Santo Domingo, República Dominicana.-Avelino Stanley nació en La Romana, en un lugar donde el silbido del tren cañero competía con el canto de los gallos. Hijo de un cocolo –inmigrante de las islas Saint Kitts and Nevis– y una dominicana de Higüey, Avelino entrenó la mirada en los amaneceres que peleaban un lugar con el color de los cañaverales.

Años después se hizo escritor, y en 1997 obtuvo el Premio Nacional de Novela por Tiempo muerto, un libro donde cuenta la historia de un hombre que una vez, hace muchos años, sin pedir permiso a nadie, se hizo a la mar y se instaló en las llanuras del Este de República Dominicana, y luego se perdió en la bruma del tiempo: su padre.

Avelino creció en el ingenio Consuelo, provincia San Pedro de Macorís. Cuando el sol salía al otro lado de los rieles del tren cañero, los muchachos del lugar jugaban a alcanzarlo, y aunque nunca lo lograban, las manos se les quedaban llenas de luz.

En Consuelo ya se pararon las maquinas del central y las flores se quedaron sin futuro; ya las viejas chimeneas y la música de la molienda son nostalgias del pasado. Y ahora, en el polvo de sus calles y en olvidados libros de historia, está contada la tristeza de los tiempos.

Lo que quedó de aquellos días fue un bagazo: unos hombres vencidos y olvidados, lastimados por el tiempo y despedazados por la maquinaria de la injusticia, con la vida a la deriva y ríos de penas corriendo en sus miradas: los cañeros. Y por ellos aboga hoy Avelino Stanley, oriundo de los cañaverales, cronista de los amaneceres del Este y Premio Nacional de Novela.

“Puede ser que no actúe la justicia que hoy impera; puede ser que la justicia divina se quede al margen, pero ese crimen de lesa humanidad que se está cometiendo contra los cañeros será juzgado por el más implacable de los juicios en el tribunal de la historia”.

Veinte libros después del inicio de su carrera, este contador de historias llamado Avelino Stanley, que tiene entre ceja y ceja las tardes amarillas de su región, presenta un nuevo libro: El caso número cien, una novela sobre los feminicidios, en un intento de apoyar la lucha contra esa problemática, ya convertidos en una epidemia.

“El tema de El caso número cien me estaba ardiendo en el deseo, en la necesidad, en la urgencia; la historia contada en esa novela germinó dentro de mí, se fue desarrollando en mi imaginación y luego comenzó a apremiarme, como apremia en la sociedad la urgencia para que se apliquen políticas públicas que enfrenten el mal de los feminicidios, de la violencia contra las mujeres y la violencia de género”.

Para Ylonka Nacidit Perdomo, poeta que escribe con tormentas en las manos, el nuevo libro de Stanley es una crónica novelada de una triste realidad. “Avelino nos acerca, a través de sus crónicas noveladas, a que como comunidad tengamos una comprensión más diáfana de por qué ocurren los feminicidios. Partiendo del relato de tres personajes (Carmen, José y Lala) nos advierte del desamparo emocional en el cual quedan los huérfanos; nos conduce a entender por qué esos vampiros de sangre (feminicidas) causan esas pérdidas, ese tipo de exterminio, esas separaciones físicas y espirituales de los hijos con sus madres”.

Nacidit Perdomo define a Stanley como un intelectual “comprometido y combativo” que en sus libros siempre da avisos y sobreavisos de situaciones humanas.

Vianco Martínez
Vianco Martínez

¿Qué número es este libro, El caso número cien, en la lista de sus libros publicados, y qué número es en la lista de sus novelas?

Es mi libro número 20, incluidos en esa lista novelas, cuentos, un ensayo sobre la novela dominicana y dos obras biográficas para los más pequeños. Escribo también literatura infantil y juvenil. En total tengo diez novelas publicadas, cuatro de ellas son para el público infantil juvenil. En el estricto orden cronológico El caso número cien es la novela número nueve. La número diez, que sale en julio, es  El triunfo de los cuatro ases.

Está escribiendo una novela relacionada con la problemática domínico-haitiana, un tema frente al cual tiene una posición muy definida. ¿Qué le hizo hacer un alto en el camino de esa historia y escribir El caso número cien?

En esa novela, el tema domínico-haitiano es complejo, muy complejo, como complejas han sido las relaciones entre ambos lados de la isla desde antes que su territorio fuera dividido por una frontera, mucho antes de la existencia de las dos naciones actuales.

