En la semana pasada iniciamos un acercamiento a la poética de Manuel del Cabral. El poema que comentamos el pasado domingo fue “Trópico picapedrero”. Hoy comentaremos dos: “¿Quién?” y “Oda para otro idioma”.

Estos ejercicios de lectura son una aproximación, si se quiere ligera, alejada de toda pretensión rigurosamente académica. Hay en ellos un interés particular, un tanto hedonista. Por razones profesionales, pero sobre todo por inclinación natural, siempre he sido un fruitivo lector de poesía, es una de las aficiones que más profundamente han marcado mi vida y que más satisfacciones me han producido.

Los comentarios de textos poéticos que he venido realizando semanalmente para Acento desde hace casi un año, no son hijos de la espontaneidad y la improvisación, pero no se realizan con la pausa y el tiempo requeridos para poder extraer de estas gemas líricas todo lo que una lectura reposada podría arrojar.

Manuel del Cabral.

¿Quién?” y “Oda a otro idioma” son dos poemas sociales, profundamente impregnados de nacionalismo patriótico y de espíritu latinoamericanista. Coinciden en la defensa de los países que están al sur de la América Anglosajona (Canadá y Estados Unidos), y particularmente de nuestro país, frente a la perenne amenaza de la política imperial estadounidense. Son poemas de mediados del siglo XX, pero debido a que las circunstancias en que fueron escritos no han cambiado sustancialmente, conservan su vigencia. Veamos lo que plantea cada uno. 

¿Quién?

(Del poemario De este lado del mar / Poemas continentales)

 

¿Quién abre aquí los párpados como quien hace heridas?

¿Qué metal viene ahora? ¿Qué rifle vendrá a hollar

un ala del gran pájaro de este mapa de América,

que por pesarle el sueño no puede despertar?

 

¿Es que aún de este lado del mar lo que nos llega

en el sudor del ojo, no deja de caer…?

¿Qué minero hay sacando estas gotas del párpado

que van desde la mina del grito hasta la piel?

 

Oigo ya que el gran viejo de Manhattan sacude

su gran barba de trinos; salen desde su bosque

los pájaros-oráculos. Y aquí, soldado, aquí,

 

tú lo hallarás mañana. Porque siempre hay América

aquí donde el recluta salvaje de Walt Whitman

pone sobre los hombros de un verso su fusil.

El poema parte de una interrogante expresada en su título: ¿Quién? La pregunta completa podría ser: ¿quién moverá el resorte que habrá de despertar a Latinoamérica de su modorra?

“¿Quién?” es un soneto alejandrino (14 sílabas), de rima asonante en sus versos pares (segundo y cuarto en las dos primeras estrofas), y en los versos finales de cada terceto. Las dos primeras estrofas están constituidas por una serie de interrogaciones retóricas en voz de un sujeto no identificado, pero se deduce que se trata de un ciudadano de la América no anglosajona, es decir, de la América Latina, y que habla en defensa de esta. En nuestra interpretación asumiremos que se trata del propio poeta, que habla en su condición de ciudadano latinoamericano y de sujeto crítico frente al dolor de los pueblos mulatos y mestizos, sometidos a una salvaje explotación neocolonial y al despojo de tierras y de riquezas. En las preguntas insertadas en el texto evidenciamos una preocupación por el futuro del subcontinente situado al sur del río Bravo (río fronterizo situado entre México y Estados Unidos).

En la visión del sujeto en cuestión, América es un gran pájaro que duerme, es decir, que está sumido en un profundo estado de inconsciencia. Se intuye que es preciso que despierte para que pueda tomar conciencia de su estado y actuar en consecuencia. No obstante, se prevé que será un despertar doloroso: “¿Quién abre aquí los párpados como quien abre heridas?”. Las preguntas sugieren que cuando el aletargador sueño sea desterrado de los párpados habrá sido por el efecto perturbador del metal, principalmente del fusil. Será, pues, la consecuencia de una violenta sacudida…  Y uno se pregunta, ¿ese metal, ese fusil al que se refiere el sujeto lírico, provendría del soldado invasor o estará entre las afanosas manos de los que lucharán por la redención de los pueblos latinoamericanos? Porque siempre hay alguno que despierta prematuramente, mientras los otros duermen. En otro texto, el “Poema 4” del poemario “Compadre Mon”, leemos: “Compadre Mon, y tu primer suspiro / fue despertar al pueblo con un tiro”. Algo parecido es lo que, según el sujeto lírico, deberá ocurrir para que nuestro pueblo, y todos los pueblos caribeños y latinoamericanos despierten y, poniéndose de pie, asuman su destino histórico.

