Ayer eran mis dolores
como gusanos de seda,
que iban labrando capullos;
hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas
he sacado blanca cera!”
(A. Machado, Poema LXXXVI de Galería)

Pedro Mir.

Continuando con la lectura de poemas de la primera etapa de nuestro Poeta Nacional, Pedro Mir, hoy incluimos en nuestro ejercicio de lectura dos nuevos poemas: “La vida manda que pueble estos caminos” y “Romance de los nueve meses”. El primero se inscribe dentro de la temática sociopolítica, que como bien sabemos es lo predominante en la obra de nuestro bardo, y la segunda es un poema que sin bien roza lo social, presenta un contenido más individual, centrado en la dicha que produce la maternidad en una joven de quince años.

“La vida manda que pueble estos caminos” o la recuperación de la memoria colectiva 

Este poema nos habla de unos caminos que la vida ha trazado al poeta. Haciendo uso del recurso de la prosopopeya, que convierte a la vida en un ente concreto y racional, el sujeto lírico (el propio Mir) afirma que ella le ha ordenado que transite por unos determinados caminos. Al final veremos que lo que la vida está demandando del poeta es que ponga su talento y su arte al servicio del más noble de los ideales, la defensa del bien colectivo. Son impulsos, motivaciones que nuestro autor siente en su interioridad y que toma como imperativo vital. Ese llamado interior, esa profunda vocación humanista, se convertiría en el ideal artístico del poeta, que en oposición a quienes se inclinaban hacia otros horizontes artísticos, como el arte por el arte, comprometió su poesía con la vida.

Siempre se ha dicho que el único compromiso que debe asumir el artista es el de la calidad de su obra; que el llamado arte comprometido a menudo ha devenido en un arte pedestre, ya que se concentra más en el contenido que en la forma. Y esto es válido para muchas obras literarias que se inclinaron demasiado hacia la denuncia y la crítica social, pues sus autores priorizaron el mensaje por encima del componente estético, y convirtieron el fruto de su creación artística en meros objetos utilitarios. Un lenguaje trillado, unos temas llevados y traídos por unos y por otros… en fin, la monotonía y la pobreza. Pero no ocurre tal cosa con la obra de Pedro Mir. Su poesía, siempre trabajada con rigor y conciencia artística, deslumbra por su belleza y seduce por su autenticidad.

El poema nos habla del pasado histórico del pueblo dominicano y de un camino o vía (el camino de la memoria) por donde retornan desde un tiempo pretérito al presente las vivencias y padecimientos de los grupos sociales más vulnerados, aquellos que a través del proceso histórico fueron sometidos a la tiranía de las élites políticas y económicas de su tiempo. El poeta usa el símbolo del camino (caminos, en plural) para referir un viaje alegórico de la memoria de nuestros ancestros para integrarse con la memoria viva del pueblo actual. Tiempo pretérito personalizado, que avanza desde el litoral sur por aguas marítimas y se dirige hacia el aquí y ahora del sujeto que habla desde el poema (el sujeto lírico). Si esto suena un tanto confuso, poco a poco iremos desmadejando la oscura urdimbre para que entre la luz a clarificar lo que en principio se presenta un tanto embrollado.

Digamos, pues, que el poema trata de la recuperación de nuestra memoria histórica, con su viejo fardo de sufrimientos y vejámenes. Lo que se pretende es no dejar que perezcan en las nieblas del olvido los antiguos padecimientos y los pasados agravios. Actualizar ese acervo de experiencias frustrantes es la vía más expedita hacia el despertar de la conciencia. Y una conciencia social desadormecida, que está en posesión de sí misma, es garantía de conquista de libertades y derechos.

Leamos el texto, separándolo en estrofas o en pequeños fragmentos, haciendo las debidas precisiones para al final poder formarnos una idea general del contenido.

Vienen las horas, horas de cielo azul,
y de verano, sobre la copa verde.
Vienen sobre las velas de la mar
del sur y luego sobre los hombres vienen.
Crujen al paso del timón y saltan,
y desde entonces saltan sobre los meses.
Y un caracol de manos entre la espuma
coge su mes de plata y lo desenvuelve.

