(AM): En el libro Secretos de la argumentación jurídica (1999), te planteas toda una estrategia sobre el arte de pensar, de argumentar, de comprender el error y las falacias, todo para lograr secretos, claves de la persuasión. De ahí que digas: “Todo argumentista es, en cierto sentido, un investigador dotado de imaginación y de sólida disciplina reflexiva” (p. 29).
¿El texto entra en el plano de una filosofía jurídica? ¿La intención del texto, forma parte de tu otra disciplina de estudio que es el Derecho?
(AA): Esa obra es un intento de síntesis entre algunos aspectos de la Lógica Formal y de la Lógica Informal. Pretende recoger algunos rudimentos básicos de Lógica clásica, pero su énfasis mayor descansa en el arte de pensar como proceso (no como resultado ni como cualidad inmanente a la especie humana), la teoría de la argumentación, los modos equívocos de razonar y sustentar o refutar lo expresado, por escrito u oralmente. Al momento de matricularme en Derecho ya tenía grado y postgrado en Filosofía, lo cual me permitió advertir que los estilos de pensar y de aducir de los egresados de esta carrera eran mucho más rigurosos y sistemática que los de aquélla. Se entiende, porque en los planes de estudios de Derecho de la universidad dominicana a penas se dedican tres créditos al estudio de la Lógica, mientras que quienes cursan la licenciatura en Filosofía reciben quince, distribuidos de la manera que sigue: dos niveles, de tres créditos cada uno, de Lógica aristotélica, uno de Lógica Dialéctica, otro de Metodología de la Investigación Científica y otro de Lógica Simbólica.
De igual modo, me di cuenta de que imperaba una penosa confusión respecto al razonamiento, la prueba y la verdad jurídicas, y los propósitos y estrategias de la Lógica aristotélica, cuya finalidad es la verdad o la consecución de un modo infalible de arribar a nuevos conocimientos. A los abogados les basta con algunos rudimentos de Lógica clásica; más precisan de Lógica no tradicional o informal, que es tan aristotélica como aquélla. Lo único que en Aristóteles, ese saber, que ahora se denomina Critical Thinking (pensamiento crítico) o Lógica Informal, no aparece en los núcleos duros del Órganon, sino en dos de sus obras menores, Tópicos y Argumentos sofísticos y, sobre todo, en su libro Retórica, que nunca es incluido como parte del conjunto de sus obras lógicas, no entiendo por qué.
En el frontispicio del capítulo dos del Libro I define ésta (me disculpo por citar de memoria, en éste y en los demás casos), como la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente; y su propuesta de razonamiento ideal en este ámbito es el entimema, no el silogismo. Pero aporta muchísimos elementos acerca de cómo razonar y cómo convencer a jueces e interlocutores, oralmente o por escrito, que es lo que interesa a los profesionales del Derecho. No es indispensable que la tesis sea formalmente válida, sólidos los argumentos ni atinada la conclusión; ni el entramado general, verdadero. Con que sea intersubjetivo y cale en el imaginario, la sensibilidad o la concepción del mundo de los interlocutores, de manera que impacte su voluntad. A abogados, ideólogos, publicistas, políticos y mercadólogos, no les entusiasma tanto hacer de obreros de la razón u oficiantes del culto a la verdad, sino convencer, o seducir, para obtener ganancia de causa.
En el libro de mi autoría que usted menciona, que hace alrededor de veintidós años que vio la luz por vez primera, me propuse traslapar mis vivencias y modestos conocimientos en mi carrera de partida, con el auxilio de lo aprendido de mis profesores de Derecho, al ejercicio de la profesión de abogado, con las miras puestas en los demás, no en mí. La respuesta de los profesionales, estudiantes y estudiosos de la disciplina fue asombrosamente entusiasta. En sólo un año, el libro vendió cuatro impresiones (¡hasta me permitió cambiar el carro…! (risas). Se sigue, pues, que no soy, propiamente, un estudioso del Derecho. De hecho, nunca lo he sido; ni siquiera he ejercido la profesión de abogado, excepto como jurado de uno que otro concurso o como docente en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y en la (Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). La relación de correspondencia entre argumentación, reflexión y creatividad es un planteamiento dirigido al ejercicio de la profesión de abogado antes que al ámbito de lo jurídico, propiamente dicho. Por cuanto, situarla al nivel de la Filosofía del Derecho sería un exceso. Claro que algunos de las intuiciones, claves y recursos allí presentados son aplicables a otros ámbitos de la cartilla profesional contemporánea (publicidad, mercadotecnia, política, etc.)
