(AM): En la obra Pensamiento, palabra y omisión. Antología poética personal 1984-2009, se da una relación simultanea entre lenguaje y pensamiento que van por los senderos del poetizar, que no deja el razonar, la pasión por la vida, por ese conatus, al decir de Spinoza, que te hace esforzar en seguir siendo, en esforzarte en perseverar en ser, en desear lo bueno, porque si no fuese bueno, no lo desearas.

En la página 43 de esta obra, nos encontramos con “Pensamiento” que se explaya en lo siguiente: “Para qué preguntar por la salida si la entrada fue un don de los desconocidos. para qué los intentos por descifrar la vasta superficie de un milagro. para qué presumir sabiduría y dominio. sabio es el viento que no tiene memoria. que solo cuando pasa es, que puede pasar iracundo o tierno. sabio es el viento. uno de los cuatro elementos en el sueño. y no lo sabe nunca. nunca lo sabrá.” (2012).

Cuando leía este pensamiento recordaba a la forma de filosofar de Heráclito y sus metáforas.  ¿poesía, pensamiento?. Además, pensé que mis espejuelos tenían problema en no ver la coma y el punto en ese escrito. ¿Por qué eliminas las mayúsculas luego del punto?

(JM): Ese poema que citas pertenece originalmente a un libro de juventud. Se trata de encuentro con las mismas otredades (2), de 1989. En ese poemario, como en encuentro con las mismas otredades (1), de 1985, en el ojo del arúspice (1984) y en la invención del día (1989), -nota que no por casualidad todos los títulos quedaron en letras minúsculas-, intentaba imprimir un nuevo sentido, una nueva semántica al espacio en blanco entre palabra y palabra, línea y línea, a la diferencia entre mayúsculas y minúsculas y al punto como signo tradicional de cierre de la idea en la gramática escrita del castellano. Quería reventar lo establecido, sin que necesariamente lo inventara, sino también retomando ideas predecesoras con una mirada particular. Pero no transgredir lo establecido en la ideología de la paraliteratura, muy a la usanza entonces, sino en la escritura misma, en su proceso de génesis y en su resultado como obra acabada, aunque infinitamente perfectible, mejorable. Procuraba liberar la expresión poética de las amarras y mancuernas lógicas de la gramaticalidad. Pero aún más allá, volví a la poesía en bloque o prosada, que tuvo en Rafael Américo Henríquez y su Rosa de tierra (1944), en Freddy Gatón Arce y su poema Vlía (1944) y en Manuel Rueda y su Con el tambor de las islas. Pluralemas (1975) un extraordinario precedente, en diferentes vertientes. En el prólogo de encuentro con las mismas otredades (2), que titulé “el punto, el circunstante”, traté de esbozar una poética que estremeciera los cimientos del punto, y con él, de la escritura poética como fórmula del lenguaje coloquial y como plataforma de discursos ideológicos. Quería que el poema aspirara a tener una misión y no una función, por demás, teleológica e ideológicamente reduccionista y viciada. Así planteé cuestionamientos al punto como origen de la forma de la escritura y el poema. No obstante, se exalta también el poder del punto, antes que como frontera o separación, como espacio de unidad, de convergencia de los opuestos, como boceto de la interacción entre sentido y sinsentido. Esta poética invitaba a la escritura y lectura del poema con un nuevo ritmo, con un nuevo sentido. Se trata del punto aspirando al infinito. Mi intención fue la de resignificar aspectos de la gramática, en tanto que conjunto de reglas lógicas, en la arquitectura libre, abierta, a veces absurda del poema escrito. En ciertas formas, un dejo de espontánea oralidad en el lenguaje poético escrito.

(AM): Ahora vamos a reflexionar sobre el texto Posmodernidad, Identidad y poder digital. Las nuevas estrategias de vida y sus angustias (2019), donde te sitúas en el plano filosófico cibernético innovador, en el punto de la cibercultura, en la posición crítica con todo lo relacionado al tema de la ciberadiciones, a la infoxicación o intoxicación por exceso de información, que bloquea todo movimiento ascendente hacia el conocimiento y la sabiduría.

