(A.M): Latour dice en “Nunca hemos sido Modernos”, que la red es el hilo  de Ariadna de esas historias mezcladas, que no se puede pensar de manera separada, en estructura fija e inmóvil. Desde mediado de la década de los noventa del siglo pasado, cuando empecé a estudiar  el mundo del ciberespacio en los aspectos epistemológico, político y social, ya comenzaba hablar de lo híbrido en cuanto a lo social, lo tecnológico, del ciberespacio y espacio, lo virtual y lo real, de la política de la ciberpolítica. Luego en la primera década del 2000, pensé en un cibermundo que tampoco dejaba al mundo sino que ambos formaban parte de un híbrido planetario. Desde hace un tiempo acá, me interesé por Latour, porque su enfoque nos sitúa en la tesitura de pensar en red. La cual la he trabajado pero en lo sociológico, en Manuel Castells. ¿Hay que repensar la filosofía a la luz del cibermundo y el mundo como híbrido planetario?  ¿La compleja relación social,  física, cibernética, poder cibernético, sujeto cibernético atravesado, en redes sociales, sociotécnica?

El filosofo Gilles Deleuze

(I.G): El surgimiento de ese “cibermundo”, que tan importante es en tus trabajos, y que está relacionado obviamente con el desarrollo de lo que Castells denominó la “red de redes” (internet), es desde luego uno de los temas importantes a los que la filosofía contemporánea no puede dejar de dirigir su atención. Estamos viendo cómo delante de nuestros ojos el mundo se transforma. Surge un nuevo espacio de comunicación y relación que está alterando radicalmente una gran cantidad de ámbitos importantes de nuestra vida: desde la educación y la producción de conocimiento hasta las formas de amar, pasando por supuesto por los modelos de producción, de consumo, de vigilancia, de hacer la guerra, etc. Vivimos, sin duda, tiempos interesantes, lo que quiere decir, por supuesto, que son también confusos e inquietantes.

En cualquier caso, más que repensar la filosofía desde el cibermundo, yo diría que hay que repensar el cibermundo desde la filosofía, por más que, efectivamente, es muy probable que en este proceso la propia filosofía resulte transformada. El surgimiento del cibermundo es uno de esos grandes ejemplos de cómo determinados “artefactos” (computadoras, teléfonos móviles, pantallas, antenas, cableados, lenguajes informáticos, sistemas operativos, programas, etc.) se convierten en “agentes” de cambio político, social e intelectual. Según la concepción más cotidiana y extendida de la tecnología (coherente, por otro lado, con la “gran división” de la que hemos hablado), los artefactos son meros instrumentos que sirven para que los seres humanos alcancemos de manera más eficaz determinados fines o propósitos. Estos fines o propósitos son, desde luego, establecidos por los seres humanos. Los artefactos son simples transmisores de estos fines. Sin embargo, lo que la historia de la tecnología nos muestra (y el caso de las tecnologías que hacen posible el “cibermundo” no es una excepción) es que estos artefactos terminan alterando tanto el espacio en que vivimos como a nosotros mismos de maneras no previstas ni por quienes diseñaron estos artefactos ni por quienes los utilizamos. Son ellos mismos, los propios artefactos, agentes de cambio y transformación social. Es por ello que urge analizarlos desde perspectivas más amplias y que tengan en cuenta esta dimensión política y social, esta “potencia de actuar” que poseen en tanto que “cuasi-objetos”, es decir, en tanto que algo más que “meros objetos”. Pero, como señalaba, el “cibermundo” es un elemento más – por supuesto que especialmente relevante, pero uno más – en el complejo estado de cosas que caracteriza nuestra situación actual. Hay otros actores que necesitan ser rescatados del ámbito de los “meros objetos” y puestos en la plaza pública como los actores políticos que son. El planeta Tierra, por ejemplo, es uno de ellos.