El que duerme no puede defenderse, y en medio de una situación apremiante se encuentra a merced del que está despierto. De manera que nuestra América mulata y mestiza, que durante mucho tiempo padeció la pesadilla de sus revueltas estériles, muy pronto supo del “hermano” mayor, al que pronto le dio por sentirse dueño de todo el vecindario, así que forzosamente tuvo que reaccionar. Pero, aunque ya no estemos situados a mitad del siglo XX, sino en la segunda década del XXI, el letargo no ha acabado, y tampoco ha cesado la ambición de ese otro que anhela mantenernos sumisos y a sus pies. Todavía el “hermano” mayor sigue “haciendo de las suyas”, mientras nosotros sonreímos bobaliconamente en medio del adormecimiento y el sueño.

El siglo XIX y parte del XX fueron tormentosos para los países latinoamericanos, pues hubo muchas luchas entre facciones que se disputaban el control de la sociedad. Las revueltas se disfrazaban con tintes ideológicos, pero en muchos casos era solo una mascarada: se luchaba por el control del poder político per se. Era, por lo general, una lucha de egos y ambiciones. Y, tan imbuidos estuvieron en esas distracciones locales que se olvidaron imprudentemente de lo más relevante: desde su altura de “hermano” mayor, un sujeto extraño, desde el otro lado del mar nos observaba, ansioso de entrar en escena. Y entró en escena, para desgracia nuestra.

(Ya no son solo esos enemigos de allende el mar. En algún momento habrá que reescribir la historia y también reescribir la poesía del presente y del futuro. Porque nuestros principales enemigos del momento están dentro del territorio, comparten nuestros espacios, aunque, por otra parte, cuenten con sus espacios exclusivos. Y es necesario que nos mantengamos alertas respecto a quienes hoy desde dentro “conspiran contra la salud de la patria”, como advirtió Juan Pablo Duarte).

Sudor y lágrimas, tristes residuos de fatigas y angustias acumuladas, se funden y dejan su impronta de dolor en los que de este lado del mar forman parte de la nueva servidumbre. Esos que rentan la fuerza de sus brazos a las compañías fundadas por hombres de piel rojiza y ojos celestes o marítimos. 400 años antes, también llegaron de allende el mar hombres idénticos, rubios y de ojos marítimos, de gesto dominante, quienes con la fuerza de la espala impusieron sus razones y sus designios a gente mansa e indefensa. Y desde el centro de estas islas situadas “en el mismo trayecto del sol” (Mir), esos nativos, que también dormían, confiados en una seguridad que de pronto se vio resquebrajada ante la fuerza de lo desconocido amenazante, de pronto pasaron de ser dueños del suelo que pisaban a tener amos.

En el hoy de la enunciación del poema, la época en que el poeta escribía estos versos (década del cincuenta del pasado siglo), y en los decenios anteriores, los neo-conquistadores llegaban en barcos más modernos y en aviones, instalaban sus fábricas o abrían caminos hacia el vientre de la tierra para usufructuar los frutos del subsuelo. Es la historia repetida del despojo y del dominio extraterritorial. Un ejemplo de esto son los enclaves azucareros ubicados en el este de la República Dominicana, que en su mayoría estaban en posesión de empresarios estadounidenses.

Muy significativo es el hecho de que las dos últimas estrofas (tercetos) estén centrados en la figura del “viejo patriarca” estadounidense, el poeta de Manhattan, Walt Whitman (1819-1892). Ambas estrofas vienen a eslabonarse con la primera, en cuyo discurso se plantea que la América Latina duerme pesadamente y que necesitará de la provocación del metal (el despojo de su riqueza mineral), quizás de la soberbia del fusil, para despertar, levantarse y salir al encuentro de su dignidad extraviada en los laberintos del sueño y la desidia. Nuestro poeta vaticina que ese sacudimiento vendrá de la América anglosajona, de la patria del bardo que hizo de la prédica democrática un tema relevante de su poética. Será el soldado invasor, hijo de aquella democracia que garantiza derechos a sus ciudadanos al mismo tiempo que atropella los derechos de otros Estados y otros ciudadanos, el que desencadenará, al hollar con sus botas irreverentes la soberanía de nuestro suelo, la furia de estas repúblicas ingenuas y remolonas. Solo a partir de entonces la historia de nuestras frágiles naciones cambiará, y un futuro cargado de libertad, dignidad y progreso nos dará sus mejores frutos.

Oda para otro idioma

(“Te conozco, bacalao, aunque vengas disfrazao”)

Para fines prácticos, de manera arbitraria agrupo los versos de este poema en tres partes.

