UN DIA COMO HOY, 14 de enero, pero hace 160 años (en 1859), la patria dominicana vio nacer a su hijo Francisco Henríquez y Carvajal en la ciudad de Santo Domingo.
Con Francisco Henríquez y Carvajal pasa lo mismo que con otras figuras relevantes de la historia cultural dominicana que han sido valoradas más en tierras lejanas que en su propia patria. No sería tanta la nombradía de Pedro Henríquez Ureña de no haber vivido y ejercido su luminoso magisterio lejos de la patria que le vio nacer el 29 de junio de 1884. Somos rápidos en izar la bandera del elogio cuando de un extranjero se trata, pero cuando llegada la hora es de valorar el trabajo de un quisqueyano siempre aparece un «pero». Vilipendiar, injuriar, calumniar e irrespetar son acciones comunes cuando se trata de personajes dominicanos ya fallecidos en cuya vida privada (personal o familiar) algún lunar o falla resulta cuestionable, borrándose, en forma festiva, todo aquello que pudo haber hecho en favor de su pueblo, como si la vida de todo ser humano no fuera acaso una suma de sombras y luces, como si la perfección pudiera ser posible en un mortal.
Y Francisco Henríquez y Carvajal es, quizá, una de las víctimas más destacables por su vínculo, como esposo, con la eximia poetisa y ejemplar educadora Salomé Ureña de Henríquez. Sobre todo, por las circunstancias históricas y políticas bajo las cuales se dio esa relación de pareja, morbosa y subjetivamente analizada en perjuicio del padre de tres ilustres figuras de las letras hispanoamericanas: Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña. El mayor, Francisco Noel Henríquez Ureña, destacó en Cuba en el campo jurídico, aunque poseía también talento literario.
Ahora bien, este artículo no ha sido concebido como medio de defensa de la grandeza de Francisco Henríquez y Carvajal, amigo entrañable de Eugenio María de Hostos y de José Martí, sino para destacar sus valores. Su mejor defensa: su postura en defensa de la soberanía nacional ante el yanqui invasor en 1916, su trayectoria profesional como médico y educador y su ejemplar rol jugado, como padre, en la formación de sus hijos. ¿Y acaso no cuenta la respetuosa y amorosa forma en que sus propios hijos lo valoraron después de su muerte?
Dos columnistas de este diario que, por su enjundiosidad y apreciable manejo de los detalles en sus colaboraciones, tienen ganado nuestro respeto —el historiador dominicano Juan Ventura y el académico mexicano Daniel Mendoza Bolaños— se han referido a Francisco Henríquez y Carvajal, demostrando, con objetividad, conocer la trayectoria de tan ilustre dominicano en los diversos ámbitos en los que se destacó e hizo aportes a su país. Ventura publicó su artículo «El trigésimo noveno presidente RD: Dr. Francisco Henríquez y Carvajal» el 17 de mayo de 1917 y Mendoza Bolaños publicó el suyo —«Francisco Henríquez y Carvajal, educador»— el 11 de septiembre del mismo año. Ambos son exhaustivos: el primero resalta su faceta de hombre público, su accionar en la arena política nacional e internacional, mientras que el segundo nos muestra al educador con visión innovadora, al militante cultural, preocupado siempre por la formación de sus hijos.
Es por eso que nos limitaremos a transcribir la notícula biográfica que sobre Francisco Henríquez y Carvajal aparece en nuestro libro Tributo a Hostos: textos en su memoria (2016). Tuvo como maestro orientador al educador y patriota puertorriqueño Román Baldorioty de Castro (1822-1889), quien arribó a Santo Domingo en 1875 y permaneció hasta 1878. También influyó en su formación otro ilustre puertorriqueño: Eugenio María de Hostos, quien llegó a República Dominicana el 31 de mayo de 1875, pero instalándose, hasta marzo de 1876, en la ciudad de Puerto Plata. De Hostos habría de ser amigo, colaborador y médico de cabecera.
En 1880 Henríquez y Carvajal fundó, con José Pantaleón Castillo, la Escuela Preparatoria y jugó un importante rol, junto a Hostos, en la organización de la Escuela Normal, en febrero de ese año, en la citada ciudad capital. Además de su temprana labor magisterial, ocupó los siguientes cargos públicos: presidente de la República Dominicana en 1916 por designación del Congreso Nacional ―renunciando a raíz de la intervención militar estadounidense―, Secretario de Estado de Relaciones Exteriores y Ministro de la República en Puerto Príncipe (Haití) y en París (Francia). En 1907 representó a su país en la Conferencia de La Haya, en Países Bajos, del 15 de junio al 18 de octubre. Allí pronunció un discurso en francés presentando la posición de la delegación dominicana sobre el tema relativo a los diferendos originados en el cobro de las deudas contractuales de los Estados, planteando que debían ser sometidos a arbitraje.
El menor de los once hijos del curazoleño Noel Henríquez Altías y de la dominicana Clotilde Carvajal Fernández dejó huellas en el periodismo dominicano como articulista de combate: sus artículos sobre política y economía fueron publicados en los periódicos La Lucha en 1899 y en El Liberal en 1900. Los firmaba con los seudónimos de «Cayacoa» y «Cotubanama», respectivamente, y luego serían editados en un volumen: Cayacoa y Cotubanama: artículos publicados en «La Lucha» y en «El Liberal… (1900).
