Roberto Feltrero es un pensador que articula Filosofía, Tecnología, Ciencia Cognitiva y Educación en el ámbito de sus investigaciones. Es Ingeniero, Filósofo y Doctor en Ciencias Cognitivas. Ha sido profesor e investigador en la UNED, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y en la Universidad Nacional Autónoma de México, instituciones en las que ha desarrollado proyectos de innovación y desarrollo financiados por organismos nacionales e internacionales. También ha sido invitado en la escuela de Ciencias Cognitivas de Brigthon, Reino Unido, y en la universidad de Darmstad, Alemania, en el marco de proyectos educativos y de investigación de la Unión Europea.

Actualmente trabaja en el Instituto de Formación Docente Superior Salomé Ureña de la República Dominicana dentro de un programa de contratación de Profesores de Alta Cualificación para la formación de docentes de excelencia en el país.

Sus investigaciones y publicaciones abarcan un amplio rango de temas, desde las ciencias cognitivas a la epistemología, pasando por la ética y la filosofía de la tecnología, y todos ellos con un denominador común: cómo las tecnologías computacionales se están incorporando a nuestras prácticas y procesos cognitivos, individuales y sociales y, con ello, transforman la manera en que resolvemos tareas, aprendemos, educamos, investigamos o innovamos.

Roberto Feltrero

Mente extendida

(A.M): En el 1998 los filósofos  Andy Clark y David Chalmers, definieron la mente extendida más allá de los límites del sistema corporal, la cabeza, el cerebro y la extendieron al entorno, dejando bien claro que los estados mentales (incluidos los intencionales) no se pueden reducir a nuestro cuerpo y al cráneo. Esto va de acuerdo con el nuevo enfoque de la ciencia cognitiva, donde el sujeto y su mente se extienden al mundo y se aleja de la concepción tradicional de que los procesos mentales y cognitivos solo  se encuentran en la cabeza de los sujetos. En esta visión no solo cuenta lo interno del sujeto (cuerpo, cráneo, cerebro, estados emocionales) sino lo externo; el entorno, como lo es el caso específico de los dispositivos digitales.  ¿La mente extendida socava los estudios internos de la mente? ¿Este enfoque extiende  demasiado la mente  hasta que nos olvidemos de los procesos internos de la mente, el cuerpo y el cerebro? 

(R.F.O). El paradigma de la mente extendida no tiene por qué socavar ningún programa de investigación sobre el cerebro, es decir, sobre nuestras estructuras neuronales como cimiento del procesamiento interno de la información. Al contrario, lo complementa al entender cómo ese procesamiento neuronal se lleva a cabo aprovechando los elementos de nuestro entorno. En los trabajos que citas, Clark y Chalmers proclaman que lo que hace distintiva y especial la mente de los seres humanos es su capacidad de entrar en una relación íntima y compleja con los elementos de su entorno exterior e integrarlos en nuestros procesos cognitivos.

No en vano somos la única especie que ha desarrollado un complejísimo entorno cultural y artefactual en el que se desarrollan todas nuestras actividades cognitivas superiores. El salto cualitativo de nuestro cerebro, como organismo biológico, es básico para entender esta idea. Por ejemplo, sigue siendo difícil “enseñar” a un primate un lenguaje estructurado o el uso complejo de herramientas. Existen muchos avances en esta línea a base de experimentos con muchos años de entrenamiento que han conseguido que individuos especiales exhiban comportamientos cognitivos muy complejos, pero nunca más allá de las habilidades que puede tener un niño de 3 o 4 años. La flexibilidad, la plasticidad, la capacidad de aprendizaje está presente en los cerebros de los primates más desarrollados y les permite comunicarse, razonar y, desde luego, entrar en complejas relaciones emocionales con sus entrenadores que facilitan ese aprendizaje, pero su cerebro no es suficientemente potente para que desarrollen comportamientos cognitivos más avanzados.

