En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.

(Gabriel García Márquez)

La música de los Beatles y el buen cine pueden servir una buena mesa. Sus notas armonizan con películas de diversas tonalidades: alegres comedias de cuerpo liviano, dramas de cuerpo medio, musicales de gran cuerpo, e incluso, el plato pesado de una historia criminal. Todo comenzó con la cosecha de 1964. A hard day’s night fue la película de verano ese año, estación en la que fui la última cosecha de mis padres. El filme ha añejado con gracia, entre el gusto popular y el elogio de la crítica. Dirigida por Richard Lester, y filmada en blanco y negro, inauguró un sub-género concebido por su guionista Alun Owen y su montador John Jympson: la comedia de trama episódica. El tiempo la hecho una estampa de un tiempo esfumado.

La película A hard day’s night es cosecha de reserva. En las palabras del extinto crítico de cine dominicano Arturo Rodríguez Fernández, cuando la exhibió en su cineforum sabatino del Lumiére, esa película, que Arturo siendo un estudiante en Londres, se acercó a los estudios de Pinewood para ver filmarse, le regaló ya no una, sino cuatro caras refrescantes a Reino Unido, en un momento en que el imperio británico perdía simpatías, territorios e Isabel II había dejado de ser la reina juvenil. La crítica fue amable con la cinta y en particular con las actuaciones de John Lennon y más todavía con la de Ringo Starr. A partir de entonces, Lester ganó espacio como director de cine. Starr llegó a tener una carrera digna como actor; mi generación lo recordará en la divertida comedia sin parlamentos, The caveman (1981). Lennon protagonizó para Lester How I won the war (1967), hecho que sirve de trama a la hermosa película española Vivir es fácil con los ojos cerrados, Goya 2013, destacada más adelante en esta nota.

La secuencia de A hard day’s night, donde el cuarteto británico interpreta And I love her, es mi momento favorito de ese filme. Luego de tres décadas de oro, el bolero latinoamericano caminaba rumbo al ocaso, mientras la Beatlemanía y todo el rock florecían. Sin embargo, en esa escena de fina estética, se produce un agradable maridaje. Las notas con la candencia de un bolero, suenan en las manos de una de las primeras guitarras de la historia del rock, las de George Harrison. Como ocurre en la aclamada novela Solo cenizas hallarás (1980) del dominicano Pedro Vergés, una guitarra acústica captura la atmósfera y los sentimientos vividos en los años sesenta. En 2016, durante una visita a México, Olivia Arias estadounidense de origen mexicano y viuda del guitarrista, dio a conocer datos íntimos acerca del afecto que sentía por el bolero, el compositor de While my guitar gently weeps y Here comes sun. Arias relató que el músico tomaba su guitarra, ponía viejas películas de Jorge Negrete y Pedro Infante en el televisor y acompañaba a las leyendas del cine mexicano en la ejecución de sus canciones. Harrison fue además, productor y actor cameo de legendarias películas de Monty Python, entre ellas, la irreverente y divertida comedia La vida de Brian (1978); parodia atrevida de la sociedad moderna, a través de los hechos y circunstancias narradas en los evangelios bíblicos.

Paul McCartney, aunque lo ha intentado, no es un gran actor. Su mejor virtud cinematográfica han sido  las bandas sonoras. Dos veces ha estado cerca de conquistar el Óscar de la Academia de manera individual, al orquestar los temas de las películas Live and let die (1973) y Vanilla Sky (2002). No obstante, un dato para los milenios que les gustan llevar las estadísticas de premios, el documental Let it be (1970), retuvo el Óscar en la categoría mejor banda sonora original. El premio lo recogió Quincy Jones, porque en esos días, la separación del grupo estaba en la cúspide del conflicto judicial. Hoy día, esa película documental tiene un apreciable valor, pese a que ese vino estuvo a punto de quedarse dentro de la barrica. La persistencia se la debemos McCartney. Gracias a su empeño, el drama de altos y bajos entre los miembros de la banda que se aprecia en Let it be, mientras crean y graban varios de sus mejores temas, es tan estimulante como un vino tánico.

