Santiago de Chile, 16 abr (EFE).- El legendario padre del rock, Chuck Berry, encendió con su música una noche de otoño austral y más de siete mil chilenos disfrutaron hoy de su recital.

También le supieron perdonar al artista del célebre "paso del pato" con su guitarra, los errores musicales que pudo haber cometido en el escenario.

"Chuck Berry es una leyenda, y a una leyenda se le disfruta no se le critica", dijo a Efe un matrimonio que hacía palmas y se movía al ritmo endiablado del cepillado de la guitarra del artista que desde su infancia desarrolló un notable talento para la escritura poética.

Los chilenos sabían del concierto que anteriormente había dado el artista en Buenos Aires, muy criticado por la prensa especializada, pero acá ocurrió todo lo contrario y desde el primer momento el músico estadounidense se sintió como en casa.

Aunque su partida fue muy floja tratando de hacer algo en español, el público comprendió su esfuerzo y nada más arrancó con uno de sus grandes éxitos, nadie dudó que esta sería una noche especial.

Ese arranque genial que tuvieron canciones como "Roll Over Beethoven" y "Johnny B. Goode", y que Chuck Berry trató de imponer en todos sus temas que tocó esta noche, pareció siempre la cuota justa de electricidad que alcanzó los pies de cada uno de los que llegó al Movistar Arena, para comenzar a moverlos.

Además, el recinto parecía una sala llena de luciérnagas, porque no había persona que no estuviera plasmando en su móvil lo que el artista, de 86 años, realizaba arriba del escenario.

Con su cuerpo ya algo arqueado, muy concentrado en su guitarra, otras veces muy despistado, el músico se movía generalmente en el espacio que quedaba entre los tambores de su baterista y el micrófono de pedestal.

Si notaba que el tono no era el correcto se detenía en plena ejecución de un tema, aunque los otros no lo hacían, para retomar el adecuado. Total, a un genio no se le reprocha.

Esta noche, de seguro algunos puristas del pentagrama musical, debieron sufrir más de lo recomendado al escuchar algunas de las canciones que interpretó el octogenario artista.

Como cuando cambió su extraordinaria guitarra, por una más estilizada para interpretar "Rock and Roll Music", que alguna vez grabaron The Beatles y muchos otros famosos, pero que prácticamente no dio nunca con el tono perfecto.

A nadie le importó, al contrario. El público, mayoritariamente joven, le premió con más aplausos cada esfuerzo que hacía.

A mitad del concierto, muchos de ellos comenzaron a dejar sus asiento y empezaron a bailar al ritmo contagioso de este cantante guitarrista y compositor negro, una leyenda que seguramente nunca más volverán a ver.

Berry sintió la comunicación que se generó con el público, les hizo participar, así como también lo hizo reiteradamente con su baterista, su pianista y su hija Ingrid, una diosa interpretando la armónica.

Más de una vez, el artista caminó lento hacia Ingrid, instalada a un costado del escenario, ella le hablaba, le abrazaba, él volvía al centro de las tablas, a veces parecía no saber donde estaba, hasta que "despertaba" con el grito de algún admirador.

"Parece un bebé, se pasea 'chocho', como si nada le importara, que viejo más lindo", comentaba una muchacha de unos 22 años que filmó en su móvil casi todo el concierto.

Muchas veces bromeó partiendo tarde con la letra de alguna de las canciones que interpretó, como otras veces de seguro se le olvidó, pero nunca nadie del público hizo reparo en ello.

Al final de la velada, una hora justa, y sin ningún bis, el genial Berry, permitió que se subieran unos veinte jóvenes al escenario para que bailaron al ritmo de su música, que sin duda, en tres generaciones más, se seguirá escuchando fuerte. EFE