Por circunstancias atendibles, el Premio Nacional de Periodismo 2016, no se proclamó en abril 5 como manda el decreto 74-94, firmado en marzo de 1994 por el entonces presidente Joaquín Balaguer, sino el 19 junio y entregado el 8 de diciembre en Palacio Nacional, estableciendo un record de tardanza en su ceremonial, lo que no ha restado validez a la justeza del galardón que le consagra en su año 50 de ejercicio profesional.

El ceremonial sobrepasó la tardanza en la entrega a Juan Bolívar Díaz, en Agosto de 2014 y la de Margarita Cordero, el 16 de noviembre 2015. La cronología de la entrega deberá ser revisada junto con las bases del premio, que requieren de actualización.

Cargada de emotividad, hasta el punto de quebrar la voz en dos oportunidades de un Luis Eduardo Lora (Huchi), sobre todo al mencionar a cinco de los periodistas que pagaron con sus vidas, Orlando Martínez, Goyito García Castro, Enrique Piera y Marcelino Vega, a pesar de estar ubicados en una variopinta estela ideológica. Ellos, dijo Lora, ofrendaron sus existencias como consecuencia de la intolerancia ante la disidencia y las críticas desde los medios.

Con la entrega, el gobierno del presidente Medina, se hace acreedor de un mérito: premiar por todo lo alto a un líder de opinión e información, altamente crítico, incluso con el mismo régimen.

El acto fue organizado por los departamentos de Protocolo del Palacio y del Ministerio de Educación, a cargo de un titular recién llegado al despacho con una agenda bastante apretada por la aplicación del 4% a la Educación. No participó directamente el Colegio Dominicano de Periodismo.

El Premio Nacional de Periodismo, lo otorga un jurado integrado por los presidentes o sus representantes de la Asociación Dominicana de Radiodifusoras, (Roberto Lama), la presidencia de la Asociación Dominicana de Diarios (Persio Maldonado), el Colegio Dominicano de Periodistas (Olivo de León), dos periodistas de reconocida trayectoria (Rafael Molina Morillo y Minerva Isa), además del Ministro de Educación y el director de la Escuela de Comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (Rodolfo Coiscou) y un secretario (José Rafael Sosa).

Fallos del protocolo

No se recordó la muerte del primer Premio Nacional de Periodismo (2003), Felipe Collado, fallecido el día anterior, referido solo por Olivo de León) al recordar quienes habían ganado el Premio.

No se reservó, como es costumbre, sillas para el jurado del Premio y la dirigencia del Colegio Dominicano de Periodismo, cuyos miembros debieron sentarse donde se pudiera.

No se identificó al jurado ni se destacó, obviando la participación fundamental de la Asociación Dominicana de Diarios y la Asociación Dominicana de Radiodifusoras y la Escuela de Comunicación de la UASD.

El panel principal del acto estuvo integrado por los ministros de Educación,(Andrés Navarro), de Cultura (Pedro Vergés), de Ciencia Tecnología (Alejandrina Germán), el vocero de la presidencia (Roberto Rodríguez Marchena) y el presidente del CDP, además del Lora y Betty Echavarría, su esposa. En la primera fila, a la izquierda, estaban sus familiares más cercanos.

Lora, dijo que la del periodista, es la profesión más apasionante, sobre todo cuando se compromete con las causas que provocan cambios en la sociedad, enfrenta la corrupción y logra que los procesos estatales y privados, resulten transparentes.

Lora no pudo contener las lágrimas e interrumpió su discurso cuando citó a los periodistas que han sido asesinados por quienes son intolerantes, incluso perteneciendo a una variada gama de inclinaciones políticas.

Lora es premiado justo este año, cuando cumplió 50 años de ejercicio profesional, desde que se inició en 1966, como reportero en El Nacional, por convocatoria del entonces director Freddy Gatón Arce, también su director en la Escuela de Periodismo de la UASD.

Navarro y De León

El presidente del Colegio Dominicano de Periodismo, el licenciado Olivo de León, presentó la biografía del comunicador premiado, desde su primer lance con la fundación, siendo un niño en Santiago, del periódico El Martillazo, hasta sus 20 años al frente del televisivo noticioso El Día, que transmite de 6 a 8 de la mañana, Telesistema.

El ministro de Educación, Andrés Navarro, quien se estrenaba en este ceremonial, dijo que pocas veces la sociedad se detiene a reconocer los buenos valores porque lo que se destaca con frecuencia, son los aspectos deficitarios y escandalosos. Navarro, dijo que el galardonado es un ícono del periodismo nacional.

