Esteban Anchústegui Igartua (San Sebastián, 1957).  Profesor Titular de Filosofía Moral en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) ha dedicado su vida profesional a la docencia y a la investigación, la mayor parte de esta carrera en esta universidad. Es Licenciado tanto en Filosofía como en Derecho por esta Universidad, y Doctor en Filosofía, también por la UPV/EHU. En casi treinta años de docencia universitaria en grado y posgrado ha dirigido hasta el momento 14 tesis doctorales (8 de ellas con Mención Internacional y 2 con Premio Extraordinario de doctorado) y esta labor le ha llevado a realizar numerosas estancias como investigador y profesor invitado en universidades extranjeras. En este sentido, ha realizado estancias investigadoras en la Universidad Bernardo O’Higgins (Chile), la Universidad San Sebastián (Chile), la Università degli Studi di Palermo (Italia), Stony Brook University (Nueva York, USA), la Universidad Autónoma de Santo Domingo (República Dominicana), la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco (Perú) o la Universidad de Potiguar (Brasil). Estas estancias han estado enmarcadas en diferentes programas competitivos (Erasmus, Movilidad de Investigación del Gobierno Vasco, etc.) así como por invitación expresa de estas universidades. Además de las estancias, ha impartido cursos como invitado en enseñanzas de doctorado, grado y especialista en otras universidades, como, por ejemplo, el Consorcio Universitario di Agrigento (Italia), la Universidad de Sevilla, el Centro Universitario María Cristina (centro adscrito a la Universidad Complutense de Madrid), la Universidad Andina del Cusco (Perú) o la Universidad de Málaga.

Asimismo, como investigador, ha participado en más de 20 proyectos de investigación, tanto en grupos de la UPV/EHU como de otras universidades. Actualmente forma parte del grupo de investigación Biography & Parliaments (grupo consolidado de nivel A del Gobierno Vasco). También recibió en el año 2011 el Premio Lehendakari Aguirre de la Diputación Foral de Gipuzkoa, por el trabajo titulado “Actualidad y retos de la filosofía política”. Además, supera las 200 publicaciones entre artículos en revistas, capítulos de libros y libros completos. Igualmente, ha presentado más de 50 contribuciones en congresos nacionales e internacionales, siendo en muchas ocasiones organizador de estos eventos.

Esteban Anchústegui Igartua y Andrés Merejo

Nunca ha olvidado su implicación con la UPV/EHU, comprometiéndose activamente en tareas de gestión y divulgación, siendo –en una universidad bilingüe–una de sus aportaciones más destacadas la puesta en marcha en euskera de la colección de pensamiento político Limes, de la que es director y editor, y de la que ya se llevan publicados 26 volúmenes, algunos de los cuales han recibido significativos reconocimientos. Otra de sus contribuciones a la difusión del conocimiento generado en la UPV/EHU, siguiendo su lema de Eman ta zabal zazu (Fructifica y extiéndelo), ha sido su destacada intervención en el origen y creación de la Red Latinoamericana de Posgrado de esta Universidad, fruto de la cual se ha consolidado una valiosa y fecunda relación entre universidades de doce países diferentes. Actualmente es miembro de la Comisión Académica del Máster Filosofía en un Mundo Global, uno de los másteres que componen dicha Red.

En este tiempo también ha compartido su conocimiento con la sociedad a través de su participación en diferentes programas de radio y televisión, así como en la prensa escrita. Por citar algunos diarios, podríamos señalar El País, el Diario Vasco o el suplemento La Pérgola, y en lo que se refiere a radio y televisión es notable su presencia en Euskadi Irratia (Radio Euskadi) o en el Programa Egunon Euskadi de EiTB (Radio Televisión Vasca), en el que participa asiduamente con sus análisis sobre la actualidad política. Algunos de los reconocimientos fruto de toda esta carrera profesional son: Amigo Numerario de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, Miembro Honorario del Ilustre Colegio de Abogados del Cusco (Perú), Catedrático en la Universidad Rafael Landívar (Guatemala), Visitante Distinguido de la Escuela de Postgrado de la Universidad Andina del Cusco (Perú), Profesor Honorario por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco (Perú), etc.

