(A.M): Apropósito dentro de unas de las líneas de investigaciones filosóficas globales que está trabajando se encuentra “Repensar la cultura científico –tecnológica a la luz del Antropoceno: Límites y posibilidades de la Agencia Humana” (2018), en que reflexiona sobre las problemáticas teóricas que se presentan con la llegada del Antropoceno, ya que encontrar categorías conceptuales adecuada para pensar en este y su relación con lo natural y lo social.  El Antropoceno marca una era de accionar humana con fuerza geológica. Para muchos científicos es una época  no solo porque sitúa a los seres humanos como epicentro sino que su accionar como tal está causando una serie de impactos en el planeta, entre los cuales se encuentran el cambio climático, tecnológico,  cibernéticos y  la presencia de elementos radiactivos por el uso y experimentación de armas nucleares, que se iniciaron antes de la década de los 50 con los ensayos de  Hiroshima y Nagasaki. La propuesta de esta era geológica es sustentada por una franja de la comunidad científica, por  filósofos, geólogos, sociólogos entres otros expertos que dicen que tales acontecimientos han modificado la corteza terrestre. ¿Desde qué fundamento filosófico se puede abordar  Antropoceno como una supuesta nueva época geológica y sin caer en una visión apocalíptica?

El filósofo australiano Clive Hamilton.

(I.G): El Antropoceno es un concepto sumamente interesante para la filosofía por varias razones. Lo es, desde luego, porque con él se señala a multitud de retos de carácter práctico a los que debemos hacer frente en los próximos años, y con urgencia. ¿Qué podemos hacer para evitar la catástrofe? ¿Seremos los humanos capaces de adaptarnos a estas nuevas condiciones planetarias? Estas preguntas obligan a movilizar de forma conjunta, y de un modo hasta el momento desconocido, esferas que tradicionalmente han funcionado de manera separada: para hacer frente adecuadamente a estos retos no sólo necesitamos que la ciencia, la política, la tecnología, la comunicación, la educación, etc. den lo mejor de sí mismas, sino que además lo hagan de forma conjunta y aprendiendo a colaborar entre ellas. Cierto es que viendo las inercias en las que se mueven muchas de estas esferas no hay razones para ser muy optimistas, aunque también es cierto que la enormidad del desafío está movilizando, seguramente no con la urgencia necesaria, muchas dinámicas prometedoras. Sólo esto ya resulta enormemente interesante. Pero además de por esto, el Antropoceno en una noción interesante para la filosofía en la medida en que nos obliga a repensar el modo en que se articulan entre sí multitud de categorías fundamentales. El Antropoceno nos obliga a mezclar y repensar los límites que separan multitud de esferas que hasta el momento pensábamos separadas. En él se mezcla la historia natural con la historia de la cultura, la escala geológica con la escala humana, lo científico con lo político, lo material con lo ideal y lo discursivo. La entrada en una nueva época geológica señala desde luego un acontecimiento “natural”, pero desde luego en él están implicadas multitudes de factores no reductibles a lo “natural” (como bien han señalado quienes insisten en que el término “antropos” del Antropoceno esconde algo esencial: que no es la especia humana como tal, sino dinámicas concretas de orden político, tecnológico, ideológico). Por ello, pensar adecuadamente el Antropoceno exige encontrar lenguajes den cuenta de esta complejidad y que permitan narrar apropiadamente el modo en que se entretejen entre sí todas estas esferas que hasta el momento pertenecían a ordenes discursivos separados. Las ciencias del Sistema Tierra nos han mostrado la necesidad de pensar de forma conjunta esferas que en otro tiempo se pensaban como separadas. Por ejemplo, hoy sabemos bien que la historia de la atmósfera y la de la biosfera no son historias separadas (siendo una un mero “escenario” en el que se despliega la trama de la otra) sino que se hallan íntimamente entretejidas entre sí por multitud de relaciones e interdependencias. Pensar adecuadamente el Antropoceno exige aprender a insertar en esta misma red otras esferas, como la de la técnica o la de las palabras y las ideas (noosfera). La filosofía debe colaborar  en esta tarea desarrollando perspectivas que permitan articular entre sí estas esferas, respetando al mismo tiempo la singularidad de cada una de ellas.

(A.M): Con la entrada del Antropoceno dejaríamos atrás la era geológica del Holoceno, el cual comenzó hace uno 10.000 años y que luego de grande diluvio trasformó el planeta en lugar habitable y cálido, de fauna y  flora y donde homo sapiens,  desarrolla diversas acciones que trasforman la faz de la tierra y que le permiten como tal reproducirse en modo de producción agrícola y ganadero. Hay diversas fechas de corte histórico que marcan la época del Antropoceno, pero no existe un consenso en la comunidad científica, ya que uno la coloca en la revolución industrial del siglo XVIII  y otros en la década del 50. De acuerdo a tú investigaciones ¿Desde qué periodo aborda el Antropoceno?