Yo me he propuesto un trabajo muy ambicioso, tanto en las historias que se cuentan como en las técnicas empleadas. Esos aspectos me han obligado a que avance con lentitud. Pero ya no le falta mucho para concluir.

Por otro lado, el tema tratado en El caso número cien me estaba ardiendo en el deseo, en la necesidad, en la urgencia; la historia contada en esa novela germinó dentro de mí, se fue desarrollando en mi imaginación y luego comenzó a apremiarme, como apremia en la sociedad la urgencia para que se apliquen políticas públicas que enfrenten el mal de los feminicidios, de la violencia contra las mujeres y la violencia de género. No es la primera vez que detengo un trabajo narrativo para hacer otro.

En una de las motivaciones que dio para escribir El caso número cien usted escribió que la obra busca "ayudar" a la creación de conciencia sobre la creciente problemática de los feminicidios. ¿Usted cree que el novelista de hoy debe tener obligaciones sociales?

Hoy más que nunca es necesaria la obligación social de los novelistas, de los cuentistas, de los poetas, de los dramaturgos, de los creadores en general, de todo el que hace arte desde la literatura.

La obligación social es más necesaria porque los gobernantes y los políticos han roto todos los límites el descaro. Y los literatos, así como los integrantes de otros sectores del arte, están llamados a jugar un papel de orientación en la sociedad ante esos niveles tan altos de descaro.

Avelino Stanley
Avelino Stanley

Hoy, cuando el mundo parece un barco a punto de naufragar, qué debe hacer la literatura.

La literatura debe mantener su norte, que es contar historias lo más bellamente posible. Pero esas historias, hoy más que nunca antes, han de estar cargadas de denuncia social, de ironía hacia tantos políticos sin formación que solo saben aplicar ingenio para la corrupción.

La literatura de hoy tiene que llamar hacia el humanismo, que ha sido extirpado de la sociedad, debe llevar la orientación a la conciencia colectiva, esa conciencia que muy adrede está ausente en el sistema formal de educación. La literatura tiene que seguir siendo el faro de luz que siempre ha sido para los pueblos.

Hay una crisis en la República Dominicana que solo niegan los que mandan. ¿Cree usted que los intelectuales y escritores dominicanos están cumpliendo ese papel de “Faro de Luz” que usted cree que deben tener?

El revés social que vive la República Dominicana en los actuales momentos no tiene parangón en la historia local. La conjunción de fenómenos sociales de hoy está superando gran cantidad de hechos del pasado.

Barómetro de las Américas ha situado a la República Dominicana como el segundo país de la región con mayor violencia contra las mujeres, incluyendo los feminicidios.

En materia de medio ambiente, nunca antes el territorio del país había estado tan a la disposición en bandeja de plata para que las mineras irresponsables destruyan sus recursos naturales. Con la anuencia del oficialismo han resurgido nuevas formas de racismo que incluso le han merecido la condena internacional al país. La deuda externa dominicana compuesta por préstamos tomados alegremente es ya una espada de Damocles que pende sobre el futuro inmediato de la patria. La impunidad es un manto que nos tiene arropados a todos.

Esos despropósitos gubernamentales están incubando otros males, como son el reavivamiento de ímpetus de la tiranía trujillista o del régimen balaguerista de fuerza. Teun A. van Dijk, en su obra Discurso y poder, contribuciones a los estudios críticos del discurso (Gedisa, 2009), ha demostrado cómo los políticos mienten haciéndonos creer que existen virtudes donde ellos solo han creado despropósitos. Se entiende que con esos discursos engañen a los ignorantes, pero a un intelectual no.

Una gran cantidad de los intelectuales y escritores dominicanos no juegan el papel de ser “Faro de Luz” de la sociedad porque están asimilados al poder, un poder que ni siquiera los valora, a un poder que a ellos mismos los avasalla. Son intelectuales y escritores que ni siquiera reflejan conciencia de ese papel de orientadores de su entorno que les corresponde. Son intelectuales y escritores que, de seguro, “la historia no los absolverá”. Allá ellos.

Avelino Stanley
Avelino Stanley

Pero usted fue viceministro de Cultura, por tanto usted también estuvo asimilado al poder

Ya lo ha dicho usted. Estuve asimilado. En pasado. Pero cuatro años y seis meses fueron suficientes para darme cuenta de la falta de voluntad imperante para enfrentar las situaciones reales que requiere el país.

