Es común en nuestro país otorgarles títulos, profesionales y nobiliarios,  a cualquier persona. Basta que usted comience a estacionar su vehículo en una de nuestras calles, para que inmediatamente salte algún “parqueador” aprovechado y lance el 

“-doctor”, “-ingeniero”,”-licenciado”, o “-príncipe”, como parte de la lisonja lambona para el logro de la esperada propina.  Entre los escritores es frecuente el nombramiento de “poeta”, expresión que concluyo siendo ofensiva, cuando un famoso bardo, riposto de manera enfurecida con un:  “–más poeta es usted”.

En el parnaso de las artes visuales es común el término “-artista”,  que mueve a la inquietud inmediata del aludido, cuando la lisonja proviene de un personaje desconocido, o de algún miembro de la secta de los picadores de la calle El Conde,  ya que se espera, tras el saludo titular, el sablazo correspondiente. 

Recuerdo con cierta morriña, el saludo de “-maestro” con el que iniciaba el diálogo, siempre que me abordaba, el difunto pintor callejero Carlos Goico [1], para seguidamente, con una amplia sonrisa en la que faltaban dientes,  mostrarme su más reciente pintura y,  luego de oír mis comentarios, ligar la cuota necesaria para el plato del día, o el pago de la habitación donde mal vivía.

Academia de arte

La condición de maestro en las artes visuales dominicana, es un vocablo usado, para mi gusto, con demasiada frecuencia y ligereza, por la crítica especializada y no muy cultivada. Tenemos en abundancia maestros de la plástica,  la fotografía, el diseño, el grabado, la gráfica, y en fin, la lista abarca a lo ancho y largo, toda la campiña de las artes visuales dominicana.

Hoy, cualquier artista de larga data produciendo obras, en la búsqueda de sus demonios interiores,  es proclamado maestro por el antologista pagado, o el rico coleccionista poseedor de una de sus obras;  al margen de la esencia misma de la investidura conferida, en la que deben mezclase de forma portentosa,  conocimiento y destreza en la disciplina que se exprese.

También suele ser calificado o autocalificarse como maestro, el  artista bisoño, que apenas ha embarrado algunos lienzos o comienza a estructurar composiciones y diseños en cualquier medio,  a los que denomina “obras de arte”.

La condición de maestro en la antigüedad, era otorgada, por lo general, a aquellos virtuosos que tenían sus talleres de producción de obras de arte (preludio primitivo de las academias actuales), con escogidos discípulos,  a quienes, partiendo de las habilidades y conocimientos poseídos por el maestro, se les convertían en agentes efectivos de un proceso de enseñanza y aprendizaje, en donde el experto enseñaba, instruía,  influía, creaba estilos y seguidores. Tales establecimientos iban desde pequeñas organizaciones, de uno o dos aprendices, hasta las muy grande que empleaban diez veces ese número o más. Donatello[2] tenia en su taller de Padua, veintiún ayudantes. Uno de los talleres mas grande, dirigido entonces por un escultor, fue el de Bernini [3], taller que crecía según aumentaba el número de obras que ejecutaba para la iglesia.

El académico de nuestros días, que instruye en diversas disciplinas de las artes visuales,  es otro que suele calificarse o auto acreditarse como maestro, cuando su saber se sustenta, la mayoría de las veces, sobre un título académico que le permite ser profesor; diferente al maestro,  que transmite una vida de aprendizajes y experiencias que marcan y guían al discípulo.

No podemos ignorar, que  siempre ha existido y existirá el creador solitario, cuyo virtuosismo, espíritu innovador y visionario, trasciende la esfera del taller formal,  el ámbito de la enseñanza directa hacia discípulos, para irradiar con sus obras, nuevos enfoques creativos que estimulen legiones de prosélitos a beber de los firmamentos del maestro.

Desgraciadamente, el facilismo y las competencias trepadoras que se desarrollan en la sociedad contemporánea, posibilitan una transgresión de ese flujo normal en que se expresaba la maestría en las artes. Los nuevos estamentos del mercado del arte, la subsunción al nombre de artista , la incomprensión y la insignificancia de lo producido, “…no siempre favorece al más competente en esto o aquello, sino al más competente en competir, acomodarse, administrar sus relaciones públicas, modelarse a sí mismo como producto deseable, pasar exámenes, ganar puntos, descarrilar a los competidores, seducir o presionar a los jurados, conseguir el micrófono y los reflectores, hacerse popular, lograr que ruede la bola acumulativa hasta que nadie pueda detenerla. La selección natural en el trepadero favorece el ascenso de una nueva especie darwiniana: el mediocris habilis.”. [4]

Carlos Goico. Pintor autodidacta dominicano. Los trastornos mentales padecido durante su corta vida, los volcó hacia la expresión pictórica.

Donato di Niccolò di Betto Bardi, conocido como Donatello (FlorenciaItalia1386ibídem13 de diciembre de1466), fue un artista y escultor italiano de principios del Renacimiento.

Gian Lorenzo Bernini. Escultor, arquitecto y pintor italiano. Bernini es el gran genio del barroco italiano, el heredero de la fuerza escultórica de Miguel Ángel y principal modelo del Barroco arquitectónico en Europa.

Gabriel Zaid, “¿Qué hacer con los mediocres?”, en El secreto de la fama, México: Random House Mondadori, 2009, p. 131