Nos equivocaríamos si redujéramos los conocimientos reunidos en la Encyclopédie a su función utilitaria, como nos equivocaríamos también hoy en día en el caso de Wikipedia.

(A.M): El género enciclopédico constituyó una obra filosófica critica, irreverente a favor de la razón y la libertad y como dice el filósofo José Manuel Bermudo, dio trabajo a “muchas decenas de intelectuales, cosas que les permite una situación nueva: la de no ser preceptores de ni secretario de familias importantes; la de no verse obligados a aceptar el monasterio o la canonjía para ejercer el oficio de la pluma” (p.17). Además, la enciclopedia fue el proyecto más importante que emprendió Diderot, la mayor parte de su vida se consumió en ese proyecto, quería dejar a la humanidad un legado en datos, información y conocimiento en el contenido de la enciclopedia que contribuyera a combatir la ignorancia que es una de las desgracias históricas que arrastra la humanidad. ¿Se podría situar a Diderot en el ámbito del cibermundo, con relación a lo que hoy es el proyecto enciclopédico de Wikipedia?

Cristina Lasa. (C.L): Cuando se creó Wikipedia pensé: ¡Es el proyecto de Diderot hecho realidad! La Encyclopédie había sido, en sus inicios, una propuesta de traducción de la Cyclopaedia: or An Universal Dictionary of Arts and Sciences, del británico Ephrain Chambers,nquien en 1728 había descubierto en las referencias cruzadas un modo de superar las dificultades a las que se había enfrentado Francis Bacon (1561-1626) para organizar los conocimientos adquiridos por la humanidad hasta entonces. Retomando la imagen metafórica clásica del árbol de los conocimientos, aquel árbol constituyó el “Sistema figurado de los conocimientos humanos” con el que los enciclopedistas franceses iniciaron su Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. Enraizado sobre las tres facultades humanas –memoria, razón, imaginación-, el árbol se va “abriendo”; cada artículo va acompañado de la “rama” del saber a la que pertenece, lo que permite obviar la arbitrariedad del orden alfabético y leer de modo transversal. Así se solucionó el problema que suponía empezar una obra de tal envergadura en 1751 por la letra A, y terminar catorce años después, en 1765, con la letra Z.

Diderot intuyó la importancia política de la empresa, y fue él en persona quien dirigió y revisó durante casi veinte años todo el trabajo editorial. El proyecto inició su andadura de modo valiente, y pronto se convirtió en un núcleo de resistencia y un ejemplo de respuesta a la llamada a la emancipación de las viejas tutelas, ideal surgido a partir del proceso de secularización. Diderot se comprometió con el espíritu científico de su tiempo, que buscaba la producción de un saber con consecuencias, transmisible y universal, y se adhirió a la propuesta newtoniana de desplazar la noción de causa y poner el acento en las leyes que rigen la adquisición de conocimientos.

El siglo que les tocó vivir a los pensadores ilustrados se vio atravesado por la declinación de la verdad revelada, con la llamada a un nuevo orden que ya no sería apacible, tranquilo o calculado, como el de la oferta tradicional. En ese contexto, el proyecto enciclopédico, con la pluralización de las verdades, fue una respuesta a esa llamada a la emancipación, y creo que sólo fue posible gracias al compromiso de un hombre que procuró dejar vacío el lugar de la verdad como causa, esto es, al empeño de un hombre ateo y escéptico que renunció a la apatía del pensamiento que producen el misterio y la creencia en un saber último, garante. En este sentido considero a Diderot una figura de la emancipación, concebida ésta como la separación, abandono y franqueamiento de todo discurso sostenido sobre la garantía de un saber absoluto.

