(AM): Vivimos tiempos cibernéticos, transidos, de incertidumbre, en la covirtualidad que es definida como la virtualidad envuelta en el covid19; obligados, constreñidos a vivir en el ciberespacio, en las redes sociales, en un mundo de pantallas que miramos y que nos mira, en dispositivos digitales del cibermundo. La pandemia impide que vivamos en pleno ejercitar en la plaza, en los centros educativos, en los bares y otros espacios públicos. Mis reflexiones van por lo híbrido: mundo y cibermundo, espacio y ciberespacio, virtual y real, es la forma de agigantar nuestra mente, siempre y cuando las estrategias de nuestras navegaciones se muevan por el conocimiento crítico e innovador y no por la repetición de lo ya sabido y concebido por otros pensadores. ¿Desde la filosofía, cómo visualiza el panorama actual?
(AA): Si usted me lo permite, aprovecharé la oportunidad que me ofrece su pregunta, admirable colega Merejo, para referirme a uno de los asuntos abordados en el ensayo Aristóteles o la precisión: Apuntes a la pasión del que nombra, de reciente publicación: la lengua juega a traición. La tradición sabe más que cualquier persona y que cualquier época, y pone a nuestra disposición sus aptitudes intelectivas, con tal de que nos las sepamos apropiar. Anida en Aristóteles, por ejemplo, un fuego sagrado, un divino regusto por la claridad y la distinción en el uso de las palabras que bien podría iluminar costados completos de lo que hoy acontece en el mundo. Constituye un pretexto perfecto para replantearnos la problemática de la presente encrucijada y sus posibles modos de expresión. Es tal su complacencia en la tarea de denominar de manera apropiada cada cosa, cada fenómeno, que, por momentos, parece una obsesión o una adicción al menos. Él solo es una escuela de Semántica; y su magna obra, una enciclopedia de hondo, variado e indispensable saber de rabiosa rigurosidad.
Casi me atrevería a asegurar que a usted no le va a disgustar esta digresión, por demás breve y sólo aparente. Se lo digo porque, entre los filósofos dominicanos de nuestro tiempo, es usted uno de los pocos que se aventura a formular y delimitar nuevos términos y conceptos, y a darle nuevos contenidos a viejas palabras y expresiones. Eso es posible, me parece, porque en usted confluyen cinco características que quienes deseen llamarse filósofos por derecho propio, deben empeñarse en cultivar: capacidad de asombro, curiosidad, criticidad, creatividad, y la voluntad expresa de trascender el dato, los hechos, la casuística (lo que Hegel llama en La ciencia de la Lógica, más o menos, la cantidad inconceptual). En efecto, llevo años viéndole embarcarse en la tarea de convertir información en conocimiento, y conocimientos en sabiduría; procurando aprehender tendencias, esencias o importancias, como sugiere Ortega como alternativa a la noción de substancia.
Vivimos tiempos de mucha confusión e inconsistencia, en que se quiere dar como verdades e instituciones a clisés y campos comunes que, a los postres, operan al servicio del propósito de fijar la percepción de que todo está cambiando, pero para que todo siga igual. Algunos de los tópicos al uso nos indican, me parece, que no estamos a la puerta de un tiempo nuevo, sino de nuevos enmascaramientos de la situación de hace tiempo. Por ejemplo, se da como un hecho que la causa de que la democracia no funcione en los países hispanoamericanos, incluido el nuestro obviamente, es la corrupción rampante… con el dinero malversado supuestamente se cubrirían los déficits de aulas u hospitales, viviendas y asfaltado de calles, etc.; sin embargo, hay muchos otros países en los que, supuestamente, no existe ese tipo de lacra, y la democracia no es menos defectuosa que en aquellos tomados como signos indicativos para probar lo contrario; por contra, en países de corrupción manifiesta y a gran escala, dicho régimen funciona de manera regular. De esa manera, queda velada la pregunta por si es éste el único sistema posible o el necesario punto de llegada que la humanidad había buscado durante toda su andadura histórica, como pregonan sus apologetas. No menos risible es la conseja de que los ricos son menos corruptos que los pobres, porque tienen menos necesidad de hurtar o acumular.