Se deja entrever en la obra una meditación sobre el mundo tecnocientífico, de entramados de redes de poder virtual cibernético y de miles de millones de sujetos navegantes que se mueve de forma gelatinosa por el ciberespacio, lo que he llamado cibermundo.

El cibermundo como sistema social cibernético implica lo digital ¿Mejor vivirlo y comprenderlo que intentar no vivir en él?

(JM): Completamente de acuerdo contigo en este último aserto. El cibermundo, sus virtudes y sus peligros, mucho mejor vivirlo, para poder pensarlo y transformarlo críticamente, que pretender no vivir en él, darle la espalda o hacerse de la vista gorda, lo que implicaría un alto grado de irresponsabilidad individual y ciudadana, además, de inútil permanencia en la cultural análoga, en franca decadencia o agonía. Como sujeto de mi tiempo y mi espacio, he tratado de comprender ese tiempo y ese espacio, en aceleradísima transmutación o cambio, hasta la perspectiva de hacerme una teoría, no pretensiosa, aunque sí aguda, sobre la complejidad de mi sociedad, mi tiempo y el individuo que los habita. No se puede vivir sin angustias en un mundo y un tiempo que te exigen una estrategia de vida, una política de vida como gusta llamarlas Anhtony Giddens. Hay que tratar de esbozarlas, al menos, sino de hacerlas parte de tu modus vivendi. En ese volumen recojo una selección de artículos escritos para mi columna “Carpe diem”, del diario El Día, publicados entre los años 2014 y 2018.

En ellos reflexiono acerca del descontento que, en nosotros, en tanto que individuos de un momento histórico determinado, ha ocasionado la serie de promesas incumplidas con que la modernidad presente o hipermodernidad, que Zygmunt Bauman denominó modernidad líquida, se instauró como estrategia y política de vida, como organización del Estado, la economía, la cultura y la sociedad. Los acontecimientos de hoy, incluso el terrorismo internacional o las guerras en su contra, como tampoco los fenómenos culturales, económicos y científicos hubieran tenido lugar sin la revolución tecnológica y el auge del medio digital.

La virtualidad transformó el tiempo cronológico en instantaneidad o simultaneidad y el espacio físico, que supeditaba al yo a la unicidad, en ubicuidad, multipolaridad y dualidad del yo mismo, construyéndole, incluso, una nueva identidad: la identidad virtual, otra mismidad. Otra transformación importante es la del riesgoso desplazamiento que la información y la hiperconexión representan frente al conocimiento y su peso específico en el pensamiento y la cultura. El dataísmo, como lo denuncia Byung-Chul Han, hacer del dato per se una suerte de religión, de verdad absoluta, de conocimiento en sí mismo puede derivar en infoxicación, es decir, en información excesiva y reducida al grado cero de su propia utilidad. Además, la seducción de la virtualidad y el entusiasmo excesivo por la sociedad en red podrían conducir al nuevo sujeto al padecimiento de ciberadicciones.

Otro fenómeno importante que surge en el contexto actual, caracterizado por el predominio del medio digital, al menos, en sociedades de modernidad avanzada, y que planteo en las páginas de ese libro es el de la mutación del poder y del dominio, como ejercicio de aquel. La revolución tecnológica y el giro digital han infligido una transformación, una metamorfosis del poder, que ha modificado significativamente su topología y sus mecanismos de dominio, migrando, por ejemplo, la vigilancia y la explotación del sujeto, desde el panóptico de la sociedad disciplinaria que desentrañó Michel Foucault al pospanóptico o panóptico digital inherente al sistema de pantallas y dispositivos digitales de la sociedad presente.