El sujeto poético anuncia la aproximación de un tiempo nuevo del que al principio no ofrece muchos detalles, sólo afirma que serán horas de cielo claro de verano sobre un fondo terrestre en que se destaca el verde del paisaje (“copa verde”), señal de una naturaleza en estado de plenitud. Horas que vienen del sur, deslizándose sobre los hombres, saltando sobre los meses. En mi opinión, se trata de un viaje alegórico, desde nuestro pasado prehispánico hasta la época en que el sujeto lírico (sujeto enunciador) está situado (años treinta del pasado siglo). La presencia del caracol, objeto de uso habitual en nuestra cultura aborigen no parece ser algo casual en el poema. Por otra parte, recordemos que los aborígenes antillanos llegaron en épocas remotas desde el sur del continente y se establecieron en las grandes y pequeñas islas del Caribe. Tengamos, pues, presente la mención del caracol y el mar del sur y su relación con la población originaria de la isla como punto de partida del texto.

Por estas horas vienen estos caminos
de sangre, temblorosos hacia la gente,
traen su viejo bulto de sudor, su angustia,
sus jornales de luto sobre las sienes;
traen su vieja rabia de color y el último
recio lenguaje de color y su fiebre;
traen sus brazos torcidos como la brisa
de las banderas, el sudor asustado
como el brocal de un pozo y el viejo paño
de lágrimas y el puñal de cruz y la muerte.

En la estrofa precedente aparecen los caminos de los que habla el título. Como ya hemos adelantado, son caminos de otras épocas que, según el poema, atraviesan el mar para llegar hasta el presente desde el que se escribe el poema, y continuar hacia un futuro en el que habrán de converger y aglutinarse. Conforme avanza en su discurrir la estrofa va acumulando una cantidad de referentes relacionados con la violencia y sus secuelas, incluyendo el miedo. Observamos que se habla “de caminos de sangre, temblorosos”, y se destaca que traen consigo “su viejo bulto de sudor” y “su angustia”. Asimismo traen “jornales de luto sobre las sienes”. Además, una “vieja rabia de color”, calificación que el poeta también atribuye al lenguaje y a la fiebre. Es un concepto que como bien sabemos está asociado a la negritud.

 

Ya vimos que en la primera estrofa se inserta un referente aborigen (el caracol), la segunda introduce el concepto “de color”, aplicado al negro africano (rabia, lenguaje y fiebre de color). Así quedan implicados dos de los tres elementos constitutivos de nuestra identidad racial y cultural: lo aborigen y lo africano. Por eso hablamos de la intención de nuestro poeta en este texto: rescatar la memoria histórica, pues los dominicanos tenemos una gran vocación de olvido. Es preciso no olvidar que la historia de nuestros tropiezos no es reciente, no comenzó con la proclamación de la República. Nuestros dolores son mucho más antiguos. Y es impensable tratar la larga y triste historia de nuestras desventuras sin traer a colación el sufrimiento de taínos y africanos.

En esta estrofa también se denuncia el abuso laboral. Por eso el poeta habla del sudor acumulado y de “jornales de luto sobre las sienes”. Este último verso guarda una relación intertextual con “El niño yuntero”, del poeta español Miguel Hernández, una de cuyas estrofas expresa: “Contar sus años no sabe, / y ya sabe que el sudor / es una corona grave / de sal para el labrador”. Y ambos poemas de alguna manera actualizan en la memoria la escena de la corona de espinas del pasaje bíblico que trata de la crucifixión de Jesús.

Estos viejos caminos cruzan las horas
largas, vienen hacia los hombres, los vuelven
amargos, los hacen madurar en ácida
madurez de fruta cálida y agreste,
y a veces les distribuyen horizontes
rojos de espinas y amapolas rebeldes.