La posibilidad de tener acceso a sitios webs, decir cualquier sandez u opinión a través de las denominadas redes sociales o mirar videos o documentales de ciudades, palacios o museos ensancha las fronteras de la conciencia, ciertamente, como usted y el Dr. César Cuello han sostenido en tiempos distintos, pero no expande la experiencia de vivir ni la sustituye. La vida es el aquí y el ahora; la decisión en caliente que vincula con firmeza conciencia y voluntad, y determina el curso de nuestra acción. No se vive por delegación, sino de manera directa y en caliente, inminente e irruptiva; en permanente interacción con el espacio-tiempo histórico en que nos desenvolvemos.
El advenimiento de lo virtual ha ensanchado el ángulo de la mirada de costados enteros de la población, como usted bien indica; ha posibilitado una mayor difusión de informaciones y saberes (a la par que burdas mentiras y estupideces sin tara); ha facilitado la comunicación (institucional, corporativa, inter-personal); llevado hasta los límites de lo posible la sobre-explotación y la auto-explotación, lo mismo que la precisión y la eficacia de las máquinas de matar; el control sobre la mente de un número creciente de ciudadanos, y la intrusión en los asuntos estrictamente privados de particulares y corporaciones, lo mismo que de los Estados hegemónicos y de los Estados nacionales, en los que figuramos y deberíamos ser tratados como asociados, no como súbditos o enemigos de quienes se debe recelar siempre; ha aportado, también, nuevos medios al crimen organizado, y potenciado las posibilidades de distracción y embobecimiento sin término de niños y adultos.
(AM): Este imperativo de precisión terminológico que sitúas en Aristóteles, pero que es bastante corriente en la tradición filosófica occidental, ¿tiene sólo carácter lógico o epistemológico, o tiene también implicaciones sociales?
(AA): Quizás debería disculparme por mencionar nuevamente a Andrés Paniagua; pero se me ocurre que tal vez sea bueno que suceda, de manera que se ponga de manifiesto cuánto puede impactar la vida de una persona un profesor bien formado y poseído por la pasión de transmitir el vivo anhelo de saber y conocer que le anima. En una de sus clases le escuché una expresión que luego leí en El viajero y su sombra, de Nietzsche: Con el idioma heredamos una interpretación del mundo. En efecto, registro y estructura de la lengua, cuando venimos a la vida, ya están formados. Luego, ¿quién habla por medio de quién: el idioma o el hablante?
Las personas comunes y corrientes no hacemos más que encajar, sin la menor resistencia, en los sistemas, componentes y subsistemas con que topamos a lo largo de nuestras vidas, a menos que demos de frente un día con un filósofo o con la filosofía. La lengua es, pues, uno de los más socorridos patrones de ajuste en los que entramos de manera tan apacible que incluso celebramos como logros personales las cadenas que a cada paso va sembrando en nosotros. A esta esta condición inmanente de la lengua podemos agregar la perversión que, consciente o inconscientemente, realizan ideólogos, relacionistas públicos, mercadólogos, políticos, publicistas, ignorantes de toda laya, intelectuales orgánicos, mentidores gratuitos, bocinas y manipuladores profesionales.
Llamar las cosas por su nombre, como solía decir Tomás Novas, ido a destiempo, una de las mentes mejor dispuestas que ha producido la República Dominicana en los últimos sesenta años, es, ciertamente, un invariante filosófico presente en Confucio, Sócrates y Platón, no menos que en Teofrasto, Descartes y Kant, pero conoce en el siglo veinte un impulso de primer orden con el denominado giro lingüístico, la Nueva Retórica o la Escuela Holandesa y la eclosión hermenéutica. De manera, que se podría afirmar que decir filósofo es decir, in fact, callada, sutil invitación a tomar con pinzas las palabras y expresiones ambientes. La filosofía es el escudo por excelencia contra la alienación, la libertad de papel, el adocenamiento y la cosificación.
