“Intimidades en la era global. Memorias de Bernardo Vega de Boyrie. Tomo I. Los años formativos”, es un libro autobiográfico del historiador y economista, hasta hace unos días presidente de la Academia Dominicana de la Historia, en que Bernardo Vega se muestra a sí mismo frágil, desprotegido, casi perseguido por el trujillismo, y siempre aspirando a obtener un empleo en el Banco Central o en la Corporación Dominicana de Fomento.

El autor prometió entre cinco y seis tomos para contar sus memorias de intelectual, antropólogo, historiador, economista, diplomático, director de medios de comunicación, encuestador, compilador, novelista (escribió una novela titulada Domini Canes -Los perros del señor-), que no cuenta entre sus muchos libros, que incluyen 34 sobre historia dominicana, siete de los cuales ganaron premios nacionales.

Bernardo, en la actualidad

Frank Moya Pons y Manuel García Arévalo fueron los comentaristas de las intimidades de Bernardo Vega cuando el libro se puso a circular en la Quinta Dominica. A casa llena, a la puesta en circulación acudieron familiares y amigos, compañeros de estudios, diplomáticos e intelectuales, con los cuales a través de los años Vega ha establecido relaciones.

La necesidad de contar la historia no llegó por los años (76) del autor, sino por un inoportuno infarto que le obliga a llevar cuatro catéteres y un marcapasos. “Si se me concedió seguir vivo -dice Bernardo- fue para apreciar la vida, pero también se me concedió una urgencia de no dejar pendiente nada”.

Por eso comenzó a escribir sus memorias. Como Bernardo es historiador lleva la tentación de contar su historia, que es autobiografía, como parte de lo que ha vivido. Es un riesgo y se debate al contar lo que le ha tocado vivir como una historia, de las tantas que ha contado, o como su biografía. El mismo Bernardo lo reconoce: “Como historiador, uno debe decir la verdad, pero, como participante en sucesos históricos, se corre el riesgo de no ser objetivo”.

El libro cuenta la historia, brevemente, de su familia. Procedencia, formación, responsabilidades políticas o profesionales, en particular de su padre Julio Vega Batlle, nacido en Santiago en 1899, y con ascendencia cubana, vinculada con la lucha por la independencia de la mayor de las antillas. Su madre, María Teresa de Boyrie Moya, tiene poca presencia en el libro, por las escasas actividades que de ella se recogen, pero frecuentemente es nombrada, con pesar, porque pronto perdió la razón y participa de las actividades de la vida de sus tres hijos sin conocimiento de lo que ocurre. Bernardo logra reflejar con bastante claridad el dolor y la pena familiar por la ausencia de su madre en los acontecimientos que forjarán su vida. María Teresa se educó en Francia, dominaba el francés y conocía la literatura francesa, además de ser una de las sobrinas favoritas del presidente Horacio Vásquez. La enfermedad que le afectó es hoy conocida como esclerosis lateral amotriófica o enfermedad de Lou Gehrig.

Portada del libro

Muy rápidamente Bernardo Vega aclara un dato ofrecido por Joaquín Balaguer en sus memorias, y que se ha convertido casi en una verdad histórica, en el sentido que Balaguer le guardó rencor toda la vida, y como señala Orlando Inoa en una de las notas del libro Una satrapía en el Caribe, al morir don Julio Vega Batlle en 1973, Balaguer le envió un ramo de flores con una nota enigmática.

Dice Bernardo que en su trato personal con Joaquín Balaguer, siendo él presidente de la República, “no percibí ninguna hostilidad de su parte por ese incidente que tanto le impactó”. Lo que cuenta Balaguer es que Julio Vega Batlle fue a recogerlo en un carro público a la casa que tenía la familia de Balaguer en Santiago, y que Agustín Acevedo, que acompañaba a Julio, en la vivienda pidió un vaso de agua a la madre de Balaguer, pero antes de bebelror Julio le susurró algo al oído y Acevedo reaccionó impulsivamente, vertiendo el contenido del vaso sobre la acera. Balaguer comentó en sus memorias lo siguiente: “El dolor que me provocó ese desaire fue tan grande que nunca lo he olvidado. Tal vez ahí naciera mi amor por la soledad y mi escepticismo sobre la condición humana”. Bernardo entiende que quien sí olvidó ese acontecimiento fue su padre, pues nunca mencionó el incidente a sus hijos. Las hermanas que sobrevivieron a Balaguer le dijeron a Bernardo Vega que desconocían sobre ese hecho.

Bernardo aprovecha este primer tomo para contar sus recuerdos de niño, entre 1939 y 1944, siendo su padre funcionario en Washington. Luego describe su retorno a Ciudad Trujillo y la vida que le tocó siendo adolescente en una ciudad que festejaba el primer centenario de la independencia, en 1944. Estudio en el Instituto Escuela y luego en el Colegio de La Salle, cuando estaba ubicado donde hoy está Casa de Teatro en la Ciudad Colonial. Fue el momento en que dice que su padre tuvo real fuerza política en la dictadura, porque fue subsecretario de Relaciones Exteriores y de la Presidencia, luego secretario de Estado de la Presidencia, rector de la Universidad de Santo Domingo y Secretario de Estado de Previsión Social.