¿Qué efectos tendrán esos caminos que “cruzan las horas largas y vienen hacia los hombres”? El sujeto poético afirma que esos caminos vuelven a los hombres amargos, que los hacen madurar ácidamente como una “fruta cálida y agreste”. Esa madurez ácida habrá de fermentar en el espíritu de los hombres para transformarlos en sujetos de rebeldía. Pero hay algo más: los caminos también traen horizontes. Y no se trata de cualquier horizonte: son “rojos de espinas y amapolas rebeldes”.  Y aquí sí que hay una simbología importante que nos ayuda a ir comprendiendo la misión de los caminos viejos que vienen a situarse frente a los hombres contemporáneos, representados por el poeta. Vienen a soliviantarles el espíritu para sacarlos de la pasividad y la indolencia. La mención del color rojo no es casual, se relaciona con la rebeldía y la guerra; pero también con la ideología de la izquierda radical. Es el color de la revolución. El rojo de las batallas a partir de las cuales habrá de edificarse el mundo de justicia y paz que proclama el poeta en muchos de sus textos.

Observemos la destreza con que Mir enfatiza la idea de revolución. Al añadir al adjetivo rojo el modificador “de espinas” lo que en un principio pudiera tomarse como una simple alusión, alcanza entonces una mayor contundencia. Lo que a la vez se amplifica con la inclusión del sintagma “amapolas rebeldes”. Si el sustantivo amapolas refuerza la condición de “rojos” atribuida a los horizontes, los términos espinas y rebeldes se refuerzan mutuamente para hacer más evidente aun el mensaje que el poeta desea transmitir. Son símbolos que traducen con efectividad la idea de movilización popular y resistencia, y que se resume en una palabra: revolución.

Don Pedro Mir, poeta de la patria dominicana.

En las siguientes estrofas el poeta manifiesta su deseo de ver un florecimiento del amor y de la paz, pero no se refiere a una paz artificiosa, que es el resultado de la imposición de unos, y del miedo y la resignación de otros, sino de una paz que sea el resultado de la justicia, la paz que sobreviene cuando los desajustes de la organización social y política se corrigen. Cuando la sociedad marcha armoniosamente, sin que falte a unos el pan, el techo y la salud, y a los otros la tolerancia, el respeto y la equidad. El poeta desea “una verde provincia de pan y frutas”. Recuperando el valor de la sinécdoque, sabemos que esa provincia es una representación de todo el país… Es la utopía que mueve sus hilos detrás de la poética miriana.

Vienen las horas y yo quería un rápido
florecimiento de amor, una inminente
paz cuajada bajo los techos. ¡La vida
manda que pueble estos caminos oscuros!…

Yo quería una verde provincia de pan
y frutas erguida sobre un mapa reciente,
junto al agua de piedras que el puño alcanza,
y el afán alcanza y el sudor contiene…

La vida manda que pueble estos caminos:
manda que pueble estos caminos y entonces
sale esta voz de sombras y de raíces
amargas y de mariposas de fiebre,
de esta garganta tupida de raíces
amargas y de encendidas mariposas de fiebre.

Esos son los caminos que la vida ha puesto delante del poeta. Los caminos que lo vinculan a su pueblo, a su gente sufrida y olvidada. Y el poeta ha visto con buenos ojos lo que la vida le ha sugerido, y lo ha asumido convencido de que esas son las sendas que él deseaba recorrer. Pero no se trata de una opción fácil ni cómoda; el mismo poeta advierte que los caminos que la vida le ha propuesto (o más bien ordenado) son oscuros.

