Montreux, Suiza.- Con notas de renovación tras cuatro décadas en las que estuvo profundamente marcado por la personalidad y los gustos de su fundador Claude Nobs, fallecido a principios de año en un accidente, el Festival de Jazz de Montreux se inauguró hoy con tres conciertos de estilos muy distintos.

El futuro próximo de este festival, que ha ganado en notoriedad, originalidad y calidad a lo largo de los años, dependerá en gran medida de la manera en que funcione esta 47 edición, que se prolongará hasta el próximo día 20.

Tras la desaparición de Nobs, la dirección del festival fue confiada a quien fuese uno de sus colaboradores más cercanos por más de una década y director general de la organización, Mathieu Jaton, de 37 años, quien prometió preservar el espíritu insuflado por Nobs, aunque los cambios introducidos este año ya son notorios.

La programación es considerada "más coherente", que en años anteriores -partiendo de una elección de cantantes y bandas sobre todo de jazz, blues, folk y de estilos musicales considerados más "intimistas-, evitando una carrera desenfrenada por la exclusividad.

Asimismo, se ha buscado imprimir de una "personalidad" clara a cada una de las tres salas de conciertos del Centro de Congresos Stravinsky de Montreux.

La sala principal "Stravinsky" acogió en esta primera velada al canadiense Leonard Cohen, que con su voz de "oro", grave y quebrada, y su orquestación, que funcionó como una seda, satisfizo las expectativas del público.

Su presencia, a los 74 años, fue considerada como un triunfo por los organizadores luego del apoteósico concierto que ofreciera en el mismo escenario hace cinco años, aunque el tiempo que cantó esta noche fue mucho más corto que las tres horas de aquella memorable presentación.

La sala "Montreux Jazz Club" acogía paralelamente a la británica Lianne La Havas, una apuesta de la organización por una joven (24 años) que no sólo tiene la voz ideal para interpretar canciones en las que se combinan el jazz, el neosoul y el folk, sino además el talento de escribirlas.

En la tercera sala tuvo lugar un concierto fuera de toda norma, el del estadounidense Sixto Rodríguez, un cantante que grabó dos discos y dejó un tercero incompleto a principios de los años setenta, los que resultaron un completo fracaso pese a su indiscutible valor musical y de la extraordinaria sensibilidad que transmiten.

El cantante volvió entonces a su vida de obrero de construcción, sin saber que en Sudáfrica, a donde sus discos aparentemente llegaron de manera casual, sus canciones no sólo gozaban de enorme popularidad, sino que se habían convertido en verdaderos himnos del movimiento contra el apartheid.

Su historia, rescatada cerca de cuarenta años después en un documental que ha recorrido los cines, ha encandilado en estos últimos meses al público y convertido a la producción en un gran éxito de taquilla.

El personaje y la manera como es contada su historia hacen de éste un personaje -hoy de 70 años- casi irreal y en cuya existencia es difícil de creer.

Ello explica que a pesar de un físico y de una voz desgastada, lejana de la sonoridad de su juventud, pero reconocible, el público haya aplaudido con entusiasmo al final de cada canción, como si de un tributo aplazado se tratase.

Rodríguez, cuyos representantes han respondido a los requerimientos de la prensa que el cantante no da entrevistas, se convirtió así en el centro de una velada de nostalgia, como lo son sus par de discos, uno de los cuales "Searching Sugar Man" da el título al documental que inspiró.

Con esta apuesta abrió el Festival de Jazz de Montreux, que en dos semanas cerrará con un homenaje a Nobs, ofrecido por quien fuera su entrañable amigo el compositor-director Quincy Jones, quien acompañado de artistas de marca celebrará al mismo tiempo sus 80 años.