(AM): La lucha contra el coronavirus no presenta un punto visible dónde poder combatirlo, y vivimos una “lucha contra un enemigo al no que se ve, no se le conoce y, sin embargo, está por todos los lados. Que no dispara, pero que mata. Y que mata sin otro fin que extirpar, simplemente la vida. Contra un enemigo que no trata de implantar una fe, ni conquistar territorios para ampliar un reino, ni restaurar un monarca” (ibid.9)

Sin embargo, la ciencia ha logrado en poco tiempo proveernos de vacunas. Hoy el conocimiento científico y tecnológico es la fuerza que podría frenar esta guerra invisible del virus. ¿La vacuna significa el fin de la COVID-19? ¿Ve alguna luz en el camino?

(FJCH): La pandemia nos ha pillado totalmente desprevenidos. Ahora, Bill Gates nos recuerda que, hace algunos años, él había profetizado una pandemia como la del coronavirus. Igualmente, ahora, la Fundación Rockefeller dice que hace unos diez años ella contemplaba, entre los posibles escenarios uno similar al de la COVID 19 …(No deseo continuar con la lista de los “adivinos” podría ser muy larga y tediosa). De todos modos, dijeran lo que dijesen los “profetas de la modernidad”, la realidad es que la COVID-19 sorprendió a los Estados con los deberes sin hacer o, más bien habiendo dejado de ser consecuentes con la responsabilidad derivada de su propia razón de ser que no es otra que el servicio a la sociedad.

Las políticas neoliberales que comenzaron a implementarse con aspiraciones planetarias a partir de los años setenta del siglo pasado tuvieron como consecuencia la crisis del Estado de bienestar y, en los países que lo habían logrado, incluso, del Estado social. Esta crisis se concretó en un abandono progresivo de las funciones y los espacios que correspondían a lo público y la simultánea asunción de esas mismas funciones y espacios por el sector privado con una excepción: El Estado se reservó la función del control social. Nacía, así, el Estado cuya función iba a ser la de “vigilante nocturno” al servicio ya no del individuo sino del mercado. En el terreno práctico aparecieron los “recortes” en educación, en sanidad, en investigación… y, por el contrario, el incremento de las partidas presupuestarias del Estado para seguridad, para armamento y gastos militares en general. El Estado había vuelto a sus orígenes militares que tanto había censurado Saint Simón en el siglo XIX y había perdido la oportunidad de reencontrar su propia esencia y su verdadera razón de ser. Los últimos veinte años de los casi cincuenta de andadura de la globalización neoliberal como ideología y cosmovisión han consolidado la tendencia y, puede decirse, sin temor a error, que, como consecuencia de la dejación de las funciones que han venido haciendo durante ese medio siglo, los Estados se han visto impotentes ante una pandemia de la magnitud de la COVID 19.

Hoy, casi el setenta por ciento del producto interior bruto mundial, está en manos de las multinacionales (en ese porcentaje se incluyen las del medicamento) cuyos intereses nada tienen que ver con el servicio público, con el bien común ni, tampoco, con el interés general. Ellas solamente entienden de costes y beneficios, en definitiva, de rentabilidad económica. La vacuna y los otros posibles remedios, forman parte de la lógica perversa del mercado global.

Jean Jacques Rousseau.

(AM): En su libro “Naturaleza y Derecho en Jean Jacques Rousseau” (1986), hay toda una explicación filosófica sobre si este intelectual del movimiento enciclopedista del siglo XVIII, es o no un filósofo y abundan referencias de por qué no se lo consideraba un filósofo; como es caso de Bertrand Rusell, que “calificara su peculiar estilo literario de inmensa importancia como fuerza social, negándole la titulación universal de lo que ahora se llamaría filosofo” (ibid. p.13).

Usted dice al respecto:” Bien es verdad que ninguno de los autores mencionados ha negado, de forma definitiva, la rotulación de filósofo a Rousseau. Pero no es menos cierto que Jean Jacques es objeto de un continuo regateo que va desde la etiquetación de trasformador adúltero de la filosofía pasando por la de filosofo regional, hasta llegar a la suma glorificación filosófica” (p.14).

¿ Rousseau es o no un filósofo?

¿Conforme a sus investigaciones, en donde sitúa usted el núcleo fuerte de este pensador?

(FJCH): Respecto de la cuestión de si Jean Jacques Rousseau es o no un filósofo, estimo que, como todas las cuestiones que se refieran al autor de Ginebra, es controvertida. Lo cierto es que Jean Jacques proclamó la libertad, amó la libertad y escribió desde la libertad. ¡Si ocuparse de la libertad y consecuentemente de la dignidad, esto es, de los atributos esenciales del ser humano, no es ser filósofo? Entonces, ¿Qué es ser filósofo?

