En esta especie de alegoría, el extraordinario Juan Bosch nos presenta su visión en un Cuento de Navidad. El mismo inicia con una cautivadora descripción del ambiente donde “vivía Dios”: “Más arriba del cielo que ven los hombres, había otro cielo… su piso era de nubes… y por encima y por los lados, todo era luz…”

El Creador estaba molesto. Se notaba por las “zancadas” que daba. Lo que pasaba era que los humanos del “pequeño” planeta Tierra se comportaban “de manera absurda: con guerras, matando, robando e incendiando ciudades, sin que nadie supiera por qué”. Aunque el propósito de Él había sido que se amaran, trabajaran y compartieran en las montañas, “valles, ríos y bosques”, iluminados por el Sol y por la Luna que había creado con sus “manos gigantescas”.

Por eso decidió enviar el diluvio para luego repoblar el planeta con Noé y su familia. Pero como refiere la historia bíblica, el ciclo de maldad se repitió.

Sin embargo, “el Señor Dios no perdía su tiempo, ni cometía la tontería de mantenerse colérico sin buscarle solución a los problemas”, y pensaba. “Pues ni aún Él mismo, que lo creó todo de la nada, hace algo sin antes pensar en el asunto”.

Y se le ocurrió una solución al dilema: “necesitaba un hijo que predicara en ese mundo de locos la ley del amor, la del perdón, la de la paz”.

Por tanto, escogió a María para que llevara en su vientre a este ser especial. A su vez, envió a su vez al arcángel Gabriel, quien por cierto era bastante tímido, a anunciar la llegada de este regalo para la humanidad. Sin embargo, el alado mensajero no entendía por qué entre tantas personas, su Señor había escogido a alguien tan pobre para esta misión.

Dios tuvo que reprenderlo diciendo: “Mi Hijo nacerá en casa pobre, porque si no es así, ¿cómo habrá de conocer la miseria y el padecimiento de los que nada tienen que son más que los poderosos?”.

Los diálogos entre Gabriel, José y María, así como los demás personajes, son desarrollados con imaginación y naturalidad, dando una explicación lógica y particular a todos los sucesos de la historia original, haciéndonos imaginar junto a él, por ejemplo, a la joven madre cubriendo su rostro con un “paño de color rojo”, en su camino a Belén, las posadas llenas de gente, los alimentos y hasta sentir el caluroso clima de la región.

Para Juan Bosch, durante cada momento difícil o crucial Dios estaba dormido y despertaba justo a tiempo para dar la salida, como el instante justo antes del nacimiento de su Hijo.

Y es que “el Señor Dios estuvo millones de años sin dormir un segundo, trabajando día y noche. Fue cuando hizo los mundos…Él soplaba y decía: Tú, soplo, hazte un mundo”. Y ya estaba”.

Como en la Biblia, el Niño fue anunciado por un lucero, que solo podía ser visto por personas con corazón bondadoso como los pastores y los reyes magos y “un anciano muy simpático”, “grueso y de bastantes años”, llamado don Nicolás.

En ocasiones, el narrador pausa para contar una que otra hazaña de los distintos personajes que aparecen en la trama, así como las discusiones que tenían hasta ponerse de acuerdo para seguir a la estrella.

El Señor estaba muy atento a quienes prestaron interés a este acontecimiento y pensó para sí: “Los hombres son locos y por eso parecen malos, pero uno solo, o dos o tres capaces de ser cuerdos, buenos y puros, justifican todo mi trabajo, y con que haya dos o tres en la Tierra me basta para pensar que mi obra no ha sido un fracaso”.

Pero pasó el tiempo y ese bebé creció y se hizo hombre y hablaba de su Palabra. Hasta que un día escuchó un clamor que venía desde abajo “miró hacia la Tierra y vio… sobre un cerro pelado, a Su Hijo que pendía de una cruz. La indignación le sacudió. ¡Los locos de la Tierra habían crucificado a Su Hijo mientras Él dormía, le habían martirizado, le habían escarnecido y torturado sólo porque predicaba la palabra de Dios!”

Pero a los tres días resucitó y subió al cielo a “juzgar a los hombres y mujeres por los siglos de los siglos”.

Los años pasaron y, como sabemos, hubo inventos y más guerras y bombas que desafiaban los átomos. Y Dios seguía clamando por paz. Pero el mundo siguió dando vueltas, con injusticias, pero también había gente de buen corazón.

Ya la Navidad se celebraba de forma distinta. Los Reyes Magos y don Nicolás se ponían de acuerdo para llevar sus regalos a los niños.  “Desde arriba, el Señor Dios los contemplaba. Los veía irse juntos apoyándose entre sí”.

Juan Bosch, como él sabe hacerlo, nos muestra una representación de la realidad del mundo y sus ciclos, con verosimilitud, inventiva y belleza, captando la atención del lector de principio a fin, valiéndose de la imaginería, el dramatismo, sin dejar de lado la sensibilidad.

Desde su perspectiva, relaciona relatos de la Biblia con la condición humana, incluyendo temas como la desigualdad social y de género, la injusticia y el materialismo, la importancia de los valores como el amor, la generosidad y la integridad, sea cual fuere el lugar o la época de sus protagonistas, por lo que hace esta historia universal.

Juan Bosch nos sorprende esta Navidad y siempre con un relato dirigido a lectores o audiencia de cualquier edad que es diferente, creativo, realista, hilarante, aparentemente ingenuo, pero con la frescura, la certera agudeza social y pertinencia que caracteriza todas sus obras.