(AM): Hay que comprender que el cibermundo, desde el enfoque filosófico cibernético innovador no es quedarse en la tecnología, en internet y el concepto de lo digital, ya que entra la teoría de sistema, la lingüística, la cibernética de segundo orden, la tecnociencia, con la nanotecnología, la física cuántica y todas las redes de control virtual de nuestros tiempos, con las computadoras cuánticas y el pensamiento de la complejidad.  En este aspecto no se trata de filosofar en una sola dimensión filosófica, sea al modo de la escuela de Frankfort o de otras corrientes de pensamiento de la primera década del siglo XXI, que colocan a los dispositivos digitales como sonajeros o herramientas que solo se consumen y se desechan, sin comprender las redes de poder y control virtual que se desprenden de esta y a la vez de participación, de conocimiento y aprendizaje. No es que uno trabaje el pensamiento como si fuese una cárcel donde no fluyan las ideas, más bien es asumir un enfoque epistémico y complejo del mundo y el cibermundo.  De acuerdo con lo que plateas en el libro, en el cibermundo no hay un paraíso sin serpiente, como diría el poeta Octavio Paz, refiriéndose al mundo moderno. Por lo que encontramos en esos escritos tuyos, preocupaciones fundamentales como son los círculos viciosos y no virtuosos que genera ese mundo virtual.  Tenemos los nativos digitales y de las aplicaciones que, si no viven el mundo y el cibermundo, el espacio y el ciberespacio de manera híbrida, intentando llevar una cibervida, en donde el mundo de lo virtual cobra valor fundamental al margen de lo real, del espacio social físico ¿Termina degradándose la vida?

(JM): Bueno, a decir verdad, tú eres el experto en materia de tecnociencia, cibercultura y esa nueva disciplina que solemos llamar humanismo digital. Has escrito bastante sobre ello y con mucha propiedad. Yo, en cambio, solo me he acercado a ese complejo y vasto campo, con curiosidad y con sentido crítico, guiado siempre por mi temprano interés en la modernidad, la posmodernidad y los procesos de modernización constante de nuestro mundo. Pero, tienes razón, no se trata de cuestionar el auge de las tecnologías y el apogeo del medio digital como si fuesen meros epifenómenos del consumismo y de lo que Shoshana Zuboff (2020) llama capitalismo de la vigilancia; aunque tampoco se trate de efectos inocuos de la revolución tecnológica y las promesas de la inteligencia artificial (IA).

La era de la información tiende, en sus despeñaderos más sinuosos, a reducir al ser humano a un simple dato, que pasa automáticamente a ser vigilado o controlado por determinados guardianes de la seguridad digital, a ser custodiado por un nuevo preboste que se llama algoritmo. Los sistemas actuales de recopilación de datos sobre las personas no siempre son visibles; es una urdimbre que va más allá de las pantallas y los dispositivos personales; son mecanismos inescrutables e insertos en procesos de la vida diaria y en el uso de las redes sociales y recursos lúdicos del medio digital. Estas son las situaciones que han preocupado a filósofos del ciberconocimiento y la cibercultura como Jaron Lanier (2018), que ha insistido en la peligrosidad de la ciberdependencia a las redes sociales y el uso reñido con la ética que a los datos personales pueden dar los gigantes tecnológicos; Michel Desmurget (2020), que llama a las familias a cuidar los hijos de hoy, los llamados nativos digitales, del peligro del uso excesivo de las pantallas, para que no se conviertan en cretinos digitales;  o Virginia Eubanks (2021), que advierte sobre los riesgos sociales de la automatización, si se convierte esta en recurso para acentuar la desigualdad, a causa de la brecha digital, y castigar por medio de la información y el conocimiento a los más pobres. Llegar a estos extremos implicaría una verdadera degradación de la vida.

La otra postura extrema que habría que evitar es la de la tecnofobia, que solo conduciría a la ceguera y al absurdo, pues el tecnófobo vive de espaldas a su propia realidad. Es una actitud evasiva no recomendable. El pensamiento crítico está llamado a transformar el mundo en que gravita y no simplemente a interpretarlo u opinar en torno a él.

(AM) Se ha de partir de un pensamiento sistémico en torno al cibermundo,  de ahí, que se ha de tomar en cuenta los conceptos filosóficos categoriales cibernéticos complejos, como lo son el sujeto-poder cibernético y sus diversas variantes (hackers, ciberactivista, hacktivista) que  se mueven en el ciberespacio, en las redes virtuales, de ahí de rastrear el concepto filosófico de lo virtual, para abordar el control virtual, lo biométrico y la ciberseguridad, todo ha dado a la compresión de la cibercultura como estructura material y simbólica de lo cibernético y de lo digital. ¿Todo esto ha impactado en la vida del sujeto?

