(AM): Vivimos en el cibermundo, configurado por redes sociales y espacios virtuales que forman parte de los subconjuntos que constituyen el sistema cibermundo: ciber política, ciber economía, ciber educación o educación virtual. En fin, toda una cibercultura que moldea lo social.
Sobre ello he estado reflexionando por varios años, tratando de ir construyendo una filosofía cibernética innovadora, la cual implica enfoques de carácter multidisciplinar y transdisciplinar en el ámbito del pensamiento de la ciencia y la complejidad, con el objetivo de hacer aproximaciones a los acontecimientos que han estado estremeciendo a la humanidad, como es el caso de la presente pandemia de la Covid-19 ¿Cuál es tu valoración del pensar la filosofía a la luz estos tiempos cibernéticos?
(JM): Me he detenido un poco en cavilar acerca de las sensibilidades temáticas de la conciencia humana actual y he identificado cinco. Una es de naturaleza virtual o digital.
En mi opinión, son los asuntos más sensibles a partir de los cuales pretendo efectuar un retrato general de lo que piensa, quiere y espera la humanidad en este inicio del siglo XXI.
Esto conlleva un profundo cambio de mentalidad, producto de situaciones históricas y transformaciones tecnológicas de gran espectro.
Todo ello tiene su génesis y primera fase de desarrollo en la segunda mitad del XX.
Distingo, pues, los grandes temas sensibles dominantes en la cultura global de nuestros días: 1) sensibilidad hacia la naturaleza y el medio ambiente, 2) sensibilidad hacia lo femenino y la cuestión de género, 3) sensibilidad hacia lo intercultural, 4) sensibilidad hacia lo ciberespacial y 5) sensibilidad hacia lo robótico. Ellas explican los sorprendentes cambios de paradigmas registrados en las últimas seis décadas. Nada ha quedado intacto, siendo la cuestión tecnológica la mayor generadora de dichos cambios, sobre los cuales no puede afirmarse que sean positivos o negativos, sino de ambos signos.
La primera de dichas sensibilidades temáticas acoge y dimensiona todo lo concerniente a la custodia y preservación del medio ambiente y la naturaleza en su conjunto. Está impulsada por una creciente actitud de cuidado y amistad hacia la tierra, vista como la casa común.
Con Hans Jonas asistimos al giro ecológico, al plantear una tesis para muchos muy controversial, la de que la naturaleza tiene dignidad y derechos que, de violarse, estaríamos cavando nuestra propia tumba.
La segunda temática sensible fomenta una conciencia nueva acerca de la dignidad y derechos de la mujer, y sobre las diversas modalidades en que las personas manifiestan su preferencia sexual.
Se condena como algo inaceptable toda discriminación y desigualdad de la mujer frente al hombre, cambiando rotundamente el modo de concebir lo femenino y sus roles dentro de la familia y la sociedad en su conjunto. Con el giro femenino se asiste a una visión nueva que pone en tela de juicio la cultura patriarcal. De igual manera crece en el mundo el respeto por la pluralidad de género, como por las identidades y opciones sexuales.
La tercera sensibilidad aboga por el respeto y diálogo entre las diversas culturas y razas, rechazando las expresiones y prácticas supremacistas y racistas, en perjuicio de las minorías étnicas. No se negocia el discrimen generado por razones de tipo étnico o cultural.
Lo ocurrido tras el asesinato del afroamericano George Floyd habla por sí solo. Todo esto tuvo su principal punto de partida con la gran hazaña histórica de Martín Luther King.
La cuarta promueve reflexiones en torno a los aportes hechos por la tecnología digital y sus repercusiones en todos los ámbitos de la vida individual y sociocultural. A partir de ello hay que hablar de otra esfera, la del cibermundo, de la que tú has venido investigando desde el siglo pasado, fruto de lo cual has escrito dos libros y uno en fase de preparación.
Se ha repetido hasta la saciedad que toda persona que no tenga presencia en el cibermundo, tampoco existe en el mundo real o tangible. Es una manera de decir cuán imprescindible se torna actualmente lo digital o virtual. Tanto ha sido su impacto cultural, económico, social, laboral, sanitario, etc. que ha obligado a replantear importantes postulados y teorías de índole ontológico, y a crear categorías nuevas para designar y hacer inteligibles procesos y eventos jamás vistos o acontecidos.