Me encontré con el hecho de que costaba más esfuerzo lograr las condiciones para hacer el trabajo pendiente que el mismo trabajo en sí. Veía como se echaba al olvido todo lo vinculado a la ideología y a los propósitos que se predicaban desde fuera del poder. Percibí el afán de algunos por el enriquecimiento con los bienes del pueblo. En mi condición de funcionario sentí que era empujado a cobrar un sueldo por hacer cosas que no lograrían ningún efecto positivo, inmediatismos que quedarían con el tiempo. Fue cuando tomé le decisión de renunciar. Y lo hice.

El dios de la técnica

¿Cómo ha cambiado la escritura en sus manos, cómo siente que ha evolucionado de su primer libro hasta el último?

La constante escritural que ha cambiado en mí es la permanente búsqueda del dominio de las técnicas del oficio. Desde mis primeros trabajos pienso que se puede percibir la preocupación por las técnicas. Pero las técnicas de los oficios se dominan con la práctica.

En la narrativa, y específicamente en la novela, además de la lectura, lo que permite el dominio técnico es el ejercicio de escribir novelas. Esa búsqueda no termina nunca y siento que mi evolución siempre ha ido en la línea de superar cada trabajo que publico.

¿Los poetas de la antigüedad lograban la inspiración –o el trance poético– cerrando los ojos y escuchando el viento, cuando este era el mensajero de una diosa. ¿Cómo se inspira usted para escribir sus historias?

Ya quisiera yo vivir la experiencia de cerrar los ojos y que me fluya una obra. A mí me lastima el diario vivir; a mí me laceran las injusticias sociales y la única manera que tengo de canalizarlas es sintiéndome motivado a escribir sobre esos temas.

Nunca me he inspirado. Mis temas son tomados del diario vivir. ¿Tú te imaginas que yo cierre los ojos y me ponga a escribir sobre violencia contra las mujeres y feminicidios? No, jamás. Cuando un tema me cautiva, cuando me siento motivado a escribir sobre un tema, en mí primero viene un proceso de reflexión en donde determino la pertinencia o no de escribir sobre ese tema.

Junto a la reflexión voy tomando notas. Si el tema persiste entonces determino la línea a seguir dentro de ese tema. Y sigo haciendo anotaciones. De ser posible constato quién ha escrito sobre el tema que me está persuadiendo y qué se ha escrito. Y las anotaciones no cesan. Luego, tomada la decisión, viene un tedioso pero necesario proceso de investigación sobre el tema.

Con la investigación realizada, bien empapado de los detalles, entonces es cuando me llega la hora de comenzar a darle forma a esa historia. Las anotaciones tomadas y la investigación realizada son la materia prima con la que construyo mis historias. Después viene el proceso de pulir. 

¿Rendir culto al dios de la técnica no lo aleja del territorio de la imaginación, que es vital a la hora de construir una historia literaria? ¿No teme usted que la técnica termine aplastando los resortes de la imaginación, afectando la estética de la novela?

Siempre he sostenido que toda obra narrativa, en su intento de alcanzar la permanencia en el gusto de los lectores, debe exhibir dos aspectos centrales, indisolubles. Uno de ellos es la historia, que incluye esos aspectos de la imaginación que usted señala, y que tiene que permanecer siempre en el ámbito de lo desgarrante.

El otro aspecto es el de las técnicas, que incluye los rejuegos estructurales, y que también tiene que contar con la imaginación. De manera tal que como las técnicas son parte central de la creación de una obra, no hay que temerle, todo lo contrario, hay que tenerla muy presente.

El tiempo muerto era la maldición de los dioses

¿Cómo era aquel mundo de polvo, cañas y humo en que usted creció?

Me tocó vivir una infancia contrastante. Yo fui un niño feliz volando chichiguas en medio del clamor de la chimenea, en medio del estruendoso ruido del ingenio en su proceso de molienda, en medio de las locomotoras y las patanas cargando caña para el ingenio, en medio de los cañaverales que eran mecidos por la brisa durante el día y, ocasionalmente, ardían en inmensas llamaradas por las noches. Pero esa felicidad de niño iba siendo lacerada poco a poco por la pobreza que yo iba descubriendo a mi alrededor en la medida que crecía.

Comenzaron a lastimarme las quejas de los trabajadores del ingenio, entre ellos las de mi padre, ante el mal trato. Pero, sobre todo, mi tranquilidad se sentía herida cuando me trasladaba desde el ingenio a una instancia socialmente todavía inferior, como lo eran los bateyes.