Andrés Merejo (AM): En el libro El tiempo de la Filosofía política (2013) se hace una diferenciación importante en cuanto a la Filosofía política y a la política como ciencia, en cuanto que la primera es una “disciplina analítica y explicativa”, que busca aclarar, precisar y fundamentar “el sentido de los conceptos políticos” en una relación con el “contexto social, así como su evolución histórica; en cambio, la ciencia política se define como “el estudio de las causas y efectos del poder”.

En este aspecto puntualiza que (…) “la filosofía política tiene la función de explicar la realidad política a través de la reflexión sobre ideas capitales expresadas en el discurso político y que están implícitas en la práctica política, cometido que sólo puede llevar a cabo tanto en conexión con la tradición histórica, como en colaboración con las ciencias sociales” (p. 25).

El estudio y la reflexión sobre el poder –desde Nietzsche, Foucault, Deleuze, Agambe, Buy Chun Hano Niklas Luhmann– entra en el campo de la filosofía política, con un enfoque totalmente distinto al de Nicos Poulantzas, Antonio Gramsci o Lenin, que se focalizan en el estudio el Estado. ¿Será que reducen el poder como una lucha política por controlar el Estado? ¿Los filósofos que reflexionan sobre el poder más allá del Estado, en cuanto que no lo reducen a ésta, entran en el campo de la filosofía política y no de la política propiamente dicha?

Esteban Anchústegui Igartua (EAI): La función de la filosofía política es doble. Por una parte, su función descriptivo-analítica le lleva a ocuparse del análisis de los conceptos y las categorías fundamentales de la política, aunque, como rama de la filosofía, lo realice con un enfoque más radical y englobante que la ciencia política, tanto desde su empeño de comprensión de la naturaleza de las cosas políticas como desde su pretensión por conocer el orden político justo. Por tanto, la filosofía política, en cuanto se refiere a lo que es (y no sólo a lo que debe ser), también es una disciplina analítica y explicativa, que tratará de aclarar el sentido de los conceptos políticos. A este respecto su función será triple: análisis, contexto social y evolución histórica de los conceptos políticos; elaboración de los paradigmas políticos y modelos explicativos de la acción política; y, por último, precisar y reformular las nociones políticas fundamentales.

Pero, y respondo a tu pregunta, además de reflexionar sobre el poder o el Estado, incluso sobre las cuestiones del poder referentes al Estado, o sobre los diferentes conceptos que operan en la política; la filosofía política comparte con la ética la reflexión y la búsqueda sobre la vida buena, la sociedad óptima o la más justa posible. Aunque evidentemente vivimos tiempos distintos, no por ello se obvia la tradición griega, especialmente la aristotélica, en el sentido de que la acción política también se comprende como una actividad ligada a fines y valores, asentada en pilares fundamentales como la deliberación y la elección. Por tanto, la filosofía política no deja de ser una teoría referida a los modos de acción y objetivos que dan sentido y hacen inteligible la conducta humana y, en consecuencia, es difícil que puede existir reflexión política avalorativa o neutra.

A tal efecto, la filosofía política también es una disciplina normativa, que no se limita a indagar el porqué del poder, del Estado o de la obligación, sino el cómo del poder, el Estado y la obligación “justas”. Esta característica, reivindicando la tarea de ofrecer orientaciones para el obrar a través de la comprensión de la acción humana y argumentando razones para lo que debería hacerse, distingue fundamentalmente a la filosofía política de la sociología política o la ciencia política, que se circunscriben a la descripción de la actividad y las instituciones políticas.

Esteban Anchústegui y Edickson Minaya, director de la Escuela de Filosofía

(AM). La filosofía política como disciplina filosófica que trata de reflexionar en torno al poder, sobre el porqué de este poder y cómo se cristaliza en el Estado, sin dejar a un lado las demás relaciones de éste, está articulada a una teoría normativa de la política, que incluye la ética pública o ética deontológica, que apunta a ciertos principios y normas de cómo se han de trasparentar y funcionar las instituciones públicas en la sociedad. Esta apreciación se evidencia en una visión puntual en la que tú manifiestas que la filosofía política, “como disciplina filosófica, es una reflexión en torno al hecho básico del poder. Como filosofía práctica, tiene la tarea crítica de fundar las pretensiones de legitimidad de las prácticas, tiene la tarea crítica de fundar las pretensiones de legitimidad de las prácticas e instituciones políticas, por referencia a su distancia de la idea de la «vida buena» a escala social” (p.27).

