El 18 de septiembre de 1934, nació en Damajagua, Esperanza, Provincia Valverde, Rafael Tomás Fernández Domínguez. Fue el primogénito de sus padres, Ludovino Fernández Malagón y Erminda Domínguez.
Rafael Tomás se crió en un ambiente de alegría, rodeado de muchos hermanos a los que les llevaba pocos años de edad. En su mayoría eran varones, con los cuales compartía sus travesuras y juegos. Era amante de los caballos y su padre le regaló uno que bautizó con el nombre de Bronce; disfrutaba a campo abierto de largas cabalgatas, dando riendas sueltas a su espíritu libre e independiente. Siendo ya un adolescente, en una época de su vida en que residía con sus padres en la calle Hilario Espertín, en Santo Domingo, él y sus hermanos improvisaron un área para practicar boxeo. A pesar de que Rafael Tomás era de contextura delgada, con sus técnicas de combate logró ganarles a muchos amigos del barrio, más fuertes y musculosos que él. Sus hermanos recuerdan con devoción y nostalgia, aquellos años felices y despreocupados, de los cuales hay muchas anécdotas y divertidas travesuras en las que, por lo general, ese hermano tan singular, era el protagonista.
Con el correr del tiempo, y siendo apenas un adolescente, germinó en él la inquietud de formarse en la carrera militar. Su padre era un oficial de alto rango y no estaba de acuerdo; prefería que fuera médico o ingeniero. Pese a la oposición de su padre, Rafael Tomás estaba decidido de llevar a cabo su sueño. Esta firme vocación estaba fortalecida y sustentada por su carácter disciplinado y voluntad férrea. Con estas condiciones naturales con que había sido dotado, el comenzó a trillar un camino en el que no había vuelta atrás.
Cercano a sus 19 años, conoció a Arlette en una fiesta familiar. El apuesto joven quedó gratamente impresionado. Arlette, con apenas 16 años, se había convertido en una hermosa joven de finos modales y recia personalidad. En su rostro se destacaba un perfil de líneas perfectas, ojos brillantes de mirada curiosa y serena. Su abundante pelo castaño, resaltaba su exquisita feminidad. Justo en ese momento se produce el encuentro. Hubo una atracción mutua y a lo largo de los días por venir, en ambos fue creciendo un sentimiento que los unió cada día más.
Arlette cursaba sus estudios de bachillerato en el internado del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Santiago, ciudad en la que ese momento Rafael Tomás residía con sus padres. Fueron frecuentes las visitas frente al colegio de donde él podía verla a distancia en sus horas de recreo. Con esa situación que le impedía hablarle, optó por escribirle, y de ese modo comenzó una hermosa relación que, al cabo de algunos meses se convirtió en un compromiso formal.
“Los que se rebelaron contra la constitucionalidad del país, contra la autoridad legítima con la que él se regía, son a la vez dos veces traidores: ante su patria y ante Dios”.
Llego el momento de comenzar su carrera militar, a la vez que Arlette pasaba las vacaciones en su casa de Cenoví, un paradisiaco lugar en San Francisco de Macorís.
A través de las cartas que escribía a Arlette, desde la academia, y que ella guardó celosamente toda su vida, Rafael Tomás daba muestras de su madurez y de la decisión de ser un hombre de bien. Con apenas 20 años de edad. En una de ellas le expresa: Tengo tres ideales en mi vida que me obligan a hacer lo mejor que puedo, y estos ideales que los considero sagrados son: ser un buen oficial…tu…y ser un hombre formal.
El 22 de diciembre de 1955, se casaron en San Francisco de Macorís. Ella lucia hermosa y radiante. El, elegantemente vestido con su uniforme de gala del Ejército Nacional, mostraba en su rostro la felicidad de tener para siempre a su lado, a su amada Letty.
En pocos años, nacieron sus cinco hijos y la carrera militar de Fernández Domínguez comenzó su ascenso, ganados por sus altas calificaciones y méritos en los distintos entrenamientos que recibió, tanto en el país como en academias militares de gran prestigio en el extranjero. Siempre fue un preocupado de su cultura general y un estudioso de las grandes hazañas protagonizadas por hombres que dejaron un legado de bien a la humanidad. Es notoria la calidad y profundidad en sus escritos, tanto en cartas como en documentos; legado valioso que dejó a la posteridad, donde expone su gran patriotismo y vocación de servicio a la patria.
Luego de la desaparición de Trujillo, los acontecimientos sucedían vertiginosamente, y el pueblo dominicano miraba con asombro los cambios y personajes que entraban en escena, muchos de ellos desconocidos hasta ese momento. Si observamos a Fernández Domínguez en el contexto histórico de esos años, resulta difícil entender su vocación democrática y apego a los principios de respeto a los mandatos de la constitución y las leyes sobre todo, en un joven militar académico, criado y formado en un ambiente arropado por una feroz dictadura, que no daba espacio a una juventud sedienta de libertad y justicia. Sin embargo, un hecho trascendental y sorpresivo, rompe con la hegemonía del régimen que todos creían intocable: La invasión del 14 de junio de 1959.