En ese sentido, nuestro cerebro sigue siendo “especial”, claro que sí, y sigue siendo el responsable de esos comportamientos cognitivos avanzados. Lo que es necesario entender es que gran parte de esa especificidad de nuestro cerebro consiste en su capacidad de distribuir los procesos cognitivos complejos en diversas estructuras neuronales y en diversos elementos del entorno social y artefactual, que entran a formar parte de los mismos.

Lo que si puede socavar el enfoque de la mente extendida son concepciones simplistas sobre el cerebro. Ese tipo de concepciones del pasado en la que se buscaba el área responsable del razonamiento matemático, de la poesía, etc. La neurociencia ya hace muchos años que ha demostrado que cualquier comportamiento cognitivo complejo está distribuido en varias estructuras neuronales y que, además, cada individuo puede trabajar con estrategias cognitivas avanzadas diferentes y, por tanto, puede activar zonas diferentes de su cerebro para resolver una misma tarea. Sigue siendo un programa de investigación muy fructífero estudiar el cerebro a este nivel primario, pero lo será mucho más si se completa con esta perspectiva corpórea, embebida y extendida para entender cómo los procesos neuronales integran los elementos externos en los procesos cognitivos.

El científico francés, Pierre-Paul Grassé

Un buen ejemplo de esta perspectiva es el concepto de algoritmos estigmérgicos, concepto generalmente atribuido a Grassé y que el propio Andy Clark se ha encargado de divulgar en alguno de sus textos sobre estas cuestiones. Solemos pensar que los programas de los computadores funcionan de manera similar a nuestro cerebro, es decir, que ejecutamos un algoritmo que está dentro de nuestra cabeza. Este concepto, sin embargo, demuestra que los algoritmos con los que describimos una actividad cognitiva también pueden depender del medio, social y material, y de la actividad transformadora de ese medio. Y la definición de ese algoritmo no está completa en el cerebro de ningún ser vivo, sino que está distribuido en el medio y en el tiempo en el que se desarrolla una actividad. Se explica muy bien con el caso de las termitas. Resulta que las termitas son capaces de construir grandes nidos con estructuras complejas como puentes, arcos, etc. que les dan gran versatilidad y resistencia. Con un paradigma “interno” de la mente, deberíamos pensar que existe una “termita arquitecto” que tiene en su cabeza todos los conocimientos necesarios para diseñar ese arco y ejecutar esa construcción. Pero de hecho no es así. Ninguna termita tiene esa información en su cerebro. El diseño complejo emerge de una serie de interacciones simples. Veamos cómo: cada termita exhibe una conducta que consiste en formar pequeñas bolas de barro con tierra y parte de sus excrementos y saliva, de modo que queda impregnada de su olor y sus sustancias. Después empuja estas bolas y las deposita en el lugar en el que detecta una gran presencia de señales biológicas de sus compañeras, es decir, en un lugar en el que antes se han depositado muchas bolas de barro. ¿Cómo se puede llegar a construir una estructura compleja con estas interacciones simples? Es sencillo, pensemos en un arco. Aleatoriamente, una de las “montañas” de bolas de barro empieza a crecer hacia arriba. Al lado, puede que otro grupo de termitas vaya dejando sus bolas haciendo que también crezca. En un momento dado, la termita que vaya a depositar su bola en una de esas dos “torres” se sentirá también atraída por las señales químicas de la que está cerca, depositando su bola en el extremo de su torre más cercano a la otra torre. Poco a poco, las dos torres se aproximarán hasta que se unan formando un arco. Hay un algoritmo para describir esta actividad, así es, pero surge de la interacción social de las termitas junto con el trabajo de modificación del entorno.

Estos algoritmos estigmérgicos, propios de insectos sociales, se usan actualmente en la resolución de muchísimos problemas de la inteligencia artificial relacionados con la organización de sistemas multiagentes en actividad, como por ejemplo, la elaboración de rutas para los automóviles en función de la densidad del tráfico. De hecho, cualquier fenómeno social, desde el tráfico hasta los mercados bursátiles, puede tener una descripción de este tipo, pues nuestro intercambio de información suele ser estigmérgico en estos contextos de actividad.