(A.M): De acuerdo a Latour (ibíd.; pp. 20-21) nuestra vida intelectual está muy mal hecha, porque la epistemología, las ciencias sociales, las ciencias del texto, cada una tiene su casa propia, pero  a condición de ser distintas,  si la atravesamos las tres dejamos de ser comprendidos.  Esta visión filosófica en Latour, coincide con el pensamiento complejo como estrategia de indagación y de los estudios multidisciplinares. ¿Desde qué perspectiva o enfoque metodológico hay que estudiar el mundo digital o el cibermundo global en estos tiempos?

(I.G): Comparto con Latour cierta desazón ante el modo en que en ocasiones se nos exige agruparnos con algunas de las grandes estrategias críticas que imperan en la academia: o nos alineamos con los que aspiran a “naturalizar” los problemas, o con quienes aspiran a mostrar que en el fondo son “construcciones sociales” o con quienes quieren analizarlos en términos “discursivos”, como “efectos de lenguaje”. ¿Acaso no es posible encontrar un lenguaje que agrupe lo mejor de cada una de estas estrategias sin caer en los reduccionismos que muchas veces los acechan y que hacen que se enfrenten unos con otros? Desde luego, un análisis apropiado del cibermundo no puede dejar de tener en cuenta el modo en que en este fenómeno se entrelazan y se transforman mutuamente cuestiones de índole “física”, “social” y “discursiva”.

El filósofo italiano Giorgio Agamben

En relación al devenir del “cibermundo”, me atrevería a señalar la importancia de cruzar en el análisis no solo estos tres elementos, sino uno más: el cruce de diferentes escalas temporales, la conexión entre lo que los historiadores han denominado la “corta” y la “larga duración”. Trataré de explicarme. Creo que resulta evidente que, como antes he señalado, eso que usted llama “cibermundo” constituye una nueva realidad, un nuevo mundo que vemos surgir ante nuestros ojos. Y, por supuesto, resulta importante tratar de dar cuenta de esa novedad, algo que efectivamente se está haciendo desde muchos frentes. Sin embargo, al mismo tiempo estoy convencido de que no entenderemos adecuadamente esa novedad si no somos capaces de ponerla en conexión con otras transformaciones que vienen de más atrás, con trayectorias tecnológicas más largas, en concreto con las transformaciones asociadas al surgimiento y desarrollo de la escritura. Creo que buena parte de las peculiaridades ontológicas del cibermundo, de lo que Javier Echeverría denominó el “tercer entorno”, están ya presentes, por supuesto que en otra escala, en el mundo que se inaugura con la escritura, cuyas propiedades “topológicas”, por utilizar un término del propio Echeverría, se acercan más al “tercer entorno” que al “segundo”. Es la propia escritura la que inaugura por primera vez la posibilidad de comunicarnos, de diferentes modos, con aquellos que no están presentes, de que la comunicación humana trascienda los límites físicos a los que nuestra naturaleza nos había confinado. Por supuesto que el modo en que esto sucede varía radicalmente en función del soporte de la escritura: no es lo mismo la escritura en piedra que en papiro, la manual que la impresa, la impresa que la digital. Pero, como decía, comprender la singularidad del nuevo mundo implica ponerlo en conexión con narrativas de carácter más largo. Escribí hace ya algunos años, con ocasión de un congreso que se celebró en San Sebastián sobre “lo virtual y lo real”, un pequeño texto al respecto (“Leyendo lo vitual. Anotaciones en torno a la virtualidad de la escritura”) que trataba de articular algunas intuiciones sobre este tema que me habían surgido asistiendo a unos cursos de doctorado que el profesor Javier Echeverría impartía en aquella época en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de País Vasco (UPV/EHU). Se trataba de unas intuiciones un tanto vagas y que se alejaban de lo que me ocupaba de manera principal en aquella época. Creo que algún día debería volver sobre la cuestión.

(A.M): En el ensayo “Inmanencia y trascendencia en la producción de artificios tecnológicos”(2015), tú abordas lo inmanente como crítica a la postulación de entidades trascendentes que  prometan unas garantías y un sentido que ya no es posible y ni siquiera deseable  para garantizar la existencia, tal como la inmanencia que deviene en condena a pensar y  a vivir en este mundo construido por nosotros mismos.