El quinto tema sensible de nuestro tiempo motiva, crea y divulga reflexiones en torno al rol jugado por la irrupción de robots, bots y diferentes modalidades de automatización en el seno de la vida humana, dimensionando su incidencia en áreas como la medicina, la industria, el comercio, etc.
Esta sensibilidad se abre paso impulsada por la inteligencia artificial y para muchos filósofos y científicos lleva aparejada una manera diferente de visualizar al ser humano, introduciendo categorías novedosas como posthumanismo, transhumanismo, etc.
(AM): Estos cinco temas sensibles o sensibilidades temáticas que tu defines ¿constituyen los signos básicos de nuestra era de cibermundo virtual y transido?
(JM): Ellos han sacudido la conciencia humana provocando una transformación radical en nuestras concepciones del mundo, de la naturaleza, del ser humano, de las relaciones hombre-mujer, del espacio, del tiempo, de la patria, de la moral, del sexo, de la educación.
Nos han cambiado para siempre; constituyen signos configuradores del nuevo ser humano que habita el planeta hoy día.
Me voy a detener en la cuarta sensibilidad temática, la ciberespacial o virtual, para intentar satisfacer tu inquietud en esta parte de nuestro diálogo. Lo efectuaré a través de varios cuestionamientos.
PRIMERO: ¿Tiene el ser humano actual poder para canalizar, regular o ejercer control idóneo sobre los adelantos portentosos prohijados por la tecnología digital? Esto reviste mucha importancia, pues de no ser posible hay cuestiones vitales de la persona humana que podrían resultar afectados. Me refiero a cuestiones como libertad, intimidad o vida privada, seguridad jurídica, todos ellos vinculados directamente a la dignidad y derechos humanos.
El asunto de fondo es si los avances alcanzados, tanto a nivel virtual como de artificios inteligentes, se pondrán al servicio de la humanidad o, si, por el contrario, la humanidad quedará subordinada y convertida en sierva de los dispositivos virtuales, de sus creaciones tecnológicas.
Conocemos del rol jugado hoy por la telefonía móvil, ¿Se pondrá al servicio del rastreo y control, facilitando y permitiendo la denominada “tiranía digital”?
Se ha podido constatar la amenaza a la privacidad interviniendo chats y conversaciones telefónicas, en varios países desde instancias gubernamentales, en perjuicio de periodistas y políticos de oposición. A todas luces ilegal, en nuestro país se presentó como acciones rutinarias de los servicios de inteligencia del gobierno. Pero ¿Qué pasa cuando nuestras computadoras, casas, vehículos, reloj, etc. están conectados a una misma red, cuyo poder descanse en unas cuantas empresas, o bien bajo el control absoluto del Estado, al estilo chino?
SEGUNDO, ¿Cómo poner freno a la ilimitada “explotación digital? Markus Gabriel advierte acerca de nuestra condición de “proletarios digitales”, argumentado que de hecho trabajamos gratis produciendo datos para beneficios de compañías muy ricas, pero nadie nos paga por ello. Dicho autor concluye lanzando un serio cuestionamiento: ¿Se tiene como fin lograr un mundo mejor o explotar al ser humano como nunca se ha visto en la historia?
TERCERO: ¿Podría hablarse actualmente de la colonización digital del mundo interior de la vida? Tras la irrupción reciente de la Covid-19, los efectos benéficos de la tecnología digital se han disparado a la enésima potencia. Baste mencionar la aplicación de sus avances en una nueva plataforma educativa que sirve de alternativa a la tradicional; pero también la aplicación de nuevos avances tecnológicos dentro de la medicina, la banca, el teletrabajo.
En fin, en todas las actividades, ya sean económicas, educativas o de diversión. En el ámbito de la salud es impactante el anuncio dado a conocer en abril sobre el trabajo mancomunado entre Apple y Google para lograr herramientas de rastreo de la Covid-19, cuya adopción sería voluntaria por diversos países.