(AM): En Andrés López de Medrano. Criollismo, dominicanidad e hispanismo (2016), dices que el primer tratado de filosofía en la parte española de Santo Domingo fue escrito por él.
Ese primer libro de López de Medrano escrito en el 1813, Lógica. Elementos de filosofía moderna destinados a la juventud dominicana tenía como objetivo servirle de material de apoyo en sus cátedras de Filosofía, la cual impartía en el Colegio Seminario de Santo Tomás de Aquino, institución de educación superior fundada por los dominicos en el 1538 y que hoy sigue bajo el nombre de Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Primada de América.
Ese libro del filósofo López de Medrano, lleva el gentilicio dominicano, mucho antes de que se proclamara la independencia dominicana y lo siguió empleando de manera más detallada en otros escritos. En relación a eso, te refieres de la siguiente manera: “Seis años más tarde, el filósofo vuelve hacer uso de dicho gentilicio, esta vez para dirigirse taxativamente al pueblo dominicano, una noción más extensa, en la que, además de incluir al componente juvenil, como en el caso anterior, da como un hecho la existencia de la condición dominicana” (p. 18).
¿Fue López de Medrano el primero en utilizar el gentilicio dominicano? ¿Asumía este gentilicio como un concepto para diferenciar a un conglomerado de dominicanos diferente a los españoles?
(AA): El libro de López de Medrano es el primer libro que se publica en la parte Este de la Isla de Santo Domingo. Es llamativo que sea, precisamente, un libro de filosofía; y más aún que incluya el gentilicio dominicano incluso desde el título. Sugiere, de entrada, que la filosofía ha sido compañera de la Nación desde antes de que su constitución como comunidad política o Estado. Quien nombra, convoca. Nombrar es un gesto de apelación. La sola designación denota denuncia, pregunta o llamado a la atención. En su obra Metamorfosis del Lenguaje, Manuel Maceiras, mi querido y admirado maestro de la tesis doctoral, atribuye a Aristóteles el descubrimiento del Principio de la reversión recíproca entre realidad y lenguaje, según el cual las palabras nos revelan modos de darse lo real; lo cual tiene como correlato el hecho de que lo real reclama a su vez su denotación lingüística.
Nuestro filósofo no es el primero en usar la palabra dominicano, pero sí el primero que lo hace desde la Academia y en una obra sistemática. Con todo, resulta curioso que quienes se han ocupado de investigar la historia del término soslayen ese hecho eminente. El destacado pensador e historiador Juan Daniel Balcácer ha encontrado registros de uso del gentilicio que nos designa ya en los siglos XVII y XVIII. Mucho me temo, sin embargo, que en la mayoría de los casos remiten a agrupamientos u organizaciones sectoriales, de orden religioso, de nacimiento o residencia relativos a la ciudad de Santo Domingo o a la Isla.
En López de Medrano, Núñez de Cáceres y en Juan Pablo Duarte, desde el Juramento Trinitario, de 1838, esta noción hace referencia a lo dominicano como comunidad de destino, efecto de la irrupción del criollo en la historia, a resultas de los primeros destellos de la conciencia de ser algo diferente a las opciones en lisa, que el bayaguanense Antonio Sánchez Valverde personifica en el término el extranjero, en su Idea del valor de la isla Española, publicado en Madrid, creo que en 1785, y que, con gracia y propiedad esboza la célebre cuarteta del P. Vásquez, que se supone circuló en el decenio de los noventa en estas tierras, que dice, más o menos:
Ayer español nací
A la tarde fui francés
A la noche etíope fui
Hoy dicen que soy inglés
No sé qué será de mí.
