciudadanos unas normas de convivencia más solidarias y un desarrollo económico y social más equitativo. Decía estos días el papa Francisco que con la pandemia «los seres humanos han descubierto que no pueden seguir cada uno por su cuenta, sino sólo juntos y que nadie se salva sólo», y esto es evidente, porque si algo ha demostrado el Covid-19 es que no han sido las empresas ni el libre mercado planetario quienes se han enfrentado al coronavirus, sino que ha sido la solidaridad pasiva (quedarse en casa) y la solidaridad activa y el sacrificio de los «trabajadores silenciosos» quien ha asumido este papel, esto es, los que sin lugar a dudas, «están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva sólo».
Pero la solidaridad no es el único reto que tiene la humanidad, porque también el cambio climático es un reto que hay que atajar decididamente. De seguir así, nuestro planeta está abocado al colapso, al tiempo que, como alertan los científicos y epidemiólogos, el deterioro del medio ambiente nos va conducir a convivir con virus y pandemias cada vez más generalizadas y agresivas.
Y también hay que ahondar en el consenso para buscar un orden social más justo, porque el mundo no puede convertirse en el escenario de una contienda entre grandes potencias, a la vez que debemos repensar los Estados nacionales o plurinacionales para que promuevan y garanticen la convivencia comunitaria en consonancia con el cosmopolitismo, que es hacia donde nos empuja nuestra actual crisis civilizatoria, cuyo desafío es necesario asumir y profundizar con criterios éticos universalistas.