Allí todo era multiplicado por el exponente del dolor. Dolía ver las condiciones de vida en los bateyes, me dolió descubrir la explotación a que estaban sometidos aquellos que hacía la labor más difícil del proceso, como era el corte y el tiro de la caña.

Colmó mi conciencia, ya de joven, saber de la extorsión en el proceso de pesado de la caña, saber del engaño de los “vales” en las bodegas, saber de los prestamistas facinerosos en los ingenios, y saber que los hijos de aquellos seres humanos que se entregaban a realizar esa labor crecían en un medio que terminaría condenándolos a la apatridia. ¿Quién se puede quedar quieto ante esa realidad tan cruel?

¿Cuáles sonidos y olores de ese tiempo recuerda?

¿Sonidos? El sonido que regía la vida de todos en el ingenio era el clamor de la chimenea. Durante las zafras, cada ocho horas, ese clamor arrastraba otro turno de obreros hacia el estómago del ingenio donde les chupaban el jugo igual que si fueran las mismas cañas. Media hora antes ese clamor recordaba que ya era el momento de prepararse. Y a la hora en punto el mismo clamor volvía a reclamar el momento de la presencia con absoluta puntualidad. Las seis de la mañana, las dos de la tarde y las diez de la noche eran los horarios que marcaban el destino de los ingenios. En los ingenios del Estado.

Otros sonidos que se revuelven en mi memoria son los de las locomotoras; la máquina, como le decíamos. Recuerdo la máquina pujando, arrastrándose sobre los rieles mientras venía hacia el ingenio cargada de caña. Recuerdo el sonido estruendoso de los vagones vacíos cuando la maquina se los llevaba de nuevo hacia el infinito de los cañaverales.

Y, ¿Olores? Uf. De todos, el que inmediatamente llega a la memoria es el olor del melao, que es el guarapo ya espeso, en su paso ineludible para convertirse en azúcar. Ese olor se regaba por todo el poblado con tanta intensidad que todavía hoy habita en la mente de los que vivimos esa época.

Igual me persuade el olor de la azúcar, ya procesada. Era más intenso cuando entrabamos al “piso de azúcar”, el lugar donde terminaba el proceso y quedaba almacenada la azúcar en una infinita montaña de sacos. Esos olores, con el paso del tiempo, siguen siendo inconfundibles.

¿Y qué lugar ocupan esos recuerdos en sus libros?

Esos sonidos y esos olores juegan un papel de primerísimo orden en nuestros escritos porque en esta etapa de adultez de la vida reaparecen como el eco de un dolor que solo con el tiempo he podido comprender hasta dónde, hasta qué punto laceraban a los obreros que los producían. No bastó con explotar a esos obreros hasta la saciedad.

Hoy, el eco de esos sonidos y esos olores los veo todavía en los cañeros, los obreros ancianos, ya sin fuerzas para nada; no alcanzan la paz de la vida en retiro porque todavía tienen que reclamar una pensión que les corresponde, que se las niegan, y que en vez de dárselas, les tiran bombas en las calles de la capital cuando hacen sus reclamos. ¿No es eso el colmo de la injusticia?

¿Qué recuerdos guarda de su infancia en el ingenio Consuelo y en La Romana?

En el ingenio Consuelo viví hasta los quince años y la realidad de allí me tocó en la esencia hasta transformarme la ingenuidad. En Consuelo me tocó despertar del mundo de la inocencia a una realidad que yo entendía cruel, pero que no tenía la explicación de la crueldad. Cuando llegué a La Romana, a los quince años, me tropecé con otra esencia.

En La Romana era imposible acercarse al ingenio. El clamor de la chimenea, que se escuchaba por igual, era más distante. En los cañaverales había una vigilancia mucho más rigurosa. Y como todo era más intenso pude comprobar que la explotación también lo era. Fue allí donde la realidad me hizo comprender la rigurosidad de la separación de los seres humanos en clases sociales. Fue allí donde tuve acceso a las grandes jornadas de lucha de los trabajadores a través de jornadas reivindicativas tan legendarias como las del Sindicato Unido de La Romana, instancia que reclamó los derechos de los trabajadores con una postura de absoluta dignidad.