Mucha información, incluso de calidad, huelga decirlo, no desemboca de manera necesaria en conocimiento o sabiduría. El opinerío sin horizonte ni fundamento tampoco asegura más ni mejor democracia, ni prohíja ejercicio del criterio ni libertad de conciencia. Los filmes, ni siquiera los interactivos o en streaming, no sustituyen ni realizan los mitos globalistas de tirar por tierra las banderas, suprimir las fronteras y borrar las distancias. Esos no son más que mitos y metáforas que lindan con sueños hermosos y atractivos, pero que no son más que eso: aspiraciones, fantasías, divagaciones. Visualización y avistamiento son aconteceres bien distintos. Más allá de unos instantes de ilusorio éxtasis frente a la pantalla del móvil o del ordenador, o de algunas horas de inenarrable plenitud absortos ante un documental televisivo, a la vuelta de la esquina, nos aguarda el otro costado de esa realidad híbrida que usted postula. El inicio del año escolar ha resultado soberanamente elocuente. No se puede, no se vive la vida en el poema, como ha dejado sugerido otro de mis mentores, Antonio Fernández Spencer, en alguna parte de su libro El regreso de Ulises.
(AM): En esta segunda década del siglo XXI, nos movemos en tiempos cibernéticos, henchido de incertidumbre, de lo transido, lo perplejo y de la esperanza en el marco de la tecnociencia, la innovación y el pensamiento de la complejidad; en fin, vivimos enredados en redes virtuales y reales, espacio y ciberespacio, donde los Cisnes Negros también existen como bien apunta, Nicholas Taleb.
¿Se observan cambios en el panorama social, tanto a nivel nacional como planetario? ¿Nos encontramos a las puertas de una nueva edad histórica, o ya navegamos en ella? ¿Nos sugiere o revela algo la lengua común respecto al advenimiento de una nueva manera de asumir o de entender la condición humana?
(AA): No estamos viviendo una nueva época, ni se está realizando ante nuestros ojos un nuevo ideal de humanidad. Estamos asistiendo, a mi ver, a una nueva vuelta de tuerca. Con sus especificidades, como en todo tiempo pasado, pero nada más. Algo así como lo que describe aquel pasaje kafkiano que reza, más o menos, como sigue: El animal arranca la fusta de manos de su amo, y se castiga para convertirse en el dueño; no comprende que no es más que una ilusión producida por un nuevo nudo en la fusta.
Antes bien, los refinamientos alcanzados mediante las nuevas tecnologías puestos a favor de los medios de dominación, de distracción y manipulación pueden ser la causa eficiente de que buena parte de nosotros se pierda, definitivamente, sin haber tenido antes las posibilidades de encontrarse; de que el síndrome de Babel siente para siempre sus reales en el mundo, en éste nuestro doliente mundo presente, y se apodere de una buena vez de los escasos resquicios que nos quedaban para remontar en algunos valores e ideales típicamente humanos. Los signos pronósticos ya comienzan a mostrar su santo y seña en el orbe luminoso de la palabra, mágico tesoro al que los poetas dotan de flexibilidad, frescura y pluralidad de sentidos, y los filósofos de precisión e intersubjetividad.
Se nos quiere hacer ver, por ejemplo, que los gobernantes ignorantes o impulsivos son los peores actores que tenemos en el negocio político internacional, pero a veces resultan los menos abanderados al lenguaje de las armas, las agresiones y a la práctica de las invasiones en nombre de la democracia, o de algún otro credo misional o providencial. De ese modo, son invisibilizados los trastornos interiores causados en los países satélites o neocoloniales a causa de la tutela o la irrupción de los correspondientes ejes hegemónicos en los asuntos internos de aquéllos.
