¿Cuántos de nosotros nos hemos ilusionado con tener una mascota a la que pudiéramos cuidar y amar? La mayoría de los niños se entusiasman con tener una para alimentarla, verla crecer y, sobre todo, jugar con ella, no importando si tienen pelo, escamas, plumas o una coraza. De esta última estaba cubierta Chiquita, una tortuga que fue encontrada herida, “con su concha cuarteada y una pata sin movimiento”.
Esta historia, de la autoría del escritor José Alcántara Almánzar, es mucho más que un relato acerca de animales. Trata de la familia, de lo que nos une y las diferencias que nos hacen especiales.
La tortuga o jicotea había sido llevada a casa por la madre. Alguien la había pisado sin querer y solo su caparazón la había “salvado de una muerte segura”. En casa la recibieron los tres hijos, que en un principio la trataron como un juguete, pero luego se responsabilizaron, en intentaban alimentarla con lechuga y helechos. Pero la tortuguita “no quería ni podía comer”.
El único que no estaba feliz con el nuevo integrante era el padre, que “decía que los gatos daban asma y no quería saber de los perros”. El repetía, periódico en mano: — “Cuando se les pase la fiebre, dejarán al infeliz bicho abandonado”.
Con la madre era distinto, porque ella sabía cuánto amaban sus hijos a los animales. “Por eso había llevado a Chiquita a la casa, porque era una jicotea que no hacía ruido y costaba muy poco cuidar”. La mantenían en una ponchera con un poco agua, debajo del lavadero, para que estuviera húmeda y segura.
Pasaron los días, y el niño quien cuenta desde la historia, descubrió que el padre estaba cambiando. Se mostraba pendiente de la tortuguita y observaba a sus hijos en silencio, mientras cuidaban de ella. A veces, dejaba de leer el periódico para llevar al animalito hasta el lavadero, le ponía un poco de agua, le daba de comer y le decía:
—“Tenemos que curarte esta pata”.
Sin embargo, un día, cuando Chiquita trataba de buscar un poco de aire, no pudo sostenerse en el borde de la ponchera y se ahogó. Los niños lo lamentaron y estuvieron tristes por un tiempo. El padre no hablaba, pero “su silencio decía mucho”. Una “amiga callada y tranquila, a la que habían aprendido a querer”, se había ido.
Chiquita, narrada en primera persona, posee una trama sencilla y fluida, de fácil comprensión para el joven lector. No es la historia común con un final feliz. En cambio, José Alcántara Almánzar ofrece una historia auténtica con un tema cotidiano como es el tener una mascota, y las diferentes actitudes que los miembros de una familia pueden presentar. De una forma sencilla y magistral, nos muestra algo tan sensible como es la pérdida de un ser querido, así como las diferentes maneras en que se aborda la misma. Nos enseña que hay que atreverse a amar y creer, aun cuando las cosas no salgan como quisiéramos, ya que el amor y el cuidado por otro ser, siempre valdrán el esfuerzo.