SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El periodista Ramón Colombo exhortó a los periodistas que recién empiezan el ejercicio profesional que rescaten la ética, que a su juicio se encuentra disminuida por la venta descarada de palabras y silencios.

Asimismo, los alentó a reclamar su derecho a pensar y a poner en juego todos sus sentidos en cada experiencia como reporteros.

También les estimuló a reflexionar  en el hecho de que, aunque tengan un patrono que les paga, los periodistas trabajan al servicio de la gente.

“Sólo leyendo se aprende a escribir…sólo se domina la verdad conociendo lo humano, en todos los campos, lo de ayer y lo de hoy, para que puedan ayudar a construir un mejor mañana”, precisó.

Ramó Colombo pronunció un breve discurso al recibir el Premio Caonabo de Oro, que otorga la Asociación de Escritores y Periodistas Dominicanos (ASEPED), que presidente José Gómez Cerda.

El acto fue celebrado la noche del lunes en la Sala de la Cultura Aida Bonnelly, del Teatro Nacional. Los galardonados fueron Julia Álvarez, Jeanette Millier y Ramón Colombo.

A continuación el discurso de Colombo:

MIS PALABRAS AL RECIBIR EL CAONABO  DE ORO

Amigas y amigos:

¿Qué puedo decir que no sea GRACIAS, todas mayúsculas?

Gracias a esta asociación de los más valiosos monitores del tiempo nuestro, testimoniantes de todos los dramas y celebraciones de esta patria generalmente incomprensible y militantes de sus mejores sueños futuristas.

Gracias a José Gómez Cerda por su apasionada entrega a las tareas de esta prestigiosa institución y al proceso de organización de esta premiación que me llena de orgullo.

Gracias a los distinguidos miembros del Jurado, que han tenido la riesgosa ocurrencia de reconocer los méritos de este periodista rosca izquierda o DPA (difamador público autorizado), como algunos de nuestros villanos me han identificado.

Y digo, como Violeta Parra, gracias a la vida, que me ha dado tanto…

Me ha dado siete décadas de risa, llanto, tristeza, alegría, iras, celebraciones, gestas, esperanzas, triunfos, fracasos, revoluciones, clandestinidades, exilios, amores, desamores, idas y regresos.

Y me dio los mejores oficios del mundo…

A ver, a ver, los enumero…

¿Alguno de ustedes ha sido panadero? ¿Saben cómo se prepara la masa en la artesa y cómo se prepara el horno? … Yo sí sé…

¿Hay aquí alguien que haya vendido friquitaquis (padre del chimi) en el estadio Quisqueya?

Yo vendí muchos, con pique y sin pique.

¿Saben cómo ser un delívery exitoso?

Fui pionero del delívery (entonces en bicicleta), al servicio de la farmacia Primavera, a los 13 años.

¿Acaso alguien de los presentes fue peón de Obras Públicas?

¿Saben cómo vender libros de puerta en puerta?

Yo lo sé bien (aunque por poco me muero de hambre en México, donde también fui ayudante de falsificador clandestino de crema rejuveneciente, que en realidad resultaba envejeciente).

Ah, se me olvidaba que soy actor y, sobre todo, declamador de Lorca, Neruda, Mir, Guillén…

Que por cierto Guillén en cierta forma tuvo mucho que ver con el hecho de que yo sea periodista, reportero, que para mí es la dimensión más sublime de este oficio.

Y lo digo porque una noche, en el café La Habana, de México (donde, por cierto, Fidel inventó la expedición del Granma), vi en otra mesa a un joven, que resultó ser el poeta yucateco Raúl Cáceres Carenzo, leyendo “La Paloma del Vuelo Popular”. Y me le acerqué y le pregunté: “¿Sabe usted que lo que está leyendo me pertenece? ¿Sabe que eso es un rayo de mis latitudes?”, y así empezó una conversación a la que se sumó José Laguna Sánchez, editor de la revista Hoy en Día, quien al cabo de un par de horas me pidió que  escribiera en su publicación…

-Lo siento, señor, pero yo no soy periodista.

Y él respondido, sorprendido: -“¿Qué usted no es periodista?… ¡Eso es falso! Mire, joven, usted habla como periodista, piensa como periodista, ve las cosas como periodista… Usted es periodista, irresponsable, porque ni siquiera sabe que es periodista”.

A mucha insistencia, cada vez que nos encontrábamos allí, una noche me arrastró hacia la redacción, el 11 de enero de 1967, hace 51 años, 7 meses y 27 días…cuando empieza formalmente esta historia, en la que desde entonces he pasado por unas veinte universidades (los medios en los que he trabajado y aprendido de grandes maestros), algunos cursos como estudiante libre (entre ellos uno de guion cinematográfico dirigido por el gran novelista José Revueltas, de quien aprendí a dominar el lenguaje de las imágenes, que incorporé a mi práctica), miles y miles de páginas hacia la izquierda y, sobre todo, una práctica intensiva como testigo de todos los sucesos que me ha tocado cubrir y participar, no a nombre de los medios, sino de los lectores, a cuyo servicio siempre he estado, aunque sean otros los que me paguen.