(A.M): Dice Diderot que la enciclopedia “será obra de una sociedad de gente de letras y de artista diversos, dedicados cada uno a su parte y vinculados solamente por el interés general del género humano y un sentimiento de benevolencia recíproca.” por lo que “si el gobierno se entromete en una obra como esta no podrá realizarse nunca. Toda influencia debe limitarse a favorecer su realización. A un monarca le basta una palabra para hacer surgir un palacio en la estepa; pero no es lo mismo una sociedad de gentes de letras que una cuadrilla de obreros. Una enciclopedia no se hace por encargo”. (ibíd.; P26). ¿Wikipedia es parte de esa crítica, ya que no se hace por encargo?

Cristina Laza y Andrés Merejo

Cristina Lasa. (C.L):  En el siglo XVIII, junto al ideal de emancipación encontramos el de autonomía. En uno de los artículos firmados por Diderot, aparecido en el primer volumen de la Encyclopédie, “Autoridad política”, afirma radicalmente: “Ningún hombre ha recibido de la naturaleza el derecho a mandar sobre otros”, considerando que la única autoridad natural es la del padre, “pero ese poder tiene límites”. Nos equivocaríamos si redujéramos los conocimientos reunidos en la Encyclopédie a su función utilitaria, como nos equivocaríamos también hoy en día en el caso de Wikipedia. La estructura circular de aquella, al igual que la posibilidad de acceder de forma libre a ésta, hacen imposible, como señalaba Diderot, llevarlas a cabo por encargo. Siempre serán obras polémicas, incompletas, abiertas a nuevas aportaciones, donde la transmisión del saber respondía entonces, y responde ahora, del modo más eficaz, a los ideales de emancipación y autonomía.

Su empresa abarcó diecisiete volúmenes temáticos, con cerca de 73.000 artículos, y once volúmenes de láminas, con más de 1.000 ilustraciones. En el artículo “Enciclopedia”, aparecido en el volumen V, en 1755, escribe Diderot: “La ventaja de contener infinidad de cosas nuevas es la consecuencia natural de la afortunada elección de aquellos que se han consagrado a ello”. Diderot se enfadaba y mostraba un rechazo radical al conocimiento que se guarda en secreto para hacer un uso privado de él, en función del interés personal o de la conservación de ciertos privilegios. Un ejemplo de esto: en el artículo citado, “Enciclopedia”, él mismo desvela la potencia del recurso a las referencias cruzadas, “el poner en relación conceptos significa también poner en evidencia los desacuerdos, al proporcionar referencias a otros artículos en los que principios sólidos defienden verdades totalmente opuestas, podemos destruir todo el edificio de barro y deshacernos del montón de basura inútil”.

El trabajo enciclopédico le permitió a Diderot salir de la cárcel de Vincennes, donde había sido encerrado por publicar sus conjeturas acerca de la paradoja de enceguecerse un filósofo para poder ver con claridad (Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver), en clara oposición a la noción de ideas innatas; también le liberó de la servidumbre de ser un criado, forma moderna de la esclavitud y del cinismo, aquello que Peter Sloterdijk ha denominado “la falsa conciencia ilustrada”. Al enfrentarse a la censura e ir descubriendo poco a poco las complejidades que se ocultan bajo las relaciones de poder, Diderot tuvo la intuición del lugar que podía ocupar el filósofo o el escritor si se dejaba seducir por el reconocimiento y por su inclusión en el nuevo orden: podía convertirse en un criado elegante, en un intelectual de corte o de curia. Denis Diderot hizo su elección: conocer los límites de la censura le permitió trabajar, de modo entusiasta y decidido, y reunir, en torno a su persona y al proyecto, a muchos especialistas de las diferentes ramas del saber.  Comprometido en esta tarea pública, Diderot no oculta su aspecto menos amable: “Mis problemas se suceden uno tras otro. Fatigo mis ojos examinando láminas llenas de números y letras, y, en medio de este penoso trabajo, mis pensamientos se ven amargados por las injurias, las persecuciones, los tormentos y las afrentas que resultarán de todo ello”, escribe, en una carta a Sophie Volland, en 1761.