(JM): Steve Jobs (1955-2011) no fue solo un genio de los nuevos lenguajes de la codificación y un inventor de artefactos sin precedentes en la historia. Fue uno de los más grandes revolucionarios del siglo XX, porque con sus ideas logró su propósito original: transformar la vida, el estilo de vida de la sociedad globalizada, poniendo al sujeto, al yo como artífice de esa misma transformación. De ahí brota, con los aportes de otros genios de la tecnología y el mundo empresarial tecnológico como Bill Gates, Mark Zuckerberg y sus compañeros Eduardo Saverin, Dustin Moskovitz y Chris Huges, además de Jack Dorsey o Jeff Bezos, una nueva órbita de productos, servicios, ofertas y demandas, pero también, un nuevo tipo de sujeto social, un nuevo tipo de usuario y de consumidor de esos artefactos innovadores. Con su advenimiento, el estilo y las estrategias de vida cambiaron radicalmente. Se trata, pues, de creaciones que han impactado en asuntos vertebrales de la vida en sociedad como son el pensamiento, la cultura, el consumo, la producción, la educación y, por supuesto, los sistemas de control y vigilancia. La ventaja de un teléfono inteligente es que te sirve para conversar, conectar, interactuar en comunidad de redes, comprar, vender, pagar, entretenerte, tomar clases, hacer fitness, leer, rezar, almacenar datos e información o imágenes, controlar a terceros, grabar, fotografiar, exponer tu cuerpo, ver y promover pornografía y autopornografía, castigar y vigilar, entre otras funciones. Hay en sus capacidades un pequeño universo que mueves o detienes a tu antojo. Es la puerta de entrada a lo que bien llamas cibermundo.

El de los hackers, o jáquers en su acepción lingüística hispanizada, es un orbe del cual, de tiempo en tiempo, van surgiendo villanos y héroes. Pertenecen a la sociedad de expertos de que han hablado pensadores sociales como Giddens o el propio Bauman. Es un tipo de adicción que hace del sujeto, con coeficiente intelectual generalmente elevado y conocimiento de la informática, un funambulista entre la burla de las normas éticas y sociales establecidas o la denuncia de los mecanismos de visualización individual y social creados por la sed de dominio, control y vigilancia en los estamentos de los poderes fácticos, sean estos tangibles o intangibles. Sus conocimientos le permiten crear o diseñar ecosistemas de ciberseguridad. Aunque, generalmente, la pasión del hacker estriba en detectar debilidades en los sistemas de información destinados a diferentes usos. Burlar la ciberseguridad, que cuesta muchísimo dinero instaurar y mantener en empresas o instituciones, es su deleite. Se contenta con ser un pirata informático. El cracker o cráquer, en español, en cambio, es el que emplea sus conocimientos en programación y ciencias de la información para dedicarse a actividades ilícitas. Es un rompedor de las normas éticas y morales para vivir en sociedad.

Un ciberactivista, por su parte, es una nueva modalidad de lo que en el lenguaje político anterior a la era digital conocimos como agitador. El ciberactivista desarrolla en las redes y la virtualidad lo que un activista lleva a cabo entre individuos o grupos sociales cara a cara. La llamada Primavera Árabe de 2010-2011, así como movimientos posteriores de indignación económica, social y ética como los dirigidos contra Wall Street o contra el la desigualdad, el racismo, la discriminación, la aporofobia u odio a los pobres y la xenofobia en Estados Unidos y Europa han tenido en el medio digital un punto de apoyo de excepcional poder de convocatoria. El peligro del ciberactivismo tiene lugar en creerse que con mover las emociones en las redes es suficiente como para provocar los cambios en la sociedad, las leyes y el Estado que los grupos sociales reclaman. Ese peligro tiene, en el pensamiento de Zygmunt Bauman (2017) un nombre. Se llama slakctivismo, es decir, un activismo lento. Ese activismo lento llegó a atribuir un protagonismo demasiado entusiasta a las redes sociales en las protestas por indignación de países con relativamente pocas comunidades virtuales y, en algunos casos, con un control absoluto, desde el poder, de la comunicación en red, como por ejemplo en China, Irán o Cuba. Por eso considero que el activismo lento de las redes sociales no necesariamente lleva implícito el germen de la democracia como sistema económico, político y social. Antes que a cambiar el orden establecido o a mejorar las condiciones y limitaciones de la sociedad, el ciberactivismo lento podría crear, por el contrario, un efecto de simulación transformadora, como diría Jean Baudrillard, que deje intacto el orden establecido, despojando a los sujetos cibernéticos de su responsabilidad ciudadana como sujetos transformadores, y dejando rezagados los derechos humanos y los avances de la democracia en el mundo. Las promesas del orden digital pueden derivar en desilusión, en descontento y en permanencia del status quo.

