La estrella de la Ciudad Mecánica era la más alta que ojos jamás hayan visto. Paralizado en la silla de colores esperando que la rueda retorne a la vida, el hombre observa al sur   la sombra de un barco y al norte las luces de la ciudad, como si lo conocido   desde las alturas adquiriera una nueva oportunidad. Edificios, luces y el fresco de la noche vestidos de una   nueva gala algo siniestra, excitante. Mariposas en el estómago a punto de vomitarlas. La cabeza de alguien será premiada por la viscosidad amarilla y reseca.

Desde su silla de colores, que no acaba de andar, al hombre le brotan arcadas. Vómitos en la Ciudad Mecánica. Sensaciones pegajosas y fétidas.

Los Coni Ailan, las calesitas, los tiovivos, los parques de atracciones, el Quisqueya Park y antes el Coni Ailan de La Feria constituyeron   reinos acartonados y mecánicos.  Nómadas territorios bizarros de enanas comen fuego y monstruos de plástico mal pintado y sonrisa desdentada. Muecas de lo absurdo y lo inesperado.  El último lugar para lo no permitido más allá de tu puerta.  Boleto para no morir de horarios.

Poemas que no nombro por temor a meter la pata como el payaso que intenta hacer magia y solo logra tropezar con su propio pie

Alguna vez fueron análogos, terrenales y manuales los parques de diversiones.  Con palancas escandalosas que movían estrellas, montañas rusas y caballitos aburridos de dar vueltas con jinetes gritones.  Con sus luces mortecinas y sus   Casas de Terror para corazones débiles. ¿Ahora serán digitales los coni ailan?

El cine, la literatura y la música han recreado los Coni Ailan. Películas que ahora no recuerdo (muchas) donde todo lo importante sucedía dentro de un parque de atracciones. Poemas que no nombro por temor a meter la pata como el payaso que intenta hacer magia y solo logra tropezar con su propio pie.

El asesino de la película se esconde en la trompa del Hombre Elefante, en las triquiñuelas del payaso que ríe sin querer o en la carpa mugrienta y húmeda de la Mujer Más Fuerte del Mundo.

El bueno lo persigue y no da con él.  La fauna del Coni Ailan lo protege y así continua   la escena. La he visto tantas veces que no sabría decir si capturan al asesino.

El real Coney Island está en una zona de Nueva York. Famoso durante los primeros años del siglo XX. Al lado de las estrellas y los payasos, la mafia de entonces montaba lupanares, casinos y bares clandestinos para violar la Ley Seca. Lo lúdico y la inocencia caminan de la mano.

Ahora parece que nadie necesita casas de terror o estrellas paralizadas para vomitar desde lo alto. A nadie le  interesa la sorpresa de sombras de barcos en el horizonte. Tampoco las luces de la ciudad que parecen nuevas. Mucho menos la sensación de abandono en medio de una silla de colores de una estrella que no se mueve ni palante ni pa trá. Ya nadie necesita eso.

Ahora lo digital nos ha convertido en zombis cabeza boca abajo. Nuestro parque de diversiones está en el Wasap. Nuestros payasos que ríen sin querer son los memes. Matamos al niño aburrido que da vueltas y vueltas en su caballito de plástico más aburrido que nadie. El asesino se esconde entre las nalgas de la Mujer Más Fuerte del Mundo.

Y yo acabo de escribir esto de niño aburrido en su caballito de plástico interior.