Ahora que el Lic. Danilo Medina Sánchez, devoto altagraciano, recientemente proclamara que su corporación política, el Partido de la Liberación dominicana (PLD), perdió las pasadas elecciones porque la gente se “canso del bienestar”, es imperativo recapitular su concepción ideológica en cuanto a los genuinos creadores de la metáfora del “bienestar”, cuyo referente empírico, inexorablemente, lo representa la miseria del progreso que el mismo Medina Sánchez contribuyo a procrear mediante la corrupción, el patrimonialismo, el asistencialismo y el clientelismo.
Efectivamente, durante la bienvenida que le profirió al XIII Encuentro Empresarial Padres e Hijos, celebrado en un interregno de sus dos mandatos, en la provincia de La Romana, el ex jefe de Estado sostuvo que los empresarios son “los que tienen la responsabilidad de construir el desarrollo económico de América Latina”, en virtud de que, según el criterio del presidente del PLD, los capitalistas “son los hombres y mujeres que arriesgan su capital en emprendimientos creadores de riquezas y empleos.”
En dicho encuentro, oficiado en el complejo hotelero Casa de Campo, Medina Sánchez advirtió, ante destacados hombres de negocios como Gustavo Cisneros, José Fanjul, Carlos Slim, Juan Carlos I, ex monarca de la vetusta y rancia monarquía española, y algunos de sus pares dominicanos, que los liderazgos políticos, en clara referencia crítica a los gobiernos latinoamericanos progresistas, no son los llamados a construir el progreso económico de la región, asegurando, en cambio, que los empresarios son los innovadores y los verdaderos estrategas y constructores del progreso y el futuro de los pueblos.
Enfatizó, en ese contexto, que las políticas públicas del Estado, “si están bien estructuradas y consistentes”, pueden contribuir al desarrollo económico, pero sujetas al envío de señales y reglas claras para los inversionistas. De ahí que el ex jefe de Estado se consagrara, desde que asumió la Administración Pública en agosto del 2012, a “desmantelar las trabas y barreras” que limitaban o impedían a la iniciativa privada construir el progreso de la nación y del continente.
En países como la República Dominicana, expuso, de presupuesto limitado y baja presión tributaria con relación al Producto Interno Bruto, solo con niveles mayores de inversión extranjera directa, el país podía avanzar más aceleradamente en la creación de oportunidades y empleos dignos. En tal sentido, Medina Sánchez alabó el “férreo compromiso” que han asumido las “familias” acaudaladas de Padres e Hijos para levantar la América Latina, llevándola de “un continente de esperanzas, no pocas veces frustradas, a un continente de oportunidades y prosperidad para todos”.
—Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa —impetraba, blanqueando amaños, y palpando, alelao, con sus manitas de seda, un cuadro de la virgencita, poniéndola de mojiganga con su carita de yo no fui”.
El ex mandatario corroboró sus pronunciamientos, tomando como base la premisa fraudulenta de que el capital es superior al trabajo, y no el trabajo, creador de las riquezas, superior al capital, permitiendo así alianzas y transacciones palmariamente lucrativas y ventajosas para empresarios y corporaciones, el saqueo sistemático de los recursos humanos y materiales de los países expoliados, la agresión al medio ambiente, como el caso de Loma Miranda, y la vergonzante aquiescencia y sumisión total al modo de producción capitalista, en su presente fase neoliberal, obstruyendo así la transformación social en beneficio de las mayorías nacionales.
En cuanto a la relación capital/trabajo, un contemporáneo de Carlos Marx, Abraham Lincoln, (1809-1865), ex presidente de los Estados Unidos, sustentó que “el mundo del trabajo antecede al capital. El capital es el fruto del trabajo, y no hubiera existido sin el mundo del trabajo, que lo creó. El mundo del trabajo es superior al mundo del capital y merece la mayor consideración. En la situación actual el capital tiene todo el poder y hay que revertir ese desequilibrio”. De ahí que, para el entonces presidente de los Estados Unidos, tanto la emancipación de los esclavos como la manumisión de la clase trabajadora requería que ambos fueran los dueños del producto de su trabajo. En otras palabras: la abolición de la esclavitud no solo beneficiaba a la población negra de los Estados del Sur, sino también a todo el mundo del trabajo, incluyendo a la clase trabajadora blanca de los Estados del Norte.