(A.M): La estigmergia  tiene como punto de partida forma de comunicación indirecta entre seres vivos (no humano) y que a medida que modifica el espacio físico, va dejando huellas que producen estímulos entre esos mismos seres vivos. Tal proceso no requiere de un plan o modelo previo y de una memoria de antelación, ya que el mismo espacio físico lo es. Tal proceso se puede aplicar al ámbito de los sujetos cibernéticos en la construcción del ciberespacio, ¿El sujeto cibernético deja una impronta en lo virtual y que otro lo modifica, la reconstruyen en todo lo que es una telaraña de pensamientos interconectados?

(R.F.O): En realidad, la construcción del ciberespacio tuvo mucho de este tipo de mecanismo. Los diseñadores de las primeras estructuras básicas de Internet (el protocolo TCP/IP) no tenían en su cabeza un plan para construir una red de comunicaciones global. Como Tom Berners Lee seguramente nunca imaginó que su lenguaje html concebido para construir simples páginas en las que exponer información  en formato de texto acabaría sirviendo como base para un lenguaje de comunicación interactivo para redes sociales en las que participamos virtualmente todos los seres humanos como generadores de páginas y páginas con todo tipo de contenidos audiovisuales. La evolución tecnológica y funcional del ciberespacio ha sido un fenómeno social abierto que ha ido avanzando a base de innovaciones tecnológicas que cambiaban las funciones del ciberespacio y, a su vez, posibilitaban nuevas funciones en un proceso continuo. Un gran proceso estigmérgico.

Los seres humanos somos seres sociales y construimos nuestro entorno y, lógicamente, nuestra cognición ha evolucionado en esa vía. Lo que ocurre es que a nuestra conciencia y autoconciencia les gusta pensar que todo lo que ocurre está bajo el control de un plan que nosotros hemos diseñado y podemos tener bajo control en nuestra cabeza. Pero eso no es más que una de las ilusiones de nuestra conciencia, y todos, valga la redundancia, acabamos “siendo conscientes” de que no es posible mantener todo la información bajo nuestro control y que nuestra inteligencia se basa en la capacidad de adaptación flexible a los cambios que se producen en los procesos cognitivos por la influencia del medio externo. Programar una lista de tareas en un lenguaje interno sigue siendo un buena metodología, claro, y todos la usamos, pero tiene sus límites si queremos comprender el funcionamiento general de nuestros procesos cognitivos y desarrollar sistemas inteligentes capaces de interactuar en tiempo real en el mundo. Por ello los programadores están aprendiendo mucho de las colonias de insectos sociales y sus sistemas de organización para avanzar en la inteligencia artificial.

(A.M): La interacción de los sujetos cibernéticos, cuyos entornos virtuales van más allá de una simple mediación de sujetos con diseño de interfaces – computador y de práctica tecnológica digital de hardware- software. La interacción virtual se ha convertido en flujos de información y comunicación que moldean y cambian nuestras formas de pensar y actuar, en tanto forman parte de nuestra vida cognitiva. Esto no deja a un lado como tú bien señalas los fenómenos de interpretación de los estímulos visuales y auditivos emitidos por las interfaces, en la interacción humano – computador. ¿Los procesos de transformación que viven los sujetos cibernéticos se centran en habilidades cognitivas y en su sistema sensorial y perceptivo? Tal proceso, ¿cómo se da en un tiempo determinado? 

(R.F.O): El proceso de transformación al que aludes lo restringiría a la transformación de nuestros procesos cognitivos. Esto es algo que ocurre desde los albores de la humanidad con el mero hecho del aprendizaje, tanto individual como social, en el entorno natural y en el entorno cultural. Cuando la cultura está poblada de artefactos que sirven para propósitos cognitivos, como es el caso, único, de los seres humanos, nuestras habilidades y procesos cognitivos cambian en función de esos artefactos. Si el artefacto es una compleja red universal de información, estrategias y herramientas para resolver tareas cognitivas, la transformación es más profunda. Y todos los elementos que citas apoyan esa transformación de nuestras estrategias cognitivas. Y también de nuestros valores cognitivos. Por ejemplo, hace unos años, no tantos, se consideraba un trabajo cognitivo excelente, valorado con los más altos honores académicos, que un filólogo rastrease miles de páginas de los textos de un autor para extraer palabras o expresiones significativas de ese autor y catalogarlas de manera que nos ayudasen a comprender su estilo, o a entender los referentes de sus historias. Hoy en día, ese trabajo lo hace una computadora en cuestión de segundos. Cognitivamente parece que ha perdido valor, aunque nadie va a anular los honores de ese investigador que pasó 4 años de su vida haciendo ese estudio en los años 60, por ejemplo.