Imagen de la película Melancolía (2011)

(I.G): Esta es una cuestión en torno a la cual considero que no podemos hacer otra cosa escuchar lo que tengan que decir al respecto los geólogos. Si, tal y como se pretende, el Antropoceno señala una época de la historia del planeta que sucede al Holoceno, es a la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS por sus siglas en inglés) a quien corresponde tomar una decisión al respecto en base a los mismos criterios que se utilizan para determinar el comienzo y el fin de las anteriores edades, épocas, periodos y eras de la historia del planeta. Estos criterios tienen que ver con los registros en los estratos del planeta y cómo éstos testimonian de manera clara que ha ocurrido un cambio global en el planeta lo suficientemente significativo y científicamente sólido como para justificar la inclusión de esta nueva época en esta escala de tiempo geológico. Además de escuchar lo que tengan que decir al respecto los geólogos, también deberíamos aprender de su trabajo paciente, riguroso y minucioso. El Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno, que es quien ha recibido el encargo de la IUGS de examinar las ventajas e inconvenientes de incluir esta nueva época y de elaborar una propuesta detallada, considera que adoptar 1950 como límite inferior del Antropoceno tiene claras ventajas desde el punto de vista del análisis del registro estratigráfico. Pero habrá que ver cuál es la decisión final.

En cualquier caso, más allá de esta decisión final, esta falta de consenso me parece ilustrativa de algo que pone en juego la noción de Antropoceno: en él se cruzan diferentes escalas de tiempo o temporalidades, no sólo la escala geológica y la humana, sino también diferentes temporalidades de la escala humana: desde la perspectiva de larga duración, de la historia lenta, cabe poner en conexión el Antropoceno con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, tal y como hace la tesis del Antropoceno temprano propuesta por Ruddiman; desde la perspectiva de la duración media, el Antropoceno debe ser puesto en conexión con la Revolución Industrial; desde la perspectiva de la corta duración, el Antropoceno está directamente ligado con la Gran Aceleración que arranca en la década de los cincuenta. Más que decidir entre una u otra datación, creo es importante para una buena narrativa del Antropoceno articular estas tres escalas temporales. También resulta interesante comprobar de qué manera la conexión de este Antropoceno con cada uno de estos tres acontecimientos históricos tiene consecuencias de carácter no sólo científico sino también político: cuanto más cerca de nosotros pongamos el inicio de manera más clara se ve la relación entre este acontecimiento y determinadas formas políticas y económicas; cuanto más atrás se ponga su inicio más queda diluida la responsabilidad entre “la especie humana”.  Pero todas estas desavenencias no deberían ser motivo de escándalo sino ocasión para pensar y aprender a desarrollar narrativas más adecuadas. 

Filósofo francés Jean –Luc Nancy

(A.M): En Noviembre de 2011 Bruno Latour  pronunció  una conferencia en el French Institute de Londres, titulada  “Esperando a Gaia. Componer el mundo común mediante las artes y la política”, en la que afirma que en la ciencia y la política queda plasmado el propio concepto de Antropoceno y que estas han de asumir un cuerpo político que implique la responsabilidad ante un estado cambiante del planeta. ¿El Antropoceno entra en un problema político y desde que perspectiva?

(I.G): Una cuestión interesante que Latour plantea en esta conferencia es que más que “asumir” un “cuerpo político” responsable de estos cambios lo que necesitamos hacer es “componer” ese “cuerpo político”. Ese es para Latour uno de los problemas fundamentales que plantea el Antropoceno, y creo que aquí no anda desencaminado. Cuando hablamos del Antropoceno, de el Sistema Tierra (o de Gaia, como él prefiere decir), de las diferentes épocas geológicas, del calentamiento global, hablamos de cosas tan grandes, de una escala tal, que no son desde luego perceptibles para el ser humano si no es a través de un duro y paciente trabajo de “composición” en el que se ponen en juego multitud de actores: aparatos de medición, modelos, teorías científicas, imágenes y representaciones visuales, etc. Nuestra única conexión con esos fenómenos es a través de un enormemente complejo trabajo de “mediación” o de “composición”. Experimentamos huracanes, sequías, olas de calor, olas de frío, etc. Pero pasar de aquí a un fenómeno tal como el “calentamiento global” precisa un arduo trabajo de “composición”. Lo mismo que para pasar de los diferentes estratos de la Tierra a la historia del planeta. La cuestión es que quizá sea necesario hacer un trabajo similar para “componer” también el “cuerpo político” que pueda asumir la responsabilidad de este acontecimiento y la exigencia de hacer algo. ¿Podemos poner en conexión el simple gesto de encender el motor de mi coche o desechar un vaso de plástico con un cambio global en el planeta? Si queremos conectar de algún modo estas dos esferas aparentemente tan separadas debemos hacerlo a través de un detenido trabajo que identifique la multiplicidad de actores, de diferente índole, de diferentes fuerza y escala, entrelazados en un “cuerpo político”, mucho más diverso y complejo que el que aparece en las teorías políticas clásicas, constituido sólo por individuos humanos. Aquí también surge el problema de encontrar el lenguaje necesario para “componer” este cuerpo. No tengo muy claro cuál es ese lenguaje, pero una cosa sí tengo clara: debemos aprender a conectar lo “natural”, lo “político” y lo “discursivo” en una trama única, y para ello será necesario que aprendamos también a conectar los recursos de las ciencias, de las humanidades, de las artes, del activismo político, etc.