Degusto placeres entre el cine y la beatlemanía. Saboreo las películas de los Beatles, incluso las desacertadas como Help (1966) y la todavía más desacertada, si acaso se puede decir que fue una película y no un capricho dirigido por ellos mismos, Magical mistery tour (1967). Las incluyo entre mis confesos placeres culposos. Las veo, me río de lo mal hecha y actuadas que están y disfruto su insuperable música. Además de las filmadas con ellos, hay otras cintas de corte biográfico y documentales destacables, a las que no me referiré en esta ocasión. A propósito de ver Yesterday (2019), dirigida por el magnífico director británico Danny Boyle, esta nota presta atención a una antología cinematográfica que surge y se desarrollo de manera espontanea. Me refiero a las películas acerca de la beatlemanía. Esto es, al fenómeno que ocurre con esa parte de la humanidad de distintos orígenes y edades, que no superamos el delirio por su música, aunque pasen años, décadas, nuevos géneros y artistas. Esa antología adhiere la música de la banda con las historias personales ocurridas o soñadas en diferentes rincones del planeta y a través de distintos géneros cinematográficos.

En una ocasión, Gabriel García Márquez afirmó que la música de los Beatles es la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos. Animada por esa posibilidad, y el feliz recuerdo que tengo de mi mamá llevándome de la mano cuando tenía cuatro años a ver la película de dibujos animados Yellow submarine (1968) en el cine Max, cuando ésta era una sala elegante de la avenida Mella; pedí a mi hijo que me acompañara a una sala de Cinépolis de nuestra colonia Interlomas a ver la película de Boyle. Mi hijo tiene veintidós años. No fue de la mano, fue por pura cortesía, porque ni siquiera le gustan los Beatles. Sin embargo, la vio y según me dijo, le gustó. Creo que no me lo dijo para complacerme. Yesterday, como el resto de antología de cine de beatlemanía, no trata sobre los cuatro miembros de la agrupación. Estas películas son un conjunto de relatos de un conglomerado de origen y edad diverso, colando cada uno, su mensaje individual en el viñedo musical de los Beatles. Todas tienen un gracioso rasgo en común: Llevan el título de alguna de su canciones o un verso en  una de ellas. Sin embargo, no todo director de cine marida bien esas vides. Las hay buenas y no tan buenas.

Yesterday es una agradable comedia romántica de verano. No me parece que a la altura de algunas de las películas previas de Boyle, tales como Trainspotting (1996), Slumdog millionaire (2008) o 127 horas (2010). Si tuviera que elegir las mejores películas acerca de la beatlemanía, que además resultan buen cine, porque esencialmente están bien contadas conforme ordena ese formato, excluidas las biopic y los documentales, recomendaría unas cuantas. Sin previa planificación, directores y guionistas de distintas latitudes y épocas, se unen con entusiasmo a una premisa común. Exponen cómo ese intangible musical es propiedad de todos.

Una película sobre la beatlemanía que se mantiene entre mis favoritas, aún con el paso de los años, es la entretenida comedia de un todavía joven Robert Zemeckis, I wanna hold your hand (1978). La disfruté en mis años escolares y fue la ópera prima de ese director. Zemeckis en su madurez, ha organizado un discurso cinematográfico donde el humor, el diálogo entre generaciones y la reflexión, se reúnen. Antes de dirigir Back to the future (1985),  Forrest gump (1994) y Cast away (2000), Zemeckis no solo dirigió, sino además escribió esta anecdótica comedia sobre un grupo de jóvenes neoyorquinos deseosos de conocer al cuarteto británico, en ese invierno en que Norteamérica necesitaba volver a sonreír y concluir el duelo provocado por el asesinato de JFK, tres meses antes. Días de vinilo (2012), del director argentino Gabriel Nesci, está entre las mejores. En la nación austral el fenómeno pegó duro y bien lo sabemos los latinoamericanos gracias a mi coetánea Mafalda, adorable adoradora de los Beatles, de la creación del caricaturista Quino. La película de Nesci tiene ese toque de historia de barrio, sello especial del cine argentino. A modo de denominación de origen, contiene un humor particular con el que resulta fácil y grato relacionarse.

El drama japonés Norwegian wood (2010), dirigido por Trần Anh Hùng, en adaptación de la novela de Haruki Murakami, Tokio blues, dignifica la música de los Beatles. Que esa melodía haya extraído literatura y cine de tal factura, es un retorno con creces de la riqueza filosófica nipona a los autores británicos y a todos los que somos amantes del arte japonés. Lo mismo ocurre con la ya mencionada Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), del español David Trueba, que a mi gusto, es una mejor historia pueblerina que Yesterday. Trueba se apodera de la música y lírica de la melancólica canción Strawberry fields en modo más dúctil. Cuenta una historia próxima, cálida, afable, como es la propia historia personal de los miembros cuarteto, hijos de hogares de clase obrera de la industriosa ciudad de Liverpool de la posguerra.