Esa instancia fue destruida con hierro y fuego. Una de esas culpas que todavía hoy está pendiente es la de justicia por la vida de Guido Gil, abogado de ese sindicato, desaparecido en 1967 en un punto que quedaba a unos seis kilómetros de donde yo vivía. En Consuelo existía el criterio alegre e inmediatista de las instancias estatales; en La Romana existía el imperio de esa multinacional que era la Gulf and Western que todo lo conseguía al precio que fuera.

El tiempo muerto es conocido como un tiempo de una tristeza legendaria y total en los pueblos cañeros. ¿Qué tan triste era la tristeza del tiempo muerto?

¿Qué tan triste? Habría que ubicarse en la posición de un padre y una madre con cinco, siete, diez hijos entre cuatro paredes y que no haya un mendrugo de pan para darle durante todo el día. Habría que sentir el amanecer de un nuevo día con la repetición de la necesidad de algo para comer, pero más apremiada.

Habría que mirar hacia el horizonte y cifrar las esperanzas en que volviera a llegar la zafra para poder comer más dignamente, pero siempre con limitaciones. Para llegar hasta el fondo de esa tristeza habría que haber vivido el hecho extremo del hambre, sentirse incluso olvidado por los dioses, mientras se veía a los jefes del ingenio que lo tenían todo resuelto. Solo en esas situaciones puede uno tener idea de qué tan triste era el tiempo muerto. 

¿Qué esperanzas eran posibles en el tiempo muerto?

En el tiempo muerto la única esperanza posible era esperar seis meses a que volviera la zafra convertida en lo que era, el infierno de la tensión, los riesgos laborales, el mal pago, la explotación intensa. En la zafra nunca el salario alcanzaba para guardar lo de pasar un tiempo muerto menos difícil. Nunca quedaba nada de tan bajo que era el salario, pero el tiempo muerto siempre fue la época de la intensidad de las penurias. El tiempo muerto era como la esencia de la maldición de los dioses.

Lo de los cañeros es un crimen de lesa humanidad

Usted los ha visto en las calles del olvido, no reclamando sino clamando, dando lástima para que les reconozcan una vida entera de trabajo, para que les den una pensión que se ganaron a sangre y fuego; usted, que es oriundo de sus cañaverales y tiene el don de la palabra, y que por su procedencia provincial, tiene una ligazón sentimental con ellos, los viejos cañeros ¿No le gustaría sumar su voz a los que claman justicia para ellos?

¿Sumar mi voz con la de los que claman justicia por los cañeros ya ancianos? Querrá decir que si no debo ampliar mi clamor, porque hace tiempo que mi voz está con ellos.

Cuando pienso que los gobernantes dominicanos han cometido tal nivel de injusticia con los cañeros no me extraña porque al fin y al cabo han sido gobernantes del sistema. Pero los gobernantes del Partido de la Liberación Dominicana (los presidentes, legisladores y funcionarios) predicaron hasta la saciedad la necesaria justicia para los cañeros; yo viví esas prédicas hasta en mi casa materna. Y que sean los gobernantes del PLD, precisamente, los que les nieguen el derecho a esos oprimidos es la peor de las injusticias; y esa actitud merece la peor de las condenas.

Ya solo quedan vivos como tres mil cañeros ancianos, de esos que todavía resisten a la peor injusticia de la historia moderna dominicana cometida desde el Estado. Ellos no están mendigando, ellos están demandando lo que les corresponde producto de los 30 años que estuvieron pagando un seguro social. Son 10 mil pesos al mes para cada uno de esos hombres vencidos que tanta riqueza generaron. Son 30 millones de pesos al mes. Son 360 millones de pesos al año. Eso pudo resolver solo con el 1.2% de los 30 mil millones de pesos que cada año se llevaba la corrupción hasta el 1996, o con el 0.71% de los 51 mil millones de pesos por año que ese fenómeno se lleva cada año.

Puede ser que no actúe la justicia que hoy impera; puede ser que la justicia divina se quede al margen, pero ese crimen de lesa humanidad será juzgado por el más implacable de los juicios en el tribunal de la historia.

RD carece una política cultural

¿Usted cree en las políticas culturales?

Claro que sí. Los seres humanos estamos constituidos por dos componentes esenciales que son lo biológico y lo cultural. En nuestras esencias espirituales somos, fundamentalmente, entes culturales. La conducta social de cada individuo está regida por esa visión común que asumimos, por esa manera colectiva de ser y de pensar que adoptamos y que, lamentablemente, lo hacemos de manera inconsciente.