(A.M): En ese diálogo sale a relucir un mundo filosófico y de valores sobre los sujetos, el filósofo (YO) y Rameau (El), sobre estos dos se mueven fuerzas que entran en el plano de lo que Nietzsche define como lo apolíneo y lo dionisiaco.  El filósofo (YO) en una dice lo siguiente: “YO no desprecio los placeres de los sentidos: tengo también paladar que se deleita con manjares delicados y vinos exquisitos, tengo corazón, tengo ojos y me encanta ver una mujer bonita, sentir en mi mano la impresión” (p57). ¿Se manifiesta en la novela una intensidad de pulsiones de desenfreno y mesura que fueron propias de Diderot y las cuales se escamotean a través del filósofo (Yo) y Rameau (EL)?

(C.L): ¡Qué buena observación! Como ya he señalado, Diderot-sujeto aparece en los dos personajes. Él era un hombre conversador, al que le gustaba la compañía de las mujeres, el teatro, las fiestas; era un hombre que sabía disfrutar de los placeres de la buena mesa y del buen vino. Su problema era, como en la mayoría de nosotros, el exceso. Y lo sabía. Se lamentaba en sus cartas a Sophie Volland de haber comido y bebido demasiado, y lo pagaba con fuertes indigestiones; pero, igualmente, después de una reunión con sus amigos, en la que el champán había corrido con abundancia, era capaz de pasar toda la noche escribiendo en su gabinete. El exceso también se refiere a su incontinencia verbal; en algunas ocasiones, según escribe en sus cartas, tenía el sentimiento de haber sido inoportuno por haberse dejado llevar por su entusiasmo y por su disposición a discutir sobre, prácticamente, cualquier cuestión. Hay que tener en cuenta que sus conocimientos eran asombrosos. De modo que, por parte del filósofo, encontramos a lo largo del diálogo un intento continuo por convencer al sobrino de la necesidad de regular esas pulsiones, que bien conocía el autor en primera persona. Es curioso que se anticipó a Freud en cien años, enunciando algo que el psicoanalista tomó (y reconoció) del texto diderotiano, y formuló en su obra como “complejo de Edipo”. En El sobrino de Rameau hay un pasaje en el que, después de que Rameau haya echado por tierra todos los argumentos en favor de la necesidad de la cultura, reivindicando una vida “natural”, sin coerción alguna, el filósofo acaba afirmando que dejar libre a una criatura ante sus pulsiones, sin regulación externa alguna, sólo lleva a lo peor: querrá matar a su padre y acostarse con su madre.  Una fina intuición de Diderot basada, sin lugar a dudas, en su propia experiencia. Por eso era tan cuidadoso en las cuestiones éticas.

(A.M.) En el artículo “Releyendo a Diderot: Actualidad en cinismo del sobrino de Rameau” (2014, pp.729-740) tú  expresas que la relectura a esa novela ha sido fundamental para sustentar las ideas de que “el paso previo a la corrupción suele ser la degradación”, y que se podrían poner muchos nombres actuales en el lugar de “El sobrino, (…) muchos personajes públicos podrían ocupar el lugar de Jean-François Remeau”.  Con intensidad se manifiesta en ti, esa relectura crítica a la degradación de los valores de la aristocracia como el honor, la lealtad, que comenzaban a ser sustituidos por los valores burgueses constituidos por bienes, seguridad e interés.  Luego enfatizas que “el cinismo generalizado en nombre de la transparencia, de lo más abyecto de la condición humana, de aquello que permanecía oculto tras los ideales y que ahora, fundamentado sobre el primum vivere, deinde filosofare (primero vivir, luego filosofar) más radical, adquiere la formulación, tan en boga, de “es lo que hay”. ¿Esta visión, sobre corrupción y degradación, colinda con una política del cinismo, el sujeto cínico, a quien nada le importa? 

