SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Llegué a Cuba por primera vez una mañana de enero de 1990 para representar la República Dominicana en un fuerte torneo de ajedrez que se celebraría en Pinar del Río, la provincia más occidental de la isla, donde al decir de muchos cubanos se produce el mejor tabaco del mundo.

Tenía apenas 19 años, viajé solo en esa ocasión, la cual se produjo gracias a los esfuerzos y relaciones del fenecido Pachón Matos Rivera, ex presidente de la Federación Dominicana de Ajedrez.

Faltando dos o tres días para el inicio del evento, tenía yo escasas esperanzas de ir a Cuba; caminaba por la avenida Tiradentes, cuando de repente apareció el gran carro blanco de Pachón. Me ofreció una bola y en el trayecto le expuse mi inquietud acerca de mi asistencia al torneo.

En lugar de llevarme a casa fuimos a Brugal y Cía., uno de los múltiples lugares donde Pachón fungía como asesor laboral. Allí conversamos con uno de los ejecutivos de la compañía, el señor Winston Nouel, quien facilitó el pasaje aéreo ida y vuelta, gestión que agradecí, y que facilitó mi primer viaje a la vecina isla.

"Allá es muy difícil encontrar a un agente policial queriéndose llevar presa a una pareja por besarse públicamente"

En el aeropuerto de La Habana, me recibió el Maestro Internacional Eleazar Jiménez, alto dirigente de la Federación Cubana de Ajedrez, hombre que empató los tres enfrentamientos que tuvo contra Bobby Fischer. Durante el trayecto del aeropuerto al hotel, recibí mis primeras impresiones de la sociedad cubana, de la cual se han embriagado tantos visitantes.

Para un joven que hasta ese entonces tenía en su agenda de países conocidos a otros mucho más modernizados, resultó una gran sorpresa el ver tantos carros antiguos, tantos edificios sin pintar y la mayoría de las personas con ropas sencillas; sin embargo, todavía faltaba mucho por conocer, tanto en apasionantes virtudes como en defectos de ese pueblo que habita la isla fascinante, como la llamó Juan Bosch, hombre que la conoció a profundidad por sus años vividos en ella, así como por su largo matrimonio con una hija de la tierra de Martí.

Los ajedrecistas extranjeros llegamos a Pinar del Río de noche después de tres horas de autobús y fuimos hospedados en el hotel del mismo nombre, que no era cinco estrellas, pero sí decente. A pesar de ello, parece que el material de las paredes que comunicaba una habitación con otra no era de la mejor calidad, pues a los pocos minutos de estar en mi habitación, comencé a percibir detalles de las expresiones de una pareja haciendo el amor.

Esa noche, la primera de muchas vividas en cerca de una decena de viajes a la isla, me acosté bien tarde, pues en esas condiciones es sumamente difícil dormir. No quise llamar a la recepción del hotel, pues nunca quisiera que me interrumpieran en un acto semejante; lo vi como un crimen. Curiosamente, en mi último día en Pinar del Río, se volvió a presentar la situación, pero con unas personas dándose tragos y contando cuentos y entones protesté.

Quizás esa primera noche en Cuba comenzó a sugerirme lo que es la relación de pareja y el sexo en esa isla: algo tan natural como respirar. Allá es muy difícil encontrar a un agente policial queriéndose llevar presa a una pareja por besarse públicamente. Acaso le llamaría la atención, únicamente si estuviese en un estado muy avanzado del contacto físico.

En una ocasión le pregunté a una enamorada en el malecón de La Habana si no era inconveniente besarse frente a los ojos de un agente que rondaba cerca; se quedó mirándome con incredulidad y tras unos segundos me preguntó: “¿Por qué?” Recuerdo el día que conocí aquella joven frente al cine Yara en la avenida La Rampa, no me preguntó donde trabajaba, ni mi apellido ni si tenía carro, como se escucha tan a menudo en nuestro noble paraíso. En este aspecto, como en muchos otros, la sociedad cubana se fue adelante y nos dejó muchas décadas atrás a casi toda Latinoamérica.

Es verdad que contribuyen a esta realidad la falta de prejuicios y el ardiente temperamento de la mujer cubana, pero también en esta sociedad se presenta un fenómeno que contribuye enormemente a la intimidad: la escasez de diversión. La falta de actividades sociales nocturnas ha hecho del sexo el deporte favorito de la población y como este deporte es la religión que menos ateos tiene en el planeta, su práctica se ha difundido y perfeccionado.

Lo cierto es que gracias a Dios hay un rincón en el mundo, bien cerca de los dominicanos, donde los prejuicios y las limitaciones se han reducido a su mínima expresión y donde se respetan las más finas esencias de nuestras inclinaciones naturales y vocación divina.

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