El discurso completo

Estas fueron las palabras de Luis Eduardo Lora (Huchi) al recibir el Premio Nacional de Periodismo 2016:
“Licenciado Danilo Medina, Presidente Constitucional de la República;
Lic. Gustavo Montalvo, ministro de la Presidencia;
Arq. Andrés Navarro, ministro de Educación;
Lic. Olivo de León, Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas;
Apreciados colegas, queridos familiares e invitados especiales:

Debo confesar que soy muy afortunado por todo lo que Dios me ha concedido: Mis padres, Armando Lora y Altagracia Iglesias; mis hermanos, mi querida Betty, mis hijos, mis sobrinos, mis nietos, mis colegas, mis amigos, mis profesores y mi profesión.

Tengo otra fortuna: la de laborar en un medio donde no hay interferencias, donde no hay llamadas sobre lo que se va a difundir o sobre lo que ya se publicó.

A todas esas fortunas se agrega ahora la que ustedes me han hecho el honor de concederme con el Premio Nacional de Periodismo. Mi gratitud a todos los miembros del jurado, al Colegio Dominicano de Periodistas y al ministerio de Educación, entidades que organizan esta premiación, al Estado que lo concede desde hace 22 años y al presidente de la República, licenciado Danilo Medina, que cada año acoge esta ceremonia

Hay una feliz coincidencia, ya que se trata de un premio al ejercicio de una carrera y hace hoy un mes y tres días que cumplí 50 años en el oficio. Otro motivo para sentirme afortunado. Imaginen lo que significa tener la oportunidad de ser testigo de medio siglo de historia.

Recién pasada la Revolución Constitucionalista y la Guerra Patria, me inscribí en la UASD para estudiar la carrera que desde niño había elegido. El director de la escuela era el poeta y periodista Dr. Freddy Gatón Arce, quien además dirigía El Nacional, diario recién fundado por el Dr. Rafael Molina Morillo, para entonces director y propietario de la revista ¡Ahora!

Los estudiantes de periodismo veíamos El Nacional como ven los niños de pequeñas ligas a los Medias Rojas de Boston, porque ese diario, que acababa de nacer el 11 de septiembre de 1966, había inaugurado un periodismo distinto al que nos había impuesto una larga dictadura. El Nacional trajo desde su primera edición el periodismo de la denuncia responsable. La corrupción, la persecución política y los crímenes de Estado habían llegado a la primera plana. ¡Cuánta admiración despertaba en nosotros el periodismo de la verdad!

Lo veíamos como una aspiración que, con suerte, quizás concretizaríamos en varios años, pero a principios de noviembre de 1966 tuvimos los exámenes finales del semestre y el viernes de la última prueba, el Dr. Gatón Arce me sugirió que no me fuera el sábado para Santiago, porque ese día comenzaría a trabajar en El Nacional.

¡Me acababan de subir a las Grandes Ligas! Y con el mejor bono de todos los tiempos: el honor de entrar al periodismo que anhelábamos. El cúmulo de trabajo que me agregaban cada día me obligó a salir de las aulas, pero gané tres maestros de primera: El Nacional no tenía jefe de redacción, sino un Consejo de Redacción integrado por Radhamés Gómez Pepín, Francisco Álvarez Castellanos y Juan José Ayuso.

Cada uno de ellos constituía una escuela para un novato colocado frente al enorme reto de ejercer el periodismo bajo un gobierno autoritario, con una extrema vocación de silencio que se imponía a través de amenazas, persecuciones, cárcel y sangre.

Era difícil denunciar todas aquellas distorsiones que se operaban en la democracia, pero en El Nacional, y después en La Noticia, se hacía a diario.

No era gratis, por supuesto. Me tocó ir cuatro veces a la cárcel, una de ellas por trece días junto al director de La Noticia, Silvio Herasme Peña, a quien tuvimos el dolor de perder en febrero de este año.

En este medio siglo vi a muchos periodistas poner su profesión al servicio de la sociedad y sufrir los embates de un poder despótico. Atentados como la bomba que voló el carro de Juan Bolívar Díaz.

Periodistas de diferentes posiciones que tuvieron la trágica coincidencia de caer víctimas del mismo poder totalitario: Orlando Martínez, Goyito García Castro, Enrique Piera y Marcelino Vega.

La muerte que les dieron a ellos era un poco de muerte para todos los demás que hacíamos el mismo trabajo.

Es una época superada que no debe regresar, aunque recientemente hemos visto a grupúsculos ultraconservadores, receptores de exageradas cuotas de poder, promoviendo y pagando amenazas de muerte a periodistas como represalia a su ejercicio independiente. Pero esa no es, hoy en día, una política de Estado.