Hombre que hablas inglés,

tu sonrisa

viene cuando hace ratos que han llegado

tus pies.

Hombre que estás callado no callando,

dímelo, tú, no hablando:

¿Con qué metal acuñas

este brillo que hoy juega en tu sonrisa:

la que nos llega tarde, más tarde que tus uñas?

 

Pero aún en la espuma de tu sonrisa hay olas,

hay un pez educado que a su hora es cuchilla.

La geografía misma no quiere ser sencilla,

y parece que a ratos hasta piensa tu roca:

¡no ves que ante el Caribe, como si nos buscara,

la Florida es un diente que le crece a tu boca!

El discurso de este poema no está dirigido a un hombre en particular, a un extranjero en específico, sino en sentido genérico: se refiere a muchos hombres que comparten una identidad común. Y no se trata de un extranjero de cualquier país, sino de uno que habla inglés y sonríe con satisfacción, porque tiene a su alcance todo lo humanamente asequible debido a que la buena fortuna está de su parte. Se trata no de uno, como ya apuntamos, sino de ciertos ciudadanos de un país americano de habla inglesa, que tienen intereses de mucho peso en determinados rubros de nuestra economía.

El yo lírico, que como en el poema que antecede a este apartado (“¿Quién?”), identificamos con la voz del autor, habla de un extranjero que sonríe, pero esa sonrisa no es una señal confiable de amistad, pues antes de que llegara la sonrisa (que en principio puede significar acogimiento, benevolencia…) ya los pies han pisado el suelo territorial, y por lo que se deduce, esa penetración en el mapa territorial no ha sido agradable ni beneficiosa. Y es que hay sonrisas que más que tales parecen un gesto admonitorio. Pensemos en ciertos gestos cordiales, esgrimidos conforme a los protocolos de la diplomacia: parecen gestos de buena voluntad y de “buena vecindad”; sin embargo, más allá de esas apariencias superficiales están las intromisiones, el tutelaje forzado, las líneas y pautas trazadas por poderes extraterritoriales. ¿No nos suena todo esto a la política estadounidense hacia las débiles repúblicas latinoamericanas?

El sujeto poético se dirige a ese hombre de lengua inglesa, a ese que aparece callado, limitándose solo a sonreír, pero cuya sonrisa dice tantas cosas que no es necesario que articule ninguna palabra para hacerse entender. Es la sonrisa del magnate que tiene los bolsillos colmados, y su misma sonrisa es símbolo de poder y soberbia. Porque hay la sonrisa espontánea que se entrega como una ofrenda a la sinceridad; pero hay la sonrisa dominante, que se da con cierto aire de superioridad, y que es reafirmación de fuerza y advertencia contra aquel que la recibe silencioso y dócil. Una sonrisa que es como una celebración de la prepotencia del que la da, señal inequívoca de que se tienen a mano todos los mecanismos que mueve el poder, y otra que nace de la impotencia disimulada o resignada.

El sujeto destaca esa sonrisa que llega como una falsa expresión amical luego de que la uña, clavada como zarpa, se erigiera agresiva sobre la piel temerosa de los indefensos hijos de esta tierra. Sonrisa que se acuña como moneda de cambio y se cotiza en los mercados donde el poder se codifica en gestos y objetos como en palabras. Sonrisa pletórica de satisfacción monetaria, de bolsillos colmados, de cuentas de ahorro cuyas cifras se traducen en largas hileras de números.

Pies y uñas en el poema adquieren una connotación negativa: devienen en garras amenazantes. Son las zarpas del imperio estadounidense y sus empresas multinacionales apropiándose de importantes franjas territoriales para extraer su riqueza mineral y agrícola a través de su sistema de enclave. Eso es lo que ha llegado primero a nuestras “repúblicas bananeras”; luego, la sonrisa, pretendidamente amistosa, “de buena vecindad” ya no tiene el efecto encantador que debería tener. Más bien, esa sonrisa es una trampa: es espuma de mar que oculta olas y hay en ella un pez que en un momento determinado se transforma en cuchilla amenazante. No obstante, frente a esa situación los jerarcas no las tienen todas consigo. La misma geografía, con sus grandes accidentes, se resiste a ser poseída por manos extrañas, y hasta la roca se humaniza para advertir a los habitantes de este lado sobre la riesgosa proximidad de la Florida, que aquí adquiere la figura de “un diente que le crece” a la boca voraz del imperio. Es como si el sujeto / pueblo dijera: “No estamos dormidos, sabemos los peligros que nos asechan”. Todo lo contrario de lo que se plantea en el poema “¿Quién?”.

