Primer esbozo
Bajo el postulado de que todo es arte, cualquiera puede hacer arte; desde esa derivación de lo contemporáneo, los chicos VIP –video, instalación y performance–como los ha denominado la crítica mexicana Avelina Lésper, irrumpen en el escenario. Adiós a la premisa picassiana de “pasar por la academia, para luego acabar con ella”; ya no es necesario cruzar por ella, “la genialidad es congénita”. Basta coger cualquier cantidad de basura, mobiliarios u objetos abandonados; hacer filmaciones incoherentes, mal tomadas, realizar alguna intervenciones, colgarla o editarla y eso si, envolverla en un discurso teórico-conceptual incomprensible e insostenible al análisis juicioso, para que no se
atrevan a contradecirles, bajo pena de ser señalado como ignorante. El terrorismo de la mediocridad e incompetencia irrumpe sobre el lienzo, y bajo una aparente “conceptualización” estética se embadurna o modela el espacio reservado a la creación, dejando estampada una evidente mediocridad en la que el grupo de corifeos solo vislumbra genialidad. Duchamps dejó abierta esta compuerta, y con olfato premonitorio a lo que vendría, prefirió dejar su trabajo creativo para dedicarse hasta el final de sus días a jugar ajedrez.
Segundo
Rojo sangre, Rojo fuego, Rojo bermellón , Azul cielo, Azul ultramar, Azul claro, Azul obscuro…..la designación de cualquier color con un nombre pueden generar cientos de disquisiciones visuales cognitivas, que si pudiéramos confrontarlas simultáneamente nos darían variadas interpretaciones al momento de plasmar, la visión particular, sobre una superficie u objeto. Los dominicanos hemos sido exuberantes en investir colores, asociándolos a elementos presentes en la reflexión colectiva: Verde botella, Verde menta de guardia, Rojo salsa de tomate, Amarillo pollito, Gris policía; muchos calificativos para colores que pueden asumirse de forma muy personal, condicionados por nuestros referentes culturales, emocionales y psicofisiológicos. Ya Goethe planteaba, en su conocida “Teoría del Color”, las diferencias perceptivas del color asumidas por cada cual, teniendo en cuenta preferencias y gustos en materia de colores. Ejemplo claro de estas desiguales aplicaciones del los color en un objeto, son los colores de nuestra bandera; que han generado algunos artículos periodísticos , los cuales por lo general, de manera muy correcta, cuestionan la disparidad cromática con los que se presentan nuestros matices patrios en la enseña nacional. No es raro ver azules próximos al color negro o a tonalidades más claras –disimiles todas– dependiendo del trozo de color de tela que tuviera a la mano el que las elabora. Similar caso se da con el rojo, en el que las variaciones tonales se mueven hacia una u otra dirección de valor tonal, dependiendo de la impresión, el teñido o la coloración que tuvieran para la ocasión los que comercian con el objeto simbólico; de manera muy especial y en abundancia, en las efemérides patrias.
Tercero
El poder ha impuesto a la conciencia de una gran mayoría de los artistas visuales, un estado de sitio permanente. El discurso de gran parte del arte que vemos a diario es vacío y embalsamado. Muchos de nuestros creadores se han enrolado en la nómina pública por puestos o prebendas de indigencias que los obliga a practicar la cultura del silencio. Otros, bajo el compadrazgo partidario, se agencian encargos millonarios para inundar con imágenes de Duarte o de obras con iconografías complacientes, los espacios y oficinas del Estado. Estos últimos, como expresara el amigo Pedro Peix : “…comprometidos con el discurso del Poder son cortesanos a tiempo completo!” .
Cuarto
El mecenas ha sido a través del tiempo, esa figura acaudalada que aporta capital monetario para sufragar el trabajo de ciertos artistas, facilitando la realización de sus obras de arte; patrocinio que –por lo general– busca beneficiarse de la creación que se cristaliza. Durante los siglos XIV y XV, la naciente y pujante clase media europea con ese afán de ostentación que les marco, financiaron numerosos artistas para las ejecuciones de obras que se orientaban, en su gran mayoría, hacia las creaciones religiosas o municipales, y en grado menor al embellecimiento de sus posesiones. El artista fue tratado como un vasallo que servía a estos mecenas para engrandecer –con sus obras– conveniencias políticas, principios morales y prestigio.
La aceptación en sociedad del artista y llegar a ser tratado de igual por sus clientes mas tolerantes, se evidencia a finales del siglo XV. Con este grado de apertura se hizo mas frecuente que los artistas ascendieran a puestos públicos, lo que era para ese entonces señal evidente de jerarquía y dignidad.
Todo este preludio para referirnos a una “Ley de Incentivo y Fomento del Mecenazgo Cultural”, introducida en su momento por el apartado ex diputado peledeísta Manuel Jiménez, que se encuentra detenida en los vericuetos camerales pendiente de ser aprobada y promulgada.
Nuestros “honorables” congresistas, son rápidos para auto asignarse aumentos salariales, exoneraciones, pensiones privilegiadas, gastos y viáticos de representación, barrilito, cofrecito, concesiones para las madres y las habichuelas con dulce, así como para las fundaciones que administran. Sin embargo, demuestran extremada lentitud en legislar para aprobar leyes, que como esta, benefician a la sociedad dominicana.