Si bien la invasión no tuvo un éxito militar, si lo tuvo en mostrar que habían opositores al régimen, capaces de enfrentarlo, y ofrendar sus vidas si era necesario, por la libertad y la justicia del pueblo dominicano. La gesta logro un gran despertar de esperanzas y anhelos, sobre todo, en la juventud que veía un futuro incierto, plagado de peligros e incertidumbres, en el devenir del tiempo. Es, precisamente en ese escenario y sucesos posteriores, que dan lugar al nacimiento de un líder militar que rompió todos los esquemas y tradiciones conocidos hasta ese momento. En ese sentido el historiador Franklin Franco Pichardo, en su libro “Fernández Domínguez y Caamaño Deñó. El Pensamiento de los militares constitucionalistas”, analiza la figura histórica y el pensamiento democrático de Fernández Domínguez, ( Pag. 12), cuando afirma: Mientras mayor profundidad adquiría en los cuarteles la corrupción que caracterizó el período de gobierno de facto que presidió Donald Reid Cabral, más grande se hacía en Fernández Domínguez el convencimiento sobre la necesidad de modificar con la acción el cuadro aterrador de inmoralidades que el golpe militar contra Boch introdujo en los cuarteles. Más adelante afirma; Hay en el pensamiento de Fernández Domínguez la expresión de una renovadora corriente militar, corriente ésta que partía y parte de principios definitivamente democráticos, pues si bien subraya la disciplina y el valor, fundamentos clásicos de toda doctrina militar, hace hincapié en el respeto a la constitución y las leyes, y sobre todo, a la voluntad de las mayorías nacionales.
En este contexto y tomando en consideración todas las condiciones que confluyeron en este líder militar, no podemos ignorar que Fernández Domínguez pertenecía a un linaje de guerreros patriotas que se remontaban a la gesta de la Restauración, cuando su bisabuelo José Mauricio Fernández acompañaba a Luperón en una guerra en la que se jugaba el destino de la nación. José Mauricio muere en combate en el Papayo, población cercana a Santiago en el año 1876, en un enfrentamiento con remanentes de grupos que no aceptaban las nuevas autoridades en el país luego del triunfo de uno de los episodios más relevantes en la historia del pueblo dominicano.
En sus cartas y documentos Fernández Domínguez mostró que su amor a la Patria era su mayor fuente de inspiración, y estaba dispuesto a dar su vida en el momento que así se lo demandaran las circunstancias: “Estoy ampliamente convencido del papel que como militar dominicano me reserva la vida. Nadie más decidido a aceptarlo, con todas sus responsabilidades y sus fracasos, pero si con la más firme de las decisiones. (Carta dirigida al capitán Héctor E. Lachapelle Díaz, desde Santiago de Chile, 22 de marzo de 1965).
El 18 de enero de 1962, Con apenas 27 años y el rango de mayor del Ejército Nacional, Fernández Domínguez llevo a cabo una misión en la que evidenció su liderazgo, responsabilidad y valentía, cuando se presentó junto a varios compañeros de armas, de su entera confianza, al Club de Oficiales de la Base Aérea de San Isidro, y enfrentó oficiales de alta jerarquía, con el objetivo de liberar los miembros del Consejo de Estado que estaban prisioneros en dichas instalaciones. La operación fue exitosa y la vida democrática del país siguió su curso, gracias a una joven oficialidad que supo entender el papel histórico que demandaban en ese el momento las circunstancias, comandadas por Fernández Domínguez.
La elección de Juan Bosch como presidente de la Republica ese mismo año le da un respiro al país, ante tantos acontecimientos perturbadores. Se sentían aires nuevos, con olor a libertad y a democracia. Sin embargo, siete meses después, los remanentes del trujillato provocan la caída del recién instalado gobierno y el país, de nuevo, se ve sometido a un camino incierto. Ante esa situación, Fernández Domínguez es relevado del cargo de Director de la Academia Militar de las Fuerzas Armadas y enviado a España como agregado militar, y varios compañeros de armas fueron cancelados.
Ya en Madrid, el coronel Fernández Domínguez toma posesión de su cargo y emprende acciones para organizar un movimiento y reponer a Bosch como presidente de la Republica. Entra en contacto con sus más fieles compañeros de armas y funda el
“Movimiento Restaurador Democrático” y/o “Movimiento Enriquillo”. A ese respecto, en una de sus notas y reflexiones, escribe: “Los que se rebelaron contra la constitucionalidad del país, contra la autoridad legítima con la que él se regía, son a la vez dos veces traidores: ante su patria y ante Dios”.
En el mes de diciembre de 1964 logra entrar al país y se reúne con su amigo de muchos años el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, con el fin de incorporarlo al movimiento. Sobre este importante encuentro, Arlette Fernández, en su libro “Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, Soldado de la Patria y Militar de la Libertad”, narra en la página 158, con lujo de detalles, todos los pormenores del diálogo entre esos dos hombres, que marcaron un hito en la historia dominicana: Cuando Rafael terminó de hablar había tocado las fibras sensibles de Francis, quien se paró del asiento y le contestó: Esta bien, Rafaelito, cuenta conmigo, donde tú mueras, muero yo.
Pocos meses después, el 24 de abril de 1965, estalla la revolución. El coronel Fernández Domínguez, viaja a Puerto Rico desde Chile, donde recientemente lo habían enviado como Agregado Militar, con la finalidad de buscar la manera de entrar al país y unirse al movimiento.
Luego de ingentes esfuerzos logra entrar a tierra dominicana y se une de inmediato a sus compañeros. El 19 de mayo forma parte de una misión denominada “Operación Lazo” con el objetivo de tomar el Palacio Nacional, donde, simbólicamente, se representa el poder y que, de salir triunfantes en dicho ataque, los efectos serian beneficiosos para los objetivos del movimiento constitucionalista.
En el fragor del ataque cae mortalmente herido junto a valientes compañeros constitucionalistas que formaban parte de la misión.
“Todos tenemos nuestro destino marcado, y si el mío es morir por mi patria, es el destino más maravilloso que hombre alguno pueda tener, y la felicidad que yo sentiría es algo inexplicable”.
(Carta de despedida a su esposa Arlette de Fernández, mayo de 1965, desde Puerto Rico).