Las políticas culturales deben estar dirigidas hacia un estado de desarrollo que nos permita el fortalecimiento individual de esa visión común y de esa manera colectiva de ser y de pensar. Eso es trabajar para guiar a los integrantes de una cultura a identificar y a fortalecer la identidad nacional.

Ese proceso de concienciación del desarrollo individual, si se hace con plena conciencia, fortalecería al mismo tiempo la cultura nacional y nos haría ciudadanos con mayor arraigo en nuestros lugares de origen. Yo creo en políticas que vayan en esa dirección.

¿Hay una política cultural en la República Dominicana?

En la República Dominicana, en materia cultural, lo que hay es inmediatismo. Lo que hay es improvisación. Siempre ha imperado en el país una falta de visión en lo cultural. En la República Dominicana lo que se ha hecho siempre es animación cultural. Pero lo que un país requiere es que se haga gestión cultural.

La animación cultural se concentra en hacer eventos y ya; eventos que pueden ser muy buenos pero que, de manera aislada, no llevan a ningún lugar porque se pierden en el tiempo. La gestión cultural demanda que se planifique lo que se quiere lograr en el tiempo para alcanzar el desarrollo cultural de una sociedad.

Se suponía que cuando se creó la Secretaría de Cultura, en el año 2000, comenzaría la era de la gestión cultural. La gestión cultural lleva a terminar con la improvisación, a proponerse metas, y esas metas se ejecutan mediante acciones, que es donde entra la animación cultural. Porque la animación cultural, para que no caiga en el “eventismo”, debe constituirse en los pasos que nos lleven a los logros de las metas.

Todo esto, claro, insertado dentro de las esencias de las manifestaciones culturales del país. Pero no. En ninguna de las gestiones gubernamentales de Ministerio de Cultura, desde el año 2000 hasta el día de hoy, hemos tenido una planificación que lleve al país al desarrollo cultural. Ese fue el elemento central que me llevó a tener diferencia con el principal incumbente de la gestión en la cual estuve cuando estaba asimilado al tren gubernamental. Ahí está la causa principal de mi renuncia.

Y pienso que el tiempo nos ha dado la razón. Después de 18 años de tener una cartera de cultura ¿qué nos ha quedado? ¿Qué sector de la cultura dominicana se ha desarrollado producto de la planificación? ¿Cuáles logros podemos medir, tras 18 años, como resultado de esa planificación? Pienso que muy poco. En el sentido de lo explicado, le puedo afirmar que no, que no tenemos ni hemos tenido política cultural en el pasado reciente. Y estoy dispuesto a discutir y a demostrar esta afirmación que hago con quien así lo desee.

¿No teme que las políticas culturales de los gobiernos terminen siendo una forma de dominación cultural? ¿No teme que una política cultural oficial cercene la libertad creativa y termine imponiendo una estética oficialista?

A las políticas culturales solo se le deber temer cuando las gestiones de los gobiernos están dirigidas en contra de las mayorías. Por demás, no hay estética oficialista que pueda con la cultura popular, sobre todo si existen integrantes de la sociedad con capacidad crítica. Solo que donde no existe conciencia cultural, el dominio se impone con más facilidad.

En los tiempos actuales los gobernantes ni siquiera le están poniendo atención a la cultura; están concentrados en procesos particulares de enriquecimiento personal con los recursos del Estado. Lo peor de todo esto es que los encargados de gestionar la cultura se presten a esos juegos. Y mientras eso sucede, un monstruo mayor está socavando la cultura de los pueblos, incluyendo la cultura dominicana. Un monstruo llamado globalización, con la concupiscencia de las manifestaciones locales del neoliberalismo, eso sí que está socavando las culturas locales. Ese es el rodillo que amenaza con aplastar lo que somos culturalmente para convertirnos en entes esclavos del consumismo que pregona y que están imponiendo la globalización y el neoliberalismo.

Eso deben saberlo los gestores culturales para crear políticas culturales que, ante esa realidad, levanten muros de contención que permitan mantener y fortalecer las esencias culturales que nos identifican.

¿La literatura siempre debe ser un contrapoder?

La forma de relación con el poder no la determina la literatura, sino cada autor; ellos son los sujetos sociales. En los procesos creativos de los autores debe figurar su concepción de la relación con el poder. Solo que en esa triangulación poder-autor-obra, el poder varía y la posición del autor cambia; mientras que la obra permanece invariable.

La posición en torno al poder no debe ser plasmada en la obra con ningún tipo de panfletarismo para que no afecte su perdurabilidad.