¿Se hace hoy más que nunca necesaria reorientar la filosofía política al ámbito de ética política, ahora que habitamos en un mundo transido, hinchado de corrupción, del descalabro del ecosistema, o de una supuesta modernización que prioriza más el mercado que el sistema sanitario?

(EAI):

En la línea de lo expuesto en la respuesta anterior, y considerando la tarea normativa que también corresponde a la filosofía política, ésta debe asumir una labor de “ética pública”. Así, más allá de los estrechos márgenes de la “razón instrumental” que tantas veces coarta a la política, es preciso incorporar al discurso filosófico-político de una racionalidad específica que trate sobre los riesgos que acechan a la acción política y asuma la crítica negativa de la sociedad, esto es, ocuparse tanto de lo que no debe ser como de los límites lícitos que no debe traspasar la política. En este sentido se reivindica el protagonismo del ciudadano, esto es, que las sociedades democráticas necesitan de miembros activos que se conciban a sí mismos como miembros comprometidos con su comunidad y con el interés colectivo, y no simplemente como titulares de derechos o acreedores a determinadas prestaciones. Evidentemente, el término ciudadanía asume en este contexto un ámbito que va aquí más allá de lo jurídico, sintetizando de alguna manera el compromiso de los ciudadanos con lo público, así como la aspiración a la plena e igual participación en un marco común de derechos y obligaciones.

Pero también la ética pública se refiere a un accionar colectivo, a un actuar común por el que las comunidades van estableciendo patrones de comportamiento que posibiliten una mejor convivencia y compromiso con proyectos compartidos, sin renunciar por ello a profundiza en la libertad y autonomía individual de los ciudadanos. Desde este punto de vista la ética nos señala también el conjunto de virtudes, valores y principios que deben aplicarse en el desempeño de la función pública, tanto en lo que atañe a sus servidores como al proceder de las instituciones. La lealtad al sistema jurídico e institucional, por tanto, garantiza el establecimiento de las normas que protegen la acción de los ciudadanos y es una manera eficaz de combatir la corrupción política, que surge cuando las instituciones públicas son consideradas como medios para lograr intereses particulares o realizar políticas clientelares, en lugar de ser instrumentos soberanos instaurados para garantizar derechos y libertades, garantizar la convivencia y propiciar la mejora de las condiciones de vida compartida.

(AM). En el marco de la filosofía clásica, los filósofos griegos llegaron a considerar que la política se articulaba a lo ético, a la formación del carácter por las buenas costumbres, por una vida virtuosa, que no tenía que ver con la democracia, en cuanto participación social, sino con una élite que concentraba la riqueza, el poder y saber; la mayoría de los griegos quedaban excluidos de tales condiciones. Aristóteles llegó a considerar la política como una actividad humana cuya meta es acompañada de virtud, de lo justo y bueno, la aplicación de buenas leyes a la ciudad, pero nada de esto tenía que ver con el concepto de igual, tal como es la filosofía política.

Esta visión se plantea en el texto tuyo, “la concepción clásica de la filosofía política se basa en una orientación de raíz ética hacia un fin–valor que se expresa en la idea de vida buena, fundada en el ajuste a un orden objetivo (modelo ideal en Platón, naturaleza como télos en Aristóteles) y se tematiza como búsqueda de la forma y condiciones políticas adecuadas para su realización.” (p. 29). ¿Sin embargo, hay diferencias entre Platón–Aristóteles en cuanto al enfoque de la democracia?

(EAI): Para Aristóteles, la filosofía política está comprendida en el ámbito de la filosofía práctica, es decir, en el ámbito de la praxis o actividad humana dirigida a la vida buena y justa. El hombre es un zóon politikón en la medida en que la plasmación de su naturaleza y la conquista de su carácter (éthos) dependen del establecimiento de una buena costumbre (éthos) y ley en su ciudad. Es decir, esa plenitud de la condición del hombre se alcanza únicamente ejercitándose en el marco de la polis, medio natural del ciudadano en posesión plena de su logos o capacidad discursiva.

