Eleuterio Brito nació en Luperón, Puerto Plata, casi con el siglo (1906). Más conocido como Eduardo, su prodigiosa voz lo colocó en lugares del planeta donde solo muchos años después pudieron llegar artistas nacionales. Muere unos días antes de cumplir 40 años en el manicomio de Nigua. Cuentan los testigos que aún en sus peores momentos (Sífilis Terciaria) salía de ellos cantando. Cantaba cuando murió.
El Brito más conocido y destacado por sus biógrafos es el Lírico. Aunque hay innúmeras grabaciones en su voz de sones dominicanos, poca gente los conoce. Pero Brito fue, concomitantemente con su calidad de intérprete de Zarzuelas y de Operas, un tremendo sonero. Él y su esposa, Rosa Bobadilla, conformaron un dúo que visitó muchos países interpretando sones dominicanos y de otras partes. De hecho, en las fotos de la época se les ve con indumentaria de soneros, rumberos.
¿A qué se debe que se haya ocultado la esencia popular del cantante Brito? Pienso que por dos razones fundamentales. La primera tiene que ver con la visión hispanista (por suerte ya casi en desuso pero que aún perdura en la enseñanza de la música) de nuestra élite. No le iban a dar el título de Cantante Nacional, ni le pondrían el nombre del principal teatro del país a un sonero, merenguero, bolerista. Se destaca el aspecto de “música seria” (Zarzuela, Opera) de su biografía. Cuando surge la fama de Brito (30, 40) era harto común que los intérpretes de cualquier género, cantaran temas que los acercara a la “madre patria” porque el prejuicio era muy extendido. Son los años en que Eleuterio se une a la compañía del Cubano Eliseo Grenet (1934) y hace su famosa gira europea. Sin embargo ¿Qué pasa entre 1929 y el 34? ¿De qué vivía, dónde tocaba? ¿Qué pasa después del 37 cuando sale huyendo de España al inicio de la guerra civil? Por suerte, todo eso está suficientemente documentado en grabaciones, recortes de periódicos y hasta una fílmica de reciente aparición. La única conocida de Brito sobre un escenario.
En 1929, Brito llega a New York, con el Grupo Dominicano (que incluía a su esposa Rosa, con quien se había casado un año atrás), a grabar para la RCA-Víctor sones, merengues, boleros dominicanos, compuestos por su mentor Julio Alberto Hernández, quien no pudo hacer el viaje, Piro Valerio, Bienvenido Troncoso, entre otros. Dentro de ellos el que con los años se haría el son dominicano más famoso: La Mulatona, de don Piro Valerio. Brito tocaba el Mongó, instrumento de percusión dominicano de un solo parche, que fue el primero que se utilizó tanto en el merengue como en el son y que igualmente permitía acompañar el bolero. Algunos de los que escribieron sobre él lo sitúan como tocando tambora, lo que no es cierto.
Entre ese año y hasta que lo encuentra Grenet en Nueva York, lo que tocaba y cantaba Brito y su esposa en los distinto bares y lugares de esparcimientos del la Gran Urbe (incluyendo el aún afamado Waldorf Astoria), eran sones, merengues, boleros y otros temas latinoamericanos. Maravillando a la muy granada audiencia. La prodigiosa voz de Eduardo Brito, le permitía manejarse sin problemas en lo popular y en lo “serio”. Eso de considerar seria una música y no otra, era también un claro prejuicio de la época, que solo en Santo Domingo se mantiene aún vigente.
Brito vuelve a Santo Domingo, huyéndole a la guerra española, en 1937. Medio año después se lanza, siempre con su esposa, a una gira que lo devuelve a territorios caribeños ya visitados (cuba, haiti, puerto rico) en donde, una vez más, canta en bares populares y en teatros destacados, música popular y música lírica. Y es en uno de esos viajes donde se le encuentra la enfermedad que termina con su vida. Los químicos utilizados para intentar curarla, le afectan la voz.
El segundo prejuicio aplicado a Brito para no reconocer su condición de sonero es más triste y profundo puesto que quienes lo enarbolan están en posición de perpetuarlo. Tiene que ver con la ridícula actitud de no reconocer un son de factura nacional de lo cual el gran Brito es prueba candente. En muchas ocasiones anteriores he escrito destacando la existencia del son dominicano y, posiblemente sobreabunde si lo escribo aquí de nuevo. Vayan solo algunos enunciados:
Brito no fue el primero en grabar son dominicano, lo fue Antonio Mesa, el Jilguero de Quisqueya, cuya vida y obra solo queda en el recuerdo de algunos. Veleidades de la vida, con quien compartió fama y escenarios Mesa, Rafael Hernández y Rafael Ithier, son considerados iconos en su país y en el resto de América. Pero Antonio no, ni siquiera en su propia tierra. Sin embargo, lo que aquí me interesa destacar es que esas grabaciones de Mesa con el Trío Quisqueya (o Borinquen, dependiendo dónde estuvieran), son de la década del los 20 (También las de Brito). La misma década en que se empieza a grabar sones en Cuba y Puerto Rico, mentís absoluto de que solo en Cuba había son.
En realidad, existe un son dominicano que ha brillado en todas las épocas de la música popular de éste país. Desde sus inicios. Y, exceptuando los años de Mesa con los puertorriqueños, los grupos de son de Santo Domingo han contado siempre y exclusivamente con intérpretes, compositores, cantantes del terruño. Muy al contrario, le hemos prestado nuestros talentos y composiciones a mucha otra gente del son: Eduardo Brito (con Eliseo Grenet y otros), Antonio Mesa (con el Trío Borinquen) Alberto Beltrán (con La Sonora Matancera) Joseíto Mateo (con El Gran Combo) son sólo algunos ejemplo de lo enunciado. Valga destacar que en cada uno de estos casos, estos cantantes nunca han dejado olvidados a los compositores de son dominicanos, cuyos temas siempre llevaron en la mochila.
Podría llenar muchas páginas con pruebas discográficas que justifican este mentís (lo haré alguna vez) pero corro el peligro de que se interprete como que quiero denigrar a los cubanos. Nada más lejano a mis intenciones, todos admiramos de Cuba su musicalidad y su defensa de lo propio. Cosa que debemos aprender y es lo que trato de hacer con este articulo. Admirar a otros no se logra si no desde el respeto y valoración de lo propio.