Por definición, utopía es una sociedad imaginaria, por lo tanto inexistente, pero que es, a la vez, algo ideal, deseable.

En la novela juvenil, De cómo Uto Pía encontró a Tarzán, su autor, Rafael Peralta Romero, nos cuenta de la vida y sueños de un jovencito que tenía un plan muy particular. Se llamaba “Augusto, y era hijo de Pía”, de ahí su sobrenombre: “Uto Pía”.

Este personaje estaba obsesionado con su físico, y practicaba ejercicios la mayor parte del tiempo. Como no tenía recursos para conseguir unas pesas, improvisó unas con latas y cemento. Todo esto era provocado por la gran pasión del  muchacho: las historias de Tarzán. Uto trabajaba cada día en su especial proyecto, que consistía en convertirse en el sucesor del “rey de la selva”.

Estaba tan ocupado en esta idea, que se aislaba de los jóvenes de su edad, y mientras sudaba, tratando de ensanchar sus músculos, solo escuchaba a lo lejos sus risas y sus cantos.  Sin embargo, su madre Pía creía en él, y se decía: “Es fuerte mi muchachito, él puede hacer cosas que otros no hacen”. No estaba tan de acuerdo su padre, Leopoldo, que pensaba que la progenitora consentía al muchacho, y lo hacía tan rebelde como su cabello largo de hippie.

Aún con toda la oposición, y con las palabras que le decían, de que no podía ser Tarzán por el color de su piel y porque era flaco, Uto seguía persiguiendo lo que pensaba era su “misión en la vida”: Encontrar al viejo Tarzán, pedirle su cuchillo y convertirse en su heredero.

Tal era su obsesión, que un día al escuchar graznar a un cuervo albino, pensó era un mensaje para él, de salir a buscar a su héroe. Es por ello, que parte hacia la caza de su sueño, ignorando los ruegos de su madre.

En su camino, encuentra personas como el señor Julito, el cual tenía un perro llamado precisamente como su ídolo. Esto consterna al muchacho a tal grado, que dice al hombre: “Tarzán es el nombre de un héroe, del rey de la selva, que todos los problemas los resolvía a pura fuerza, y no le tenía miedo a nada”. Esta respuesta hace pensar al caballero que el joven tenía “la cabeza interrumpida.”

Pero Uto era como el personaje que admiraba, valiente y decidido. Por ello, continuó su viaje, y conoció en su accidentado trayecto a otras personas que fueron comprensivas y le ayudaron. Mientras sus padres, desesperados, hicieron de todo por encontrarle.

Esta novela tiene la característica de atrapar al lector, de principio a fin, llegando a provocar varios momentos jocosos al leerla. Su autor logra mantener el interés, añadiendo en cada capítulo nuevos elementos que mantienen el hilo conductor. Al escribir, su estilo es descriptivo, haciendo especial énfasis en el carácter, las emociones y acciones de cada personaje, visibles y ocultas.

Así como hay una línea delgada entre la razón y la locura, en su obra, nuestro escritor nos lleva a preguntarnos qué tanta fantasía o realidad hay encerrada en ella. Peralta Romero nos muestra, entre las lianas de su historia, las condiciones de vida de muchas de las familias en los pueblos, sus costumbres y creencias, los prejuicios de hombres y mujeres, las expectativas de los padres y los hijos, y las precariedades en las que viven, como la de aquel puente inconcluso que se menciona, y la ineptitud de los que están llamados a resolver. Pero, de igual forma, se puede ver la respuesta de aquellos que, sin mirar a quién, tienden la mano.

Rafael Peralta Romero, con una excelente narrativa e inventiva, logra conectar magistralmente, una caricatura con las esperanzas de un personaje que pudiera representar a cualquiera de nosotros. Su obra, reconocida con el premio El barco de vapor, versión 2008, más que una utopía, es un llamado a una sociedad posible, aunque en el camino hacia nuestros sueños, nos demos muchas veces de frente con la realidad.