Otros libros de la autoría de Henríquez y Carvajal: Sobre el lugar cierto en que reposan las cenizas de C. Colon (1892), El contrato (1955, edición póstuma), Cartas del presidente Francisco Henríquez y Carvajal. Rectificaciones históricas a Sumner Welles y a M. Knight (1970, edición póstuma).
Admirado y respetado en Cuba, fue objeto de un reconocimiento póstumo con ocasión de cumplirse el primer centenario de su natalicio en 1959. Resultado de esa conmemoración es el libro Homenaje de Cuba al preclaro dominicano don Francisco Henríquez y Carvajal en el centenario de su nacimiento (La Habana, Cuba: Oficina del Historiador de la Ciudad, 1959. 205 p.). La obra tiene prólogo de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), historiador y patriota cubano, considerado el primer historiador de la ciudad de La Habana, y quien, como parte del homenaje al ilustre dominicano, publicó El anti-imperialismo de don Francisco Henríquez y Carvajal (Habana: Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, 1959). Fue su hijo Max Henríquez Ureña quien escribió su biografía cronológica: Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal (Santo Domingo: Comisión Permanente de la Feria Nacional del Libro, 1988. 204 p.).
En el año 2005 publicamos, con el patrocinio de la Secretaría de Estado de Educación y Cultura, el volumen Salomé Ureña ante la Patria, compilación de una serie de artículos y poemas escritos por Francisco Henríquez y Carvajal en torno a Salomé Ureña y su obra literaria, escritos en el período 1878-1900. El título de dicha obra responde a uno de esos textos, aparecido en 1878 cuando todavía la célebre y distinguida pareja no había contraído matrimonio. Se casarían, dos años después, el 9 de febrero de 1880.
Salomé Ureña ante la Patria constituye un emotivo y valioso testimonio del amor que Henríquez y Carvajal sintió por Salomé, su digna y solidaria esposa. Se evidencia la gran admiración que la ejemplar educadora le inspiró a Francisco desde el momento en que éste la conoció, destacando sus valores como mujer y como intelectual. El ilustre educador, a quien José Martí consideró un pensador— pone de manifiesto el gran vacío que dejó en su vida la muerte de Salomé.
En su poema «Al pasar», escrito en Puerto Plata el día 2 de abril de 1897, Henríquez y Carvajal recuerda a Salomé. No había transcurrido un mes de su muerte, acaecida, en la ciudad de Santo Domingo, el 6 de marzo de ese mismo año. Tiene una dedicatoria: «En recuerdo de mi inolvidable esposa». El texto es el siguiente:
«Ayer no más, cuando en afán perenne
de hallar a tus pulmones nuevo aliento,
en rápido bajel, arrebatados,
posamos nuestra planta en este suelo;
¡Cuán frescas brisas a bañar tu rostro
bajaron en tropel de la montaña!
¡Cuál se ensanchaba el horizonte inmenso
a la esplendente luz de la mañana!
“Qué bien respiro” prorrumpiste en gozo;
y al brillar en tus ojos la esperanza,
yo abandoné mi religión de médico
y convertí a los cielos la mirada!
¡Qué bien respiras! ¡Cuán puro y suave
es el ambiente de esta playa hermosa!
¡Cuál se derrama la vida en los espacios!
¡Cuánto es en bien Naturaleza pródiga!
Y el pájaro cantó desde el ramaje
mientras la flor sus pétalos abría;
y nuestros hijos en alegre coro
bulliciosos sus voces esparcían.
Y el mar y la ciudad y la montaña
y el pájaro y la flor y la arboleda
¡ay! nos hablaban de una dicha estable,
de vida y bienestar, de paz serena…
¡Mas ah! la noche del dolor, oscura,
inclemente borró toda esperanza,
y tu volaste, como alondra herida,
del maternal amor buscando el ala.
Que nada pudo detener el golpe
del infortunio, de la suerte fiera,
y tú caíste al insondable abismo
acariciada por la sombra eterna.
Hoy cuando vuelvo, peregrino, triste,
mi planta a detener sobre esta tierra,
en vano busco el natural encanto,
todo me anuncia funeral tristeza.
¡Tan pronto! —¡quién creyera!—Silenciosa
la calle; la casita, solitaria;
ni más se escucha el bullicioso coro,
ni tu presides la infantil velada.
Mas yo en mi angustia por doquier te llamo
y en la flor y en el mar y en la montaña
hallo un recuerdo que tu ser revive,
y oigo tu voz que me conmueve el alma!»
Ese texto poético fue publicado en la revista Letras y Ciencias del 29 de mayo de 1897 y reproducido en Salomé Ureña ante la patria (Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, 2005, pp.51-53).
Es importante consignar que la reunión de varios textos de Francisco Henríquez y Carvajal sobre la insigne poetisa —lo cual nos tomó varios años de investigación bibliohemerográfica— ofrece al lector la oportunidad de revalorar, desde el punto de vista espiritual, lo que fue la relación de los esposos Francisco y Salomé. Sin lugar a dudas, y a pesar de las odiosas tergiversaciones, ambos se amaron, admiraron y respetaron profundamente.
Francisco Henríquez y Carvajal falleció en Santiago de Cuba el 6 de febrero de 1935. En su lecho de muerte estuvo la hija que lo amaba y veneraba: Camila Henríquez Ureña; mientras que en República Dominicana era llorado por el tercero de sus cuatro hijos: Max Henríquez Ureña. Más lejos, en Buenos Aires, triste y desconsolado, lloraba su partida su hijo más ilustre: Pedro Henríquez Ureña.