Hace unas semanas fuimos testigos del linchamiento mediático a la actriz de “The Mandalorian” Gina Carano por sus posturas políticas, una acción que luego resultó en su desvinculación con la compañía Walt Disney. Quizás el ejemplo más popular en América Latina lo protagonizó el comediante méxicano Chumel Torres, por sus comentarios racistas que lo llevaron a un enfrentamiento con la primera dama y a su posterior suspensión de la cadena HBO. Poco a poco esta tendencia avanza al plano literario con una extensa lista de obras que dejarán de venderse o reeditarse.

Existen numerosas corrientes de pensamiento que defienden a la obra artística como un elemento puro separado de su creador, mientras otras corrientes se decantan por todo lo contrario. Lo cierto es que cuando nos conviene pactamos para esconder ideologías o preferencias de ciertos artistas para maximizar su obra, como el caso de Salvador Dalí con el franquismo o bien no podemos separar al creador de su pensamiento como lo hacemos con Ben Shahn o Diego Ribera. Aunque quizás todo dependa del contexto.

No podemos negar que las grandes compañías de entretenimiento, las afamadas galerías y museos de arte o las grandes editoriales, son los que eligen qué tipo de moral aplicar a cada artista y nosotros como espectadores estamos a merced de sus decisiones. Ha sido así a través de toda la historia y es así ahora, solo que esta nueva explosión tiene un nombre y un nuevo medio: cultura de cancelación a través de las redes.

Pero, ¿qué implicaciones tiene esta nueva realidad para América Latina y sus países en vías de desarrollo?

Esta nueva ola de cancelación cultural vino después de la tendencia de denuncias ciudadanas a través de redes durante el último estallido social el año pasado en Estados Unidos. Pudimos ver como muchas personas denunciaban comportamientos que no eran “moralmente aceptados” y pedían sanciones para compañeros de trabajos, vecinos e incluso familiares en una especie de revolución cultural china altamente perfeccionada que llegó hasta el mismo presidente de este país. La tendencia luego se trasladó al mundo de las artes y el espectáculo.

Aunque se tiende a pensar que la comunicación en las redes sociales es democrática y horizontal, no es más que una forma de romantizarlas ya que los algoritmos lo controlan todo. Esto quiere decir que quienes están a cargo de la cancelación cultural no somos nosotros denunciando a artistas por sus “comportamientos inaceptables”, sino quienes están a cargo de las plataformas sociales, que forman ya parte de la cadena de este gran círculo de poder que todo lo decide en nuestra nueva realidad.

Sobre este reciente orden habló abundantemente Marshall McLuhan. Para él los medios electrónicos han convertido a nuestras sociedades en una especie de aldea global en la que las noticias y los rumores avanzan en cuestión de minutos, un pueblo chico en la que la reputación de un artista, un escritor o sus obras pueden ser afectadas sin mucho esfuerzo, basta un retweet o forward a tu grupo de whatsapp preferido.

Esta realidad solo seguirá evolucionando, nos guste o no, porque ha sido impulsada por el aparato militar, político y tecnológico de Estados Unidos y muy pocos tienen recursos para oponerse o presentar otras opciones. Además, gran parte de nosotros no se opone a esta realidad, más bien estamos muy agusto dentro de esta nueva aldea tecnológica.

Pero, ¿qué implicaciones tiene esta nueva realidad para América Latina y sus países en vías de desarrollo?

Es muy probable que en los próximos meses sigamos imitando la cultura de cancelación estadounidense y pidamos justicia por el “comportamiento inapropiado” de los artistas o figuras públicas que han roto el código moral acordado en la actualidad. Podremos hacerlo en nuestro contexto limitado, sin embargo, nuestros países en este nuevo panorama son como las chozas pobres de los alrededores. No tenemos forma de “denunciar” los abusos que recibimos dentro las casas más privilegiadas porque nuestras voces no son lo suficientemente expuestas dentro de esta aldea global. Ciertamente los algoritmos no nos favorecen a todos por igual.

Actualmente no sentimos tanta indefensión porque están de nuestro lado los valores morales promovidos. Si algún día dejaran de estarlo, como es muy probable que pase, tendremos que buscar nuevos mecanismos de defensa. El presidente méxicano, Andrés Manuel López Obrador, está alerta y creando iniciativas para obtener un poco de esa autodeterminación de los pueblos que nos ha sido negada a la región, negación que pasa también al plano tecnológico y que podría amenazar nuestras culturas. Tendremos ahora que ver hasta donde calan sus intenciones.