Bien es verdad que, respecto de la Filosofía, Jean Jacques, hizo afirmaciones tales como que “la Filosofía acabó con Sócrates”(doce años duró su absoluta identificación, de Rousseau, con el filósofo griego quien finalmente pierde en la confrontación con Cristo). Y, de los filósofos dijo que no les importa la verdad, sino que mantienen su sistema, solamente, “porque es el suyo” porque, para ellos, “lo fundamental es pensar de forma diferente a los demás”. ¿Qué pueden pensar y decir, del ginebrino, aquellos que, viniendo después de Sócrates se consideraron filósofos, de alguien que, de manera tan rotunda, les niega la condición y, en el mejor de los casos, los califica de falsarios? Es evidente que, el ginebrino, no ha resultado un intelectual que inspirase simpatía. Todo lo contrario. Pero también ha habido intelectuales de la talla de Frederick Copleston que han reconocido que Jean Jacques es una figura demasiado destacada de la Historia de la Filosofía y carece de sentido ponerle una etiqueta pensando que con ello se ha hecho justicia.

René Descartes.

Desde René Descartes en adelante, en el ámbito de la investigación, tomó carta de naturaleza la idea de la parcelación de las áreas del saber en aras de la mayor profundización y concreción del conocimiento. No aceptar que, el método cartesiano, ha dado sus resultados importantes, sería una imbecilidad. No obstante, el filósofo tiene necesariamente que trascender los campos y “gérer la complexité”. Esto fue lo que Rousseau hizo. De ahí que, no se le pueda considerar filósofo por su aportación a un área del saber concreto (política, educación, sociedad, derecho, psicología, literatura…) sino al conjunto de todas ellas. No es posible conocer el pensamiento político, educativo, social, jurídico…, de Jean Jacques, sin conocer toda su obra.  La obra de Rousseau es un todo sistemático-existencial. Es una concepción singular y personal del mundo y de la vida, esto es, un sistema ideológico emanado de la profundidad de su propio espíritu.

El filósofo Éric Wei.

Quizás sea de interés traer a colación las palabras de un estudioso rousseauniano, Eric Weil “Si todo en Rousseau aspiraba a un nuevo tipo de filosofía, quizás él es una fuente de filosofía más que filósofo propiamente dicho, así pues era necesario Kant para “pensar los pensamientos” de Rousseau”.

 

(AM) : En el texto se deja entrever que el pensamiento de Rousseau no fue sistemático, lo que no significa que se perdiera en la fragmentación. Sin embargo, Rousseau en “Las confesiones y los diálogos” deja plasmada la mirada hacia sí mismo y al encuentro con la otredad, y como bien usted expresa, este pensador con frecuencia habla en primera persona y  “Es precisamente en los escritos personales, destinados al análisis de su propia personalidad, donde adopta esta manera de expresión” (Ibid.,34).

En las obras de Rousseau: “El Contrato Social”, “El Discurso sobre la Ciencia y las artes”, y “El discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”, ¿se esfuma ese yo fragmentado y romántico?

(FJCH): No creo que sea demasiado importante si el pensamiento del ginebrino es o no sistemático. Tampoco pienso que sea trascendente si, en él, existen o no algunas contradicciones. ¿Quién, a lo largo de una vida, no somete a revisión algunas cuestiones y aquello que en un momento era certeza se convierte en una insoportable duda? Por encima de cualquier consideración hay dos cuestiones que, en Rousseau, que no pueden ser dejadas al margen: Primera:  Su obra es una fusión sistemático-existencial porque, él es su propia obra. Segunda: La unidad de su pensamiento debe encontrarse en la finalidad que persigue en sus escritos, esto es, “la felicidad del género humano”.

Con frecuencia, con fines “pedagógicos”, algunos autores han clasificado su obra en dos áreas de conocimiento: Por una parte, los escritos filosófico-políticos, esto es, El discurso sobre la desigualdad, El Emilio y El Contrato Social, y, por otra, el resto de su obra calificándola como literaria. En mi opinión, estimo que se trata de una división artificial. ¡La obra del ginebrino constituye un todo! Su bello estilo literario del Second Discours no impide que sus planteamientos políticos, en esta obra, sean profundos. Su buen hacer literario en las Meditaciones de un paseante solitario no está reñido con los principios filosóficos contenidos en dicho texto. El Emilio, ¿es un texto político o un tratado sobre la educación? ¿No es Emilio el ciudadano del Contrato social?… La pretensión de clasificar la obra de Rousseau según áreas de conocimiento ha dado como resultado un verdadero desconocimiento del autor. Basta recordar, por ejemplo, aquella frase del Emilio que dice: “cuantos quieran estudiar separadamente la política y la moral, jamás comprenderán ninguna de las dos”. Son muchos los que han leído la obra de Rousseau de manera parcelada (el aspecto político, el aspecto pedagógico, moral, sociológico, jurídico…). Pero son pocos los que han abordado, los escritos del autor de Ginebra, de una manera integral, como un todo.