(AM): A vuelo de pájaro, voy a situar uno de los escritos que se encuentran en esa obra, “E-Pocalipsis o Apocalipsis digital”, donde narras cómo te despertaste de manera brusca a las cuatro de la madrugada, dándote cuenta de que desapareció el mundo de la virtualidad y sus redes sociales y entraste en un estado de angustia por la desconexión total que produjo en el cibermundo: “Me despierto a las cuatro de la madrugada. Tomo mi Smarphone y descubro, desconcertado, que se han caído de bruces Internet, Whatsapp, Twitter, Instagram, Linkedin y todas las demás redes sociales (…).

La narración deja entrever un verdadero estupor, la que “Ahora, no sé siquiera quien soy, pues, mi segundo, mis identidades digitales no pueden proclamar el “Chateo, luego existo”, “Clico, luego soy”. Toco pantalla líquida, luego soy percibido”. Este es nuestro mundo de hoy, que sería irreconocible para alguien que haya vivido el de hace cien años.” (p.250).

¿Con la pandemia del COVID -19, ha sucedido lo contrario, el mundo real se ha paralizado y gracias a ese “Chateo, luego existo” y “Clico, luego soy”, es que hemos podido seguir funcionando, ¿sin una parálisis total?

(JM): Hablo en ese artículo acerca de la dependencia del medio digital, de la digitalización y virtualización de lo cotidiano en que ha derivado nuestro estilo de vida. Es una suerte de pasaje del género novelesco de ciencia ficción. Lo que veo es que la cuestión ontológica y gnoseológica cartesiana del “Pienso, luego existo” ha mutado a la cuestión óntica y tecnocientífica del “Clico, luego soy”, porque hoy día, para vivir hace falta más clicar que pensar. Aunque parezca un mero juego de frases, en el fondo, hay en estas proposiciones una cuestión de carácter ontológico, existencial. Si nos cortaran de n zarpazo la conexión al medio digital, nos hundiríamos en un mar profundísimo de incertidumbre; en como dices, un verdadero estupor. ¿Se subsume a mi yo digital la totalidad del ente que hay en mí como persona? ¿Acaso estaría a la vuelta de la esquina el Robinson Crusoe de la era digital, en vez del hombre superador de la muerte que preconiza el transhumanismo? ¿Volverá una simple flor, en su estado natural, a ser más relevante para nosotros que un algoritmo, un clic o un mensaje vía Whatsapp? ¿Acaso, a propósito de relevancia y del espacio que en la supremacía del Sapiens otorga Harari (2017) a la civilización actual, podría un algoritmo convertir en irrelevante al ser humano? Si vamos a depender totalmente de las peripecias del medio digital y la digitalización nos va a absorber de pies a cabeza, entonces, nuestro riesgo cósmico o global va a ser e-Pocalíltico. En términos de Beck (2008), ese nuevo apocalipsis será la catástrofe como escenificación del riesgo de la sociedad global. No podremos, entonces, evitar el miedo a un desastre cibernético, más allá de la mitología que se creó en torno al advenimiento del año 2000, como parte de la civilización cuya piedra angular, cuyo pivote existencial descansa en el medio digital.

