SANTO DOMINGO, República Dominicana.- ¿Quién conoció a Alastair Reid personalmente? El intelectual e historiador Bernardo Vega. Y está decidido a hablar de esa relación. Aquí está la historia.
A raíz del artículo publicado el pasado martes 15 de octubre sobre la vida de Alastair Reid, quien fuera traductor de Borges y Neruda y que vivió 20 años en la Península de Samaná, la Embajada Británica en República Dominicana preguntó por Twitter si alguien lo había conocido personalmente (https://twitter.com/ukindomrep/status/522791411591434240)
Nada más ni nada menos que el el presidente de la Academia Dominicana de la Historia, Bernardo Vega, lo conoció personalmente y compartió sus recuerdos y anécdotas en la entrevista que nos concedió esta semana.
Fue a través de la diseñadora Patricia Reid Baquero que se conocieron a principios de 1990 (El padre de la diseñadora y don Alastair provienen ambos de Escocia). Después de ese primer encuentro en Santo Domingo, Bernardo fue a visitar a don Alastair a su casa en Samaná, que quedaba después de Los Cacaos.
Le gustaban los tragos y “era mujeriego”. Recuerda que le quitó la novia a su mentor, el poeta Robert Graves (quien en la década de 1940 tradujo al inglés la novela “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván). Los tragos y las mujeres eran su debilidad
Uno subía a pie una lomita y había una casita muy humilde, llena de libros donde don Alastair pasaba largas temporadas. Tenía el mar en frente y ninguna casita al lado. A veces venia gente a visitarlo pero no sabían cómo llegar! La correspondencia don Alastair debía ir a buscarla a Samaná.
En la propiedad no había electricidad ni agua. Bernardo Vega lo describe como muy primitivo, sin embargo fue en esa casa donde por primera vez vio una computadora que funcionaba con energía solar. Cuando había nubes, la computadora se volvía lenta. Cuando llovía, ni funcionaba.
Recuerda lo agradable que era hablar con don Alastair, las historias que contaba, los viajes que había hecho. Hablaba mucho de su época en Mallorca, en España y de su vida en Nueva York. Una persona con mucho sentido del humor, con una cultura extraordinaria y muy austera en su modo de vivir, sin ningún tipo de pretensiones.
Bernardo lo llevó a las tertulias del poeta Manuel Rueda de los viernes por la tarde en su casa. Manuel Rueda le recitó su famoso poema de Cristóforo Colombo (“A la luz de las Crónicas”), “un poema muy bello”. En esos tiempos justamente a don Alastair le interesaba ese tema dado que estaba escribiendo su artículo para el New Yorker “Esperando a Colón” (1992).
A veces se lo encontraba en la Zona Colonial, ya que don Alastair frecuentaba los bares de la zona. Cuenta que una vez venían en carro Bernardo con el escritor Mario Vargas Llosa. Y frente al patiecito del Convento de los Dominicos, Vargas Llosa vio a la distancia a don Alastair y dijo, preocupado: “cómo estará con los tragos: los tragos lo acaban!”. Fue para la época en la que entraba en circulación el libro “La Fiesta del Chivo”.
Le gustaban los tragos y “era mujeriego”. Recuerda que le quitó la novia a su mentor, el poeta Robert Graves (quien en la década de 1940 tradujo al inglés la novela “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván). Los tragos y las mujeres eran su debilidad, aunque Bernardo no recuerda ninguna mujer dominicana. Don Alastair “estaba muy viejo ya”.
Alastair consultó mucho a Bernardo para los dos artículos que escribió para el New Yorker sobre República Dominicana, “Esperando a Colon” (1992) y “Entierro de Urnas” (1994 – sobre las elecciones fraudulentas con repercusión política en Estados Unidos: la gente iba a votar y no estaban en la lista. Los que faltaban eran del PRD).