En mi opinión, las aberraciones (y son muchas) que se han escrito sobre Rousseau se deben a autores que lo han citado “de oídas”, lo han conocido a través de lecturas interpuestas o, si lo han leído directamente, lo han hecho de forma parcelada y, en absoluto, sistemática, y, en última instancia, también las ha habido, aproximaciones hechas de mala fe. Si no, no se explica que autores de la talla intelectual de Isaías Berlín pueda hacer afirmaciones tan poco rigurosas y acusaciones tan despiadadas como que “(…) no hay dictador en Occidente que en los años posteriores a Rousseau no se valieran de él para justificar su conducta. Los jacobinos, Robespierre, Hitler, Mussolini y los comunistas: todos ellos utilizan este mismo método de argumento, de decir que los hombres no saben lo que en realidad desean, y, por tanto, al desearlo por éstos, al desearlos en nombre de ellos, estamos dándoles lo que, en algún sentido oculto, sin saberlo ellos mismos, ellos, “en realidad” desean”.

(AM): Gran parte de los autores coinciden en afirmar que Rousseau desprecia la historia al igual que, en otro momento censura a los filósofos. Es cierto que, nuestro autor acusa a los historiadores de “manipular la verdad”, “de juzgar los hechos y no limitarse a contarlos”. ¿Pero, no es menos cierto decir que esta postura crítica ante la historia la expone en el Emilio porque está pensando en el papel que la historia debe jugar en la educación del niño y este es un dato que no se debe soslayar? ¿No sería más correcto, afirmar que Rousseau rechaza la historia que juzga los hechos? O, ¿Ese rechazo a la historia moderna forma parte de su desprecio a los estudios e investigaciones rigurosas sobre los acontecimientos humanos?

(FJCH): Pocos autores han podido posicionarse con respecto a una disciplina (en este caso la Historia) como Jean Jacques Rousseau. Y su credencial se deriva del hecho de que, podría decirse que la base de su educación la constituyó la Historia. Cuenta en sus Confesiones que fueron muchas las madrugadas en las que el albor del día le sorprendió escuchando fascinado las Vidas Paralelas de Plutarco en la voz de su progenitor. Y, por ende, otras tantas las veces que un niño de cinco o seis años como yo, escuchaba de la boca de un padre sorprendido por lo avanzado de la hora: “Vamos a ya a dormir, que es tarde. ¡Parezco más niño que tú!  Jean Jacques conoce, en primera persona, la experiencia vivida con la Historia en los años niños. Y ha tenido la oportunidad de reflexionar, en los años de madurez, sobre sus efectos. Él ha tenido la posibilidad de conocer en qué medida, una determinada forma de narrar la Historia ha resultado para él útil para tratar de llegar a conocer la Naturaleza de las cosas.

Decir que Rousseau descalifica la Historia no se ajusta a la verdad. Es más correcto decir que, nuestro autor, distingue entre la buena y la mala Historia. Por ejemplo, historiadores de la Historia antigua como Plutarco (de quien afirma que “posee un arte inimaginable para describir a los grandes hombres en las pequeñas cosas) y Tucídides (de quien además dice que es “el verdadero modelo para los historiadores”) podrían ser considerados como exponentes de la buena Historia porque relatan los hechos, y ¡no juzgan! ¡Porque es el lector el que debe juzgar! Por el contrario, los malos historiadores que, generalmente se enmarcan en la Historia moderna, “atentos solamente a brillar, solo piensan en realizar retratos sumamente cromáticos y que con frecuencia no representan nada”.

El hecho de que sea en el Emilio donde Jean Jacques, confiese sus convicciones respecto de la Historia no es una cuestión que deba dejarse de tener en cuenta. Emilio (protagonista que da nombre al Emilio o Tratado de la Educación) es el hombre de la naturaleza que está en trance de proceso educativo para más tarde, participar, como ciudadano, en la sociedad política del Contrato Social. Por ello, dentro del proceso educativo de Emilio, Rousseau reserva espacio concreto al momento, según la premisa metódica “cada cosa a su tiempo y su lugar”, en que la Historia debe jugar su papel pedagógico. Es este momento tiene que ver con el paso al orden moral y consiste en instruir al joven ya no tanto a través de su propia vivencia sino mediante la experiencia del otro. En esa función, la Historia debe jugar un papel importante por razón de su propia naturaleza. No obstante, a juicio de Rousseau, la Historia moderna, no la cumple.