C.L.: Diderot escribió a su amigo Kecker, Consejero de Finanzas, una carta, en 1775, donde le expresa su oposición al primum vivere: “Se suele decir: primero, vivir; luego, filosofar. Yo digo justo lo contrario: primero, filosofa; luego, vive, si puedes”. En el diálogo que estamos comentando, Rameau y el filósofo comienzan discutiendo acerca del genio. Ante la pregunta acerca de la mediocridad de la mayoría de los seres humanos, Rameau es un consecuente hombre de la satisfacción inmediata como único criterio, sin pudor, lo cual, por una parte, le aleja de la genialidad; pero, paradójicamente, la inmanencia de sus deseos y necesidades supone una visión un tanto reaccionaria de la Historia, ya que hace del mantenimiento del orden establecido de las cosas la única razón del bienestar colectivo.

Para Rameau, que todo lo reduce al orden de la necesidad, la producción genial es un medio para acceder a lo que se desea: buena casa, buena mesa, buenos vinos, buen coche, bonitas mujeres, y toda una corte de aduladores. Al comienzo del diálogo, cuando reconoce que está contrariado por ser mediocre, establece una equivalencia entre «genio» y «gran hombre» que al final del diálogo va a tomar un carácter ético. Diderot estuvo toda su vida preocupado por no resultar, precisamente, un mediocre.

El hombre genial, según Diderot, pone en obra su saber, porque está animado por un deseo particular e irrenunciable; y, además, le sobrevivirá su producción, libre de los afectos y pasiones con los que ha tenido que enfrentarse el autor mientras vivía. La posteridad, simplemente, los reconocerá.  Al final del diálogo, como ya hemos señalado, la fatalidad de la exigencia de las necesidades que defiende Rameau queda admirablemente representada por las diferentes pantomimas de la especie humana. Sin embargo, hay, o, mejor dicho, debe de haber, alguien libre del «baile de los pordioseros», al menos uno que, por ser excepcional, permita escribir el conjunto de todos los demás y establezca cómo hay que actuar. Para Rameau, ese uno excepcional es el soberano, concebido éste como el antiguo amo; sin embargo, la inminente caída del Ancien Régime se va a producir, entre otras razones, porque «Dios ha muerto», y la concepción moderna del déspota ilustrado ya no regula ni ordena el discurso: el soberano se ha puesto a estudiar porque no sabe, es uno más en la gran pantomima de los pordioseros. Ha perdido, definitivamente, su lugar de excepción. Rameau acepta la argumentación del filósofo y, a medida que éste va nombrando las diferentes posiciones, el sobrino va ejecutando las correspondientes pantomimas, al tiempo que dice: «Esto me consuela». No es ésta, sin embargo, la posición del filósofo. El «Grand homme» que se perfila a lo largo del Siglo de las Luces tiene que hacerse cargo de esa regulación de la que no se ocupa ya la Naturaleza. La razón está poniendo en evidencia que, si el sujeto queda libre a sus impulsos y tendencias, hay que esperar lo peor. Es lo que teme Diderot. Si esa función reguladora ya no corresponde a Dios, ni a su representante en la tierra, al Soberano, habrá que reivindicar una figura ejemplar, en el sentido kantiano, que se ocupe de orientar al sujeto moderno: el filósofo. Sin embargo, ya no hay garantía de orden o, dicho de otra manera, en este siglo ordenado por la llamada al saber, por la máxima Sapere aude, se da, precisamente, la conciencia de una pérdida de saber fundamental: no hay forma de armonizar cuerpo y razón, siempre hay que escoger, y todas las cosas tienen un precio que hay que aprender a pagar. El hombre moderno tiene que pasar, sin excepción, por taquilla, y ése es el saber que cuenta. La respuesta del sobrino no puede ser más que cínica: el único saber que cuenta es aquel que le proporciona satisfacciones materiales. El sobrino se muestra satisfecho de su saber, pues lo utiliza para reivindicar su carácter mediocre y justificar su irresponsabilidad. Es el saber que ha cambiado de bando, que tiene valor de cambio: el saber del cínico.