El sujeto humano es sujeto cibernético, como bien tú abordas, no solo porque está rodeado por la tecnología, sino porque es capaz de apropiarse de ella para incorporarla en sus procesos cognitivos. Pero la transformación no se produce en una única dirección, ni tiene por qué ser irreversible. Es decir, el doctor en filología del que hablábamos antes puede volver a usar sus viejas estrategias cognitivas para estudiar miles de páginas de texto. Por ello, cuando me preguntas si el proceso de transformación se da en un tiempo determinado, no tengo respuesta. O de hecho si, pero no es sencilla. La podemos encontrar en estudios modernos sobre psicología del desarrollo que indican que esas transformaciones cognitivas, esas habilidades que se desarrollan y transforman en el proceso de aprendizaje en el entorno cultural y artefactual, no tienen ni un tiempo ni una dirección única. Aprendemos, desaprendemos o volvemos a aprender de una manera ligeramente diferente y podemos ejecutar una misma tarea con estrategias diferentes en función del contexto o de nuestro estado de ánimo. El cerebro construye patrones de activación neuronal, pero cada vez que ejecutamos una tarea, ese patrón se reactiva y puede que se reconstruya de una manera diferente. Las trayectorias de aprendizaje son tan decisivas como los contenidos que aprendemos.

Un ejemplo simple es el del deportista de alto nivel: entrena, entrena, aprende y fija un técnica. Pero eso no asegura que siempre la pueda desarrollar con total precisión. Después de lanzar mil pelotas con total precisión, en el partido decisivo la puede fallar.

Los sujetos de nuestro tiempo desarrollan un gran entrenamiento para entender e incorporar las tecnologías en sus actividades diarias.  Esto cambia sus habilidades cognitivas que se adaptan a esas nuevas estrategias. Los primeros computadores nos llevaron a desarrollar más habilidades cognitivas avanzadas porque exigían mucho conocimiento en código, en lenguajes estructurados de alto nivel para manejarlos mediante comandos. Hoy con las pantallas táctiles y los entornos visuales, manejamos esas tecnologías con gráficos, iconos y movimientos simples desarrollando habilidades basadas en imágenes y relaciones simples. Quién sabe si en unos años los interfaces de voz nos llevarán de nuevo a interaccionar con los computadores mediante comandos y frases de nuestro lenguaje natural, desarrollando habilidades de comunicación lingüística más compleja. Lo interesante es que tengamos dispositivos que nos permitan elegir el lenguaje con el que queremos interactuar y que elijamos el que mejor se adapte a nuestras habilidades cognitivas.

De nuevo, la transformación que sugiere este caso de la interacción con las tecnologías no se puede afirmar que haya una sola dirección de esa transformación cognitiva, de aprendizaje o desaprendizaje multimodal. La flexibilidad y plasticidad del cerebro se suma al cambio constante en el entorno tecnológico, en los hábitos sociales de uso o comunicación con esas tecnologías. La única conclusión que podemos sacar de este proceso es que la cibercultura, desde un punto de vista cognitivo, nos lleva a un proceso de aprendizaje continuo para adaptarnos a todas esas nuevas posibilidades y recursos que van cambiando con el tiempo. Y nuestro cerebro está muy bien preparado para asumir ese reto porque, como dice Andy Clark cuando habla de mente extendida, hemos nacido naturalmente con un sistema cognitivo “cyborg”, es decir, que tiene la habilidad para incorporar y apropiarse de todos esos elementos del entorno exterior de tecnologías cognitivas