El cohetico chino explotó en su mano derecha. La mechita corta disparó un fogonazo. No le importó el dolor ni la mancha gris de la pólvora. Conoce otros dolores peores como la tristeza de sentirse abandonado, confuso, sin saber las razones de su historia , de vivir a cientos de kilómetros de su casa. Tan lejos de sus padres, de su hermanita.

Es Navidad. Por suerte, esta vez, podrá cenar con sus padres, su pequeña hermana y sus amiguitos Víctor y Ney que a estas horas cenan con su papá abuelo, algo así. Otra confusión-

Saca otro cohetico de su bolsillo izquierdo. Quiere que explote duro y se escuché en todo el barrio. Que el estruendo se oiga más allá del colmado de Don Víctor, de la casita verde de Doña Julia, la viuda que cría peces transparentes en su pecera de cemento. En su pecera de aguas negras navegan las algas verdes y la basura que trae el aire y los humanos. Palitos de fósforos, envolturas de chicle y hasta colillas de cigarrillos que su hijo mayor lanza sin reparos a las aguas oscuras de la pechera de Doña Julia.

Vuelve a la carga. Acomoda la lata de leche condensada Nestlé encima del cohetico. Le da vueltas y la sienta firme para que vuele alto y el ruido sea mayor.

Esta vez asegura para sí que la latica volará por los aires. Y hará pummmm y sonará duro y los adultos que beben y fuman en la sala saldrán a la calle a ver qué pasa. Y sabrán que la explosión la provocó él. Si, él , que no rompe un plato. Siempre silencioso y observador de todo lo que le rodea como si todo le fuera extraño, distante.

Quiera que suena como una bazuca. Duro, bien duro. Pero otra vez la mecha le saca la lengua. Se burla de él, de su necesidad de llamar la atención, de que lo amen, lo tomen en cuenta. La mecha se consume hacia dentro y no hace detonar el maldito cohetico chino de mierda.

Resignado pero resuelto, del paquetico de cohetes, extrae una nueva pieza de artillería. Lo agarra con los primeros dedos de su mano derecha. Enciende la mecha y paaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmm , el jodío

cohetico chino le retumba en la cara. Segundos de confusión. No siente su ojo derecho, no siente que su ojo derecho ve las cosas con claridad . Lo recorre una nube que va v viene. Se marea y grita. Nadie lo oye. Todos en la sala distraídos, lejos de su desgracia. La bebentina en su estado más alterado. Ahora son los adultos los que navegan en un solo tufo a romo y cigarrillos. Nada existe, solo ello, el alcohol. Félix del Rosario y su grupo proclama que esta navidad candela agua fría con hielito.

-Estás bien?. Es Rosi, la vecinita de enfrente. Le sopla el ojo y con el ruedo de su vestido le limpia la cara llena de pólvora.

-Si. Contesta por contestar. Si, estoy bien. Recobra la vista poco a poco de su ojo derecho. La cara de Rosie le parece la cara más linda del mundo a pesar de sus pecas y sus gafas de miope para toda la vida.

Ya era hora. Alguien le hizo caso. Rosie le arregla la camisa como si fuera una esposa acicalando a su marido antes de irse a trabajar. Le da un beso en la mejilla y se cruza de nuevo a su casa. Sube al balcón. Su padre la ayuda a encender una vela romana. Los fogonazos de colores y chispas iluminan el pedazo de calle. Rosi, cara de felicidad total. Rosi saluda a su amiguito. Él también la saluda. Se restriega el ojo derecho y le sonríe tímido, feliz. Ya sabe lo que es un beso en la mejilla. Es Navidad.