Además de los recuerdos sobre aspectos de la cultura, de la formación escolar y de los políticos, Bernardo aprovecha para contar las cosas que de joven le llamaban la atención. Las visitas de Domingo Moreno JImenes a su casa, a quien nunca entendía cuando hablaba, la obligación de conservar el silencio cerca de la casa de Joaquín Balaguer en la César Nicolás Penson, el sonido de la caja de dientes de Monseñor Ricardo Pittini “cuando nos daba el sermón dominical”, y la prédica de su propio padre cuando Bernardo le dijo que no le gustaban las remolachas: “¡El hombre tiene que comer de todo, hasta hierro, de ser necesario!”. Ha seguido esa orientación y como hasta las cosas más exóticas, incluyendo el alcohol.

El libro está lleno de sorpresas. Los capítulos se suceden con una lectura fácil, graciosa, sugerente y con humor. Es también una forma de conocer las costumbres de los jóvenes de los años 50 y cómo llevaban la política, la relación con los padres y madres y también la presencia apabullante de la figura del dictador, su partido y sus acólitos.

Bernardo tuvo como compañero de pupitre, en el Colegio de La Salle, nada menos que a Rafael -Pipe- Faxas, joven pintor, discípulo del gran pintor José Vela Zanetti, pero que solo hablaba bien de Jaime Colson, porque el primero pintaba murales trujillistas y el segundo no. Pepín Corripio fue el primer editor de la revista Mi Estrella, pero Bernardo fue el segundo editor. Allí publicó Bernardo su primer y único articulo trujillista. Fue el primer artículo de su vida. “Comencé mal, pero creo que los doscientos o más subsiguientes tienen mejor enfoque”, dice el historiador.

Sobre sus estudios de economía, en el exterior, que algunos le han acusado de haber recibido una beca de Trujilllo para irse a estudiar a una universidad en el exterior, Bernardo aclara que su padre tuvo que vender una finquita que desde muy joven tenía en la junta de los dos caminos en las afueras de Santiago, para con ese dinero enviarlo a él a estudiar. “Esa fue mi beca”, dice Bernardo sin hacer referencia a las acusaciones que le ha hecho en particular Víctor Grimaldi, embajador dominicano en el Vaticano.

Revela que su padre envió una carta a Trujillo solicitando una beca, pero esa solicitud nunca fue contestada. Dice que fue él mismo a ver a Jesús María Troncoso, quien había sodo gobernador del Banco Central y sabía de economía aunque no la había estudiado en ninguna academia. La respuesta de Troncoso fue que había enviado a dos personas becadas por el Banco Central y ninguna había regresado al país, y que además en el extranjero hablaban mal de Trujillo. Y su padre decidió vender la finquita, dinero con el que pudo ir a estudiar a la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia, en el Wharton School of Finance, que gozaba de un gran prestigio.

Es en Estados Unidos donde “se caen las escamas de mis ojos” sobre la dictadura de Trujillo. Entre 1956 y 1959 estuvo en Filadelfia, y acudía a las tertulias y actividades con activistas como Norman Thomas, o los programas de Ed Murrow en la televisión de Estados Unidos. En un verano que trabajó en el Chase Manhattan Bank en Nueva York, siendo muy jovencito, recuerda que perdió su virginidad, con una chica muy bella y culta.

A partir de la página 99 el libro comienza a contar los últimos años de la dictadura de Trujillo, con un diario que llevaba Bernardo Vega, desde su regreso al país luego de finalizados sus estudios universitarios. El diario es un recuento exhaustivo sobre la política y los acontecimientos sociales del final de la dictadura. Contados desde su intimidad.

Ese diario transcurre hasta la página 210 del libro. Con estos relatos, y con los llamados Fast Forward para contextualizar datos, las memorias pierden agilidad y atractivo. La fuerza y gracia del relato se pierde, y se retorna a una de las tantas versiones sobre el final de la dictadura de Trujillo. Fue un diario íntimo de Bernardo, salpicado con informaciones sobre su familia, sus relaciones con Cynthia Guerra Pellerano, quien se convertiría en su esposa, el apresamiento de Wenceslao, su hermano mayor, por actividades antitrujillistas, y su trabajo en la Alcoa.

La vitalidad y fuerza del relato se recupera en el relato sobre los primeros trabajos de Bernardo en el Consejo de Estado, y los acontecimientos que lo llevan, poco a poco, a convertirse en una figura importante de la economía dominicana.

Esta última parte, más que un relato personal y un punto de vista vivencial en las memorias de Bernardo, se trata del trabajo de un historiador, del intelectual que tiene más de 30 libros sobre historia que se han convertido en referencia casi obligada para quienes desean conocer nuestra historia.

Invitamos a la lectura de este libro.