A propósito de Nicolás Guillén, no es casual que yo le haya pedido a Diógenes (¡gracias, Diógenes!) que asumiera la temeraria tarea de hablar tan bien de mi, como peligroso agitador de conciencias a través de un oficio que, desde que di el primer teclazo, ha sido, más que un oficio, prolongar un compromiso con mi tiempo.

Y lo digo porque Diógenes fue partícipe activo y testigo de ese compromiso, en lo que a mi corresponde, pues fuimos fundadores de las veladas culturales en el liceo nocturno Eugenio María de Hostos, en las que efectivamente, como él acaba de recordar, me distinguí como declamador (“¡maddite moquite, me tie ya fuñio con ese zumbío que no pue aguantá…!).

Ya yo andaba también en las bregas del primer club cultural del país, el CEJAC (Centro de Jóvenes Amantes de la Cultura) que congregaba en la escuela República Dominicana, de Villa Juana, a jóvenes que llegarían a ser notables profesionales y ciudadanos, y que entonces impulsábamos, a través de variadas prácticas culturales, los más luminosos sueños futuristas en un país que emergía del oscurantismo y la represión sistemática del humanismo crítico.

Yo diría, pues, que entonces empezó a definirse mi vocación de escribidor con intención poética, lo que concurriría a la insospechada vocación en el campo del periodismo literario.

Esa definición se produciría, como he referido muchas veces, cuando en el café Sorrento, en México D.F., donde muchos jóvenes aspirante a la poesía solíamos reunirnos con León Felipe, el gran poeta del éxodo y el llanto, le pedí que revisara unos versos que acaba de escribir, y que fueran inspirados por aquellos versos de Juan José Ayuso a Jacques Viau (“Pasa Jacques Viau montado en una estrella, haciendo un surco grande para que el sueño quepa”)…Y mis atroces versos decían: “¿Te enteraste que ayer tarde la noche se vino encima, que las cosas que fueron se han ido con las estrellas. Fueron las estrellas mismas, montadas en sus caballos, las que cruzaron volando por el cielo de la noche, escapando de un dragón de galácticas espuelas”.

Cuando León Felipe leyó aquel atentado, lo único que se le ocurrió fue aconsejarme que me dedicara al periodismo poético, pues tenía condiciones para eso, pero jamás a la poesía periodística, porque no me lo iba a permitir…

Seguí su consejo y desde entonces comprendí que el periodismo, como muestra la profunda historia de este oficio, buen puede categorizarse como género literario con todos los insumos de la imaginación creativa (claro, en el marco de lo factible), la consonancia del texto y el manejo racional de las imágenes.

He dicho, y ahora lo reitero, que esto que llaman “nuevo periodismo”, o periodismo literario, con mayor propiedad, y cuya paternidad algunos le asignan a Tom Wolfe y Gay Talese y la revista Rolling Stones, no es nada nuevo, pues tiene una larga tradición en España y América Latina. Bastaría leer la gran crónica de José Martí, de la inauguración de la Estatua de la Libertad, publicada en América Ilustrada en 1886, para percatarse de eso.

Como mis paradigmas en esta profesión puedo citar centenares de periodistas en todas las categorías del oficio, de los que merecen mención especial, en México, Julio Scherer García, Guillermo Ochoa y Enrique Loubet Jr., y en República Dominicana a Juan Bolívar Díaz, ejemplo de periodista crítico no comprometido que no sea con sus convicciones, y Carlos Curiel, cuya genial entrevista a la gran Ella Fitzgerald, durante un breve tránsito en el viejo aeropuerto General Andrews, es un modelo de periodismo literario, cargado de meta mensajes críticos en plena era de Trujillo.

Bueno…si me pidieran demandar algo a los periodistas que apenas empiezan en este maravillo oficio-aventura, les pediría que rescaten la ética de este oficio, tan disminuida por la venta descarada de palabras y silencios; que reclamen su derecho a pensar; que en cada experiencia como reporteros pongan en juego todos sus sentidos; que comprendan que, aunque les pague un dueño, trabajan al servicio de la gente; que sólo leyendo se aprende a escribir y que sólo se domina la verdad conociendo todo lo humano, en todos los campos, lo de ayer y lo de hoy…para que puedan ayudar a construir un mejor mañana, como comprendimos siempre los periodistas de un pasado que engendró este mundo.

Muchas gracias.