La intención del libro de López de Medrano es de tipo voluntarista e ilustrada. Tiene el propósito de poner en las manos de los jóvenes un instrumento que los libere de sus prejuicios y fantasmas, de modo que devengan amos de su voluntad y asuman el programa político de los criollos. Es de suponer que nuestro autor da por hecho que una parte importante de la población se percibía a sí misma como algo distinto a las poblaciones de aquellas naciones con los que el país de entonces tenía relaciones directas o fluidas: los españoles, los haitianos, los norteamericanos, los franceses y los ingleses. Comenzaba a aflorar la conciencia de la identidad y de la diferencia. La búsqueda de los rasgos que nos definen como pueblo acababa de hacerse a la mar.
(AM): Hay un tema interesante que vamos a repensar… es el relacionado con la concepción de la filosofía de la Ilustración, en la que el horizonte es la razón no la religión, la creencia en el progreso aquí en la tierra, no en el cielo. Con relación a López de Medrano, explicas que en el ámbito filosófico Rosa Elena de la Cruz y Rafael Morla, sin dejar a un lado al historiador Roberto Cassá, “Subrayan sin reticencias la filiación moderna e ilustrada del núcleo duro del pensamiento de Andrés López de Medrano” (p. 22).
Sin embargo, tú enfatizas y, de paso, aludes al filósofo Julio Minaya, las concepciones religiosa y escolástica de este filósofo; sus escritos son un maremágnum de creencias en milagros, de ditirambos a la divinidad, a Obispos; en fin, la certeza de un creador, de un don divino, atraviesa su filosofar teológico.
¿El recorrido que tú haces, no es para situar a López de Medrano en un esquema filosófico de la Ilustración?
(AA): Este libro es fruto de un nuevo acercamiento a la totalidad de los escritos de Andrés López de Medrano, que motivó la invitación que me hizo el Dr. Julio Minaya, Presidente de la Asociación Dominicana, a participar en un encuentro internacional acerca de la vida y obra del filósofo. Al releer al autor, me di cuenta de que mi perspectiva había variado por completo. Expuse en el Encuentro de viva voz. Al proponerme poner por escrito mi ponencia, dejé correr la pluma sin autocensura, y el resultado fue que sólo pudo ser incluida en el volumen Memoria del bicentenario de la Lógica de Andrés López de Medrano una pequeña parte de lo escrito. Posteriormente, un hermano del alma, filósofo y escritor, Daniel Tejada, hizo posible la publicación del texto completo en España, donde residía en esos momentos.
Me acerqué al pensador sin esquemas previos, con el ánimo de disfrutar la lectura de sus escritos y de aprender. Coincido, como usted indica, con el Dr. Rafael Morla, Don Roberto Cassá y el Dr. Julio Minaya en muchos de los patrones de enfoque respecto al pensador, pero no en todos. Como es de rigor, leí todos los escritos de cada uno de ellos acerca de López de Medrano, para poder dialogar con sus puntos de vista, mientras releía y escribía. Algunos mitos y generalizaciones sin fundamento de carácter histórico, biográfico y reflexivos quedaron al descubierto en este nuevo acercamiento, y posibilitó la colocación sobre la mesa temas que antes no habían sido abordados.
Por ejemplo, queda de manifiesto que su enciclopedismo, su pasión por la masonería y su filiación cristiano-católica son perfectamente compatibles; cuál fue su postura respecto al problema de la esclavitud; que no es del todo cierto que se empeñara tan a fondo, como se ha dicho regularmente, en las tareas de la Independencia; ni que sea uno de los precursores de la democracia, pues sus ideales políticos no superan el marco de la Constitución de Cádiz; que su criollismo y su filohispanismo van de la mano, entre muchos otros matices. La filosofía es diálogo, como nos dejó sobreentendido el viejo Platón; y todo lo que desde o acerca de ella se dice (me remito a Hannah Arendt y, de nuevo, a Andrés Paniagua), es tentativo, pues esa es la naturaleza del pensamiento. Por eso la filosofía es donadora de ciudadanía y, por tanto, una aliada inseparable de la democracia verdadera, la que ha de venir, la única digna de nombre tan venturoso.