Esta concepción de la política que puede ser compartida por una cosmovisión panhelénica, sin embargo, es muy matizable en autores y propuestas políticas. Así, el punto de partida platónico (en obras como Protágoras, Gorgias o la República) invierte la posición del pensamiento político griego anterior que parte de la praxis, que parte de fundamentos inmutables en el reino de las ideas que le permiten configurar a priori y deductivamente el orden justo. La polis, por tanto, es concebida como un organismo en el cual cada parte tiene su especial función; hay una división de trabajo que, en la polis ideal, es perfecta; y el filósofo es quien conoce este orden adecuado y por ello debe gobernar. En Las leyes, Platón modifica su esquema combinando la monarquía con la democracia, es decir, tomando lo mejor de una y otra forma de gobierno, puesto que ya tiene serias dudas sobre la posibilidad de implantar realmente el Estado ideal.

Aristóteles

Será Aristóteles quien fija y delimita explícitamente el ámbito y objeto de la teoría política, al igual que de otras disciplinas filosóficas. Su Política, que contiene el “paradigma clásico” de la historia de las ideas políticas, se constituirá en el texto básico hasta el Renacimiento, y está determinado por el carácter natural del orden político y de la jerarquización, la legitimación del poder por su referencia al bien común, y la consideración teleológica de la acción política. Aristóteles, además, es un pionero de la ciencia política, delimitando con precisión el ámbito de lo político, tanto en relación con la esfera moral, dentro del espacio social, respecto del ámbito doméstico-privado y en relación a la esfera económica.

Después de caracterizar las diferentes formas de gobierno, Aristóteles considera que la mejor forma de gobierno sería una república “mixta”, que atemperase los extremos. Tal posición le conduce a propugnar que la parte intermedia de la sociedad debe ser amplia y tener peso en el gobierno, ya que, alejada de la desmesura (hybris) producida por los pobres y los ricos, es capaz de atemperar las decisiones políticas, garantizar la estabilidad y evitar revoluciones.

Y hablar de democracia, al menos como la entendemos hoy (hay una diferencia radical entre la democracia directa y representativa), en el mundo clásico no tiene sentido como tampoco lo tiene tachar a la filosofía política clásica como antidemocrática. Y si los clásicos rechazaban la democracia, era porque pensaban que la meta de la vida humana y, por tanto, de la vida social, no radica en la libertad, sino en la virtud. Para el pensamiento clásico, la libertad como ideal comporta muchas ambigüedades, porque es libertad tanto para el bien como para el mal. Por el contrario, la virtud surge sólo a través de la formación del carácter y la creación de hábitos, lo que requiere de la posibilidad de disfrutar de tiempo de ocio, lo cual exige, a su vez, un cierto nivel de riqueza que está en manos de unos pocos. En conclusión, dada la escasez de los recursos y la inevitable permanencia de la mayoría pobre, la democracia, el gobierno de la mayoría, es –según los pensadores griegos– el gobierno de los ignorantes y nadie querría vivir bajo un gobierno tal.

(AM): ¿Aparte de Sócrates–¿Platón y Aristóteles, existe otra visión sobre la democracia por parte de otros filósofos?

(EAI): Tras la muerte de Alejandro en el 323 a. C. se produce el desmoronamiento del sistema de la poli, por lo que el retraimiento respecto de lo público alcanza un nivel que desborda la mentalidad griega y exige otras cosmovisiones. El marco vital comunitario es disuelto por la irrupción de un mundo más cosmopolita, que retrotrae al pensador y se encierra en una filosofía más moral e individual, dejando de ser social y política. En este contexto son los estoicos quienes orientan su reflexión por derroteros más cercanos a la política. Forman la escuela de mayor audiencia, tanto en el período helenístico como bajo el Imperio romano e irán colocando las bases que teorizarán el ideal de la heterogénea sociedad del Imperio. Fueron Panecio y Polibio quienes introdujeron el pensamiento griego en versión estoica en Roma, donde destaca Cicerón. La importancia de sus pensamientos marca durante setecientos años el ambiente de la alta cultura mediterráneo y, cruzando el medievo, entran en la edad moderna y llegan hasta nuestros días.