Durante la presente pandemia es difícil imaginar cómo mantener en confinamiento domiciliario a miles de millones de personas, sin servicios de Internet. Pero esto que resulta tan importante para trabajar desde casa o canalizar el ocio de millones de personas y muchas de sus pulsiones, ¿no iría en detrimento de la vida personal?
¿Están sus diversos menús diseñados de forma enteramente inocentes, exentos de interés? ¿No hay una selección interesada de los contenidos? ¿Una inducción a determinados patrones de comportamiento o de consumo? De ser así, ¿Quién selecciona? ¿Quién induce? ¿Tiene el ciudadano común, pero especialmente los niños y adolescentes, capacidades para discriminar o discernir lo que les conviene dentro de tantas ofertas en el amplísimo menú que nos presenta el internet?
Hay aquí, por otra parte, un riesgo y es lo que Yuk Hui llama “cultura monotecnológica”, con lo que llama la atención sobre el peligro de caer en “la homogeneización cultural”, que provocaría la extinción de valiosos aportes hechos por las distintas culturas. Y yo agrego otro riesgo, muy vinculado al anterior, la “colonización digital de la vida interior”.
Me imagino a la humanidad como una inmensa granja en que las personas se tornan acríticos e insensibles, sin identidad propia ni capacidad para el asombro y, por tanto, cada vez más incapacitadas para las artes y para la filosofía. Todo ello porque corporaciones y/o Estados o gobiernos totalitarios se empecinen en colonizar lo peculiar de cada persona humana. Aquí es donde ubico el rol de la filosofía, el cual consiste en dificultar o impedir, en unión con los cultivadores de las diversas artes y otros saberes, que tal extravagancia gane cuerpo.
(AM): En varios escritos que he publicado sobre ética, he tratado de no quedarme en la repetición del quehacer teórico dentro de la ética del mundo, como diría Adela Cortina, sino que me he orientado por las reflexiones de la ética virtual o ciberética, la cual he venido trabajando durante dos décadas y con mis estudiantes de grado y posgrado.
Parte de las ideas que planteas en cuanto a una ética ecológica, desde la filosofía, lo he venido planteando desde una ética virtual o ciberética, a partir de la filosofía cibernética innovadora. ¿La ética, en esta época del cibermundo, cobra importancia?
(JM): Tal ética está llamada a desempeñar un rol relevante. Platón decía que mientras soñamos no cometemos faltas reñidas con la moral, pero no ocurre lo mismo cuando, inmerso en el cibermundo chateamos, twitteamos, damos likes o comentamos en YouTube.
Aunque a menudo no nos detenemos a pensar en ello, navegar por las redes impone determinados criterios éticos que, de pasarse por alto, pueden llevarnos a cometer errores irremediables.
¿Cuántas veces no deseamos volver atrás y borrar el texto, la imagen o el meme enviados? Pero ya es demasiado tarde para enderezar entuertos. A veces esto ocurre debido a la falsa ilusión de que al actuar a nivel virtual (o en el cibermundo como a ti te gusta llamar), las personas estamos colocadas en una instancia ontológica ajena y completamente independiente del mundo físico o tangible.
Aquí resulta de gran valor revisar nuestro concepto tradicional de realidad y convencerse de que muchas cosas han cambiado.
Con Javier Echeverría sabemos que los seres humanos y las sociedades no se confrontan con un mundo único y dado ya para siempre, sino a diferentes grados de realidad, y que justamente una parte de la realidad es artificial.
La realidad virtual recae en esta dimensión o parte de lo real, lo cual significa que lo virtual existe, pero en un grado ontológico apropiado a su consistencia: la artificialidad.
Empero, ¿cómo ha sido esto posible? El mismo Echeverría lo explica así: “Se mantiene que las tecnologías de la información y las comunicaciones posibilitan una expansión del mundo real, distinguiendo tres entornos del ser: la physis, la pólis y el espacio electrónico” (“Virtualidad y grados de realidad”, Daimon Revista Internacional de Filosofía, (24), 23-30, Recuperado a partir de https://revistas.um.es/daimon/article/view/14441).