En ese sentido, el “bienestar” proclamado por el expresidente Medina Sánchez, tropezó, para citar un ejemplo, con las superficies sórdidas donde moraba uno de los tantos dominicanos producto de las desigualdades sociales y la miseria integral: Pedro Andrés Benoit, invidente de setenta y siete años, a quien le faltaba una pierna y llevaba catorce años arrastrándose como una culebra por el suelo, su cama de dormir tenía tantos hoyos que se llenaba de ratones y a sus tres hijas las mantenía pidiendo limosnas. Don Pedro, en medio del llanto, durante su comparecencia en el programa La Zeta con el Pueblo, manifestó el atribulado drama que también padecía con sus problemas permanentes de salud, en medio de la pobreza extrema que sobrelleva junto a sus vástagos: “Tengo siete enfermedades, sufro de la presión alta, tengo el corazón grande, retengo liquido en el cuerpo, tengo una anemia crónica del hambre y una ulcera que me está matando…”
Bien visto el punto, el estado de cosas por la que atravesaba el ciudadano Andrés Benoit se correspondía con la lógica perversa del capitalismo, cuyo fraudulento y ficticio crecimiento económico Medina Sánchez lo hizo extensivo, durante su mandato, a toda la sociedad dominicana, bajo los artificios ficticios del “bienestar” que, fundamentalmente, benefició a la corporatocracia del empresariado nacional y extranjero, y a sus adláteres de la partidocracia criolla, incluyendo su partido, mientras las grandes mayorías del país permanecían excluidas de la presunta prosperidad y del estado de “bienestar” que supuestamente generó su gobierno junto a su corporación partidaria.
¿Acaso serían los empresarios o las corporaciones, en contraposición al liderazgo político progresista, las entidades llamadas a diseñar y a construir el progreso y el “bienestar” económico y el futuro de los pueblos, un continente de esperanzas, oportunidades y prosperidad para todos, tal lo garantizaba el presidente Medina Sánchez en su rebosada lisonja a los patronos congregados en el empíreo enclave de Casa de Campo? Todo lo contrario, los datos proporcionados por la organización humanitaria internacional Oxfam lo desmentían. Las cifras revelaban, durante el primer período presidencial del Lic. Medina Sánchez, que el uno por ciento de los más ricos iba a tener, para el año 2016, más patrimonio que el resto del mundo. En otras palabras: el uno por ciento de la elite internacional se apropiaría, en ese año, del noventa y nueve por ciento de las riquezas del planeta.
El también economista Medina Sánchez, respondiendo a los intereses del capital nacional y transnacional, estuvo también enviándoles “señales claras” a los empresarios con relación a romper los escollos que obstaculizaban los proyectos de inversión para construir y consolidar el progreso y el crecimiento económico de la nación. Sin embargo, “desmantelar” las barreras que impedían el llamado progreso, implicaba la apropiación, en el marco de la globalización, por parte de las multinacionales, de los recursos naturales de nuestro país, bajo el discurso neoliberal de un falso desarrollo sostenible que ineluctablemente conduciría la República al colapso ecológico, eliminando las fuentes de agua, los bosques, la biodiversidad, y la expulsión o muerte, debido a la contaminación ambiental, de los pobladores que habitaban en las comunidades, adyacentes a los centros de explotación minera.
En tal sentido, un misionero de la organización Cristiana Paz Dominicana, Rafael Guillen Beltré, declaró, en ese entonces, que en la provincia Sánchez Ramírez muchos lugareños estaban muriendo por los efectos de la contaminación ocasionada por las operaciones mineras de la Barrick Gold, y que, además, morían asfixiados a causa de los gases que expelían las chimeneas del emporio, padecían enfermedades de la piel, dolores de cabeza y muerte súbita por ataques al corazón, entre otros males. Asimismo, las mujeres que vivían alrededor de la zona minera estaban perdiendo los embarazos, en tanto los acuíferos de la región estaban contaminados, los animales se morían y se incrementaba la mengua de la producción agrícola.
El presidente Danilo Medina Sánchez también había justificado la inversión extranjera, alegando el presupuesto limitado del país y la baja presión tributaria con relación al Producto Interno Bruto (PIB). Es decir: la República Dominicana era un país pobre. Sin embargo, a Medina Sánchez le recordamos que la República Dominicana es un país pobre como resultado del saqueo sistemático que por más de quinientos años nos tiene sometido el gansterismo económico de las potencias imperiales, la corrupción administrativa y la impunidad de las autoridades locales, especialmente durante el reinado de su partido, y de la que él y sus familiares también formaron parte. Explicar y justificar como pobre nuestro país, implica respaldar la práctica de la apropiación del Estado por las mafias de los partidos políticos del sistema, y así mantener, por lo tanto, la maquinaria depredadora del capitalismo, generadora de la metáfora del “bienestar”, representada en la miseria del progreso.
En mi novela, Voces de Tomasina Rosario, “el Señor Presidente de la República, Lic. Angulo Catalina, engaste, acoñaíto, de jurón con jicotea, cada veintiuno de enero, en la basílica de Nuestra Señora, sobre un guayo se arrodilla, eructando un tiburón podrido, en acto de contrición, dándose un golpe seco, con el puño, en el pecho, casi sollozando, y en pose de inocente monaguillo.
—Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa —impetraba, blanqueando amaños, y palpando, alelao, con sus manitas de seda, un cuadro de la virgencita, poniéndola de mojiganga con su carita de yo no fui”.