En nuestros países, por otra parte, se hace descansar la calidad, la fortaleza y el avance hacia mejor de la democracia en la existencia y en el robustecimiento de los partidos políticos, cuando se supone que el fundamento y la razón de ser de un Estado que se dice social y democrático de Derecho debe ser el ciudadano; de esa manera, se deja franca la senda al afianzamiento de la partidocracia y a la profundización cada vez más agobiante de la falta de representatividad del régimen. A un esquema similar sirve la entronización de las minorías transversales frente a la noción, más rigurosa y crítica, de clase social. En un caso y en el otro, se deja intocado el sistema y sus estructuras.
De la misma manera, se atribuye la condición de estadista u hombre de Estado a cualquiera que haya detentado, o asaltado con mentiras y malas artes, la primera magistratura de la Nación, como si no fuese necesario ser portador de una visión del país y observar una cierta prudencia y una cierta dignidad para merecer semejante calificación. La misma falta de criterio, de rigor o de seriedad se observa cuando se llama o se da tratamiento de líder a quien no es sino un mero dirigente, pre-candidato presidencial o presidente de alguno de los consorcios políticos mayoritarios del país.
La expresión marca-país remite a la reputación, las fortalezas y especificidades de un país, no a un ícono ni a la promoción de sus negocios turísticos; esto bien puede ser una consecuencia, una derivación, jamás el eje de un proceso de determinación de esa cifra de identidad. La seguridad alimentaria remite a la capacidad de sobrevivir a una crisis natural de proporciones o a un conflicto internacional prolongado que corte las vías de suministro de los productos e insumos que requerimos del exterior para seguir operando como Estado-nación soberano durante un tiempo prudente, no a la erradicación del hambre en el territorio de la República.
Como se ve, a los cuatro costados se apuesta a la confusión y a que las estructuras básicas del sistema-mundo, ni en lo particular ni en general, resulten tocadas o cuestionadas. La expresión vivimos tiempos cibernéticos, utilizada por usted hace algunos minutos, oculta y des-cubre al mismo tiempo. Ciertamente, esos tiempos cibernéticos existen, pero no todos los vivimos. Una fracción importante de la población mundial permanece al margen; y buena parte los muere o los padece. La pandemia, justamente, ha puesto de manifiesto, con idéntica elocuencia que el huracán Katrina, que lo sublime y lo ridículo, como ya entrevió Napoleón, pueden convivir de manera armónica, lo mismo que el denominado progreso con el supuesto atraso, y el nombrado desarrollo con el subdesarrollo.
En suma, todos tenemos un poco de todo, incluso de techo de cristal. Todos somos porosos, países y personas; y todos estamos heridos de inconsistencia y fragilidad. En todo tiempo coexisten, a modo de capas, hábitos, usos y expresiones, vestigios de épocas pasadas y adelantados que prenuncian el futuro. Usted es un buen ejemplo de esto último. Entre finales de los noventa y principios del decenio del dos mil, leí una ingente cantidad de artículos periodísticos de su autoría en los que sentaba cátedra acerca de un rimero de temas que sólo veinte años después, podría decirse que los dominicanos comunes y corrientes estamos en condiciones de apreciar en su justa dimensión.
El fantasma de la guerra, que de vez en vez asoma su cabeza de medusa en el limpio panorama de la presunta superioridad moral de nuestra especie, la práctica institucional de la tortura, los feminicidios, el maltrato infantil, la depredación sexual a mansalva; la conversión del dinero, de la acumulación de riquezas sin término, del consumo, de la voluntad de dominio y del nudo cuerpo en objetos de culto, constituyen claros indicios de que, como nos deja saber Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad del hombre, los seres humanos lo mismo podemos acercarnos a los dioses y a las esferas inteligibles (por medio del arte, la mística, la moral y el pensamiento), que descender a la condición de la inmundicia y a la bestialidad más romas.
