La Zona Colonial, una pequeña fracción de la explayada ciudad de Santo Domingo, por donde bufones, locos, poetas, músicos….en fin… artistas, transitan cotidianamente, tras el soplo de la inspiración, el encuentro furtivo, la tertulia precisada,  o el simple goce de extasiarse con una taza de café, en la emblemática “Cafetera” o en el “Palacio de la Esquizofrenia”.

Retrato del maestro Diego Velásquez. Pintura de José Cestero.

La experiencia de recorrer sus calles e históricos rincones, en donde se entremezclan el sabor del populacho con un turismo amalgamado, la puta que te asalta con su mirada de búsqueda o el pedigüeño que te extiende la mano de miseria, no podrá ser superada por los nuevos Mall, costosos parques citadinos de una colectividad privilegiada seducida por un fútil consumismo.

Caminando solitario por su distintiva calle El Conde, con la mirada ensimismada y perdida, su cabeza cubierta con un gastado sombrero de toquilla que deja  al descubierto gran parte,  de lo que aún queda,  de sus cabellos blanqueados por los años, el pintor por excelencia de sus monumentos, espacios, protagonistas y vivencias: José Cestero.

Conocí a Cestero, por vez primera, a mediado de la década de los setenta, luego de su retorno de la ciudad de New York,  metrópoli a la que había emigrado luego de concluida la contienda de Abril. El artista visual acudía diariamente al desaparecido “Atelier” de enmarcado “Giotto”, situado entre la Catedral y el parque Billini de la Ciudad Colonial. Allí, mientras su propietario Marcial Frías, trabajaba en las encomiendas de sus clientes sobre una gran mesa destinada al enmarcado de cuadros, José Cestero laboraba en una esquina de ella, creando una serie de dibujos que serian destinados,  posteriormente en ese mismo espacio, a la exhibición de una muestra con las obras realizadas. Era algo inusual ver un creador dominicano en plena ejecución de su obra artística, entre ruidos propios del trabajo que allí se realizaba, las conversaciones de los clientes, visitantes,  y el bullicio de los vehículos que transitaban por la Arzobispo Meriño. De pie, en la esquina de la mesa de trabajo, impasible, con un cigarro en su mano izquierda y en la diestra el lápiz o el carboncillo; Cestero,  volcando sus demonios sobre el papel,  embistiéndolo con la rapidez del maestro ejecutante,  materializando las visualizaciones entrampadas en su genio creativo.

Las andanzas del Quijote y Sancho Panzas. José Cestero

Con una iconografía propia identificable, surgida de las nostálgicas disquisiciones mentales y las interioridades de una memoria fotográfica, que se exteriorizan en sus clásicas pinturas con  monumentos coloniales y estampas bucólicas de la antigua ciudad de Santo Domingo; emergen creaciones con imágenes del pasado, personajes propios de la zona intramuros, así como figuras y situaciones  de otros contextos, que solo la creatividad innata de un autentico maestro pueden plasmar con la destreza del poseso. Quijote, que en vez de lanza para abalanzarse sobre imaginarios molinos, hace uso del pincel para embestir el lienzo y plasmar realidades concebidas por una mente creadora.

Rememoro las veces que le veía pasar mientras disfrutaba de una taza de café, de la cafetería “El Conde”, en las habituales peñas del mediodía,  con mis amigos escritores: Andrés L. Mateo, Tony Rafúl y Pedro Peix. Percibía a Cestero, como ese Quijote que ha pintado cientos de veces, y quien en vez de un Sancho Panza como acólito, era seguido por el “Mesié”, su vendedor de cuadros; un mercader de las obras del artista, con pinta de alcahuete de prostíbulo, que se desplazaba por toda la ciudad en busca de compradores de los cuadros del maestro, y quien acabó abandonándolo,  cuando consiguió la preciada visa ”americana” que lo llevo a tierra de los encandilados ilusos del patio.

Matrimonio Arnolfini (Cestero como Giovanni Arnolfini)

La obra del maestro Cestero es abundante y disímil, es un pintor a tiempo completo que debe subsistir con la venta de sus obras, en un país donde el arte y sus verdaderos virtuosos no son justipreciado en real dimensión.

Su producción visual puede enmarcarse dentro de esa vastedad expresionista, movimiento pictórico que ha originado un listado interminable de encasillados en los que han sido colocados sus ejecutantes, mas aun si nos remontamos a sus fuentes culturales y dialécticas, en las que Grunewald y Goya tendrían un sitial profético, seguido mas tarde por Van Gogh, y Cézanne como precursor.

Los cuadros de José Cestero, pasan de la espontaneidad resolutiva en la que el trazo aparenta el lavado del pincel sobre la tela,  a la exquisitez de la ejecución mas acabada, en donde manchas y líneas se entrecruzan para dejar evidenciada la obra maestra.  Sus personajes -Igor Stravinsky, el matrimonio Arnolfini, Velásquez , Toulousse Lautrec, Frida Kahlo, Diego Rivera, las Meninas, entre otros tantos-, muestran en sus composiciones -dibujos y pinturas- esa tensión y fortaleza expresiva que solo comunica la obra del artista genuino. Coloración compacta, vigorosa, de grandes superficies; de una pincelada dramática, así como de una deformación intensificadora de la expresividad, que puede llegar a veces a la deformación caricaturesca.

Al final,  mis cavilaciones son exiguas cuando examino una serie de obras del maestro,  figurado en el escenario de sus fantasías, traspasando al espacio del cuadro pictórico para convertirse él, en actor del ambiente creado; basta la contemplación de ese humor melancólico(1) para desnudar su naturaleza saturnina(2), prerrogativa de los creadores exaltados.

Notas:

1.…los pintores se hacen melancólicos porque al querer imitar, deben retener visiones fijas en su mente de modo que luego las pueden reproducir como las que han visto en la realidad. Y esto no sólo una vez sino continuamente, siendo tal su misión en esta vida. De esta manera mantienen sus mentes tan abstraídas y apartadas de la realidad que, en consecuencia, se vuelven melancólicos, lo que, dice Aristóteles, significa habilidad y talento porque, como él sostiene, casi todas las personas talentosas y sagaces han sido melancólicos.

Romano Alberti, Trattato della nobilitá della pittura, Roma, 1585, citado por Panofsky-Saxl (1923-31).

2. Cuando lo griegos idearon su sistema mitológico celestial entre los siglos V y III a.C., dotaron a los planetas y constelaciones de las cualidades atribuidas a sus dioses. Más tarde, se creía que estas mismas cualidades determinaban la suerte del hombre en la tierra. En el Renacimiento, Saturno se reivindicó como el planeta de los eruditos y los escritores. Pero los artistas renacentistas, que se consideraban iguales o incluso superiores a los hombres de letras, no pudieron renunciar a su naturaleza saturnina.

Wittkower, Rudolf y Margot. “Nacidos bajo el signo de Saturno” . pág. 105