Abre los ojos. Una pistola de cañón corto lo apunta a la cabeza. El pistolero sonríe ante el terror desencajado que ocupa todo el rostro del hombre que despierta en su cama y, sin más, un hombre le apunta en la frente.

¿Una pesadilla? No, claro que no es una pesadilla. El sudor no corre por su espalda. No ha gritado. Todo el mundo grita en medio de una pesadilla. O sea que no, es real lo del cañón corto apuntando su frente mientras él sigue bocarriba sin saber qué hacer. Si me muevo me mata y si me quedo acostado, peor.

Lo agobia la  garganta reseca y las  ganas de orinar. No se atreve pedirle a su futuro asesino permiso para orinar. Los pistoleros se toman su tiempo, como en las malas películas, primero hablan con la víctima para verla sufrir, luego le disparan a quemarropa. ¡Pum!

Recordó que en su adolescencia tenía un repertorio de gritos para cada pesadilla.  Todo el vecindario lo conocía por sus alaridos de cachorro realengo. El despertador del barrio.

Por la ventana lo grisáceo va tomando colores. La perra en la puerta. Esa no negocia su paseo matinal.  La greca del café lo espera.

Los minutos parecen horas y solo suena el run run del abanico de techo. No pasa nada. El hombre de la pistola de cañón corto lo sigue apuntando.

-Aquí no hay nada que robar, salvo dos o tres libros y esa computadora sobre el escritorio- al final se atreve a decir el durmiente.

– Cállate. No vine a robá.

El pistolero se seca el sudor con la mano izquierda mientras ahora apunta al corazón de su potencial víctima.   La casa es silencio. A la madrugada le empiezan a caer sonidos de avecitas pipiadoras.

Coño, voy a morir. Pensó en la tierrita del cementerio de la Máximo Gómez, donde están enterrados su abuela y su padre. Un chiquero, un verdadero chiquero. Sucio y fangoso. Un lodazal rojo.  Y las flores, las velas, todo se lo roban. Los obreros del cementerio son más ladrones que los ladrones enterrados en fosas comunes Este tipo vino a volarme la cabeza. ¿Cómo entraría a la casa?

– No te voy a matar. Vengo todas las noches y te apunto a la cabeza o al corazón, y no te das cuentas. Hoy quería que me vieras y supieras de mí. Son ganas de joder. Tranquilo.

-Gran vaina.

– ¿Gran vaina? Si me da la gana te mando al otro barrio de un solo fuetazo.

Abre los ojos. Por la ventana lo grisáceo va tomando colores. La perra en la puerta. Esa no negocia su paseo matinal.  La greca del café lo espera. Otro día de jodedera y de bregar con gente y de vivir en automático.