Del dispositivo al artefacto
La idea del fin del mundo no nos deja de atraer. Y más lo hace mientras más avanza eso que llamamos Historia, mientras más generaciones pasan, porque creemos que los finales tienen algo de orgásmico. Pero no es el fin del mundo en sí lo que nos atrae, sino la fantasía de sobrevivirle. De ser los últimos habitantes de un viejo mundo y quizás los primeros de uno nuevo. Porque un mundo nuevo solo es tabula rasa para el surgimiento de nuevas relaciones de poder. Es decir, para nuevas dominaciones. Por alguna razón oscura, queremos estar ahí.
El autor del Artefacto Dileke se va en una nota psicodélica para montar un ensamble de piezas que funciona como un juguete que al principio creemos roto. Este Artefacto, como el mundo después del cataclismo, toca ser reconstruido. Le toca a quienes se sumergen en él la tarea de buscarle un sentido. Pero este sentido es perenne. Cada vez que se arma funciona diferente. En cada armada y recorrida, habrá una que otra pieza que cobre protagonismo para que la historia sea Otra.
En el aparato, que tiene por epicentro un corto texto/audio, traslucen diversas temáticas: éxodo y supervivencia en el medio del hambre extrema. Las eternas guerras renovadas, las consecuencias (destrucción del medio inmediato y migrantes climáticos), el populismo de la voz más alta, de la teoría que más convenga creer, del miedo que más convenza. O sea, el conjunto de dramas humanos causados por otros humanos.
No se trata simplemente de mencionar dispositivos del Poder sino del conjunto de estos, es decir, el taller completo. Estas piezas colocadas forman un circuito que juega a armar un mundo que parte de lo cotidiano, busca lo universal sin plantearlo y encuentra el denominador común: las dinámicas del Poder por el Poder.
El Artefacto se vale de distintos medios. De la exposición en sí sale el flujo. De la escultura: las ideas simples, casi obvias. De la pintura, la calma posdesastre y playas que de seguro ya hemos visitado en sueños. De la música, el tambor que contabiliza las últimas y las primeras horas del viejo y del nuevo mundo. Del grabado, la voz de las sombras. Los dibujos son el cuento. La Poesía, una búsqueda de ordenar el humo.
Comienzos y finales
Lo que se cuenta va sucediendo en presente, en pasado y futuro. Esta conjunción da lo contemporáneo, aquello que siempre es, que siempre sucede. Toda narración es la explicación de un origen. Esta historia se cuenta sin pasión, pese al ritmo del tambor. Como cuando se cuenta aquello que, por sufrirse demasiado, agotó ya toda capacidad de estremecer al narrador. El cuento va al revés porque entender el miedo requiere siempre de un trabajo de memoria y esta no puede empezar sino por el futuro y las consecuencias.
Pareciera que lo que se plantea es la cuestión de la Historia como animal asexual condenada a repetirse con su mismo ADN. Nada es casual en un circuito cerrado. Ese “¿cómo hemos llegado hasta acá?”, la eterna pregunta con que se responde cada vez que el presente se convierte en un caos que no conviene, solo puede hacerse en tiempo presente. ¿A quién no conviene? ¿será al propio narrador que revela sin importarle su culpa de superviviente? ¿Es la narración del superviviente menos legítima por ser única? ¿Podemos hacer algo con las historias si son mitos?
Las geometrías del Poder y de las sombras
Se cuenta de batallas navales entre yates y barcos oscuros como analogía de la piratería, y está a su vez como analogía del ataque de los bárbaros (la Otredad) al imperio establecido. Y está, a su vez, como lo básico: peleas entre tribus. Pero esa Otredad nunca viene de la nada, sino del olvido, de la negación de su existencia, entonces ese ataque parece sorpresa.
Nuevamente el presente es solo un ejemplo. Las dicotomías son sospechosas porque ocultan algo. Entre Popis vs Wawawá, hay otras Otredades disueltas, no nombradas o desposeídas de nombre. Los Soraya son esos que se quiso hacer desaparecer simplemente dejando fuera de la ecuación y del “coro”, pero que por esa razón no iban a dejar de ser, estar y desear.
Tras la derrota/victoria llega vertida una nueva cotidianidad. El nuevo comienzo es el de las cuevas, el mundo oscuro. Esa oscuridad podía verse en los espejos negros donde se ven las caras borrosas, otras caras. Son esos espejos negros, repetidos en distintos objetos del Artefacto, el símbolo de la sospecha de que el Poder le pertenece solo al primer salvaje que partió una obsidiana y vio en su reflejo sobre el filo la carne de otra persona cortada.
El Artefacto Dileke llegó como un barco oscuro, por debajo de los radares, a servirnos de espejo y darnos de comer lo poco que quedó.