Nadie como Darío ha expresado tantos y tan

complejos estados del alma ni extraído tan rica

variedad de tonos y matices del

lenguaje de castilla.

Ramón Pérez Ayala

Al igual que los poetas mayores de la península ibérica y de los originarios de norte, centro y Suramérica, Darío tenía un amplio conocimiento de las mitologías griega y romana y a diferencia de algunos de ellos poseía también una aceptable formación musical, un sólido conocimiento del simbolismo francés y desde la pubertad sabía que estaba destinado a ver el mundo a través de la poesía.

Conocía muy bien además los clásicos castellanos, el Nuevo y el Antiguo Testamento así como la poesía francesa, y no obstante la gran influencia de sus tres ilustres maestros – Hugo, Martí y Verlaine – en sus poemas no intentó copiarlos, plagiarlos, sino que se se entregó sin reservas a la forma que él estimaba traducía mejor las vibraciones que el espectáculo del mundo le presentaba. 

Aunque los sustantivos y adjetivos que mayormente empleaba eran muy a menudo utilizados por los rapsodas de su tiempo, había en su ordenamiento y oportuna aplicación algo, un no se qué, un embrujo que tenía la particularidad de hacerme fantasear, de invitarme a salir de la monotonía en que por lo general se desenvuelve la existencia de los humanos en cualquier país.

La interrogante que como agrónomo me planteaba con respecto al regocijo que me brindaba la lectura de Rubén era la siguiente: en qué consistía su encanto? cuál era el secreto de su fascinación? Por qué sus versos me complacían? Por qué a otros profesionales tan extraños a la poesía como dentistas, ingenieros electromecánicos, zootecnistas les ocurría lo mismo?

Max Henríquez Ureña (1885-1968) en un artículo titulado “En honor de Rubén Darío” aparecido en 1910 en la revista habanera “El Fígaro” explicó el éxito de la poesía rubendariana en estos términos: “Le dio al endecasílabo flexibilidad y amplitud en los acentos rítmicos. Acogió de forma armoniosa el metro y la rima de los grandes poetas de Francia, sean clásicos o modernistas”.

Continuó de esta guisa:”Impuso el verso libre dándole brillantez y eufonía. Le concedió al alejandrino mayor soltura y elegancia. Resucitó el hexámetro que le sirvió a Homero para encarcelar en sus poemas el estruendo de las batallas. En fin, se rebeló contra la anquilosis tradicional del verso castellano y adoptó una práctica menospreciada por los rimadores de la Academia” 

Otro erudito se descolgaba así “Darío se expresa en alejandrinos heroicos. En versos de nueve silabas. Construye sus versos con pies de tres, cuatro o cinco silabas. Suprime acentos que la métrica estimaba imprescindibles. Hace independiente el ritmo del sentido. Utiliza sáficos, yámbicos y hexámetros. Estas singularidades caracterizan sus poemas considerados modernos en su época”.      

Estas doctas apreciaciones son valiosas para quienes cultivan el arte de las versificación y se interesan por su evolución en el tiempo, pero lamentablemente dejan frío a la generalidad de los profesionales del campo, como el autor de estos artículos, así como también a los técnicos cuyas actividades están totalmente al margen del sentimentalismo y la afectividad.

Ahora bien, sin importar la formación universitaria o no que se tenga la impresión de quienes se sumergen en la lectura de este bardo exquisito es la de estar en presencia de un glamuroso desfile de modas de Armani o Yves Saint Laurent, debido a que viste su pensamiento con bellas y sugestivas imágenes. Un ejemplo entre muchos: Aquel que ayer no mas decía/el verso azul y la canción profana/en cuya noche un ruiseñor había/que era alondra de luz por la mañana/.

A diferencia de muchos de sus predecesores Darío creó belleza con las palabras, hizo del lenguaje un instrumento para concebir expresiones felices y elegantes, y como el pintor con su paleta, el escultor con el mármol y el compositor con las notas musicales, engendraba con sustantivos, verbos, y adjetivos un fraseo admirable. Decir que los azules lagos de Nicaragua parecen llenos de cielo líquido es definitivamente maravilloso.

Otro rasgo de su poesía es comparable a lo que me sucedió con la música norteamericana a mediados de los años cincuenta del pasado siglo: sin entender en lo absoluto una sola palabra en ingles me encantaba escucharla- el ritmo, su melodía- y una de las nostalgias que mas me place en la actualidad es oír en la radio o ver en la TV a los Everly Brothers, Paul Anka, Pat Boone, Bobby Darin,Carole King, Elvis Presley y muchos otros.

