"… escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella,
que buscando el interés encontró el amor,
porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla." Gabriel García Márquez

Dos de los recursos más fascinantes presentes en la novela Aura es el desdoblamiento y el paralelismo de los personajes. El autor utiliza estos recursos, como si quisiera retar la atención y la intuición de los lectores. Por ejemplo, mientras Aura mata un chivo en la cocina, Consuelo mata un chivo en su cuarto. Se ve a Aura, degollando el animal; se ve a la anciana matando el animal, pero en el aire, con su cuchillo de aire, en su imaginación y en la imaginación de Montero, sugerida por el narrador. Los personajes viven vidas paralelas, llenas de irrealismo, de dudas, penumbras y preocupaciones. En el clímax de esta historia, el paralelismo se muta, el desdoblamiento es más claro, más preciso.

El discurso es culto, y en el ambiente se entremezclan la historia, la investigación, la curiosidad y el misterio. La narración está ambientada a lo antiguo.

El sincretismo de lo real, el misticismo, el surrealismo y el simbolismo le dan un matiz fantástico a la historia.  Todo es una sola cosa, asquerosa, nauseabunda, pero subyugante, que envuelve al lector, y lo convierte en testigo.

 Aura es una novela desafiante y desconcertante, de mundos paralelos y personajes que se desdoblan. Permeada por el misterio, los designios y el arte.

El primer desdoblamiento paralelo está marcado por tres días, suficientes para cambiar toda la expectativa de un historiador, de un curioso que al principio solo le interesaba el sueldo de 4000 pesos para terminar su obra. Gracias a los ojos verdes de Aura, a su juventud verde, a su misteriosa actitud, Montero se confunde y se convierte en un objeto, y pasa a desdoblarse, como se aprecia en ese fragmento: «Piensas solo en la belleza inasible de Aura. El mareo que te producen esos ojos verdes, limpios, brillantes».

Aura es Consuelo, Consuelo es Aura. Aura solo es el reflejo de la juventud de una anciana que se desvanece en los brazos de un hombre confundido. El general Llorente es Montero; y Montero es el general Llorente. Se inician los desdoblamientos y los paralelismos

Las fotos que observó Felipe, personaje principal, dejan al lector varado, y con una idea nueva, distinta a la que se manifestaron al inicio de la obra, con unas confusiones que si no es hábil puede perder el hilo de la historia. Cito el inicio: «Lee este anuncio: una oferta de esta naturaleza no se hace todos los días». Aparecen Advertencias de la anciana, pista del cambio de personalidad: «Usted aprenderá a redactar como mi esposo y se sentirá fascinado».

Hay una humedad oscura y pegajosa que da fuerza al misterio que se vive en esta casa bañada de maullidos de gatos, de ojos de ratones, de aldabas de perro, sobre todo, de una oscuridad infinita.

Consuelo hacía el papel de una bruja, y el conejo nombrado con el nombre (Saga), invita a la sabiduría. El lector se pregunta: ¿Qué de ese fantasma, que papel tenía el conejo? ¿Qué pasó con el criado? ¿Era Consuelo un conejo, y Aura al mismo tiempo? Solo viene la idea de que este era un fantasma, nacido de las plantas de la vieja, el compañero que le daba vitalidad, que tenía poder para convertirse en criado cuando esta quisiera y para guardar el alma de la pobre anciana.  Este animal jugaba un papel muy confuso, pues llena de dudas al personaje principal, y al lector.  Felipe cree que es un macho, Consuelo afirma que es una hembra. Este   animal es el cabo suelto de la novela.  Conlleva entonces a   imaginarnos los tres roles de este individuo, de este animal tan enigmático.

Además del paralelismo y el desdoblamiento, Carlos Fuentes juega con los colores para impregnar de misterio el universo de su novela, sobre todo, con el  el negro, el verde y el amarillo. En el caso del color amarillo, este se mantuvo presente en el cuarto de Felipe. Era la luz el símbolo de ese color en medio de una casa bañada de penumbras. Hay tanta oscuridad que para Felipe conocer la casa se obliga a hacerlo a través del tacto, y es aquí en donde se manifiesta el color negro, para aumentar el ambiente misterioso de la novela. En cuanto al verde, este se refleja en la juventud de Aura y en sus ojos verdes.

Otro recurso que he preciso mencionar, la descripción, llamada a darle luz, por lo menos concreción al mundo de la ficción, también contribuye al misterio. Los objetos y sus formas parecen existir y al mismo tiempo resistirse a la aguda observación de los lectores.  Se trabaja con el mundo de los sueños y sus complejidades.  Para Felipe Montero, el sueño que vive no es malo, sus acciones provocan que la obra contenga un   toque especial. Incluso al final, este es paciente y mantiene la esperanza de lo inesperado.

El narrador procura, casi con obsesión, que el lector sienta, escuche y viva con la imaginación, todo lo que allí hay. Describe los santos que componen el altar de la anciana, esos que parecen tener vida. Estos dan un toque diabólico, mitológico y misterioso, llevando al lector a sentir miedo, y   a aborrecer el personaje que lucha atada a su vejez en busca de juventud, o compañía plena.

 Aura es una novela desafiante y desconcertante, de mundos paralelos y personajes que se desdoblan. Permeada por el misterio, los designios y el arte. El arte está presente en los muebles forrado de seda mate, en la silla de respaldo de arte   gótico, en la lámpara antigua de quinqué, en el guardarropa de nogal y en la escalera de caracol que tantas veces bajó Montero, así como en los cuadros con imágenes bucólicas, pero, sobre todo, en el verde profundo que cargaban los ojos de Aura. Esta Obra, atrapa al lector y lo sumerge en un mar de confusiones, dudas y deseos. Aura es una novela intensa, con una trama muy comprometedora.