José Rodríguez, el muchacho con cara de niño y corazón de gigante de Convite, al ponerse pantalones largos dejo atrás a la tristeza y se convirtió en cazador de amaneceres y de esperanzas. Creció mas como artista que físicamente. José fue un artista excepcional, coherente y consecuente con su visión de la vida, con su manera de ser, con su manera de pensar.
Definió su estilo de vida, a sus amigos y a sus circunstancias. Creía en una sociedad nueva, diferente, justa, democrática. Resistía y luchaba con la palabra del poeta y con el comportamiento de sus acciones. Manejaba la ironía con destreza y su sonrisa era una expresión de rebeldía. Su cara siempre era subversiva, cimarrona, que entraba en contradicción con un mundo interior de amor, de ternura, de solidaridad y de justicia que no le cabía en el pecho.
Hace cuarenta años, cuando entro a formar parte del Grupo Convite José era es más niño, pero el más soñador. Estudiaba sociología y del grupo fue el primero que conoció en la Escuela de Psicología a Luis Días, que acaba de llegar de Bonao y que, con guitarra al lado, dormía en un banco de la UASD, mientras formábamos a Convite.
Por el Luis entro a formar parte de Convite. En la división de trabajo, José escribía “textos básicos” para las canciones del grupo. José se destacó por la hermosura y la profundidad de sus versos. En poco tiempo se convirtió en el más sobresaliente compositor de Nueva Canción del país. Sus textos eran finos, irónicos, con esencias, imágenes, símbolos y contenidos excepcionales. Sus versos solos, en sí mismo, tenían música particular.
Cuando Convite hizo un paréntesis, José cambio su escenario de creatividad para la publicidad. Pronto se ganó un espacio especial. Su capacidad creadora no cabía en los comerciales y en los documentales que hacia. Contrario a otros artistas que se han involucrado en el campo de la publicidad comercial, creció como poeta. Pario una de las criaturas más hermosa de la literatura dominicana de los últimos tiempos: Su libro de poesías “Regreso a la Ternura”.
Con una sensibilidad que caminaba entre la lluvia, con nostalgias por emociones pasadas, con lodo en los zapatos de la vida después de un largo viaje, pero con la ilusión de la inocencia perdida, escribe José en el silencio del firmamento:
“Me queda el hombre que no quiso nacer completamente
y viene reclamándome la vida
los amores gastados a su nombre
todo lo que mate sin su permiso
bellezas sucedidas que no están en mis ojos
una campana limpia que sepulte en el agua
para que no se oyera su tristeza”.
José Rodríguez, mi hermano, fue coherente entre sus acciones y sus creencias. Vivió su vida al igual que Luis Días y José Castillo, miembros idos de Convite. Eran tres extraordinarios y auténticos artistas. Eso sí, fueron unas vidas de entrega, de creatividad y de generosidad. Vivieron para los demás, se identificación con el pueblo, creían en una sociedad nueva, en Manolo, en el Che, en Caamaño, y contribuyeron con su arte y sus trabajos culturales al desarrollo de la dominicanidad y la identidad nacional.
José Rodríguez, murió para vivir. Donde quiera que hay una tambora, unos palos, un Gaga, una Sarandunga, una velación, un Pri-Pri, un carnaval y un verso, ahí estará este artista, este poeta. Tan pronto San Pedro se entere que llego al cielo, si lo deja juntarse con Luis y José Castillo, habrá música y fiesta todos los días con sus noches.
José sabía sobre la fragilidad de esta vida. Estaba preparado como artista para la otra. Sin pasaporte, desnudo, frente al sol, con su corazón lleno de amor y de ternura, una tarde que estaba nublada, camino sonriente para la eternidad:
“Me voy con la lluvia
a lavarme la herida de la tarde
fabricándome un sueño
una dicha pequeña donde quepan mis versos
otra lluvia más grande
otra ciudad
sin miedo”.