Helter skelter (1978), primero teleserie y luego filme (2004), dirigida por Tom Gries, me parece un abordaje cinematográfico a los crímenes perpetrados por Charles Mason, más interesante que la recién exhibida película de Quentin Tarantino, Érase una vez en Hollywood. El hecho criminoso asociado a varias canciones de los Beatles del gusto del sociópata, es un análisis que Tarantino adrede obvió. Eligió reproducir la spaguetti western, la Casita de la Pradera, hasta episodios de Pixie y Dixie, con lo cual, escoge el escapismo, por demás violento, para alejarse del drama histórico que produjo los ominosos asesinatos. Por último, en mi opinión la más exuberante y bien lograda de todas las películas sobre el fenómeno de la beatlemanía, es el imperdible musical de Julie Taymor, Across the universe (2007). Ya antes hubo un intento fallido de hacer de las composiciones de los Beatles un musical. Fue Sgt Pepper Lonely Hearts Club Band (1978). Al productor Robert Stigwood, el excedente de recursos y entusiasmo que siguió al éxito mundial derivado de la película y banda sonora de Saturday night fever (1977), le convenció de emprender ese mal concebido proyecto fílmico. Inexplicable que convenciera a los Bee Gees y a Peter Frampton, en esos momentos estrellas del rock por antonomasia, de filmar ese desastre. Felizmente, Taymor ha reivindicado el género musical basado en la música del cuarteto. Como las destacadas, su premisa parte del drama en la vida de gente común. La exuberancia del estilo cinematográfico de Taymor resulta válida y maleable, puesto que transita las emociones de personajes creíbles; jóvenes estadounidenses enfrentados al conflicto de la guerra de Vietnam. Cuando ya ese tema parecía agotado hace décadas en el cine, Taymor lo rescata desde un ángulo inexplorado; esto es, mediante la reinterpretación del dolor, el miedo y la pasión de esos chicos, a través de la música que obraba en sus adentros.

Las películas sobre el fenómeno de la beatlemanía de esa manera están conformando una nueva antología. Expone que la obra de todo autor, es en realidad, patrimonio de su audiencia. La integración desde la cinta de Zemeckis, hasta la más reciente de Boyle, revelan que el amor por la música, no es un mero divertimento, es una forma de ver y expresar la filosofía de vida.

La canción del cierre en la película Yesterday, fue la primera del grupo que oí en mi vida, Ob-la-di, Ob-la-da (1968). Siendo una alumna de preescolar en el Montessori de Gascue, la escuché sin saber -como le ocurre a los personajes de la película de Boyle- quiénes eran esos músicos. Me apego a la afirmación categórica de García Marquez: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. En la sala de Cinépolis Interlomas mientras la película de Boyle cerraba con Ob-la-di, Ob-la-da, mi hijo no podía ver lo que en mi interior recordaba; mis manos de niña hundidas en masillas y así sucias de plastilina moviendo las cuentas de un ábaco, tan feliz como puede ser una chiquita de cuatro años, tal como era el primer día que escuché esa canción en el kindergarden. Boyle, como buen director de cine, sobrecoge y devuelve al espectador a esa emoción primera. Me hizo recordarme párvula mirando hacia arriba el mundo de mis padres entonces jóvenes, los estímulos de ciudad circundantes, vitrinas con loncheras en forma de submarinos amarillos adornando los escaparates de la avenida Mella y gente vestida de alegres colores. Como aclara el escritor colombiano, mi hijo cuando la oiga dentro de treinta años, quizás recordará y será otra cosa; a una madre riendo, cantando y llorando en la sala de Cinépolis Interlomas, mientras veía una comedia romántica un poco tonta.

Invite a alguien de su afecto al cine a ver Yesterday y afírmese al criterio declarado por García Márquez, en un artículo suyo escrito en 1980 titulado Sí, la nostalgia sigue siendo igual que antes. Zemeckis, Boyle, Taymor, Hùng, Trueba, Nesci, Gries, Murakami, García Márquez y junto a ellos, una larga audiencia, creemos que estará compartiendo con esa persona amada, la victoria mundial de la poesía.