Para la sociedad, la labor del periodista es una necesidad. Para algunos es una necedad. Cuando una autoridad trilla caminos torcidos siempre aspira al silencio. A veces surgen reminiscencias de la brutalidad totalitaria con agresiones físicas. A menudo las víctimas son los fotógrafos y los camarógrafos, lo cual delata un profundo temor a que se conozca la realidad, que es lo que captan las cámaras.

Constituye un error muy generalizado denunciar en esos casos que la prensa y los periodistas son “víctimas” de una agresión. En realidad, la víctima es la sociedad. Cuando se trata de tapar la boca de la prensa, en realidad el objetivo ulterior es tapar los oídos y los ojos de cada ciudadano para que no se entere de aquello que le interesa.

El dolor físico es una alarma, pues avisa de un problema que demanda atención. Si no sintiéramos dolor, no atenderíamos nuestros quebrantos y nos moriríamos sin previo aviso.

De igual manera, la prensa debe poner el dedo donde duele para descubrir la infección. Ese es el principal deber de la prensa: ser el dolor de la sociedad.

De ahí lo que algunos califican como “malas noticias” para quejarse de que se publiquen, olvidando que tuvimos una era en la que todas las noticias que se publicaban eran buenas. Duró 31 años y los dominicanos estamos decididos a no permitir jamás que se repita.

Para estar viva, una democracia siempre necesita que la prensa muestre las llagas de la injusticia, de las violaciones a las normas, de los excesos del poder.

Lo ideal es que los gobernantes comprendan y respeten esa necesaria función, y más aún, que la aprovechen para tomar buenas decisiones.

Hoy día laboramos sin temor a persecución, cárcel o muerte. Los retos de hoy son otros. Ahora lo deseable es que las oportunidades de trabajo sean creadas cada vez por más medios independientes y menos medios oficiales.

El periodismo es una profesión que le crea a quien la ejerce mucha tensión, pero también mucha satisfacción. En estos 50 años puedo citar muchas satisfacciones, pero para no alargar estas palabras prefiero mencionar tres:

Primera satisfacción: Aquellas constantes denuncias de la prensa de los 12 años sobre la violación de derechos humanos contribuyeron con un cambio significativo. En 1978 cesó el terrorismo de Estado. Se reeditó en 1996 con un solo caso: La desaparición de mi compañero Narciso González, con quien tuve el honor y la alegría de editar la revista “Tirabuzón”, de humor político.

Segunda satisfacción: El país estuvo cerca de ver un acuerdo entre el Estado y un grupo que perpetró un fraude, por demás burdo, para apropiarse de 360 millones de m2, dos parques nacionales (Jaragua y Sierra de Baoruco), y las playas Bahía de las Águilas, Playa Blanca, Bucayé y otras. Se conoce como el caso Bahía de las Águilas, pero esa playa era sólo un pedacito del cuantioso botín.

El presidente Medina escuchó las alertas que salieron de la prensa sobre la naturaleza de aquel despojo contra el Estado. Tomó la decisión de deshacer el acuerdo y poner el caso en manos de la Justicia.

La prensa criticó, el Poder Ejecutivo actuó, la Justicia decidió y las abundantísimas y valiosísimas tierras quedaron en las manos del único propietario que han tenido en la historia: El Estado dominicano. Ojalá sirvan para el desarrollo del Sur, como se ha anunciado.

Tercera satisfacción: La lucha por el 4%. Es el más hermoso ejemplo de lucha cívica que hemos conocido los dominicanos, hasta el extremo de ser reconocido por el Diálogo Interamericano en la OEA como el mejor movimiento social realizado en este Continente, acto al que tuve el honor de asistir y donde la educadora Magda Pepén habló a toda América a nombre de la Coalición por una Educación Digna.

Estudiar a fondo un problema, comprender sus complejidades y fajarse a explicárselo a la gente, es muchísimo más difícil que paralizar una comunidad con la violencia, pero es el camino correcto. Quedó sentado que para llevar una lucha social al éxito, lo que se necesita es tener la razón y saber explicarla.

Los buenos argumentos comprometieron a todos los candidatos del 2012 y el que obtuvo la presidencia, el licenciado Danilo Medina, honró ese compromiso aplicando una ley que llevaba 12 años durmiendo como letra muerta.