En un primer momento y en razón de mi juventud tenía pocos conocimientos tanto de la Mitología como de la significación de palabras sofisticadas. Entendía no muy bien algunas cosas ingeniadas por Rubén en sus versos pero sentía la musicalidad, la sonoridad y la cadencia de sus poemas. A su plástica musicalidad se adicionaba una riqueza verbal y un sentido de los matices que raptaba mi imaginación en mis años de estudios universitarios.

En los años que Darío empezó a conocerse un crítico mexicano llamado Ricardo Contreras, a sabiendas de la genialidad del nicaragüense, proclamó en la prensa que su inspiración no tenia disciplina; que hacia comparaciones absurdas; que incurría en imperdonables faltas gramaticales; que componía rimas imperfectas y que además atribuía cualidades propias de los seres animados a los seres inanimados como si estuvieran con vida.

Este sensor, del cual nadie a la hora actual conserva memoria alguna, quería que el genio se sometiera a la disciplina de las reglas, de las normas, y en el caso de que Rubén le hubiera obedecido hoy no sería el que fue y es. Como sucede con los hombres de excepción, quienes solo ceden a sus impulsos instintivo, el cisne de América se lanzó hacia senderos desconocidos dando lugar a innovaciones sorprendentes.      

No puedo dejar en el tintero otro atributo de su poesía que me entusiasmó desde que tuve conocimiento del mismo. Es la sabiduría, la percepción escatológica existente en algunos de sus versos que me obligaban a cerrar el libro para, como sucede con la ruta presidencial de los mandatarios dominicanos, despejar, dejar mi imaginación para que vagabundeara a su antojo por los caminos de la fantasía.                                                                                                                                                                 

Advertir en “Cantos de vida y esperanza” que sufrir por lo que no conocemos y a penas sospechamos/ y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos/es una observación que revela en este autor un discernimiento nada común en la generalidad de los humanos, igual que el significado de sus versos mas conocidos por el lector promedio: Juventud divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver¡/cuando quiero llorar no lloro/y a veces lloro sin querer/. 

La poesía rubendariana abrió en resumidas cuentas nuevas sendas a los rapsodas que le sucedieron-enriqueció por tanto la vida – ya que la versificación clásica, la retórica que se estilaba antes de él era completamente inadecuada para expresar los estremecientos, las conmociones de las mentalidades de finales del siglo XIX y principios del XX.  Sin quererlo renovó formas del decir que estaban en vías de fosilización. Sus versos en conclusión eran musicales, elegantes, sonoros dentro de una gran arquitectura rítmica refinada.

Al mismo tiempo que reflejaba cosas trascendentes, nada literarios y con una sinceridad a toda prueba, manifestaba en sus versos una patente inclinación por ciertos refinamientos, una evidente preferencia por el preciosismo y simbolismo francés, constituyendo los poemas “Pax” y “ Sonatina” dos testimonios muy representativos de los recursos ornamentales propios del lenguaje poético. Recomendaba hacer con el lenguaje flores artificiales que huelan a primavera, insistiendo en que jamás se debe escribir como los papagayos hablan, sino hablar como las águilas callan.   

En homenaje a la verdad es justo señalar, que como sugería su compatriota Sergio Ramírez en un artículo publicado en el “Listín Diario” el pasado día 3 de enero del 2016 titulado “Cisnes de verdad y cisnes de mentira”, el rebuscamiento preciosista de Rubén en muchos de sus versos hacía que con frecuencia éstos bordearan peligrosamente la cursilería. No pocos en la actualidad rechazan su remilgado hermoseamiento.

La censura que siempre es capaz de encentrar imperfecciones, incluso en la estatua de Paulina Bonaparte realizaba por Canova, aseguraba que Darío no fue mas que un continuador de Verlaine, que escribía en castellano pero pensaba en francés, que abusaba de la adjetivación y que su irrupción en la poesía fue dañina al desatar una furia imitativa en rimadores que no eran siquiera vates mediocres.   

En opinión de Max Henríquez Ureña fue muy escaso el influjo que a partir de 1888- publicación de “Azul”- tuvo el arte de Darío sobre los poetas dominicanos, pues según sus propias palabras era casi imposible que modificaran su orientación, tanto desde el punto de vista de la métrica como de la ideología poética, debido a que su formación intelectual correspondía a una época anterior.

Al parecer fue después de 1900 que el Modernismo se impuso en los bardos nacionales en la figura de Valentín Giró. Afirmaba Balaguer que fue Apolinar Perdomo (1882-1918) el primero que en verso se acogió a la norma dariana. Lo mas curioso de todo es que en París, Madrid, New York y la Habana, Rubén Darío fue a finales del XIX e inicios XX el amigo intimo de prestigiosos intelectuales y poetas de nuestro país.   ¿Quiénes fueron ellos? En el siguiente trabajo encontrarán la respuesta.

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