Si bien la pandemia de la Covid-19 colocó en un primer plano global los recursos de la virtualidad y la digitalización de los procesos de la vida cotidiana, producto del aislamiento, confinamiento, estado de excepción y cuarentena como recursos esenciales de medida sanitaria, no es menos importante haber observado cómo la humanidad entró abruptamente en crisis y cuestionó conductas, jerarquías axiológicas, prioridades existenciales que redundaron en restablecimiento y nueva valoración de la solidad y los vínculos humanos. Es paradójico, porque estuvimos familiar, social y espiritualmente más cercanos, aunque por medio de la virtualidad. El mundo, ciertamente, siguió funcionando, luego de una parálisis que afectó la economía de los países y obligó a los Estados y a las empresas a tomar medidas en auxilio de la población. Aunque no con certeza, sí se sabía que ese estado excepcional del mundo sería temporal, que habría una nueva normalidad al cabo de un tiempo y que, al menos para los poco optimistas o ilusos, la sociedad volvería por sus fueros una vez se consiguiese mayor eficacia en las vacunas contra el nuevo coronavirus y sus variantes. Así parece haber sido. Hay más virtualidad hoy día, ciertamente; hay más procesos que penden de la digitalización, pero el mundo ha recuperado su funcionamiento y la modernización constante, que sufrió un salto inesperado, ha vuelto a su gradualidad histórica. La presumible realidad posterior al Covid-19 parecería ser, más una época de cambios que un cambio de época. Los paradigmas de la civilización presente fueron sacudidos, pero no desplazados de cuajo. De manera que la humanidad continuará su curso, con su dejo existencial transido, para emplear un término que has hecho parte de tu filosofía, entre la realidad y la virtualidad, entre el mundo offline y el online, entre la topología real y la volatilidad virtual, entre la identidad corporal y psicológica, y la identidad digital.

(AM): En Estación de perplejos. Aforismos, sentencias y fragmentos (2012a), te vas de manera fluida y escurridiza por la brevedad y la precisión, por el sendero de la apertura del lenguaje que se encierra en sentencia, se abre en aforismo y nos deja en el pensamiento de lo filosófico, del devenir heracliteano  y de la vida: “Todo lo que acaba de nacer ya es suficientemente viejo como para morir”. El que sigue cobra más intensidad: “Lo único permanente es el cambio. Solo el reposo tiene la virtud de transformarse en movimiento”.

Para entrar en que todo cambia excepto el cambio: “En lo transitorio descansa el sentido de aquello que parece durar” (Ibid.12).

Este diálogo filosófico invoca, además, el poemario Lenguaje del mar (2012b), ese mismísimo que riega la arena, el adorado en yodo, en alzado vuelo de lo azulado. ¿El pensamiento presocrático y platónico, la relación Poesía y Filosofía?

(JM): Te refieres, con tu pregunta a dos libros que, aunque publicados en un mismo año, responden a estrategias textuales o discursivas diferentes. Aunque mi primer volumen de aforismos se publica en 1999, bajo el título de Premisas para morir, no es menos cierto que se nota la presencia de la estructura gnoseológica y lingüística del aforismo o de la sentencia en mi poesía, desde que publiqué mi primer poemario, el ojo del arúspice, en 1984. La brevedad, la agudeza, la economía de palabras, la intensidad rítmica y la luminosidad expresiva del aforismo me sedujeron desde muy temprano. El pensamiento presocrático, en buena medida, está expresado sobre el eje de una combinación del poema, en arquitectura y ritmo, con el lenguaje filosófico, en sentido, tema y propósito expresivo. Si bien Sócrates se esforzó en separar la poesía de la filosofía, cosa que acentuó y sistematizó su discípulo Platón, no hay que descartar que los poemas homéricos son al mismo tiempo filosofía, como las fábulas, comedias y tragedias griegas y que la filosofía del propio Platón se desliza por el recurso literario del diálogo. Otra vez, la relación íntima entre literatura y filosofía. Desde mis primeros escritos, con todo y que pueda haber fallado en ello, he tratado de borrar las fronteras rígidas entre los lenguajes literario y filosófico; o bien, al menos establecer entre ambos continentes vasos comunicantes que unifiquen el concepto y la imagen, el pensamiento y el sentimiento, la profundidad de una idea y la hermosura de una metáfora. Cuando escribo con lenguaje aforístico, ese arte de abreviar el espacio y el sentido, trato de que no se olviden las voces y pensamientos de autores como Epicuro, Marco Aurelio, Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Porchia, Thoreau, Joubert, Montaigne, La Rochefoucauld, Pessoa, Santayana, Stevens, entre otros tantos, hasta llegar al maestro por excelencia del siglo XX, Emil Cioran.