Cuando se crea la posición del autor en su obra debe reflejar una visión de permanencia. En lo que no debe haber dudas es en que los autores son la luz que tienen los más débiles para orientarse frente a los poderes aplastantes. 

La novela dominicana hoy

¿A qué retos debe enfrentarse el novelista dominicano hoy?

El principal reto de los novelistas dominicanos de hoy debe ser el de conocer la novela dominicana y compararla con la gran novela universal para luego intentar recorrer el tramo que las separa. Los novelistas dominicanos deben sentir la necesidad de superar la novela dominicana hasta acercarse lo más posible a la novela universal. La superación de la novela local: ese debe ser el gran el gran reto los novelistas dominicanos.

¿Es verdad que un país puede conocerse por el tamaño de su literatura? ¿Es verdad que los pueblos tienen la literatura que merecen?

La literatura es una parte importante de la cultura de un país. Una literatura débil delata el nivel de pobreza cultural de ese país. Una literatura pobre delata la despreocupación y la falta de visión de las gestiones de gobierno que ni siquiera son capaces de fomentar las artes. No es verdad que gobiernos dirigidos por analfabetos pueden dar como resultado el cultivo de las letras.

Con el tiempo hemos visto que, aun cuando sean gobernantes preparados, si a estos solo les interesa perpetuarse en el poder y hacer uso de las riquezas del pueblo, tampoco les interesa fomentar las letras. Entonces lo que debemos hacer es revertir esa dinámica y que los pueblos comiencen a darse los gobernantes que necesitan. De esa manera también se tendrá una literatura fortalecida.

Pero Balaguer y Leonel están considerados hombres de letras y no puede decirse que en sus gobiernos se cultivaron las letras y se promocionó la cultura.

Joaquín Balaguer siempre fue un hombre de múltiples rostros. Por su condición de hombre de letras hay que considerarlo como humanista…..

¿Balaguer un humanista? ¿Cómo es eso?

Eso es solo un asunto de molde. Él debería entrar en esa categoría. Pero se molestarían tantos muertos… Ciertamente no hay molde en el que encaje como humanista. Balaguer, en realidad, fue un hombre que le sirvió a la causa de la sangre. Su participación en el trujillismo debió ser suficiente. Solo los gobiernos que le sucedieron pudieron reivindicarlo, y esa reivindicación habla de lo pésimo que fueron.

Como le decía, la condición de humanista que debió tener consideración contrasta mucho con el hecho de que en sus 12 años de gobierno, por sus ideas, hubo más de once mil muertos (asesinados vilmente), desaparecidos, exiliados y presos políticos. Así se constata en los registros del Museo de la Resistencia. ¿Se puede esperar de una persona así, aunque también fuera un hombre de la literatura, que tenga una actitud sensible y favorable hacia el cultivo de las letras en el país?

Creo que Leonel Fernández, como presidente, es el mayor de todos los fiascos para la historia política del país. Posiblemente Leonel sea la persona con mayor nivel de preparación que ha ocupado el solio presidencial dominicano. Justo por ello es inadmisible que exhiba logros tan nimios tras su paso por el Estado durante tres periodos de cuatro años cada uno. Por su condición de hombre de preparado y leído debió tomar medidas más precisas en torno al desarrollo definitivo del país en general. En lo que respecta al desarrollo cultural, los logros debieron pasar de tradicionales a contundentes y de transformación del sector. Pero los resultados de sus gestiones, en materia cultural en general, y en materia del libro de manera específica, son escasos y, lo más doloroso, son intrascendente ante el parámetro del tiempo. Se añade que fue muy dañino el centralismo personalista con que se manejó la política cultural durante sus gestiones. Lo afirmo porque le serví al Estado dominicano de agosto del 2004 a marzo del 2009, durante una parte del gobierno de Leonel Fernández, y pude ver, vivir y sufrir mucho de lo que se hacía, de cómo se hacía y de lo que se dejó de hacer.

Da la impresión de que a la novela dominicana de hoy le faltan alas para volar. ¿Qué atentan contra el arte de escribir novelas, publicarlas, mercadearlas y difundirlas exitosamente?

Estudié el fenómeno de un periodo la novelística local en el libro titulado La novela dominicana: 1980 2009, perfil de su desarrollo. Ese estudio arrojó que la principal razón del atraso de la novela en el marco local estaba en que los novelistas dominicanos se vincularon muy tardíamente al canon de la novela del siglo XX; lo hicieron a partir de 1980, con ochenta años de atraso.