Hoy podemos y debemos hacer críticas a detalles de esa inversión, pero el avance está fuera de duda. Ahí está la tanda extendida. Hay mucho qué mejorar, pero ahora existe una base para darle cuerpo y contenido, así como para deshacer entuertos. Es una inversión que pare frutos a largo plazo, pues como acabamos de ver con las pruebas PISA, nuestros estudiantes quinceañeros arrastran las consecuencias de la política anterior. Los que tienen 15 años ahora, comenzaron a recibir los efectos de la inversión cuando ya tenían 7 años en la escuela.

El programa El Día que dirijo en Telesistema se comprometió con esta lucha. Incorporamos las sombrillas amarillas a la escenografía. Grupos que defendían el incumplimiento nos tildaron de parcializados. Tenían razón, pero me siento en el deber de clarificar conceptos que son fundamentales para el ejercicio del periodismo.

La objetividad es un deber. En mi opinión, también lo es la ausencia de compromisos con políticos, candidatos, partidos y gobiernos. Pero en otros ámbitos la imparcialidad no es deseable ni positiva. Frente a una injusticia, la imparcialidad se traduce en complicidad. No podíamos ser imparciales ante una inversión exigua en la educación, que es la vía válida y segura para salir de la pobreza.

La causa debe continuar, pero nadie puede negar que ha sido exitosa. Es más: sus métodos de lucha han sido exitosamente emulados para defender el medio ambiente en más de un caso. Las protestas, en vez de piedras o balas, lanzan argumentos envueltos en canciones.

Las familias participan, llevando hasta bebés en sus cochecitos, porque no ven a activistas encapuchados ni armados, ni tienen que preguntarse qué hacen con esas armas cuando no están protestando. Ven a personas con rostros descubiertos, armados con buenas razones y con actitudes pacíficas.

Esa es la esperanza, porque la salvación no la traerá ningún mesías político. Sólo la sociedad salva a la sociedad. Sólo el ciudadano emancipa al ciudadano.

Por eso creo que en un futuro no muy lejano nos esperan nuevas satisfacciones, como la institucionalización del país, como la independencia de la justicia penal, civil y electoral. Es un deber de toda la sociedad, pero particularmente de la prensa, contribuir a que lleguemos hasta esos estratos de una plena democracia, de un verdadero estado de derecho caracterizado por la equidad.

Sólo con la presión de los ciudadanos llegaremos a ver a nuestros partidos prefiriendo postular a representantes de los pasajeros y no a los empresarios guagüeros; a representantes de los consumidores y no a los empresarios gaseros; a representantes auténticos de la población y no a empresarios riferos.

Siempre estarán ahí los eternos aspirantes al silencio. Siempre existirán los que no quieren que la prensa investigue. Los que no toleran críticas ni opiniones diferentes. Los que no quieren transparencia. Afortunadamente, la gente ve lo evidente.

Más ahora, cuando las cosas han cambiado favorablemente en nuestro planeta. Para los regímenes totalitarios había sido fácil controlar la comunicación vertical: Arriba, medios que llegan a la masa de abajo en un fenómeno unidireccional. El lector, el radioyente y el televidente reciben el mensaje y lo aceptan o no lo aceptan, pero no pueden cuestionarlo ni participar en él. Presionando arriba se buscaba que los hechos no llegaran a la masa. Eso cambió.

La revolución tecnológica nos convierte a todos en receptores y emisores. Ahora cada persona, celular en mano, es fotógrafo, camarógrafo, informante y opinante. Aquí pululan diez millones de ellos. El poder de teléfono inteligente fue demostrado en Egipto, cuando un ciudadano puso en las redes el cuerpo asesinado de un joven bloguero que publicaba críticas. Junto a la imagen, una leyenda: “Todos somos Sayed”. Una foto y tres palabras pusieron fin a una dictadura de 30 años.

Por el territorio dominicano pululan diez millones de fotógrafos y camarógrafos, pues prácticamente cada ciudadano tiene un celular en sus manos.

Claro: los periodistas siempre seremos necesarios porque la información necesita tratamiento profesional para ser confiable. Antes se decía que el papel aguanta todo lo que le pongan. Las redes sociales lo aguantan mucho más. Aun así, la humanidad tiene motivos para celebrar la democratización del mensaje masivo.

Reiterando mi gratitud, concluyo con una exhortación a los periodistas jóvenes y a los estudiantes que inician su medio siglo en esta profesión:

El periodismo es un oficio apasionante, emocionante, probablemente el más adecuado para aquellos que sienten la vocación de contribuir a mejorar la sociedad. Abracen el periodismo, vívanlo y pongan todo su empeño en contribuir para hacer de nuestro país un lugar donde todos vivamos en paz, en pleno ejercicio de nuestros derechos y de nuestra dignidad”. Muchas gracias.