He trabajado la inmanencia en el plano filosófico de Gilles Deleuze y Michel Foucault, no he profundizado en Agamben. Sin embargo estudiando tu discurso me doy cuenta cómo rastreas la noción de inmanencia desde el escolasticismo, cómo también sitúas a Emmanuel  Kant en cuanto estudio de la distinción de inmanencia y trascendencia. Para este filósofo lo inmanente está articulado al uso de la razón en el marco de los límites de la experiencia posible y lo trascendente que articula la razón más allá de estos límites. Partiendo de Kant, sigues recorriendo el pensamiento de otros filósofos, algunos de los cuales hice menciones. Tu reflexión de lo inmanente se complejiza cuando trabajas filósofos como  Heidegger, Derrida o Levinas hasta llegar a Taylor y Nancy. ¿Hay una diferencia abismal en el discurso de lo inmanente entre estos filósofos? ¿Donde los sitúas y te sitúas con relación a la conceptualización de lo inmanente?

(I.G): Aquel trabajo, que se enmarcaba en un proyecto de investigación sobre la importancia de la noción de “inmanencia” en la filosofía contemporánea, partía de cierta extrañeza ante la constatación de que en la filosofía contemporánea conviven, en autores que por otro lado no resultan tan lejanos entre sí, la reivindicación, por un lado, de la inmanencia como el plano en el que necesariamente se ha de situar el pensamiento contemporáneo (Deleuze, Agamben) y, por otro, una reivindicación similar respecto de la transcendencia (Heidegger, Derrida, Levinas). Al mismo tiempo, me interesaba la idea de Nancy de tratar de inscribir la transcendencia en el plano de la inmanencia, de buscar lo que en algún texto él denominó una “transinmanencia” (algo con lo que también coquetea Latour en algún momento).

Andrés Merejo e Íñigo Galzacorta

Obviamente, una de las razones detrás de esta diferencia de posiciones respecto a esta cuestión radica en la ambigüedad semántica de estos términos, ambos con una muy larga y compleja historia. Es por ello que realicé un pequeño seguimiento de la historia del uso de estos términos (cuyo origen, como señalas, está en el modo en que la escolástica aborda algunas cuestiones procedentes de Aristóteles) con el objetivo fundamental de tratar de precisar el sentido en que en cada caso estos términos son utilizados.

Lo que particularmente me interesaba mostrar en aquel texto es que la filosofía contemporánea no puede dejar de partir de un plano inmanente, en el sentido en que ya no es posible, ni seguramente tampoco deseable, recurrir a entidades trascendentes que sirvan de sostén o fundamento bien sea de las explicaciones filosóficas bien sea de nuestros ideales o valores. Sin embargo, en ese plano inmanente no deja de irrumpir cierta “transcendencia”, en el sentido de que el ser humano se encuentra constantemente atravesado por alteridades que lo exceden y traspasan, que lo llevan constantemente a un más allá de sí mismo, que rompen y cuestionan ese plano en el que el ser humano cree estar cerrado sobre sí mismo y sus propias producciones. Para mostrar todo esto tome un doble camino: en primer lugar un rastreo de diferentes acepciones de las nociones de “inmanencia” y “transcendencia”, en la  autores que usted cita jugaron un papel esencial, y por otro un análisis de cómo en la relación entre el ser humano y su producción de artefactos tecnológicos acontecen ese tipo de transcendencias que me interesaba señalar. Me interesaba seguir el modo en que, siendo los artefactos tecnológicos productos hechos por el ser humano y exteriores a él, y por la tanto, conforme al vocabulario escolástico productos de una actio transiens, sin embargo en su producción y uso el ser humano se transforma al mismo tiempo a sí mismo, y por lo tanto cabe hablar de cierta actio immanens. Por otro lado, siendo esta red de objetos un producto nuestro, hecho y diseñado por nosotros mismos, sin embargo nos altera de un modo imprevisto e insospechado, nos hacen entrar en historias de alteridad, extrañeza. El juego entre diferentes acepciones que estos términos han tenido a lo largo de la historia mi sirvió para examinar todas estas cuestiones.

Relacionada:

Andrés Merejo: Diálogo filosófico con Iñigo Galzacorta (1-4)