II

Pero no, que no es

el cocotero simple que gotea su coco

lo más duro que ves:

si la isla que tiembla en este poco

de sudor de pupila, se le rueda a los negros,

con esa gota lavan algo más que la piel…

 

Esto el aire lo sabe, mientras tanto

el ron escribe equis con tus pies de turista,

y la isla, la isla, me la pisa tu vista.

Se ve que por aquí,

tu vienes blanco, pero tus negocios…

como la piel de Haití.

 

Mas ya pisando el blanco silencio del mulato,

con sus ruidos redondos… tu barato

volumen anatómico pasa fragante a pipa,

y así, sobando perlas para cuidar tus tripas,

llegas oliendo a superficie cuando,

el hombre es por aquí

duro por fuera, mas por dentro, blando:

en como el coco que lo parten y…

para aquel que lo pica,

le da blancas entrañas, como cuando sufriendo

se parte en dos la cara, riendo la Martinica.

 

En el segundo bloque, compuesto, como el anterior, por tres segmentos, a manera de estrofas, nuestro poeta continúa desarrollando la idea plasmada en el bloque anterior (tercera estrofa): la de una tierra que no ha de ser propicia a quienes pretendan enajenarla para sus fines particulares. Una tierra que en resistencia supera la dureza de la corteza del coco, a pesar de su pequeñez reflejada en el temblor de una diminuta gota de sudor. Precisamente, ese sudor, evidencia de fatigas y aflicciones, es también el agua que lava, no sólo la piel terrosa del trabajador, sino algo que está más allá de la envoltura que recubre músculos, tendones y huesos: su dignidad personal. Y podría decirse también que el sudor obrero lava la conciencia y la despierta.

Y de eso, de esa inclinación que caracteriza a nuestro pueblo de defender el territorio y no plegarnos a los dictámenes de los que vienen de lejos a pretender imponernos sus designios está consciente hasta el aire (“Esto el aire lo sabe”). Así que por más que se disfracen las reales intenciones (“te conozco, bacalao, aunque vengas disfrazao”, dice el refrán) no será fácil mantener el engaño. Lo que la voz poética le espeta al capitalista estadounidense es esto: De poco sirven una sonrisa pretendidamente bonachona y la fastuosidad de tu algarabía turística cuando te hospedas en nuestros hoteles y te bañas en nuestras playas, donde consumes el ron dominicano y acabas “haciendo equis con tus pies de turista”, mientras te arrobas contemplando nuestras bellezas naturales. Por más complaciente que quieras mostrarte ante nuestros ojos, bien sabemos de tus negocios, donde has procurado tantas ventajas en perjuicio nuestro. ¿De qué te sirve venir tan impecablemente ataviado de blanco cuando tus negocios son tan oscuros “como la piel de Haití”?

Ese turista que viene del centro continental del poder político y económico, es “carne y sangre” del que viene con su capital a buscar músculos baratos, sumisiones e incondicionalidades, y –más que cualquier otra cosa– a gestionar complicidades locales para dedicarse a sus anchas a la expansión de sus inversiones y al crecimiento de sus capitales… No es, pues, ajeno al que llega “con su volumen anatómico” pisoteando “el blanco silencio del mulato, / con sus ruidos redondos”, con aire triunfal oloroso a pipa. Porque ese turista disfruta en su próspero país de las bonanzas que sus connacionales alcanzan acá. Los grandes éxitos empresariales de aquellos se producen en detrimento de los que vivimos de este lado del mar, en estos territorios siempre expuestos a la codicia de las potencias económicas y políticas.

Ah, pero ese extranjero no cuenta con algo que el poeta continúa advirtiendo: el hombre nacido en esta tierra es “duro por fuera”, aunque “por dentro, blando”, justamente como es el coco, fruto abundante en nuestras zonas costeras. Esa blandura interior, esa pureza de espíritu se da gratuitamente a quienes se le acercan con buena voluntad y cordial actitud; la dureza exterior se reserva a los que le provocan la ira y el repudio.

III.              

Sí, esto también lo sé, sí,

cubriendo el horizonte sólo veo

tu corpulento instinto de civil jabalí.

y también todavía mi casa es grande, pero…

siento ahora que pesan, más que ayer, tus zapatos.

A fuerza de tu sombra, se hace el sol más mulato.

Del tamaño del mapa se te ponen los pies.

Es que de pronto suelta tu sonoro amarillo

un huracán que viene del bolsillo,

huracán que a la vez

juega con las Antillas,

y como la sotana cuando pasa,

pone de rodillas

los de casa…

 

Ya ves,

hombre que hablas inglés.

