SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Parir pianistas, no importa su origen social, es el destino de todas las patrias del mundo.
Cuando las patrias dan a luz pianistas, no miran cunas sociales, las patrias tienen el instinto maternal de ver condiciones y sensibilidades, para que la patria no sea nunca una larga patria de pianos rotos y desvencijados, trino triste de música difícil y torva.
Esta es la crónica de un atardecer que entre septiembre esperando octubre, costumbre de los trópicos aletargados, nos comienza a regalar trazos mandarinas en cielos alegres con pianos tocados por manos jóvenes soberbias y dispuestas, contundentes en su lirismo y acierto de talento indiscutible.

El lugar fue el museo de las Casas Reales, sito en el corazón de la ciudad colonial, entre mustias piedras y asomos de lluvias, una dispuesta columna de personas mixtas acudían con el entusiasmo en los ojos, en el rostro todo.
Borges, Jorge Luis, recomendaba siempre, con la daga del espíritu, asesinar los domingos, suma del tedio universal en la faz en la tierra. Era domingo 14 de septiembre.
Entonces todos y todas pensamos, sin confesarlo al viento que oscurecía con la tarde tropicalizada, que en este país el talento se muere de vergüenza y olvido
Y era un domingo cuyo plasma existencial, estaba sentenciado por este concierto de música, estaba claro y escrito: entre arpegios, un domingo más caería mortalmente herido con la mejor música, el Borges profeta contra el tedio de los domingos, iba a triunfar, una vez más.
El maestro con cariño, Iván Domínguez, ataviado como todo un lord antillano, daba sus paseos para ultimar detalles, detrás Rhina Ibert, que había olvidado algo, o para que nada se olvidara…
Iván Dominguez sigue haciendo una labor silente, encomiable, cuyas historias ponen los pelos de punta, esa experiencia merece ya un libro cuyo título sería: Otro Maestro Con Cariño y su patria de largos pianos rotos…
Longitudinal la sala, y dos jóvenes músicos a la espera de sentarse al piano para declarar en ese espacio, que no basta tener talento, que no basta desear ser músico sinfónico y buen pianista, que la disciplina y el estudio son básicos como complemento.

Davidson Reyes Paredes (17 de Marzo 1988, S. P, Macorís), en el programa de esa tarde le corresponderían interpretar dos estudios Moritz Moszkowski, logrando el acierto de impresionar de entrada con las soluciones sonoras al Estudio oP. 72 No. 6. Desenvuelto y seguro seguiría su itinerario con el número 11 del mismo estudio.
Remataría con el Andante finale sobre el tema de Lucía Di "Lammermoor". Mano Izquierda sola Op. 13.
Como se observará, escribo de un joven que apenas tiene 14 años y tiene una digitación y concentración, digna de todo elogio.

Clausuraría otro joven más conocido con un estilo más definido, con una innata inspiración y madera de excelente pianista, no hacia el futuro, esa tarde apenas se puedo ver un botón más que una muestra simple, para él el futuro es ahora.
Me refiero a Omar Ubrí Ramos (Abril, 1988, Santo Domingo), que electrizó la sala con una versión intimista y descriptiva de la Apassionata de L. V. Beethoven, en sus tres movimientos: Allegro Assai, Andante Conmoto y Allegro Ma non Troppo.

Sobrecogida, la sala y la audiencia hacía silencio y a golpe de cabezas que dirigían la música, transcurría el encanto de la interpretación, delicada y sublime, oportuna y segura en los fortes, mientras dibujaba al maestro de Bonn, en su silueta austera y complacida.
Ubrí Ramos, cuyas otras actuaciones públicas han concitado admiración y clamor, aprovechando la presencia aquella tarde del Maestro Rafael Landestoy (Bullumba), interpretó la Danza Loca, con genio y estampa de excelente pianista.
Para estas dos figuras, dignos de mejor patria de pianos e ilusiones, el público aplaudió delirante y entusiasta, la tarde había caído, al frente estaba el mártir pluvial, el Ozama de siempre y una melancolía de Patria que más pudo haber sobrecogido al público.
Entonces todos y todas pensamos, sin confesarlo al viento que oscurecía con la tarde tropicalizada, que en este país el talento se muere de vergüenza y olvido.
Y que a pesar de todo, esta patria sabe parir pianistas que vienen de la nada social, que lo sacrifican todo, para ser lo que su vocación les demanda con urgencia: brillantes músicos con augurios de gigantes y grandes destinos (CFE)