La novela exige mucho tiempo continuo; la prisa que el neoliberalismo y la globalización le han impregnado a la vida de hoy atenta contra ese tiempo continuo y, por ende, con el desarrollo pleno del género en el país. Ese es el principal atentado contra la posibilidad de escribir una obra de calidad.

Sin embargo, lo que se escribe en la República Dominicana bajo el nombre de novela, las que son y las que no lo son, pienso que no tienen tantos problemas para su publicación. La mayor problemática está en la difusión. Eso solo se resolverá cuando el sistema educativo del país integre la lectura de la literatura local al sistema de enseñanza.

¿La sociedad dominicana de hoy está siendo debidamente escrita por sus escritores?

Ni escrita ni interpretada; la sociedad de hoy tiene a la mayoría de los escritores subyugados, sometidos al talión del estatus quo. Hoy solo tiene supremacía la vigencia del servilismo. Y eso es penoso. Yo solo espero que las nuevas generaciones comprendan que ese no debe ser el modelo.

Ya es usted un escritor realizado, con una buena aceptación entre los lectores, con un Premio Nacional de Novela en las manos, y además, con canas en el pelo y en las manos. ¿Con el paso del tiempo, qué le ha dado y qué le ha quitado su condición de escritor, humanamente?

La condición de escritor me ha dado la posibilidad de acercarme más a la sociedad dominicana, de interpretarla, de saber cuáles son cada uno de los males que le han propiciado los políticos, y de poder unirme a la necesidad de denunciar esos males y demandar las mejorías.

Si algo me ha permitido la condición de escritor es acercarme humanamente a los más desposeídos, a los de abajo, a los aplastados; acercarme a los depauperados para unirme a sus reclamos. No puede ser injustos; la literatura no me ha quitado nada.

Hay escritores para los cuales la escritura es un puente de comunicación hacia la gente; otros para tratar de recomponer los pedazos rotos del mundo en sus escritos y recoger las derrotas del mundo, sus olvidos y sus tristezas, comprometiéndose con los cambios; hay quienes lo hacen sencillamente como catarsis para sacar cosas que llevan dentro. ¿Usted por qué escribe?

Escribo porque siento la necesidad de decirle a la gente que ellos son seres humanos que deben protagonizar la vigencia del presente que viven. Que ellos tienen derechos fundamentales y que están en el deben de luchar por una sociedad que respete esos derechos para dejársela como legado a sus hijos. Escribo para que la memoria del país se mantenga viva y no se repitan los gobiernos de fuerza. Escribo para que la gente sepa que al neoliberalismo y a la globalización solo les interesa aplastar la cultura e imponer el consumismo. Para que la gente entienda que debemos defender nuestra cultura de los modelos importados que quieren aplastarla y anularla.

¿En un mundo que reniega del conocimiento y gira a la deshumanización, en qué lugar queda la literatura?

El mundo es una masa etérea que ha demostrado no tener capacidad de discernir sobre su destino. El destino del mundo siempre ha sido decidido por las minorías, por los sectores gobernantes. La dirección de esos sectores, lógicamente, va a su favor y en contra de las mayorías. No es el mundo quien está renegando del conocimiento basado en la ciencia; no es el mundo que gira hacia la deshumanización; no es el mundo quien se aleja del cultivo del espíritu y se aparta de las cosas del alma. Son esas minorías dominantes quienes han ido inclinando el mundo hacia el conocimiento ligero, hacia el facilismo, hacia la deshumanización, hacia el tecnicismo y hacia la ignorancia; y lo hacen porque esa es la manera de mantener el estado de cosas que vive el mundo actual y que solo a ellos les conviene.

Ahí es donde siento, en mi condición de escritor comprometido, la necesidad de crear conciencia sobre ese fenómeno. La literatura siempre ha sido para un puñado pequeño de gente; la lucha tiene que continuar en ampliar la cantidad de lectores. No importa que sea superior el poder de los que someten el mundo al ostracismo.

Hay novelas que, con intención o sin ella, aspiran a un mundo específico. ¿A qué mundos aspiran sus novelas?

Mis novelas solo aspiran a crear una conciencia en el mundo que lleve a los seres humanos a entender que le corresponde la equidad, una equidad en lo social, en lo étnico, en género, en lo medioambiental que debe ser demandada o exigida, según la testarudez de quienes intenten negar ese mundo.

¿De qué color le gustan las marchas?

Verde