El haber elegido como opción el acompañar y defender al pueblo humilde, al pueblo trabajador y marginado, es un reto y tiene sus implicaciones. Debido a ello, su voz se ha impregnado “de sombras y de raíces amargas”, “de mariposas de fiebre”. Por lo que su canto no ha de ser dulce y aséptico como el de aquellos poetas puros que cantan himnos inmaculados y célicos, sino que tendrá el sabor amargo que brota del dolor del pueblo oprimido, porque estará hecho de la misma sustancia. Es ese dolor que nace de las raíces, que viene de largos siglos, atravesando edades hasta el presente. Es el mismo dolor, pero ahora ampliado, que sufrieron los pobladores originales del terruño, los que fueron arrasados por la horda colonizadora; y el que padecieron los negros raptados de África para trasplantarlos a estos suelos extraños hasta convertirlos en bestias; y el que ahora llaga las espaldas de los hombres y mujeres que laboran en fábricas y talleres. Juntos son el dolor total, el dolor de siglos acumulados en la memoria de los días pasados y de los días presentes. El drama de un pueblo que de un modo sistemático y persistente ha sido golpeado y humillado.

En última instancia, el tema del poema es la recuperación de la memoria histórica y del papel que ese significativo acervo de vivencias jugará en la resistencia del pueblo explotado y marginado. Si el pasado no muere en la memoria de los hombres, los dolores y traumas del pasado y del presente construirán puentes de redención hacia el porvenir. Ello ayudará al pueblo a resistir y le insuflará fuerza de voluntad para impulsar las transformaciones de las distorsionadas estructuras sociopolíticas. Entonces, sólo entonces, el dolor se transmutará en dicha y la oscuridad en luz.

Por último, la lectura de “La vida manda que pueble estos caminos” tal vez actualice en el recuerdo de algún lector unas líneas de la canción “Adagio de mi país”, interpretada por Sonia Silvestre, cuyo contenido analizamos en un artículo anterior. “Dice mi padre que ya llegará / desde el fondo del tiempo otro tiempo…”. También Sonia supo poblar esos memoriosos caminos de sueños y utopías.

Romance de los nueve meses

Al inicio del artículo decíamos que este poema trata de la maternidad de una joven de quince años. Aunque el poema no es muy extenso he preferido dividirlo en tres partes o bloques, desiguales entre sí. Es una división absolutamente arbitraria, pues el texto aparece en los libros como un todo unitario. O, mejor dicho, separado en estrofas, pero no en partes. Esta división responde al interés de facilitar el comentario. Se trata de un texto que no presenta mayor complejidad, por lo que me limitaré a hacer un breve comentario de sus partes para cerrar con una opinión conclusiva.

La noche injerta en tus ojos

un resplandor de luceros.

 

¡Qué bien te ves adornada

por tu vientre en crecimiento

donde se agita un futuro

que fue en el pasado un beso!

 

Te das de tus quince abriles

todo al retoño primero,

¡nueve meses!, el camino

se alarga de pensamientos.

 

La luna recorta el luto

de tu nombre en el sendero.

 

Como han podido observar, el poema adquiere el formato de un diálogo, en el cual el yo o sujeto lírico (que podría ser el mismo poeta) se dirige a un tú (una adolescente), a la manera en que se reproduce un relato en segunda persona. Pero se trata de un falso diálogo, en vista de que el texto no registra una respuesta o reacción de la interlocutora. Todo queda, pues, en un monólogo dirigido a un receptor particular.

En este primer bloque, compuesto por doce versos, el poeta resalta el brillo ilusionado de los ojos de la muchacha por su estado de gestación. Precisamente, los dos primeros versos destacan el contraste que se produce entre el fondo oscuro de los ojos y el claro reflejo que produce la euforia. El poeta, o quien habla desde la interioridad del poema, se expresa en un tono alborozado, haciendo evidente que comparte la emoción por el nuevo ser que se gesta en el útero de la madre. Una creatura que él ve como la encarnación de un futuro, y que es el fruto de una relación que surgió de un cuasi inofensivo primer beso, aparentemente una relación informal y espontánea, que no implicaba responsabilidad alguna.

La joven tiene quince años, “quince abriles” dice el poeta, recurriendo a una sinécdoque actualmente rebajada por la monotonía del uso común. Demasiado joven para una responsabilidad de tal trascendencia. Todo un reto. Pero la madurez muchas veces se adelanta; la chica está consciente de la responsabilidad que le corresponde encarar, de manera que se entrega por completo a su rol de madre que lleva una vida en su vientre. Tendrá nueve meses para acomodarse a su nueva circunstancia y para ir pensando en lo que redundará la llegada de ese retoño.

