En El árbol de los pájaros, la escritora y crítica de arte, Marianne de Tolentino, nos cuenta una historia con detalles vívidos, que despierta los sentidos del lector,  evocando sentimientos de ternura, y de valoración y respeto por la vida. Ambientada en una comunidad rural local, su lenguaje universal permite conectarla a la realidad de cualquier familia del mundo.

Se trata de dos hermanos gemelos, Pedro y Ana, de siete años de edad, que vivían junto a sus padres y otros tres hermanos en el valle del Cibao*, en una casa de madera, cubierta de zinc; rodeados de cerros, campos de arroz y “un inmenso cielo”, envueltos en el aroma de “los mejores dulces de coco”, hechos por la abuela, quien compartía el techo con ellos.

Los niños caminaban un largo trecho a la escuela, pero no les molestaba, porque les daba tiempo para contemplar los “conucos** de maíz, yuca y habichuelas” al pasar, comerse las naranjas que sus vecinos les obsequiaban y recoger flores para adornar su casa y su aula.

En uno de esos recorridos, encontraron “una criatura viva”, una avecilla que se había caído y estaba escondida en la “hierba tupida”. Sin pensarlo dos veces, la recogieron y llevaron a casa para cuidarla. Tuvieron que insistir para quedarse con ella, pero el padre accedió y preparó una jaula de hojalata, que pintó de rojo para que fuera el hogar de su nueva amiga. Cada día, desde la ventana donde estaba colocada, observaban cómo se volvía fuerte y sanaba sus heridas.

Sin embargo, luego de un tiempo, los niños notaron que el pájaro había dejado de comer y cantar y solo “picoteaba la puerta de la jaula”. Al consultar a su abuela, ella les explicó: —“Su pajarito quiere volar. Quiere ser libre.”—

Con lágrimas, los nietos decidieron devolverle su libertad y la observaron mientras remontaba el vuelo y “se perdía en el cielo”. Los niños se consolaron con las palabras de la señora, que les decía que su amiga iba por fin a ser “feliz junto a sus hermanos”.

Al paso de un año y con tan solo el recuerdo, Anita y Pedrito, como cariñosamente les decían en casa, siguieron con sus vidas. Hasta que, una mañana de domingo, escucharon un canto familiar. ¡La avecilla había vuelto! Pero no estaba sola. Vino acompañada de otra semejante, y juntas fabricaron un nido de “flores de algodón” en el guayabo que estaba en el patio. “Poco a poco”, el árbol se “llenó de otros nidos, huevos y pájaros”, trayendo con ellos “un alboroto multicolor” y canciones, que “anunciaban la primavera”.

Marianne de Tolentino, con su visión y gran sensibilidad artística, nos muestra en El árbol de los pájaros, la importancia que tiene el respeto por la naturaleza en todas sus formas y sus ritmos.  Además, el valor de una sana comunicación en la familia. Los elementos de la trama fluyen y mantiene conectado al lector. Escrita con un lenguaje comprensible, adornado con ricas descripciones y diálogos animados, hace que sean sus personajes y acciones los que prueben que el amor por la vida, en todas sus manifestaciones, es siempre una mejor canción: la de la libertad y la solidaridad.

*Cibao: Palabra taína referente a una región montañosa en el norte de la Rep. Dominicana

**Conuco: Palabra aborigen del Caribe relativa a parcela de tierra destinada al cultivo. -Diccionario Oxford