Así las cosas, al movernos en el cibermundo actuamos dentro de la órbita electrónica, pero al hacerlo podemos efectivamente incidir sobre el mundo físico o la naturaleza y sobre la sociedad o la polis o ciudad.
Entonces, lo que ocurre como efecto de nuestro obrar en el entorno electrónico-digital-virtual (parte artificial de la realidad), puede modificar (sea en sentido positivo o negativo) el nivel concreto, puede incidir de modo directo y significativo en nuestro mundo.
El entorno virtual o cibermundo no es un mundo inconexo o desvinculado del mundo real o concreto, sino que figuran como niveles distintos y complementarios de una realidad que es de por sí compleja y multisectorial.
En tu libro La Era del cibermundo (Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, 2014), esto queda bien explicado cuando sostienes que: “Estar conectado implica vivir en el cibermundo y en el mundo a la vez, en proceso dialógico y recursivo como lo establece la complejidad. Sin el mundo no puede existir el cibermundo en la globalización, e inversamente, no se puede ya existir en el mundo sin ese compuesto de información y conocimiento proveniente de lo ciberespacial” (Editora Nacional, 2015, p. 48).
En tal sentido, dar un clic no debiera significar un mero estímulo digital a tomar a la ligera, pues a menudo trae consecuencias muy importantes de cara a nuestra responsabilidad personal, puesto que nuestra conducta se inserta aquí dentro de una inmensa gama de relaciones intersubjetivas generadas en el entramado de redes que propicia el cibermundo.
Vistas bien las cosas, no existió en épocas pasadas un tipo de sociedad en que el ser humano tuviera a su disposición tanta capacidad para accionar o poder intervenir, tanto práctica como teóricamente sobre el complejo mundo social y cultural; nunca estuvo al alcance de un dedo tanto poder, tanta capacidad de maniobra o un menú tan sorprendentemente amplio de opciones.
(AM): esos planteamientos filosófico, social y cibernético que tu analizas ¿Tiene implicaciones con nuestro mundo moral, con lo ético?
(JM): No ha de dudarse. Ese menú digital excita e incita a que actuemos constantemente, a tomar decisiones en cada instante; decisiones que, al ser voluntarias y queridas por nosotros, están revestidas de gran relevancia ético-moral. Y es que, tumbados en nuestra cama, en cualquier momento tenemos al alcance de un dedo la posibilidad de construir o de destruir el mundo social. Eso era imposible apenas unos lustros atrás.
Todo esto tiene que ver con nuestra manera de vivir hoy eso que hace mucho tiempo se conoce como libre albedrío. Consecuentemente, el “¿Qué debo hacer”? de Kant debería ser tomado en cuenta a nivel del cibermundo. Lo mismo que el principio de precaución.
Frente a aquellas personas que no toman en cuenta ni una cosa ni la otra, o que, por ignorancia piensan que el daño provocado en la esfera virtual no deja rastro, hoy día surgen nuevas normas de tipo legal llamadas a poner freno al irrespeto expresado en múltiples delitos virtuales.
Gran parte de nuestras vidas la desenvolvemos dentro del entramado de redes virtuales complejas, en las cuales encontramos información, diversión, oportunidades laborales, sin embargo, la información a veces desinforma (por ejemplo, la posverdad) la diversión en ocasiones daña y las oportunidades laborales podrían no ser tales.
De ahí que cobre tanta importancia pensar antes de actuar, sopesar nuestras decisiones y tener capacidad de discernimiento.
Y ya lo sabemos: el principal sustento de la ética es la libertad. Hoy en día gran parte de nuestra vida va a depender de la manera en que demos un uso correcto, responsable y prudente respecto de los dispositivos electrónicos puestos al servicio de la información, la comunicación y la educación.
Sin embargo, nuestra intimidad como nuestra identidad personal están amenazadas de muerte, por la existencia de enormes empresas y Estados que comercializan con nuestros datos y ejercen sobre todo el mundo lo que se llama un “totalitarismo digital”. Todo esto coloca sobre la espalda de los filósofos y los tratadistas éticos una enorme responsabilidad.