En lo que respecta a la presencia del mar en mi poesía, se trata de algo evidenciable desde mis primeros títulos hasta el más reciente de mis poemarios. Llevo su impronta en mi cosmovisión. Es parte de mi sensibilidad. Su lenguaje me es afín y tanto su quieta hermosura, su ocasional temple proceloso, como su biodiversidad me resultan un universo que trato de recrear en mis poemas. Nací frente al mar Caribe, en una callecita de Ciudad Nueva que desemboca en sus orillas. Crecí, en cambio, en un barrio de La Vega bañado por las aguas del río Camú. Para mí, como para Tales de Mileto, el agua “es el principio de todas las cosas”.

(AM): El texto (2012a) entra en el sujeto que se reconoce en el lenguaje simbolizado en filosofía, en pensamiento penetrado por la brevedad de la vida, de la incertidumbre entretejida de desconcierto, extrañeza y perplejidad:

“El progreso llegó a pie a mi ciudad. Paradójicamente, nos ha obsequiado la modernidad de un metro. A veces se mueve por el subsuelo. Otras, sube brillante a la superficie. He llegado hoy a la estación de los perplejos. Esa, desde donde ves pasar a los que van a ninguna parte y a los que han llegado de ningún lado. Estoy, pues, en la estación del metro de mi propia existencia. Bajarme en ella o seguir da lo mismo.

La perplejidad es el último de mi modo de asombro”. (ibid., p.25). ¿Es tu modo de filosofar?

(JM): Respondería que sí. Aunque en su carga semántica, el término se asocie a confusión o desconcierto. En realidad, en el plano del pensamiento, desde el Tarot (Arcano Menor No.66) en los antiguos egipcios, a lo que invita la perplejidad es a la necesidad, al desafío cognitivo de tener que elegir, seleccionar entre opciones. La perplejidad forma parte de mi modo de pensar y procurar transformar el mundo. Es en mí una suerte de asombro. De hecho, el asombro forma parte del modo de filosofar en Platón y Aristóteles. Sin asombro, que es un pilar de la perplejidad, no habría ni pensamiento ni poesía. Para Borges la poesía es ver con asombro donde los demás ven con costumbre.

Con la Guía de perplejos o descarriados de Maimónides (1135-1204), el segundo Moisés, el oriundo de Córdoba, España, el maestro de otro judío-español grandioso, Spinoza, tenemos un compendio de cómo el gruía espiritual enseña a su discípulo los caminos para encontrar, en la Edad Media, los principios de la razón y de la justicia como valores duraderos, permanentes del ser humano, mediante la interpretación o exégesis de las fuentes sagradas del judaísmo. Misticismo aparte, y guardando la debida distancia, yo me detengo en una estación de mi propio tiempo, el de la hipermodernidad expuesta e interconectada, el de la sociedad en red, el de la sociedad del cansancio y del dopaje digital, para desde allí observar, describir y advertir sobre el nuevo curso de la humanidad, sobre los nuevos desvaríos, sobre las nuevas ensoñaciones dogmáticas que, de igual modo, podrían descarriar al individuo y a la sociedad. Maimónides filosofaba sobre lo duradero en su sociedad y su tiempo; yo, modestamente, dibujo la disolución, la no fijeza, lo resbaladizo, la licuefacción de todo aquello que fue sólido y durable. Debo admitir que haya, en mis aforismos, sentencias y fragmentos, más dolor y rabia que poesía o filosofía.