En el New Yorker chequean al máximo la veracidad de lo que ellos publican, así que don Alastair llamaba a Bernardo para confirmar hasta la cantidad de cocoteros en la península de Samaná. “Mire, yo cobro por esto” le dijo Bernardo. “No podemos pagarle” le contestó don Alastair. “Bueno –replicó Bernardo- me pagará entonces con un ejemplar del New Yorker”. Y obviamente, cuando salió impresa la revista con el artículo, se la envió “pagándole” así sus servicios.
A la esposa de Bernardo, Soledad Álvarez, que es escritora, le preguntaba muchas cosas sobre literatura. A Bernardo le preguntaba más sobre el país, sobre los aspectos políticos. Habían conversado mucho para ambos artículos.
Rememora Bernardo que durante un tiempo realizó varios trabajos de investigación en la Biblioteca Pública de Nueva York que queda en las calles 42 y 5ta y, casualmente las oficinas del New Yorker quedaban “cruzando la calle”, por lo que muchas veces se reunían a almorzar. Recuerda con simpatía la austeridad de don Alastair, que siempre iban a almorzar a unos restaurantes “muy baratos”. Recuerda también “su oficinita en el New Yorker” en una esquina, muy interesante. Don Alastair era desde luego, una de las almas de esa revista. Y de pronto, a Bernardo se le viene a la mente un divertido artículo que escribió don Alastair de cómo él cuidaba apartamentos en Nueva York: cuando un amigo se iba de viaje, él se mudaba a su apartamento y así se lo cuidaba.
Evoca con tristeza los tiempos finales de Alastair Reid en Samaná y de cómo término todo. Los campesinos le destruyeron la casa y le sacaron todos los libros. Decían que esa tierra era de ellos. Probablemente la propiedad la había adquirido sin título. Don Alastair le pidió por favor a Bernardo que tratara de conseguirle sus libros. Bernardo habló con los campesinos, les decía que les compraba los libros. Pero nunca aparecieron. Tal vez porque pensaban que si los devolvían los denunciarían. Pero Bernardo les dijo que solo quería los libros, que se los llevaran al cura más cercano, que el cura lo llamaría. Pero jamás aparecieron. Fue terrible, recuerda el antropólogo, economista y diplomático. Se fue con una memoria muy amarga de República Dominicana. Y después de eso don Alastair se desinteresó del país.
De la misma manera, cuenta Bernardo, el famoso pintor puertorriqueño Rafael Ferrer lamentablemente tuvo que irse del país porque él tenía una escopeta y se la querían robar y “era un lio”. Así que decidió irse del país y no volvió. Un pintor donde sus mejores años y el grueso de su trabajo pictórico fue generado durante el periodo que vivió en Samaná. Andaba con una cámara y tomaba fotos a los campesinos y sobre eso trabajaba. Vivía en una casita en una loma en La Barbacoa. Sus cuadros están en el MOMA y también fueron exhibidos en el Museo Guggenheim y recientemente en el Museo del Barrio.
Tanto Alastair Reid, como Rafael Ferrer y Hoyt Rogers (un traductor americano que también conoció personalmente a don Alastair) fueron intelectuales y artistas que vivieron en Samaná. A ellos se les suma el famoso pintor Theodore Chasseriau (1819-1856) quien nació en El Limón, Samaná.
Evoca con tristeza los tiempos finales de Alastair Reid en Samaná y de cómo término todo. Los campesinos le destruyeron la casa y le sacaron todos los libros
Ahora mismo, nos cuenta Bernardo que está tratando de hacer un pequeño museo allí donde el padre de este último pintor tenía una plantación de cacao. Don Bernardo trajo de Paris libros con cuadros de él. El Ministerio de Turismo ha hecho un puentecito sobre el rio, que facilita el acceso. Y el Centro Leon trajo cuadros del pintor. Se los pidieron al Museo del Louvre y así fue como los consiguieron. El Director del Louvre vino al país y Bernardo lo agasajó con una fiesta en su casa. Después lo llevó a ver el sitio donde nació el pintor y la plantación de cacao donde estará el museo.
Finalmente Bernardo se despide de esta exquisita entrevista un poco con la tristeza del recuerdo de los que ya no están.