Los dos últimos versos del bloque registran un extraño giro con respecto a los precedentes. Los diez primeros tienen como centro de interés a la muchacha y están cargados de una exultante alegría; en tanto que los dos finales introducen una extraña alusión a la luna y al luto: “La luna recorta el luto / de tu nombre en el sendero”. La luna, que con sus sombras y medias luces está asociada a tantas cosas, entre ellas, lo trágico (recordemos, a manera de ejemplo, el papel de ese astro en el teatro y la poesía de Lorca) pone aquí una nota de incertidumbre. Sobre todo por lo de “recorta el luto” y al asociársele con el nombre de la muchacha… Una interrogante queda flotando en el aire…

En un recodo del tiempo

te acecha el mes de febrero,

te llamarán primeriza

en cuarenta días de riesgo,

y tendrás todo el futuro

amamantando en tu pecho,

y tu sangre será blanca

cuando gotee en tu seno

y será tu brazo almohada

pintada en olor de cedro.

Este segundo bloque, compuesto por diez versos, retoma el espíritu celebrante del poema. Empleando el futuro del modo indicativo, el sujeto lírico le advierte a la chica algunos detalles que serán parte de su cotidianidad durante los meses subsiguientes, desde los días que siguen al embarazo en proceso hasta después del alumbramiento. Todo expresado en exaltado lenguaje poético, que no requiere de ninguna exégesis especial. Lo que sí llama la atención (en el aspecto formal) es el juego sinestésico del último verso: “pintada en olor de cedro”, en el que se combina lo olfativo con lo visual.

La noche injerta en tus ojos
un resplandor de luceros.
¡Qué bien te ves adornada
por tu vientre en crecimiento
donde se agita un futuro
que fue en el pasado un beso!
Te das de tus quince abriles
todo al retoño primero,
¡nueve meses!, el camino
se alarga de pensamientos.
La luna recorta el luto
de tu nombre en el sendero.

Este último bloque, compuesto por una estrofa de catorce versos y otra de dos, recrea en su última escena las horas previas al alumbramiento, en una noche de lento transcurrir. Allí está, presidiendo el acontecimiento, la comadrona, cuyo nombre (Doña Luz) se asocia connotativamente con el proceso culminante del parto, que llamamos “dar a luz”. Moviéndose en el terreno de la suposición, el sujeto poético recoge lo que parece ser el vaticinio de la partera (o tal vez de él mismo), de que nacerá un niño grande (“hombretón de diez libras”) y feo. No sabemos a qué se debe esto último. La fealdad no aparece ni siquiera sugerida cuando se habla de la muchacha. Y como quien esto escribe ni los otros lectores del poema conocen las facciones del padre, puesto que al coautor del embarazo ni se le menciona, no podemos más que sospechar lo poco agraciada que sería su apostura física.

En la proyección mental hacia el futuro que hace el sujeto poético aparece una acción del hijo, ya convertido en hombre, que deja al lector perplejo. Si bien él da muestras de cariño a su progenitora, de paso, deja escapar un duro reproche hacia ella por haberlo engendrado y parido, lo que califica como un “gran crimen”. Entonces la ternura del te quiero se diluye en la dureza de la reprimenda. Y aquí el lector probablemente se preguntará cuál es el origen del conflicto que hace que el hijo juzgue tan duramente la decisión de habérsele concebido y parido. ¿Tendrá que ver con el padre, probablemente ausente y desconocido? Sin embargo, la madre, siempre de acuerdo a las proyecciones del sujeto poético, nunca dejará de estar ahí para mimarlo y apoyarlo, pues la presencia de ese hijo es lo que ha llenado su vida de sentido.