Así veo al hombre, en ésta época, en las anteriores y en las que vendrán… como un cromañón, a ratos un neandertalensis, que por momentos medita, hace arte o reflexiona en la tibia cavidad de su caverna, y a ratos sale a confrontar y matar a sus primos los animales, a sus iguales los humanos (hembras y varones, niños, adultos y ancianos) sin miramiento alguno, o a destruir la casa común, la Tierra. La sobredeterminación de lo virtual expresa, en buena medida, una nueva vuelta en la marcha sin término hacia la universalización de la auto-enajenación humana y de la concentración de capitales a nivel mundial, lo cual acentuará, como no tardaremos en darnos cuenta, la pobreza, la reificación, la manipulación, la exclusión social y la trivialización de la vida humana.
(AM): La producción de nuevo conocimiento es una de las tareas fundamentales del filósofo, inventar conceptos, producir pensamiento que se convierta en acontecimiento, no solo quedarse en la repetición de la historia de la filosofía de acuerdo a cierta lógica de manuales filosóficos o a discursos que se quedan en el racionalismo de la filosofía occidental, del esquema hegeliano en cuanto sistema que tiene un punto donde nace o se funde la filosofía con el que construyó dicho sistema. En esta era del cibermundo hay que repensar la filosofía. Para tales fines, me basta ponerte un ejemplo, con el concepto de lo virtual, tomo de Aristóteles, sus conceptos de potencia y acto, y de la Edad Media, de Tomás de Aquino adopto el planteamiento de que lo virtual entra en algo en esencia y pureza en el pensamiento gracias a un ser divino, camino por el que Javier Echavarría y otros, llegamos a filósofos como Leibniz, Bergson, Deleuze, Levy, Lanier, Baudrillard. Nos hemos involucrado desde hace dos décadas en el estudio de lo virtual, en el giro de lo digital y lo cibernético. La filosofía cibernética innovadora, ¿la consideras como parte del filosofar de estos tiempos?
(AA): Pensar, crítica y conceptualmente la realidad, el espacio-tiempo, es el destino manifiesto de quienes deciden dedicar sus energías mejores a filosofar. En uno de sus diarios secretos, Tolstoi nos regala un pensamiento luminoso, sin desperdicios: pinta bien tu aldea, y habrás pintado el mundo. Lo mismo pasa, pienso, en esta particular ocupación humana. El filósofo es un testigo de excepción de su época, siempre que sepa captar las estructuras básicas de sus clavijas íntimas. Es decir, siempre que logre evitar los encantos de los intereses de fracción, las atractivas derivas del particularismo; esa inclinación tan socorrida que denuncia Martí en aquel ensayo que comienza diciendo, más o menos, Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea…
La filosofía mejor es aquella que es hija legítima de su tiempo. Pero la que no es sino abuela, por provenir de las fontanas burbujeantes de la tradición, tampoco deja de ser filosofía. No hay progreso en filosofía, como tampoco en poesía, como proclaman algunos entendidos. De los griegos clásicos a nosotros, pueden haber variado los modos de esta última, y no demasiado, pero sus temas son los mismos. En filosofía ni siquiera la manera o estructura del hecho o el quehacer que le es propio ha experimentado cambios sustanciales.
Las metáforas, no menos que los conceptos, en filosofía, son siempre hipotéticas. Nadie está obligado a esperar que se ponga el sol, como el laborioso mochuelo de Minerva, para empezar a esbozar el retrato de su tiempo o su circunstancia. Ya es suficiente el tiempo transcurrido para que los filósofos del ciberespacio, de la complejidad y, en general, de la tecnología de punta, como usted, el Dr. César Cuello, mi primer profesor de filosofía en la Universidad, y Andrés Paniagua, a quien me he referido antes, pero nunca de manera suficiente, comiencen a trazar el ideal perfil de este tiempo, y a columbrar los retos y los peligros que aguardan a la humana condición en el corto, mediano y largo plazos.