Tu sonrisa,

viene cuando hace ratos que han llegado tus manos

y tus pies…

En este tercer bloque de versos, el sujeto del discurso lírico sigue dirigiéndose al burgués extranjero, dueño de inversiones en el país, en forma despectiva. En él se destaca el instinto descomunal, el cual compara con el de un jabalí. Instinto fiero, dispuesto siempre a atacar para defender sus intereses y privilegios. Tan “corpulento” es el instinto animal del burgués que su presencia impide la visión del horizonte. Esta última afirmación hay que tomarla en sentido connotativo: la identificación del instinto con un cuerpo físico, como si se tratara de un ser concreto, convertido en obstáculo que impide ver el horizonte, simboliza la dimensión económica del sector inversionista extranjero, que pactando oscuros acuerdos con las autoridades políticas nacionales, lesionan los intereses del sector trabajador, haciendo que el horizonte (futuro) inmediato se presente turbio e incierto.

Mientras tanto, las contradicciones se agudizan cada vez más: mientras más se desarrolla la “corpulencia” del instinto burgués (lo cual tomamos en términos monetarios) más crece y se expande la pobreza de los asalariados. Y a mayor satisfacción burguesa mayor insatisfacción obrera. Percatarse de esas contradicciones (la presencia del verbo “ver” no es fortuita en ese contexto) es lo que da al mulato dominicano una perspectiva de su situación de clase explotada. Esa conciencia despierta se manifiesta en el discurso cuando el sujeto poético afirma que al burgués ahora le pesan más los zapatos (algo normal cuando el cuerpo ha crecido tan desmesuradamente), y la sombra que proyecta su cuerpo debilita la rubicundez de la luz solar. El poeta entonces ve cómo el sol adquiere un color semejante al del pueblo mulato. Así, el astro, que por su color rubio-rojizo originalmente tiene mayor semejanza con el empresario rico venido del norte, al final acaba transformándose hasta encajar con el mulato dominicano y caribeño. Hay, pues, una especie de empatía entre nuestra estrella diurna y los hombres y mujeres de piel cobriza que llenan los espacios de nuestra tierra.

Pero, cavando un poco más profundo, ese oscurecimiento del sol de algún modo sugiere la opacidad de los negocios del empresariado foráneo. Siempre se ha dicho que las complicidades se tejen en las sombras. En las novelas del “ciclo de la caña” como Jengibre, Cañas y bueyes y Over, se denuncian actitudes de connivencia entre los empresarios y las autoridades políticas. Esos contubernios consistían en acuerdos secretos entre autoridades reguladoras y empresas para no actuar ante violaciones y atropellos contra los empleados. La caricaturización del principio político-económico laissez faire, laissez passer constituía un “negocio redondo” para el funcionariado provincial o nacional y una enorme ventaja para el inversionista extranjero. El único que resultaba perdidoso era el empleado.

El poeta dice que los pies del inversionista al que se dirige en su discurso ahora se igualan al tamaño de la isla; son, por lo tanto, más pesados y sus pisadas marcan dolorosamente la superficie de la geografía territorial. Un crecimiento desmesurado, expresión de los grandes progresos que han tenido las inversiones de los burgueses foráneos enclavados en el país. Esa sobreabundancia económica se traduce en “moneda contante y sonante”, dinero “sonoro” y “amarillo”, dice nuestro poeta, brotado de “un huracán que viene del bolsillo”. Esa riqueza otorga a quien la posee un poder extraterritorial, que es capaz de arrodillar a las diminutas naciones caribeñas (y al resto del subcontinente latinoamericano) con su fuerza arrolladora, a menudo convertida en un poder desestabilizador. Poder sólo comparable al que ejercen los representantes del clero frente a sus temerosos feligreses (“como la sotana cuando pasa, / pone de rodillas / los de casa…”).

Los cinco versos finales, reiteran los cuatro del principio, convirtiendo el texto en un poema circular. Dicha reiteración deja en la conciencia del lector la idea que permea todo el cuerpo textual: la falsa cordialidad burguesa, con ella sus representantes pretenden hacerse graciosos, intentando deslumbrar con sonrisas y finos modales. Pero de poco han de servirles esas artificiosidades, pues los hijos de la América morena y mestiza, y en particular los mulatos de Quisqueya, están despiertos, y ya han visto y reconocido los pies que huellan dolorosamente el suelo territorial, y las manos insertadas como fierras garras en los sensibles tejidos de la patria.

Bibliografía

Del Cabral, Manuel (1957). Antología clave (1930-1956). Buenos Aires: Editorial Lozada.

Del Cabral, Manuel (2001). Compadre Mon. Santo Domingo: Editora Manatí / Fundación Manuel del Cabral.