Él, por su parte, hará lo que a todo hijo agradecido le corresponde hacer: “y todo el dolor del mundo / lo lavará en tu consuelo”. ¿Consuelo? Esta palabra, que proviene del verbo “consolar” (“aliviar la pena o aflicción de alguien”, según el diccionario de la RAE), remite a una condición especial de parte de quien recibe tal muestra de apoyo afectivo. Sólo quienes están pasando por un mal momento requieren de un consuelo. Esto refuerza la idea de que la muchacha concibió, parió y crio a un hijo bajo la desfavorable condición de madre soltera, lo cual habría representado para ella una enorme carga emocional y física. Pensemos en la censura moral que un hecho de esa naturaleza desencadena en el entorno familiar y en el medio social inmediato. Pensemos también en el peso económico que supone criar a un hijo sin contar con el oportuno apoyo del padre. En consecuencia, lo mejor que puede hacer el hijo al crecer es lavar “todo el dolor del mundo” para llevar consuelo a su abnegada madre, cuya vida se habría desenvuelto en medio de incertidumbres y adversidades. Y aquí podemos conectar aquellos dos versos del primer bloque que hablan de la luna y del luto. Parece que la oscura insinuación premonitoria se cumplió.

Algo más agregaré al comentario de este último bloque: Sorprende el muy acertado juego que hace el poeta entre vida y literatura cuando al referirse a la muchacha expresa: “Medido en catorce abriles / será tu mejor soneto”. Es una excelente relación entre los catorce versos que integran un soneto y los catorce años que tenía la adolescente cuando quedó embarazada. De igual manera, son llamativos los dos últimos versos que cierran el poema en el que nuestro bardo destaca el efecto que produce en la noche el canto de jilguero. Convirtiendo el sustantivo “mandolina” en un verbo (mandolinear) el poeta asocia ambos sonidos musicales de disímil procedencia, ya que el canto del jilguero es completamente natural, mientras el sonido de la mandolina es un instrumento musical cuyo sonido es mediado por la intervención humana. La poesía de Pedro Mir impresiona por el colorido de sus imágenes y la novedad de sus símbolos.

Finalmente, el “Romance de los nueve meses” es un hermoso poema que resalta la maternidad, un valor fundamental en toda sociedad, pero contiene otras implicaciones de orden moral que no podríamos tratar aquí de manera extensa, porque se salen del propósito de este trabajo. Solo diré que menos poético es el hecho de que una niña salga embarazada a tan temprana edad, cuando debía estar pensando en otras cosas más afines a sus años.

Actualmente cuando una niña de catorce años sale embarazada se considera que fue víctima de una violación, pues se entiende que una menor de edad no está en condiciones legales ni posee suficiente madurez para consensuar un encuentro sexual ni formalizar una relación de pareja. Así que mientras iba leyendo el poema me preguntaba qué tan hermoso y poético puede ser para una adolescente después de un breve encuentro sexual pasar por ese proceso que implica parir un hijo sola y en tal condición criarlo y ocuparse por entero de él. Pero no es justo leer el poema sin contextualizarlo adecuadamente. Debemos recordar que en los años en que se escribió el poema (década del treinta del siglo pasado), las jóvenes se casaban o consensuaban relaciones de pareja a muy temprana edad, debido a las escasas oportunidades de superación que tenían las mujeres. Sin embargo, es un problema que no ha perdido vigencia a pesar de recientes legislaciones para impedirlas.

Según un estudio divulgado por la UNICEF – RD en 2017 el 29 % de las jóvenes dominicanas fueron madres antes de cumplir los 18 años. He aquí uno de los mayores males de nuestro tiempo, algo que impacta desfavorablemente en nuestros estándares de desarrollo humano. El estado dominicano tiene ahí un gran reto en el presente y en el futuro próximo.

Mientras tanto, celebremos esta buena poesía, la que nace comprometida con la vida presente y futura; la que brota de los cauces subterráneos del pueblo; la de nuestro Poeta Nacional, Pedro Mir.

Continuará…

Bibliografía 

Machado, Antonio (1998). Soledades. Galerías. Otros poemas. Madrid: Ediciones Cátedra.

Mir, Pedro (s/f). Hay un país en el mundo y otros poemas. Nueva York: Ediciones Calíope