Puede que a casi todos los que lo hemos probado, nos guste el chocolate. Pero de ahí a comerlo con todo, es un poco exagerado.
Verouschka Freixas, en su historia para niños Ana ama el chocolate, nos habla de una pequeña que prácticamente lo veneraba. Chocolate fue la segunda palabra que ella aprendió. La repetía una y otra vez, hasta para dormirse. Comía el producto del cacao en “rosquillas y panqueques bañados en sirope”, hecho por supuesto de… ¡chocolate! Lo ingería en croissants, cereal, bizcochos y galletas y sobre todo, en “chocolatadas”, su bebida favorita.
El chocolate lo era todo para ella, tanto así, que su perro llevaba ese nombre. Era tal la obsesión de Ana, que todo debía contener ese ingrediente, en especial su pastel de cumpleaños. Su madre trataba de persuadirla para que no ingiriera tanto de este postre, sin embargo, la niña lo prefería aun por encima de sus amigos, a los que dejó sin una pizca durante su fiesta, acaparando cuanto chocolate cayó de la tradicional piñata.
Pero como todo lo que hacemos tiene sus consecuencias, nuestra protagonista tuvo que aprender su lección de la manera más difícil: con una indigestión que hasta fiebre le causó.
Y fue así como Ana aprendió que los excesos no son buenos, en especial para la salud y la amistad, y que hay que apreciar la diversidad y probar cosas nuevas.
Nuestra autora, Verouschka Freixas, mantiene el interés a lo largo del texto, el cual fluye libremente, y a su vez se apoya en sus llamativas y detalladas ilustraciones, las cuales son también creación suya. A través de la conducta del personaje de Ana, los pequeños lectores pueden sentirse identificados, sin ser juzgados, ya que esta historia, sin sonar aleccionadora, logra transmitir un mensaje de aprendizaje para la vida, dándoles la oportunidad de descubrirlo por ellos mismos. Es así como la escritora muestra empatía con la mente del niño y de la niña, respetando su propio estilo y manera de ver las cosas.
Este es un relato que entretiene y muestra valores como los del amor de la familia, la aceptación, la diversidad, la amistad, el compartir, el evitar los excesos y, sobre todo, el aprender de nuestros errores, para que sepamos que sí se puede amar el chocolate, pero no hasta el punto que nos duela “la pancita”.