(A.M): El año pasado leí el libro Antropoceno. La política en la era humana (2018) del politólogo Manuel Arias Maldonado, el cual va acorde con lo planteamiento de Latour, y para tales propósitos se inscribe en algunas de sus reflexiones cuando sostiene que pensar el Antropoceno forma parte de una concepción filosófica, antropológica y política fundamental. De acuerdo a este politólogo “No hay Antropoceno sin política del Antropoceno: sin una geopolítica capaz de responder a un desafío de orden planetario (p.25).  Sin embargo, en ambos autores veo que en sus análisis sobre el Antropoceno no dejan a un lado el Film “Melancolía”(2011), que es un escenario apocalíptico y de un destino ineludible que nos esperaría  cuando un planeta se dirige a colisionar con la Tierra. ¿En esos fundamentos citados entra también lo teleológico, el fatalismo y lo religioso? ¿Forman estas ideas parte de un escenario posible a la hora de pensar en el Antropoceno o el Film se queda en pura drama de ciencia ficción?

(I.G) Yo no me atrevería a decir que no hay Antropoceno sin una política capaz de responder a un desafío del orden planetario. El Antropoceno seguirá su curso seamos capaces o no de desarrollar una política que esté a la altura de las exigencias que plantea este acontecimiento, y no tengo muy claro que vayamos a ser capaces de estar a la altura. En cualquier caso, sí estoy de acuerdo con él en que el Antropoceno exige una geopolítica capaz de responder a un desafío de orden planetario. El Antropoceno muestra, desde luego, que el destino de los diferentes pueblos y Estados del planeta se halla inexorablemente ligado, que las consecuencias de las acciones de un determinado Estado no sólo afecta a este Estado, sino también –a veces sobretodo – a otros lugares del planeta, o incluso al planeta en su conjunto. Al mismo tiempo, nos está mostrando que las respuestas que podemos dar deben ser conjuntas, planetarias, globales y exigen por lo tanto un cuerpo político global, planetario, conjunto. Pero además, en este “cuerpo político” no sólo debemos incluir Estados, pueblos y gobiernos, sino una diversidad de actores de diferente índole que entrelazados entre sí forman eso que llamamos Sistema-Tierra y que ha de convertirse en un elemento fundamental de esa geopolítica.

En cuanto al carácter ineludible o no del desastre que se vislumbra en el horizonte, considero que la pregunta que debemos plantearnos no es tanto si éste es o no es ineludible, sino más bien cómo es que nos lo tomamos tan poco en serio, que apenas nos moviliza para un cambio radical. Clive Hamilton escribió un libro muy interesante titulado Requiem for a Species. Why We Resist the Truth about Climate Change (2010) en el que analizaba las diferentes razones por las que negamos lo evidente: que el peligro está ahí, que es enorme, que desde hace hay tiempo se nos viene alertando sin que hagamos nada al respecto. Las razones son desde luego complejas y variadas: desde los intereses de quienes sacan partido de todo esto, piensan a corto plazo y además controlan los medios de formación de opinión, hasta las dificultades que los humanos tenemos para percibir adecuadamente los riesgos relacionados con la escala global y planetaria (lo cual está, obviamente, ligado con los problemas que vinculaba con la urgencia y dificultad de componer ese nuevo cuerpo político). En cualquier caso, estoy de acuerdo con una de las conclusiones más inquietantes del libro de Hamilton: en el fondo todos somos más o menos negacionistas.

Quizás comprendemos en un plano teórico estos problemas, pero a la hora de la verdad no alcanzamos a comprender su gravedad y no nos movilizan como nos movilizan otros riesgos más cercanos a nuestra escala humana, demasiado humana. Es esta actitud, esta falta de movilización ante este peligro, lo que está convirtiendo este peligro en algo ineludible y nos acerca cada vez más a un escenario como el de Melancholia. Quiero pensar que no estamos aún en ese momento, que aún podemos hacer algo. Pero entonces la gran cuestión radica en cómo conseguir conectarnos adecuadamente con el peligro, cómo componer ese “cuerpo político” que se vez suficientemente vinculado con el peligro y con la necesidad de actuar.